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Bitácora y apuntes General

El Año de Franco y la marmota progre

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Un divertido bulo sobre Franco corrió en las tertulias de los demócratas de entonces. Si se sumaba la fecha del inicio de la Guerra Civil, 18/7/36, con la de su final, 1/4/39, el resultado daba la fecha de la muerte del Caudillo: 19/11/75. La discrepancia de un día se debía, evidentemente, a que los deudos de Franco habían retrasado la fecha, conocedores del sortilegio para negarlo.

Fernando Bellón

La última década de la vida de Franco, iniciada tras “Veinticinco Años de Paz”, una celebración memorable en todos los sentidos, se pareció más a un despotismo bien ilustrado dirigido por civiles, que a una dictadura militar.

Ahora, el gobierno Sánchez ha propuesto dedicar 2025 a algo pasmoso, a recordar a Franco. Sacan al dictador de su tumba y le pasean, encadenado el cadáver como un zombi hambriento. Le temen más que a la gota fría. El programa previsible constará de una revisión ideologizada de los cuarenta años de régimen franquista basada en la falsedad y el resentimiento de los que perdieron una guerra que ellos mismo habían inducido.

El Hombre Nuevo a tiros

El punto de partida del montaje es que Franco (y muchos otros militares) dieron un siniestro golpe de Estado contra la República. El golpe fracasó, y por eso Franco (y el resto de los militares complicados), llenos de rabia, transformaron el golpe en sublevación y en guerra civil.

En toda guerra la derrota del enemigo que no quiere rendirse es el objetivo de cada uno de los bandos, así que especular sobre lo que habría hecho el Frente popular de haber ganado la guerra es una perdida de tiempo, sobre todo si se supone que habría sido un modelo de generosidad y reconciliación. Pero los hijos y los nietos de los vencidos sienten como vergüenza que a la muerte de Franco los españoles hubieran desechado la venganza.

Un somero estudio de los avatares de la Segunda República, en especial tras el triunfo (nada abrumador) del Frente Popular en febrero de 1936, muestra una crónica diaria de asesinatos, asaltos y otros modos de violencia que sólo podían desembocar en un conflicto mayor.

Si no se hubieran alzado Mola, Sanjurjo, Franco y otros jefes militares con el propósito de restablecer el orden republicano, los sindicatos (CNT y UGT) y los partidos de izquierdas que se habían aliado en el F.P. habrían hecho estallar una revolución proletaria o de tipo proletario bien cruenta, según modelos experimentados en Europa. Esto no es una fantasía o una desviación de la responsabilidad, es lo que proclamaban a diario los dirigentes sindicales y políticos de izquierdas. Sólo habría sobrevivido una república proletaria. De hecho, fueron ellos los que etiquetaron el periodo como la “Revolución de 1936”.

Los militares “rebeldes” se mantuvieron al margen de la política hasta que los crímenes llegaron al Congreso de los Diputados. Mola, Sanjurjo, Franco y bastantes otros se adelantaron, porque, de no haberlo hecho, los asesinatos se habrían convertido en carnicería, que es lo que sucedió con la excusa de la sublevación: miles de ciudadanos de derechas, de sacerdotes y de monjas, casi todos ajenos a las intrigas políticas, fueron detenidos, encarcelados y paseados.

En otras palabras, los militares no traicionaron a la República más que los dirigentes de la izquierda; quisieron, eso sí, interponerse a las masacres por mera necesidad social. Los ejemplos de Rusia, Alemania, Austria, Hungría, Bulgaria o Finlandia les dejaban ver lo que ocurriría si se dejaba el gobierno en manos de los que se proponían dar a luz el hombre nuevo a golpe de fusil.

La derecha sólo merece desprecio y exclusión

Los argumentos del llamado jocosamente equipo de opinión sincronizada del gobierno Sánchez se basan en una falsedad insostenible: todo lo que haya hecho y haga la izquierda (o sus protorrepresentantes) a lo largo de la historia en el territorio español es y fue en beneficio de los ciudadanos; todo lo que hizo la protoderecha y haga ahora la derecha reaccionaria es condenable, perseguible y justiciable. No es que se divida la población española en dos, se borra, se elimina la mitad de ella y su historia.

