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Agricultura y naturaleza Reportajes

El Perelló, tecnología agraria y sostenibilidad en la Albufera de Valencia

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Imagino a un pulcro agricultor de la bella Holanda torciendo el gesto ante la contradicción entre el titular de este reportaje y la fotografía de los relajados labradores que aparecen en ella. El autor ha propiciado el contraste de propósito. La Huerta de Valencia y las huertas de la Comunidad Valenciana en general están hechas a unas costumbres decorativas de sus almacenes para los aperos que evocan  una civilización bárbara. Pero una vez en el campo, se diría que trabajan con tiralíneas y otros aparatos de precisión. El esfuerzo combinado con el relajo produce una realidad fresca, sana y fértil que inunda los supermercados de media Europa, y alimenta a millones de metódicos estómagos.

De izquierda a derecha vemos a José Herrero, jefe técnico de la Cooperativa Valenciana Unió Protectora del Perelló, Pepe Ballester, el Curro, veterano labrador y una de las llaves que abrió la puerta a la biofumigación, un avance articulado por el agrónomo innovador Antonio Bello, basado en la tradición agroecológica de la zona, y Raúl Ballester, hijo del anterior. Los tres acumulan en sus músculos y en su cabeza experiencia y conocimientos que ya los querrían en la mejor Escuela de Agronomía. La Cooperativa Valenciana Unió Protectora del Perelló cuenta con casi noventa socios que poseen tierra en un área que limita con el sur de la Albufera, y que dedican desde que la memoria familiar alcanza a la verdura de temporada. Entre ella, la más famosa es el tomate del Perelló, al que han dedicado campañas publicitarias, ferias y oleadas de entusiasmo. Pero también producen berenjenas, calabacín, melones, sandías y patatas,   y desde hace un par de décadas se dedican a la verdura asiática, un negocio de tres millones y medio de kilos al año que se dirige al noventa por ciento a las colonias asiáticas en Europa y a sus restaurantes.

José Ballester, El Curro, junto a la barca enla que a veces sale a pescar anguilas conmornell.

José Ballester, El Curro, junto a la barca en la que a veces sale a pescar anguilas con mornell.

Si la Cooperativa del Perello es una de las más prósperas de la Comunidad Valenciana y también del resto de España, se debe a la sabia gestión de su equipo directivo. Lo encabeza una mujer, Elena Villegas, hija de agricultor, graduada en economía y dirección de empresas, con  experiencia en gestión bancaria, a pesar de su juventud, como se aprecia en la fotografía.

Al final de la información sobre la Cooperativa del Perelló encontrará el curioso lector información sobre la producción de semillas. La empresa Planters Taches, situada en una isla de la Albufera, produce semillas de una amplia variedad de verduras y de arroz, que suministra a los labradores locales, pero también vende en media España. No se pierdan este reportaje, porque viene cargadito de buenas noticias.

Reportaje y fotos de Fernando Bellón

El 17 agosto 1950 se fundó la Cooperativa Valenciana Unión Protectora del Perelló. Inicialmente tenía pocos socios. Todavía sigue siendo una cooperativa pequeña, entre 85 y 90 socios productores. Ganarse la vida con la tierra en este rincón de la Albufera sostuvo la economía de decenas de familias, cada una enfrascada en su tierra y en sus problemas. Pero al ver que esos problemas eran los mismos entre todos, descubrieron que con una cooperativa tendrían más poder de negociación para abastecerse de productos necesarios para la producción. La fórmula es sencilla, a mayores volúmenes de compra, más capacidad de negociación. Acababa de estallar la Revolución Verde, y había que comprar fertilizantes, herbicidas e insecticidas a manta. Entre ellos es funesto bromuro de metilo. Hasta que la Organización Mundial de la Salud lo prohibió en los años ochenta. Pero a trancas y barrancas la producción estival de tomates, melones, sandías y berenjenas, y la invernal de patatas, funcionaba en base a la tradición de los labradores que usaban técnicas y elementos naturales. Los socios cultivaban sin programación, cada uno a lo suyo. Hasta que el peso del mercado les hizo reaccionar.

Elena Villegas, Directora de la Cooperativa.

Elena Villegas, Directora de la Cooperativa.

