El nacimiento de Alándalus (Tres, el canon)
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Una serie de Waltraud García
Toca dedicar esta entrega a un resumen de las propuestas que hasta ahora son canónicas, si bien en el libro que voy a utilizar de Alejandro García Sanjuán, La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado, del catastrofismo al negacionismo, de 2013, su autor reparte estopa a diestro, pero no a siniestro. Da leña al mono de la derecha (académica o no), de igual modo que lo hace el hereje Ferrín, un consumado progresista.
Siendo una española residente en el extranjero, me puedo permitir observar “ese país” que muchos se resisten a nombrar España con desapasionamiento. Hay un término denigratorio que usan tanto Ferrín como García Sanjuán, “nacionalcatolicismo”, en referencia a los historiadores y publicistas de antaño. La izquierda académica divagante o anti española, presa de la paradoja, acusa a los “nacional-católicos” de reaccionarios, irracionales, etc, como si su territorio fuera puro, y libre de mácula. Menuda carta de presentación para personas que se dicen científicos.
Por eso es llamativa la proximidad ideológica de Ferrín y García Sanjuán, y su distancia académica. Supongo que es un fenómeno común en las sedes universitarias del mundo entero, cuyos cimentos son más ideológicos que científicos. También los intelectuales no orgánicos como una servidora tenemos raíces.
La peculiaridad de esta disputa sobre la invasión o no invasión musulmana de la Península Ibérica es la irritación que la acompaña. Si he escogido el libro de Sanjuán no ha sido por casualidad, me puse a leerlo, y enseguida descubrí que sus argumentos están contaminados de improperios. Ferrín tampoco se libra de la ira, aunque en su caso es más zumbona, y llena muchas páginas de comentarios y digresiones que, a mi entender, hacen espesos sus argumentos.
Así que no merece la pena que me centre ahora en el canon, sino en la ira que lo acompaña en el libro de Sanjuán.
Es canon es sencillo, la Héjira de Mahoma, iniciada en el año 622 en Arabia, crece en extensión y fuerza a velocidad de vértigo, y noventa años después, el incipiente Islam y su paralelo islam (civilización y religión, según terminología de Ferrín), desembarca en la punta de Tarifa, y ocupa medio millón de kilómetros cuadrados en menos de una década. Esto es lo que cuentan en las escuelas, y por tanto todo español con enseñanza primaria lo sabe.
Animo al interesado lector a que entre en la página de You Tube y busque “González Ferrín”. Puede seleccionar alguna de sus intervenciones. Disfrutará de ella, porque Ferrín es un buen retórico. Y encontrará alguna en la que argumenta con catedráticos “canónicos” el tema de la no invasión musulmana. Hay una significativa, la presentación de su libro Cuando fuimos árabes, en la Sociedad de Amigos del País de Málaga, con Fernando Wulff y Ángel Galán, en la que las diferencias académicas se solventan con cortesía. Digo esto para enfatizar la furia de Sanjuán, que si disputara en público con Ferrín le agarraría de las solapas.
Vamos a ello.
Alejandro García Sanjuan es profesor en la Universidad de Huelva.
Comienza Sanjuán reconociendo “que la información histórica resulta insuficiente y que, además, en el caso de las fuentes literarias, plantea problemas relacionados con la presencia de tradiciones y leyendas, así como de prejuicios religiosos e ideológicos”, en referencia a la invasión. Añade que se ha avanzado mucho en las investigaciones sobre el tema, citando el “yacimiento de Ruscino, en el sur de Francia, que en la última década ha deparado relevantes novedades arqueológicas sobre la expansión musulmana en esa zona”.
También cita a autores españoles y extranjeros que han estudiado el episodio en los últimos años. Luego pasa a mencionar a Ignacio Olagüe, al que he citado en la entrega anterior a esta. Es curioso que la mención le sirva para introducir su experiencia personal, su biografía, y su pasión por lo árabe, igual que hace con menos remilgos Ferrín. Se confiesa Sanjuán un historiador profesional, uno de cuyos deberes es “contribuir a erradicar los mitos y falacias que, a lo largo del tiempo, se han difundido en torno a un hecho histórico tan importante como la conquista musulmana”.