España es, desde su inicio como reino castellano aragonés, un delirio de antisemitas, antimusulmanes, inquisidores, asesinos de indígenas, militares imperialistas que abusaban de los pobres franceses, italianos, holandeses, etc, luego una familia de Borbones depredadores de los reinos periféricos, supresores de fueros y prebendas. La guerra de la Independencia es obra de una banda de salteadores cejijuntos y de un clero que no se cambiaba jamás de ropa interior, que expulsan a las inocentes tropas napoleóniccas y a los afrancesados progresistas y decentes, que pretendían un estado moderno. Lo de después a lo largo del siglo XIX fue una serie de atrocidades políticas de la reacción para mantener el Criminal Antiguo Régimen, con la excepción de la Constitución de Cádiz de 1812 (que nunca llegó a tener vida propia) y la Primera República (que fue un desastre).

Esto no es borrar la mitad de la historia de España, es reducir la nación a un espantajo de vigor extraordinario, porque atraviesa el Atlántico, convierte en imperio un continente, da la primera vuelta al mundo, desarrolla la ciencia de la navegación, inventa la novela y el teatro popular, añade glorias a la pintura, escultura y música europeas, lleva a cabo la primer vacunación masiva (contra la viruela, en el continente americano), y no sigo por no aburrir.

El Año de la Marmota Progre

La ofensiva más ruidosa contra Franco ha consistido en caricaturizarle. Esto suele dar resultado emotivo en la primera ocasión, pero carece de valor argumental. Como resumen vale citar una intervención de rasgos infantiles de Pablo Iglesias: “La palabra Franco no mola, la palabra democracia mola”.

Otra faceta es la gore: Franco fue un dictador asesino, un carnicero. Y también la bobalicona: Franco era un señor bajito acomplejado y con voz de flauta. O la menospreciativa, Franco no leyó un libro en su vida, era un ignorante, un tío apático con problemas genitales.

El problema de los intelectuales progresistas con Franco es que les da miedo entenderle porque les deja en ridículo. Con todo un ejército de sabios en su contra dentro y fuera de España, con más de medio cuerpo diplomático haciéndole el vacío, Franco y sus ministros consiguen situar España entre los países industralizados y desarrollados, y el dictador muere en la cama dejando una nación en paz y sin ganas de gresca.

Entender a Franco requiere, sobre todo, aceptar que Franco no fue ningún superhombre ni ningún enano. Fue un dictador, eso es evidente, pero sagaz e inteligente, capaz de reunir en sus sucesivos gobiernos a lo más granado de la sociedad española en cada momento, capaz de cohesionar fuerzas políticas incompatibles.

La dictadura de Franco se basó en la convicción de que era necesario un tiempo de orden y disciplina duraderos para crear una rutina de estabilidad política.

Los medios empleados al principio fueron la represión dura de los responsables del caos, y el rescate de los que se avinieron a contribuir con su experiencia a la reconstrucción de España. Los sindicatos del régimen estuvieron llenos de anarquistas. Los cuadros políticos republicanos que se mantuvieron al margen de la revolución o que se distanciaron pronto de ella fueron recogidos por el nuevo régimen. No cabe dudar de la dureza de esta represión, que posiblemente se llevaría a inocentes por delante. Lo mismo sucedió en Francia con los colaboracionistas, y en Italia con los fascistas.

Los ministros de Franco entendieron que después de la represión había que solventar los problemas que tenía el país por su “retraso secular”. Al no existir tal retraso, al ser una quimera alimentada por la ideología bolchevizante, fue posible tratar con eficacia el problema de la agricultura, la industrialización, la educación, la sanidad y de la previsión social. Fue un proceso lento, a veces tortuoso, con alto coste humano, la emigración del campo a la ciudad y al extranjero (que acusaron también Italia, Yugoslavia, Grecia e Irlanda, con diferentes fórmulas políticas), pero que a medio plazo dio lugar a una sociedad que no albergaba la represalia como divisa.

