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El nacimiento de Alándalus Cultura y comunicación Series

El nacimiento de Alándalus. (Uno. La controversia)

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Una serie de Waltraud García

¿Cuando llegaron los árabes a la península Ibérica?

Otra forma más polémica de preguntar lo mismo: ¿Cuándo llegaron los árabes a España?

Desde hace más de una década, en las cátedras hispanas se ha iniciado una guerra respondiendo a estas preguntas.

La primera tiene dos respuestas, la canónica, en la primavera del año 711. Y la herética, hacia la mitad del siglo VIII, con el Omeya huido de Siria Abderramán I, en compañía de muy pocos de su partido y origen, árabes supuestos parientes del Profeta.

La segunda es una pregunta ideológica. España no existía. Pero un sector de la historiografía tradicional o conservadora asumió en el siglo XIX y también en el XX que el hundimiento de la monarquía visigoda a inicios del siglo VIII dio lugar a un vacío de poder rellenado por invasores musulmanes que, en poco tiempo, conquistaron casi toda la península o Hispania goda, llegaron a Francia o la Galia de los francos, y fueron detenidos por Carlos Martel en Poitiers y expulsados al lado sur de los Pirineos. ¡Se perdió España! A resultas de todo esto se formó un estado islámico en la península que fue lenta y costosamente reconquistada por los reinos cristianos en ¡ocho siglos! España se había dividido en reinos, que pronto se volvieron a unir, salvo Portugal, que con su resistencia ganó estabilidad, mientras el resto de España se transformaba en un rompecabezas.

Mucha (pero no toda) la historiografía moderna coincide con lo acabado de exponer, salvo en la idea de que los árabes y otros musulmanes tomaran por las armas España, porque la Hispania visigoda no era España.

El debate de cuándo nació España nos lo vamos a saltar. Para algunos, con Roma. Para otros con la monarquía visigoda. Para otros, con la reconquista de Sevilla por Fernando III en 1248. Para otros, con la monarquía de los Reyes Católicos. Y así hasta llegar al siglo XX, en el que empiezan a salir de la madriguera académicos, periodistas y otras hierbas que niegan la existencia de España.

Una servidora, que ha ido conociendo por su cuenta, trabajosamente y desde lejos estas controversias, ha ido de Überraschung de Überraschung, de sorpresa en sorpresa, pasmada por una guerra académica con multitud de batallas que todavía siguen activas en las cátedras.

Esta serie consta de cuatro capítulos.

En el primero, este, expongo la cronología canónica y sus argumentos, y planteo la controversia: la postura de catedráticos que niegan que hubiera una invasión ni árabe ni musulmana en 711, y la de quienes ponen de vuelta y media a los defensores de esta propuesta. Lo digo de este modo porque una de las sorpresas más relevantes que me he llevado es la reacción de los canónicos frente a los herejes; cuando digo que les ponen de vuelta y media es que les insultan, les llaman estafadores y burros (manipuladores e ignorantes), sobre todo a Emilio González Ferrín, que es el que abrió el fuego desde su puesto dese la Universidad de Sevilla con su Europa entre Oriente y Occidente, publicada como Historia General de Al Ándalus, en 2006.

En el segundo capítulo, doy la palabra a Emilio González Ferrín, quiero decir que resumo sus argumentos y los valoro.

En el tercero hago lo mismo con sus detractores, en especial Alejandro García Sanjuán, en su La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado, de 2013. El cuarto y último es una continuación del anterior, porque la argumentación de Sanjuán es larga y profusa, y me arriesgo a sacar conclusiones finales. Los seguidores de esta revista me conocen por otras series, y saben que soy atrevida.

El relato de toda la vida

Utilizo para este apartado Historia de la España islámica, de William Montgomery Watt, distinguido historiador británico del mundo árabe, ya desaparecido. La edición que yo tengo es una reimpresión de la de 1970 en español. Tanto González Ferrín como García Sanjuán aprecian los trabajos del inglés en términos generales, así que es un buen instrumento de medida de la controversia.

También he usado Orígenes de la Nación Española. El Reino de Asturias, de Claudio Sánchez Albornoz, edición de 1985. El estudio está escrito en 1972, y es un magnífico retrato histórico y literario de la monarquía visigoda, un verdadero caos de corrupción y codicia, de la entrada en la península de “los moros”, la fulgurante conquista, y la resistencia de Pelayo en los Picos de Europa. Sánchez Albornoz ha recorrido a pie los territorios que describe, y lo hace de un modo fascinante.

El texto de Montgomery Watt se atiene al origen aceptado por casi todos de la “conquista como fase de la expansión árabe”, que para los habitantes de la península Ibérica “fue fulminante como un rayo”. Subraya que los árabes se encontraban en expansión desde la muerte del profeta, habían arrebatado al impero bizantino las provincias de Egipto y Siria, y a los persas (algo después) Irak, aniquilando un imperio milenario.