El historiador justiciero, cabe entenderse, porque se opone al “fraude negacionista”.
“La obra de Olagüe representa la expresión de un determinado españolismo que pretende explicar los logros de la civilización andalusí a través de la acción de fuerzas autóctonas, limitando el papel de los agentes externos. Para lograrlo, se caracteriza el origen y desarrollo de al-Andalus como un proceso de base endógena, minimizando todo aporte exógeno.”
“El discurso del negacionismo, tan pueril y, en algunos casos, ridículo, produce una mezcla de sentimientos que oscilan entre la vergüenza ajena, la hilaridad y la indignación.” “Sin embargo, desde su entrada en la academia, el problema se agrava, pues adquiere una nueva dimensión, lo que exige la elaboración de la correspondiente réplica”.
Pone como ejemplo de la necesidad de refutar el fraude histórico en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, que dedicó una entrada a Francisco Franco, que Sanjuán considera fraudulenta. El historiador justiciero. Y añade algo dudoso: “No obstante, a lo largo del presente trabajo me he esforzado para evitar que la indignación haya solapado por completo el sentido del humor.”
Entra en el marco histórico coincidiendo con Ferrín. Señala, como él, el catastrofismo de los historiadores de antaño, en el sentido de que la invasión supuso el hundimiento de España. “Esta elocuente caracterización de dicho episodio revela una peculiar forma de entenderlo, fuertemente lastrada por considerables prejuicios y apriorismos ideológicos que han pervivido a lo largo del tiempo y representan una de las más extendidas tergiversaciones de la conquista musulmana, aunque, ciertamente, sería inexacto decir que ha sido la única.” Y también coinciden en esto: “La noción historiográfica que la define es la de la Reconquista, término cuya primera utilización para definir la lucha entre cristianos y musulmanes en la Península data de 1796. Esta memoria histórica nacionalcatólica consiste en la afirmación de la confrontación entre el Islam y la Cristiandad como proceso determinante en la gestación histórica de la identidad colectiva de la nación española.” Y a continuación maltrata a Olagüe: “Ignacio Olagüe, un aficionado a la historia y conspicuo falsario, se vincula ideológicamente al nacionalismo españolista.” Esto resulta sorprendente, si recordamos que Olagüe, al igual que Javier Oliver Asín y Rodolfo Gil Benumeya fueron personas del Régimen, pero a la vez anduvieron caminos paralelos al de Blas Infante, anatematizado por ese Régimen.
La justicia histórica es así, no puede evitar contradicciones ni arbitrariedades. O sea, no hay tal justicia.
Uno de los argumentos justicieros de Sanjuán es recordar que el primer testimonio del catastrofismo lo hace un anónimo clérigo cristiano en 754. Se detiene Sanjuán en las desgracias del reino visigodo, y de ahí pasa a la historiografía decimonónica y a su concepción de la invasión musulmana como una catástrofe nacional. Les reprocha que traspongan la noción de nación, efecto de la revolución francesa, a la Edad Media, algo que atribuye al desastre de la invasión francesa y su consecuente “Guerra de la Independencia”.
“En el discurso españolista decimonónico, la «invasión árabe» se alimenta, por lo tanto, de dos ideas sobre las que se construye una visión muy determinada del pasado. Por un lado, el esencialismo propio de todo nacionalismo, que entiende la nación como una realidad atemporal, sin distinciones cronológicas, que atraviesa el tiempo y permite establecer los orígenes de las identidades colectivas en el pasado. En segundo lugar, la descripción del enemigo como bárbaro incivilizado, fanático y sanguinario, responsable del intento de destrucción de la nación y de su fe religiosa, componente principal de su identidad.”
Matiza que en este “fraude” del nacionalcatolicismo también incurren historiadores extranjeros, Reinhard Dozy y Henri Pirenne, por ejemplo. Y señala que Pirenne tuvo como maestro a un ultracatólico. ¿Quiere decir Sanjuán que los jóvenes que van a colegios religiosos no son dignos de confianza si discuten de historia, porque son víctimas de “mitos, tópicos y prejuicios”?
A continuación, loa a los primeros historiadores españoles que se alzaron contra el nacionalcatolicismo, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, en 1978, y sigue con otros héroes.