La literatura en torno a Franco y el franquismo es larga y a veces espesa. Casi toda está ideologizada, cosa nada rara por la proximidad del periodo estudiado. La que se produjo desde dentro del régimen le favorecía, como es natural, y es la única que se difundió. La escrita por los enemigos del régimen estuvo prohibida, pero acceder a ella era algo bien sencillo, incluso en ciertas librerías. Esto era imposible en las dictaduras soviéticas.

En varias ocasiones he dicho que es necesario una revisión del franquismo desde las generaciones que no le conocieron. Muy poco a poco se ha empezado a hacer, aunque el lastre ideológico es pesadísimo. La mayoría continúa menospreciando la figura del general, y dando por válido que fue una desgracia para los españoles. Pero algunos se toman la figura de Franco y su andamiaje político con cierta distancia, ahorrando descalificaciones.

La sólida armadura legal del franquismo

Se trataba de un régimen que buscaba su armadura legal en el derecho. Los politólogos que cortaron el traje legal del franquismo eran personas cualificadas que tuvieron que lidiar con los mismos problemas que el dictador: armonizar principios políticos con frecuencia adversarios entre sí, como el falangismo y el monarquismo, encajar el carlismo, y argumentar la creación de un sistema de protección social y del trabajo que llamaron Fueros.

Esta terminología anacrónica causaba mucha risa a los tristes enemigos del régimen. Los términos de procuradores (por diputados), enlaces sindicales, etc estaban pensados para enraizar el régimen en las tradiciones españolas de un tiempo mejor, y por oposición a la demagogia del Frente Popular y al República. Pero no ocultaban ninguna realidad distinta a la de los países de nuestro entorno democrático. Me apoyo en el filósofo Gustavo Bueno para señalar que hay muchas formas de democracia, y la llamada Democracia Orgánica del régimen era una de ellas, y no estaba mal articulada.

La dificultad del régimen fue su aceptación política internacional, sólo eso, política, porque la económica, la comercial, los intercambios incluso culturales y otros campos de la vida social funcionaron sin problemas a partir de los años sesenta. Es preciso recordar que el llamado Contubernio de Múnich reunió a decenas de personas antifranquistas con el propósito de desacreditar al régimen, que había pedido su ingreso en el Mercado Común. No costó trabajo al aparato policial del régimen desarticularlo.

La mera enumeración de actividades de los antifranquistas no comunistas, que fueron perseguidos pero nunca con la dureza que se ejercía sobre los comunistas, manifiesta que el ejercicio de la protesta y de la disidencia fue constante en los años de Franco. Pero ni esta insistencia ni la más notable del Partido Comunista y sus secuelas, consiguieron desestabilizar la sociedad española, que siguió beneficiándose de la paz y el crecimiento económico.

Así pues, observar el Franquismo como un periodo histórico en el que España se convirtió en una ruina siniestra y sangrienta es tendencioso y falso. Es preciso calibrar lo que sucedió con la misma unidad de medida y el mismo desapasionamiento que se usa para otras naciones y para otras épocas.

El fin del franquismo

No hay sistema político que sobreviva unas décadas. Lo que conocemos en el Occidente desarrollado por democracia parlamentaria es ya un régimen caduco, que se mantiene en pie por mera inercia de sus beneficiarios, y porque todavía no ha aparecido ningún recambio. Otros le llaman democracia liberal, contraponiéndola a la democracia de Rusia, de Venezuela o de China.

El edificio franquista empezó a resquebrajarse en los años setenta. Las generaciones que habían protagonizado la Guerra Civil habían gobernado o combatido al “Movimiento” hasta la extenuación. No habían conseguido nada nuevo. Tampoco lo habían hecho las democracias francesa, británica, italiana o alemana. Pero se habían fabricado a la medida de todos un aparato burocrático formidable, que suplía la vaciedad de las políticas democráticas al uso, el Mercado Común. Francia resistió las revueltas del 68, Italia las que mantuvo en el sur y en el norte, Alemania, partida en dos, dependía del resto de Europa, el Reino Unido había perdido todas sus colonias, y se enfrentaba a sus viejos demonios irlandeses, y de no llegar a ser por el petróleo del Mar del Norte, se habría precipitado en un abismo.