Elena Villegas.- El cambio hacia la programación se produjo hacia finales de los 80, inicio de los 90. Se gastaba muchísimo el bromuro de metilo. Ocasionaba graves problemas en los terrenos, en la producción. Los socios empezaron a ver la necesidad de un cambio. Fue cuando intervino Antonio Bello.

Pepe Ballester (el Curro).- Apareció por aquí en el noventa y dos, creo. Hizo unas charlas en Valencia a las que asistió nuestro técnico de entonces, Julio Quilis, hoy uno de los socios de Sa i Fresc. Antonio Bello había hecho un patrón basado en estudios climáticos sobre los nemátodos, que aquí llamamos «pataqueta». Son microgusanos que se pegan a las raíces, crean nódulos en forma de lenteja y consumen la planta. Según sus cálculos, en esta zona no podía haber nemátodos. Así que Julio le retó a venir al Perelló.

Vino Antonio Belló, y me lo presentaron porque yo era de los pocos que habían abandonado el uso de bromuro de metilo, que se usaba para desinfectar. Tiré tres años, y acabé harto. El primer año sin bromuro fue un desastre. Antonio tomó muestras y volvió al mes y yo, que estaba obsesionado con la plaga, le pregunté que a qué multinacional representaba. El me dijo enseguida que trabajaba para nosotros los agricultores, en el CESIC. El campo estaba tan mal que en un danone cabían 30.000 nemátodos. El segundo año me preguntó que iba a hacer. Yo le dije que tirar estiércol, rotovatar y regar. Lo de siempre. Pero le advertí que si no sacaba adelante la cosecha, iba a volver al bromuro.

Elena Villegas.- En esas mismas fechas, con una situación económica delicada, se pusieron en contacto con nosotros personas que nos pedían hacer cultivos orientales. Esto obligaba a una programación del trabajo para darle una oferta continuada al cliente a lo largo de todo el año. No todos los socios se iniciaron en el nuevo cultivo. Pero la experiencia exitosa de los que lo habían hecho sirvió de estímulo a los que se resistían. Esto obligó casi sin querer a una programación, diferenciando campañas. Entre septiembre y abril exportamos a día de hoy tres millones y medio de kilos de productos orientales. En verano, nos dedicamos a cultivos de temporada, de los que obtenemos casi cuatro millones de kilos en cuatro meses.

Hasta la explosión inmobiliaria de los años setenta, la franja de costa que hay entre El Saler y Cullera estaba llena de campos de cultivo de patatas y melones y sandías. La explosión fue literal, porque por una hanegada de tierra se llegaron a pagar casi cien millones de pesetas. Los labradores que no poseían tierra frente al mar tuvieron que buscar soluciones para seguir trabajando en sus campos pegados a la Albufera.

Los dos Curros, Raúl y Pepe.

Los dos Curros, Raúl y Pepe.

Pepe Ballester (el Curro).- Hacia el noventa hubo una especie de golpe de estado en la Cooperativa. Se cambió la Junta de Gobierno a petición de los labradores. Entramos siete personas, mi hermano y yo. Entonces empezamos a investigar lo que pedía el mercado. Nos pusimos a recorrer España, al Norte, a Cataluña… Cambiamos las normas de la cooperativa. Teníamos dos opciones: dedicarnos a la flor cortada o a lo que ahora tenemos. Pero la flor cortada era casi un monopolio, difícil de penetrar. Nos decidimos por la verdura oriental. El primer año trabajamos con una compañía que se llamaba “Golden Fruits”, que es la que colocaba el producto en el mercado. Pero no lo hizo bien. Y decidimos comprarla para ponerla a nuestro servicio. Aquello fue una odisea como la del descubrimiento de América. Tuvimos fallos garrafales. Pero incluso así, sacábamos mejores rendimientos que los cultivos tradicionales. Los socios fueron entrando poco a poco en esta dinámica, porque empezamos cuatro.

Antes de que Elena Villegas se hiciera cargo de la dirección de la Cooperativa, se estaban creando las condiciones para que su llegada significara un impulso que la ha situado entre las más prósperas.