El avance musulmán en todas las direcciones fue a saltos, dice el profesor británico. Atribuye el mérito a Mahoma, que debió ser un estratega y un político fuera de lo común. De hecho, uno de sus libros es XXX, en el que describe y razona la vida conocida del Profeta, los mirtos con los que ha sido envuelta, y las condiciones de Arabia y sus tribus de comerciantes, un estudio apasionante. La expansión del Islam como mensaje de dios y como nueva civilización la facilitaba el botín que adquirían los guerreros, que pronto consideraron que más importante que convertir a los dimmíes (cristianos y judíos, para entendernos) era hacerlos trabajar para ellos. En su avance por el norte de África, que entonces era cristiana (romana, monofisista y arriana) fundan la ciudad de Qayrwan en Túnez en el 670. En el 698 expulsan a los bizantinos de Cartago, y enseguida empiezan a penetrar en la actual Argelia hasta la costa atlántica del actual Marruecos.

En ese momento, la expansión en África (Ifriquiya) tiene dos posibles caminos, hacia el sur desértico o hacia el norte maravilloso y ubérrimo, según las leyendas sobre la tierra ibérica.

«Aunque el mando supremo seguía estando en manos de gentes de raza árabe (considerada ésta exclusivamente en función de la ascendencia masculina), a raíz de la sumisión de los beréberes de Túnez y Argelia oriental, hacia el 700, una parte considerable de la fuerza expedicionaria pasó a estar compuesta por beréberes. Sin este aumento de recursos humanos la conquista de España hubiera sido imposible.» (Pág. 15)

En ese instante la Hispania visigoda estaba en ascuas y el poder se sostenía por inercia.

Montgomery Watt resume la presencia visigoda en la península desde el 414, fecha de su entrada, también una invasión contra la que el Imperio Romano no puede hacer nada más que aceptarla y traspasar el poder político a los recién llegados, muy pocos, pero los suficientes como para tomar las riendas del solar.

Recuerda el autor británico que el disputado reino visigodo (los reyes eran elegidos por la casta dirigente y guerrera, lo cual facilitaba la trampa y la revuelta, es decir, la inestabilidad) fue arriano hasta la ascensión al trono de Recaredo, que se convirtió él y la elite al cristianismo romano en el 589. El cristianismo romano no era un bloque sólido en Hispania. La mayoría de los obispos obedecían a Roma, pero algunos fueron arrianos y siguieron siéndolo tras la conversión oficial. Y entre la población hispano romana había fuertes núcleos de monofisistas y seguidores de Prisciliano, que negaban la naturaleza divina de Jesucristo, en otras palabras, eran monoteístas. Téngase esto en cuenta porque los argumentos de González Ferrín, debidamente documentados, darán gran importancia a estos hechos.

Es el caso que las clases elevadas visigodas y eclesiásticas pasaban olímpicamente de los hispanorromanos (digamos, clase media urbana) y de los coloni o trabajadores del campo. Y además explotaban a estos últimos todo lo que los infelices se dejaban. Este es el argumento de Montgomery Watt y de todos los historiadores para explicar la ocupación a la velocidad del rayo de los invasores musulmanes y árabes: el “pueblo” ni se resistió a las tropas invasoras ni ayudó a los ejércitos visigodos. Luego, hay que contar con los judíos, monoteístas semitas, perseguidos con saña por el poder y la iglesia cristianas, porque dedicados muchos al comercio, se hacían ricos sin violencia.

En el momento de la invasión musulmana (muchos insisten en que fue árabe, algo que los propios canónicos no niegan, pero matizan, porque no podían ser muchos) se está produciendo la última disputa por el poder en el reino visigodo.

«Égica y Vitiza, padre e hijo, habían reinado desde el año 687. Vitiza deseaba a su vez que uno de sus hijos, Agila, le sucediera, y como paso previo le nombró dux de la provincia del Nordeste (Tarraconense). Al morir Vitiza en el año 710 parece que un poderoso grupo de nobles eligió rey a Rodrigo. Agila, sin embargo, se mantuvo al frente de su provincia, e incluso acuñó moneda como si fuera un soberano independiente. Así pues, cuando Rodrigo hubo de enfrentarse con los invasores musulmanes, no controlaba firmemente todo el territorio. No es sorprendente, por tanto, que fuera derrotado, ni tampoco que tras la derrota no hubiera ningún grupo o individuo capaces de actuar como autoridad central del reino.» (Pág. 18)

Y ahora viene el momento polémico. La intervención del pérfido y vengativo Conde don Julián. Es decir, la leyenda, porque las fuentes musulmanas y cristianas que recogen su traición la documentan con razones familiares (su odio a Rodrigo, que había violado a su hija, la Cava, en Toledo), que no explican el desastre que supuso la batalla del río Guadalete entre cristianos y musulmanes (los historiadores canónicos subrayan esta dialéctica). Julián proporciona barcos y avituallamiento a los invasores.

Otros argumentos son la traición de las tropas viticianas, que participaban en el enfrentamiento, que abandonaron a Rodrigo a su suerte o que incluso se unieron a los invasores contra el ejército visigodo. Todo esto es suposición, invención o leyenda.

También lo es la supuesta entrada de centenares de caballeros musulmanes por Tarifa el año 710, invitados por el conde don Julián, para que vieran el botín que les esperaba. Tarifa viene de Tarif, el jefe de la avanzadilla, que luego se retiró.

