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Valle de Lágrimas

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Una reseña de Segismundo Bombardier

Coproducción judía y británica para la televisión sobre la guerra de Yon Kippur de octubre de 1973, que atrajo sobre Occidente un embargo petrolero, el primer estado de alarma en medio mundo, con suspensión del tráfico rodado mecánico, calles sin vehículos, carreteras limpias como patenas.

Provocado por Siria y Egipto durante la fiesta del ayuno judío, el ataque cogió por sorpresa al ejército israelí. Los sirios retomaron los altos del Golán y los egipcios entraron en la península del Sinaí, ambas posiciones arrebatadas en conflictos anteriores.

Hoy sabemos que los israelíes se sobrepusieron de modo heroico y prodigioso, y llegaron a las puertas de Damasco. Pero en aquellos días, nadie daba un shekel por el Estado de Israel. Los ciudadanos israelíes llegaron a temer que serían empujados al mar y ametrallados en sus playas por las tropas árabes y egipcias.

Es este estado de ánimo el que narra con precisión y maestría la serie. Todos los datos sobre la serie y sobre la guerra de Yon Kippur se encuentran en la red, en especial en Wikipedia.

Es la segunda serie hebrea que veo en los últimos meses. La primera ha sido «Our Boys«, «Nuestros chavales», en referencia a los chavales judíos y palestinos involucrados activa o pasivamente en sucios crímenes, cuya venganza jalearían los halcones de cada bando. También está basada en hechos reales de 2014.

Me he podido enterar de que Israel produce excelentes series, algo nada sorprendente, dada la abundancia de capital y experiencia profesional judía en la pantalla. Me gustaría saber si en algún país árabe se realizan trabajos de calidad. Imagino que sí, pero se conocen menos, fuera de las series populares turcas, magrebíes y acaso egipcias.

Propagar la visión de los contendientes en una disputa atroz y prolongada como el llamado conflicto israelo-palestino es una forma de solucionarlo. No puede esperarse una visión neutral y desapasionada, como si se tratara de una cuestión de derechos. Es leer la Odisea como si los troyanos tuvieran razón y los aqueos, no; o lo contrario. Porque de lo que se trata es de una narración. Las buenas narraciones ni justifican ni anatematizan las guerras, simplemente nos ayudan a entenderlas, porque las guerras son uno de los fenómenos más racionales de las historias de los seres humanos, donde se emplea más ingenio, más ciencia y más valor.

Los guionistas «han adoptado una visión equidistante», podríamos decir por decir algo, porque si los sirios no perdonan ni una, los soldados israelíes bajo tensión se comportan con una brutalidad aterradora. Como en casi todas las guerras.

El final de la historia, dramática y melodramática como puede suponerse, tiene un corolario que al gobierno israelí parece que no le ha gustado nada. Una vez que un grupo de valientes tanquistas judíos han contenido a una división de tanques sirios, el teniente coronel a cargo del operativo se dirige a los chavales, para felicitarles por haber salvado al pueblo de Israel (sus familiares) y al Estado; les dice expresamente que ese combate servirá para hacerles a todos mejores, más humanos, más compasivos, etc. Y a continuación, les pide que vuelvan a los tanques y se dirijan hacia el norte para arrasar Siria y bombardear Damasco, donde pudieron haber llegado si los rusos y los yanquis no se hubieran puesto de acuerdo para contener a unos y a otros.

La historia está muy bien narrada, según los cánones del cine de Hollywood, pero vale la pena verla en hebreo (y en árabe, algunos soldados israelíes son sefardíes marroquíes y entre ellos se entienden en árabe), porque se nota la calidad de los actores y actrices, verdaderos fenómenos.

Es una serie recomendable para los amantes de la historias de guerras, pero también para los pacifistas.

 

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