Elena Villegas.- El tomate se ha hecho siempre. Pero hace once o doce años empezó a potenciarse. El tomate que se producía entonces era de la variedad “marmande”, no era la valenciana. El tomate valenciano se ha hecho siempre, pero no se le daba valor. La «marmande» es «agallonada», tipo raf se dice ahora. Entonces, un técnico de la cooperativa propuso que volviéramos a utilizar las semillas autóctonas. Nos pusimos en marcha. El crecimiento ha sido exponencial, entre otras cosas porque se ha invertido en la promoción de la marca, en hacerla diferente de la de otros tomates. En seis años, de hacer 20.000 kilos de tomate valenciano se ha pasado a casi un millón. Hemos satisfecho la demanda del consumidor, a quien el producto le gustó lo suficiente como para seguir demandándolo.

El tomate se planta en los mismos campos o invernaderos en los que se produce la verdura asiática, es una rotación. La cooperativa del Perelló es fiel a la tecnología del momento, salvo cuando la calidad se one en riesgo, algo que en ciertos países europeos se obvia. Lo que prima en aquellos invernaderos supertecnológicos subvencionados es la apariencia del producto.

Elena Villegas.- El tomate es un cultivo de temporada, cuando el producto está optimo para su consumo. Apostamos por eso. Si vemos que por un exceso de producción, la calidad disminuye, no nos importa reducir la producción. No es un problema reconocer que hemos hecho menos kilos de algo, si esa merma garantiza la calidad del producto. Querer crecer por encima de tus posibilidades es un error. Las superproducciones no se pueden controlar, ni se puede garantizar el sabor del producto. Hay países que dan ayudas tremendas a los agricultores para que monten invernaderos de hormigón y cristal con calefacción. Pues, bien para ellos. Pero nosotros tenemos labradores profesionales, valientes, que dedican muchas horas al campo y que están a la última.

Es evidente que lo que quieren las grandes superficies es un producto que dure en el lineal. Para garantizar eso, ha de recogerse, por ejemplo el tomate, “pintón”, sin acabar de madurar en la mata. Si la variedad del producto no es de la mejor calidad, significa menos sabor. Tenemos la gran suerte de que nuestras tierras y el uso del agua, la planta se estresa de manera que aunque se coseche antes de su maduración conserva el sabor. Es nuestra garantía de éxito.

José Herrero, (jefe del departamento técnico de la cooperativa).- Nos toca cosechar en primavera-verano los productos perecederos, que crecen muy deprisa. Compensas la relativa maduración del producto al cosecharlo, y su conservación en el punto de venta. Es evidente que cuanto más maduro coges un tomate, mejor está. El problema es que hay que recogerlo, llevarlo al almacén, seleccionarlo, confeccionarlo y distribuirlo. Y luego, en la gran superficie se ha de quedar unos días en el lineal… Se busca un punto intermedio para no comprometer la calidad y hacer que dure. Es un trabajo de precisión. Para ser labrador aquí tienes que profesionalizarte mucho. Los jóvenes saben que tienen que estar al día, que tienen que buscar siempre mejoras, que tienen que adaptarse siempre.

Elena Villegas.- En nuestro caso hay relevo generacional. Al ser una cooperativa rentable, los jóvenes se sienten atraídos por trabajar en ella. De hecho hay chicos que empezaron una carrera o que incluso la terminaron, y que se han pasado al trabajo en el campo. Conocen lo que ha hecho su padre, lo que han hecho sus abuelos, han ido al campo de niños, y ahora ven la rentabilidad de este trabajo en su casa, su futuro, y vuelven al campo. Así se dignifica la agricultura. Para mí es una de las mayores satisfacciones.

Un mornell o nasa náufrago en un océano de tomates. Pegado a un lado del invernadero corre un canal de la Albufera.

Un mornell o nasa náufrago en un océano de tomates. Pegado a un lado del invernadero corre un canal de la Albufera.

José Ballester (el Curro).- Mi familia tiene veinte hanegadas de de tomate, calabacín, berenjena negra, berenjena rayada. Todo en invernadero, de plástico o de malla. Esto supone un coste altísimo, setenta mil euros, si el campo está limpio. Si hay que limpiar el campo, puede subir a 85.000 euros, por los canales de riego, montar el invernadero, limpiar, etc. El suelo es arena. Su fertilidad se la da el estiércol que echamos. En este invernadero cada año echamos 25 toneladas de estiércol. Aquí hay tomates raf («marmalindo»). Otras dos variedades son patriarca (redonda), y “cor de bou”. En otros invernaderos, tenemos tomate pera y tomate valenciano.