Al año siguiente se organiza la invasión con aparato táctico. La dirige un beréber, Tarik ibn Ziyad , con sus tropas también beréberes, obediente a las indicaciones del “gobernador árabe” del noroeste de África, Musa ibn Nusayr. Del primero proviene el topónimo Gibraltar, el monte de Tarik. Se dice que fueron siete mil combatientes, a los que se unieron pronto cinco mil más.

Tras su victoria sobre los visigodos, los invasores ascienden hacia Córdoba, Toledo y Zaragoza, y así prosigue su extensión por un territorio inmenso (más de medio millón de kilómetros cuadrados, las actuales España y Portugal). Unos miles de guerreros musulmanes ocupan sin oposición la Hispania visigoda, parte de la cual, siglos después, se llamará Alándalus.

Este paseo militar y la sustitución de los gobernantes visigodos por musulmanes se hace gracias a que algunos de los primeros cambiaron interesadamente de religión, y otros pactaron su sometimiento.

La leyenda habla de los celos del sirio Musa hacia el beréber Tarik, y el llamamiento del primero a Damasco, donde llega con una caravana de cautivos y de botín prodigioso. Pero el califa le mete en una celda y muere luego pobre y abandonado.

Queda a cargo de Hispania Abd al Aziz, hijo de Musa. Pero en el 716 es asesinado, cuando la conquista y ocupación ha llegado a culminarse. Salvo Asturias, la matriz del nuevo reino cristiano, solar adecuado para nuevas leyendas. «Puede decirse, de todas formas, que en lo esencial la unidad organizativa del país, desaparecida a raíz del derrumbamiento del poder visigodo, había sido restaurada. Se había creado una red administrativa, con su correspondiente respaldo militar, que cubría casi toda la Península, y el grado de control efectivo que ejercía la autoridad central musulmana era probablemente mayor que el de los últimos reyes visigodos.» (Pág. 22)

Este relato es el canónico, extraído de crónicas musulmanas y cristianas escritas y recopiladas siglos después.

Y es el que pone en tela de juicio Emilio González Ferrín.

Antes de entrar en él, que vendrá en la próxima entrega, vale la pena reflexionar sobre los hechos relatados que, sin la leyenda, son difíciles de admitir.

Si los musulmanes que entran (algo que González Ferrín niega) son unos pocos miles, ¿cómo es posible que en cinco años controlen y administren un territorio de medio millón de kilómetros cuadrados? Si son, digamos, cientos de miles, una cantidad más adaptable a la ocupación y administración, ¿de dónde salen? Ninguna crónica habla de esta cifra, sino de una mucho menor.

Es imposible saberlo. No quedan documentos que nos permitan comprender cómo se hace musulmana Córdoba, Sevilla, Mérida, Murcia, Toledo, Zaragoza, Valencia y Barcelona, por nombrar las más importantes ciudades. Incluso aunque contemos con el nulo o escaso poblamiento musulmán de Galicia y la cornisa Cantábrica, resulta inexplicable cómo lo hicieron en media docena de años.

Sin embargo, lo cierto y comprobado es que sobre el año 800 la mayoría del antiguo territorio visigodo está en manos musulmanas, y poco a poco la religión, el islam, y la lengua, el árabe, se van extendiendo en esos territorios ahora llamados Alándalus. Estas cosas, por inexplicable que parezcan, no las discuten los «negacionistas», según calificativo de los canónicos. Pero las justifican a su modo, que es lo que veremos en la próxima entrega de la serie.

Como veremos en el próximo capítulo, González Ferrín, el catedrático herético, además de argumentar contra la expansión del Islam, utiliza los testimonios de la invasión para contradecirla. En primer lugar, alega que esos testimonios son muy posteriores al 711, uno o dos siglos a veces, el tiempo suficiente como para incrustar en las crónicas falsedades o leyendas que apoyen el incontrovertible hecho de la ocupación musulmana, con explicaciones que exalten la potencia del Islam o la debilidad de la monarquía gótica o ambas a la vez.

González Ferrín asegura que “711 no es una mentira: es un símbolo”. Por ejemplo, insiste en que el denominado conde Don Julián es un personaje sin cara ni nombre, que es preciso colocar en el eje de una travesía inverosímil, podía ser una autoridad goda, un beréber cristiano, un bizantino, o no haber existido, y quienes atraviesan el Estrecho de Gibraltar son una banda organizada sin ideología ni religión precisa, que aprovechan la debilidad de una monarquía sin cimientos para saquear el territorio, algo que habían hecho, previamente a ellos, visigodos, suevos y alanos.

Por último quiero citar el libro Cristianos y musulmanes en Castilla y León, de Jesús Brun. Valladolid 1998. No parece un libro académico o de un académico, y en eso radica su virtud. Está muy bien escrito, es ameno, ponderado, contiene abundante documentación, y describe el desarrollo de los reinos, emiratos y califatos desde 711 (no pone en duda la conquista musulmana) hasta la reunión de Castilla con León con Fernando III. Además emplea el humor, cosa de agradecer.

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