El mundo necesitaba un cambio, al menos de apariencia. Los franquistas eran conscientes de ello, pero no fueron capaces de dar el paso. Era muy arriesgado, no sólo para ellos sino para la nación. La muerte de Franco produjo un bálsamo inexplicable en los viejos enemigos. Con la intermediación de yanquis y socialdemócratas europeos, es decir, con sacos de dinero engrasando la maquinaria de España, la Transición fue limpia y suave. Desde nuestra perspectiva, conociendo todas las fuerzas desatadas para arruinarla, el terrorismo y otras canalladas de menor calibre, parece obra de un milagro.

Lo cierto es que se pasó de la dictadura a la democracia con el consentimiento de ambas , de la ley a la ley. La monarquía de Juan Carlos había nacido en la dictadura de Franco. Esto molesta a las nuevas generaciones que han tomado el poder con el sello (falso, a mi entender) de una izquierda inexistente. Tienen dos razones para sentirse a disgusto: que no pueden soportar ser herederos de perdedores, y que se toman en serio la falacia sectaria de que quienes no piensan como ellos no merecen gobernar y deben renunciar a hacerlo.

Una trampa bien urdida

El primer argumento es emocional e inválido políticamente hablando. El segundo es ridículo, porque el recambio político de la derecha no tiene un programa distinto al del gobierno tambaleante del PSOE. El PP es un partido inerte. ¿Y Vox? El programa de Vox ofrece remedios a las tensiones centrífugas, y tiene ideas claras en torno a la centralización de los servicios públicos, hoy en manos de los caciques autonómicos. Sin embargo, no representa a una masa crítica de ciudadanos, sólo es un refugio de votantes hastiados, millones de ellos por cierto. Y sobre todo sufre una ofensiva avasalladora por parte de los medios, de casi todos los medios. Ni el PP es la derecha, sino más bien una socialdemocracia difusa, ni Vox es la extrema derecha, sino una reserva de votos que quizá algún día cuaje en algo práctico.

Es revelador que el Año de Franco haya sido promovido por un gobierno socialista. El PSOE sobrevivió al franquismo sin despeinarse, sencillamente porque no estaba, porque su oposición era lejana y verbal, salvo escasas excepciones tipo Nicolás Redondo.

El PSOE advirtió con Zapatero que la bandera del antifranquismo era provechosa para sus intereses, y se inventó la ficción de la memoria histórica. Fue un partido inactivo durante cuarenta años, de modo que una memoria histórica ajustada a la verdad le perjudica. Además, esa bandera le permite excluir a quienes veían en el franquismo sólo una etapa histórica superada.

En la España presente la generación de los cincuenta no quiere que la consideren de derecha y menos de ultraderecha, aunque jamás hayan movido un dedo en vida de Franco. Para las generaciones posteriores, que no tienen ni idea de lo que fue la vida en Europa antes de su nacimiento, las denominaciones de derecha y ultraderecha parece haber cuajado a causa de su indiferencia, y del miedo a perder los privilegios de los que disfrutan, básicamente, la paz social y las coberturas sociales, establecidos en su mayoría por la “derecha y la ultraderecha” desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Y ahora ¿qué?

Todo hace deducir que la salida del PSOE del gobierno no será ni sencilla ni tranquila.

El PSOE, según han demostrado Pío Moa y algún otro autor, una vez en el poder urde planes para seguir en él cuanto le dejen. Para ello conspira, legisla atrocidades, modifica el equilibrio de poderes base práctica de la democracia parlamentaria, y se alía con quien necesite para perpetuarse.

Confieso que lo que más perplejidad me produce es la figura de Pedro Sánchez.

¿Hay alguien detrás del programa desestabilizador de Sánchez o es sólo el plan de un desequilibrado? Esto último me parece inexplicable, porque compromete a personalidades y a ministros que no son idiotas prescindibles. Tarde o temprano saldremos todos de este tipo de dudas.

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