Las grandes superficies te piden tomates duros, fuertes. Si tienen sabor, mejor, pero en invierno los tomates no saben a nada. La piel es muy dura. La temporada del tomate aquí dura dos meses. En otros sitios es diferente, por la clase de tomate y por su sabor. Nos las hacen coger verdes. Yo ahora cojo un calabacín o un pepino, y no cambian en el almacén, no crecen, no maduran. Pero el tomate continúa su ciclo de maduración. No tiene el mismo sabor que si se coge maduro.

Esto no es un problema, lo conocemos de toda la vida. Antes, los tomates «cuarentena» tenían fama en esta zona. Por la sal del terreno, por lo que fuera. Ahora ya no hay porque el transporte es todo en camiones frigoríficos. Hace cincuenta años, los camiones tardaban un día entero en llegar a Madrid. Cruzar La Mancha en el mes de julio solo permitía al tomate cuarentena pasar el trauma.

Raúl Ballester, Curro II, y Pepe Herrero, técnico de la cooperativa.

Raúl Ballester, Curro II, y Pepe Herrero, técnico de la cooperativa.

Antonio Bello y el descubrimiento de la «biofumigación»

Pero la Cooperativa del Perelló no sería lo que hoy ha llegado a alcanzar en términos de calidad y de prosperidad económica, de no haber sido por los experimentos que el agrónomo Antonio Bello realizó en los años 90 desde el entonces Centro Superior de Investigaciones Científicas (CESIC), en su vertiente agraria. Un buen video en torno a este asunto se encuentra en You Tube, sobre el trabajo de Antonio Bello.

José Ballester (el Curro).- En el Perelló tuvimos una gran suerte conociendo a Antonio Bello. Era una persona excepcional. Una vez le dije yo en Madrid, «parece mentira que ustedes trabajen para la Administración, porque lo normal es que cuando uno se enchufa en la Administración trabaja lo menos posible. Todo lo contrario de lo que hacen ustedes, a las doce de la noche todavía en el laboratorio y sin cenar».

José Herrero.- Antonio Bello hacía más kilómetros que el París-Dakar, de Valencia a Albacete, de Albacete a Tarragona… En Ciudad Real probó este sistema con viñas.  Nos enseñó la técnica científica de algo que aquí ya se conocía, pero intuitivamente. La biodesinfección acababa con los nemátodos y con otros problemas. Fue muy oportuna porque la nueva técnica llegó cuando se acababan de prohibir el bromuro de metilo, que era una barbaridad.

José Ballester (el Curro).  Vino Antonio Belló, y me lo presentaron porque yo era de los pocos que habían abandonado el uso de bromuro de metilo, que se usaba para desinfectar. Tiré tres años, y acabé harto. El primer año sin bromuro fue un desastre. Antonio tomó muestras y volvió al mes, y yo, que estaba obsesionado con la plaga, le pregunté que a qué multinacional representaba. El me dijo enseguida que trabajaba para nosotros, en el CESIC. El campo estaba tan mal que en un danone cabían 30.000 nemátodos. El segundo año me preguntó que iba a hacer. Yo le dije que tirar estiércol, rotovatar y regar. Lo de siempre. Pero le advertí que si no sacaba adelante la cosecha,  volvería al bromuro.

El resultado fue bueno, se notó una mejoría. La verdad es que yo era un privilegiado, porque él me hacía visitas todos los meses. Hacíamos catas a diez, veinte y treinta centímetros de profundidad. Se llevaba las muestras a analizar, y me decía a qué profundidad aparecían los nemátodos.

Los tomates se cosechan "pintones" y con estremo cuidado manual.

Los tomates se cosechan «pintones» y con extremo cuidado manual.