Hasta aquí vemos que coincide con las ideas básicas de Ferrín en torno al mismo asunto. Pero también coincide con Ferrín en su animadversión hacia historiadores más actuales, como Serafín Fanjul, y subraya, lo mismo que Ferrín, el vergonzoso posicionamiento del gobierno del PP en las guerras provocadas en Oriente Medio por potencias occidentales interesadas, que llevaron a aquellas desgraciadas tierras la inestabilidad, la ruina y la muerte. Esto le sirve para denigrar la idea del “choque de civilizaciones” propuesta desde el imperio norteamericano.
Luego entra en la disección de las crónicas árabes de la invasión. “El discurso de los vencedores: triunfalismo y edulcoracion”. Ocupa varias páginas a dejar claro que Fath significa conquista, victoria, y conceptos semejantes. Y después nos cuenta que los musulmanes del mundo entero consideran la expulsión del islam de Al Àndalus como una pérdida, emoción equivalente a la de los historiadores españoles de antaño por razones opuestas. Esto es la “edulcoración” que figura en el epígrafe. Cita cantidad de fuentes musulmanas de todos los tiempos, en lo cual evidencia su erudición indiscutible.
Y a continuación entra en el tema que le interesa, descalificar el negacionismo, al que califica de “género historiográfico”. Dice que Olagüe se identificó con el fascismo, núcleo del negacionismo del Holocausto, si bien aclara que no pretende establecer una equiparación moral entre ellos. Hace eslálom durante varias páginas con este tema, para retroceder a la conclusión expuesta al principio: el fraude negacionista, el punto de partida del eslálom.
De nuevo se centra en Olagüe, y llega a aproximarlo a Blas Infante, para quien tampoco hubo conquista musulmana, sino “liberación del feudalismo germánico”, cuando el pueblo se levantó en ayuda de los invasores del otro lado del estrecho.
Y ahora saca a colación a Rodolfo Gil Benumeya, otro precursor del negacionismo. “Célebre periodista y ensayista andaluz, su concepto historiográfico se resume en una auténtica apoteosis de continuismos identitarios. Su abierta adscripción al españolismo integrador lo identifica con la tendencia a la que pertenece el propio Olagüe.” Quiere significar que Benumeya cifra la “invasión” inexistente a la llegada de masas de musulmanes con sus familias, que, al llegar a la península se mezclaron con la población hispanorromana. En esto consiste el continuismo, la sangre peninsular, española, ¿cristiana?, fue siempre predominante.
Por cierto une al grupo de los negacionistas a Vicente Blasco Ibáñez, por el simple hecho de que uno de sus personajes de La Catedral, asegura que los árabes constituyeron una expedición civilizadora que descompuso el reino visigodo, apoyada por el pueblo español.
Recorre la trayectoria profesional de Olagüe que, si no fue académico, sí estuvo vinculado a instituciones y realizó estudios de paleontología en su juventud (suponemos que fascista). Si se dedicó al negacionismo fue como un intento de reunir a los españoles enfrentados en una guerra civil que él vivió como un trauma, y que le distanció del bando de los vencedores. Es decir, fue fascista, algo que le incapacita como académico, pero luego se arrepintió. ¿Qué diría Sanjuán del académico por excelencia, mi paisano Heidegger? ¿Le negaría el título?
Después de leer las numerosas páginas que Sanjuán dedica a Olagüe una no tiene más remedio que admitir que el tipo no fue un “académico”, pero escribió innumerables tratados, estudios, y fue miembro de instituciones internacionales. ¿Por qué se empeña Sanjuán en denigrar a un hombre de una biografía valiosa? Sólo porque fue negacionista, ya está.
Pasa Sanjuan al negacionismo moderno.
“Una de las más singulares características del fenómeno negacionista, lo más sorprendente no es lo descabellado y disparatado que resulta, pues existen otras muchas teorías históricas absurdas, sino su persistente continuidad. En efecto, no sólo se ha mantenido vigente desde sus orígenes, vinculados a la obra de Olagüe, sino que a partir de 2006 ha alcanzado respaldo académico. Puede decirse, por lo tanto, que el interés central del negacionismo radica, no en los contenidos de su propuesta, sino en su recepción”.
