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Bitácora y apuntes

“El Cairo Confidential”. ¡Qué peliculón!

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Fotografía tomada del Blog de Cristina Gómez.

Por Segismundo Bombardier

Nunca he sentido el deseo o he soñado visitar las grandes ciudades del Mundo Pobre, ese que llamaban antes Tercero o En Vías de Desarrollo. La India ha sido para mí un continente exótico, cuyas riquezas históricas y culturales podía conocer en libros y en documentales. Las grandes ciudades de África me llamaron la atención en una época de mi vida en la que visité Johannesburgo y Ciudad del Cabo por razones profesionales. Pero al tener noticia de cómo era la vida para millones de personas en Lagos, en Nairobi, en Kinshasa, El Cairo, se me quitaban de inmediato las ganas de visitarlas.

Viene esto a cuento por la película El Cairo Confidential o The Nile Hilton Incident, de Tarik Saleh, un tipo talentoso, originario del Próximo Oriente, pero habitante en Suecia. Dice la sinopsis de la película en “Film Affinity”: Noureddine, un detective corrupto con un futuro brillante en el cuerpo de policía, y cuyo principal propósito no es exactamente hacer el bien sino hacerse rico, es enviado al hotel Nile Hilton, donde acaban de descubrir el cadáver de una hermosa mujer. La identidad de ésta, sus conexiones con las élites de El Cairo y otros incidentes más personales acabarán llevando a Noureddine a tomar decisiones trascendentales y a descubrirse a sí mismo.

Es un acertado resumen, pero le falta algo clave: Noureddine no es el único policía corrupto en el Cairo con el propósito de hacerse rico; TODO el cuerpo de policía de El Cairo tiene esas mismas aspiraciones, al menos tal y como se muestra en la película (y parece plausible): desde el agente que rige el tráfico, si es que lo hay, hasta el general que manda el cuerpo. Cada guardia tiene unas oportunidades para medrar a costa de los ciudadanos desde su puesto de trabajo y las utiliza sin excepción y sin remordimiento.

Porque en El Cairo, y en tantas otras ciudades de ese mundo imposible de desarrollar según nuestros modelos, rige la ley de la selva sin contemplaciones.

He leído de algún historiador algo heterodoxo, que el pasado de los pueblos, las civilizaciones, los imperios se conoce mejor en su literatura que en sus fuentes documentales. Estoy de acuerdo con ello. Desde que las novelas sustituyeron a la épica, se aprecia muy bien en ellas el contexto que la historiografía académica resume en análisis teóricos de carácter sociológico o económico: estereotipos y cifras. Y ahora el cine es el escaparate más “natural”, más “evidente” de la vida del común de las personas en atroces hormigueros como El Cairo.

En The Nile Hilton Incident el director hace un selectivo corte de laboratorio de unas cuantas capas sociales de esa ciudad monstruosa de más de diez millones de habitantes, la mayoría, me figuro, pobres de necesidad y que viven a salto de mata.

La seguridad ciudadana, la sanidad y la enseñanza son los cimientos de un Estado que se precie de procurar el bienestar de sus ciudadanos. Y la película deja claro que la primera es un albergue de corrupción generalizada, la segunda un lujo al alcance de muy pero muy pocos, y la tercera algo sometido a la tradición menos pedagógica que muchos europeos mayores hemos conocido.

Las imágenes del filme están grabadas en El Cairo (hasta que la autoridad se percató de que les dejaba en pelota, y echó al equipo de rodaje) y en Casablanca, que, más allá del centro histórico, debe de ser un caos de barrios sin dotaciones para la vida regular e higiénica (al menos eso es lo que parece en los episodios grabados en las calles que, como no se distinguen de las de El Cairo, se deduce que forman un purgatorio semejante).

Cuando uno hace cuenta de lo que está viendo se echa las manos a la cabeza de cómo puede sobrevivir una masa humana en esas condiciones. ¡Pues sobreviven! Pero tan mal, que arriesgar la vida en una patera no les parece un peligro descartable; si llegan a Europa, vivirán infinitamente mejor que en su tierra maldita, aunque sean menospreciados y perseguidos. Sobre este asunto de la inmigración hay que reflexionar mucho y bien, porque ningún país en sus cabales puede abrir puertas y brazos a miles y miles de desgraciados seres humanos que huyen de la miseria. Dejo el tema para otro artículo.

Se suele hablar de “estado fallido” para países como Bélgica, Ucrania, Georgia, Armenia o Bosnia Herzegovina, porque no logran una estabilidad política. Pero si comparamos Bélgica con España, Italia, Portugal o Francia, reconocemos problemas semejantes, aunque no tan acusados (salvo en España, donde los separatistas paranoicos no dejan de dar caña). Pero los otros mencionados, en relación con Egipto, Siria, Nigeria, Somalia, Sudán, Kenia, Tanzania, Níger, etc. son balsas de aceite.

Donde el Estado renuncia a sus obligaciones o sus administradores pasan de ellas, la ley y el orden se ausentan, y cada ciudadano está obligado a sobrevivir en la ley de la selva. No imagino que haya personas ejemplares en esas circunstancias, todas están contaminadas por la perversión de lo que hay que hacer para no quedarse fuera del camino. Hablo en términos morales, que es el comportamiento de los individuos en el marco de una sociedad, no en términos éticos, que afectan a la supervivencia de la persona, y que pueden (casi deben) llegar a un equilibrio entre la brutalidad cotidiana y el bien. El bien personal, porque del bien común existen sólo residuos, y la gran mayoría de la población lo practica por pura necesidad en los pocos metros cuadrados que constituyen su ruinosa vivienda, o en los que ocupa debajo de un puente.

Lo mejor de The Nile Hilton Incident es la extraordinaria maña que se ha dado Tarik Saleh para narrar una historia negra en un marco de un realismo muy superior a cualquier documental que pueda elaborar una ONG. Las ONGs están constreñidas por el mensaje lacrimógeno sobre las calamidades de los seres humanos. Una buena película como la de Tarik Saleh utiliza la miseria de unos y la opulencia miserable de otros como un decorado, una escenografía que no se ha construido, que estaba ahí y que seguirá estando.

La pregunta final es, ¿cómo puede aguantar el ciudadano, egipcio en este caso, semejante desbarajuste, indigencia, mendacidad, ayuno, mangancia, ahogo, depresión…? El hecho de que sigan aguantando es demoledor para nosotros; y para ellos, habitual y fatal. Claro que, las fórmulas para el cambio las deben encontrar ellos, que son quienes padecen. Nuestras ideas para solucionar sus cuitas son tigres de papel. La película de Tarik Saleh se enmarca en las jornadas revolucionarias de la primavera árabe, en enero de 2011. En una escena de la película, un poderoso industrial y parlamentario, y en otra, un jefazo de la policía ladrón y asesino y un fiscal como él, se quejan: “en Egipto no hay justicia’. ¡Qué peliculón, señores!

 

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