Una recepción, lamenta Sanjuán, que ha llegado al ámbito académico, que está difundiendo el fraude negacionista de la invasión musulmana de 711. Ámbito académico que ha manifestado “una posición tibia y condescendiente” con tal negacionismo, al dar legitimidad a “determinado académico”. Ahora la emprende con el andalucismo que toma sus raíces de Blas Infante, cuya obra “denota que la negación de la conquista constituye una premisa inevitable en la elaboración de una memoria histórica que apela al establecimiento de vínculos emocionales y nacionales con lo andalusí.”
No aprecio nada la teoría histórica y política del nacionalismo andalusí de Blas Infante, y entiendo la irritación de Sanjuán por la mitificación de Andalucía como nación. Pero hemos de admitir que todo nacionalismo, sea cual sea, se basa en la exaltación de momentos históricos, su falseamiento y su transformación en mitos. Ahora bien, ninguna nación perdurable se edifica sólo sobre mitos, sino sobre algo más que escapa de este resumen. En otras palabras, lo que distingue al nacionalismo andaluz, catalán o vasco del nacionalismo español es que España fue un imperio y sigue siendo una nación: los hechos, no las fantasías.
Pero lo que Sanjuán reprocha a Olagüe es que se convirtió en la referencia idónea para justificar el esplendor andalusí que se vino abajo con la conquista cristiana, algo que probablemente él no dijo nunca, porque es una tontería insostenible. Que haya habido visionarios o humoristas que hayan reclamado el cumplimiento de las capitulaciones de Granada entre los Reyes Católicos y los musulmanes vencidos quinientos años atrás, no es más que una sandez.
El caso es que Sanjuán señala a varios publicistas andaluces que sostenían tesis de esta índole absurda antes de González Ferrín; claro que no eran académicos, que es lo que le duele a profesor de la universidad de Huelva. Ahora bien, no es lo mismo negar o poner en cuestión el desembarco musulmán triunfante de 711, que construir una falsa base nacionalista con una cultura andalusí que nadie niega. Entre otras razones porque el desembarco no está documentado. Se introduce Sanjuán con tanta ira en los vericuetos de la Universidad española durante el franquismo, que cabe deducir de su relato que antes de la muerte de Franco la Universidad fue una estafa. Esas afirmaciones hay que demostrarlas, no vale señalarlas con el dedo como el que acusa a un familiar de lerdo sólo porque tiene cara de tonto. Sanjuán destaca que hay muchas universidades españolas que antes de 1974 poseían ejemplares del libro de Olagüe Les arabes n’ont jamais envahi l’Espagne. Una no puede evitar ver resabios inquisitoriales en este descubrimiento. Largo tiempo ha debido de emplear en sacar a la luz tamaña canallada académica. Y también en descubrir que Wikipedia da crédito a Olagüe.
Dedica páginas y páginas de apretada bibliografía a señalar con ira a quienes lo han hecho, dar crédito a Olagüe, académicos, no académicos, españoles, extranjeros, expatriados como Goytisolo.
Encuentro yo este ejercicio retórico tan estéril como las digresiones autobiográficas y de variada naturaleza de González Ferrín. Al releer el libro de Sanjuán ahora, me pasmo de la paciencia que ha de tener un lector interesado en los hechos pero no en la verborrea.
El último motivo de irritación de Sanjuán es el crédito que diarios progresistas como «El País» o «Público» dan al negacionismo.
Y por fin desemboca en el caudaloso río de los trabajos de González Ferrín, el gran falsario.
“En realidad este lloriqueo constante por el supuesto maltrato académico al seudohistoriador vasco [se refiere al eco que Ferrín hace de Olagüe] constituye una mera pose o estrategia bien calculada que permite a sus apologistas ensalzar su figura y legitimar sus postulados.”
Sanjuán acusa a Ferrín de lloriquear, y no ve la bilis desbordante que inunda sus diatribas.
En fin más páginas y páginas con abundante documentación bibliográfica para sustentar su ira contra Ferrín. Pero la sustancia, los argumentos demoledores contra el negacionismo los deja para el siguiente apartado. Y detengo aquí este resumen, porque no quiero hacerme pesada. En el próximo capítulo compendiaremos los documentos aportados por Sanjuán en defensa de su diatriba.