Un día traje estiércol, lo descargué, lo distribuí, pasé el rotovátor, regué. Es algo que hacía ya mi abuelo. A los dos o tres días apareció Antonio y tomó muestras. Me llamó al día siguiente y me preguntó en qué le había engañado. «Yo no suelo engañar a nadie», protesté. Me dijo que había salido un resultado raro en el análisis. Volvió enseguida, diciéndome que no tocara nada. Trajo dos catedráticos, uno de ellos especialista en abonos con estiércol. El hombre destapó el suelo donde estaba el estiércol, que yo tenía cubierto con plástico. Al verlo dijo que eso no servía para nada. Yo insistí que  hacía lo que había aprendido de mi padre, que el estiércol tenía que estar fresco. Pero al catedrático eso no le parecía bien. Antonio me preguntó si podían tomar muestras. Se llevó un saco para abonos con la materia del suelo. Me preguntó cuántos kilos de estiércol echaba por metro cuadrado. Por lo menos cuatro, calculé yo. En el laboratorio comparó el estiércol que se había llevado con las muestras de tierra que tenía de otras visitas. Al cabo de una semana me llamó por teléfono, y me envió dos billetes de tren para mí y para mi mujer. Para nosotros las instalaciones de CESID en la Ciudad Universitaria eran una casa de locos, cada uno a la suya. Antonio me llevo al laboratorio y me enseñó los experimentos que había realizado, bandejas con plantones de tomate de diferentes túneles, que era como cultivábamos entonces. Entonces apareció el catedrático que había dicho que el estiércol que yo echaba no servía para nada. Se quedó mirándome, y se puso a reír. Me dijo, “Curro, has echado a perder veinte años de estudios en mi carrera”. Admitió que yo tenía razón, es decir, mi padre y mi abuelo. La teoría de mi padre era echar estiércol fresco, crudo, “gros”, en noviembre. Al fermentar, proporcionaba calor a la arena para que en diciembre, el tomatar, que estaba al aire libre, estuviera caliente. Para los científicos, el estiércol se tenía que echar compostado para que la planta pueda tomarlo. Pero, claro, si estaba compostado no desinfectaba un suelo con nemátodos. Eso es algo que yo aprendí entonces, que el estiércol fresco desinfecta el terreno. A esto le llamamos “biofumigación”, término inventado por Antonio Bello. Aplicar estiércol en crudo, regar el campo y poner el plástico. Cuando fermenta el estiércol, fermenta, libera muchos gases y limpia el campo.

Ahora, los productos que hacemos en invierno son de la familia de la col, y tras la cosecha dejas muchos restos en el campo. Enseguida pasan con la mula mecánica y lo remueves todo. Ahora lo hacemos de un modo regular, estudiado, siguiendo los consejos de Antonio. Es verdad que tuvimos suerte conociendo a Antonio Bello. Era un hombre noble y un científico que respetaba al agricultor y extraía de él su conocimiento tradicional.

Las bandejas con los plantones de arroz crecidos, dispuestas para su traslado al campo.

Las bandejas con los plantones de arroz crecidos, dispuestas para su traslado al campo desde el vivero.

 UN SEMILLERO PRODIGIOSO EN UNA ISLA

Planters Taches es una empresa creada por Miguel Nicola Furió hace 20 años. Miguel era miembro de la cooperativa del Perelló, y el técnico le propuso hacer unas pruebas de semillas porque MIguel tenía un carácter donde se combinaban la curiosidad y el ingenio, dice su yerno Diego. Empezó a hacer plantones para los amigos y vecinos, y al final se profesionalizó y montó la empresa. Hoy tienen tres hectáreas de semilleros hortícolas, la mayoría tomates y cebollas, que hacen a pedido, pero también a la venta libre, y colocan en media España. Suministran a la Cooperativa del Perelló y a muchas otras, porque el tomate valenciano tiene mucha fama. También hacen plantas de arroz para la época de planta del año, que es entre mayo y junio.

Se encuentra en una isla del Perelló, en la misma Albufera, que desde el aire no muestra ni un palmo de tierra, todo son invernaderos. Diego Arnau dirige hoy los viveros que hacen germinar planta hortícola y diversas variedades del arroz. Diego nos muestra los pasos del proceso de crecimiento de los plantones desde que se colocan sus granitos en bandejas. Al final del texto hay una sucesión de fotografías donde se puede ver este proceso.

Diego Arnau.- Los granos de diferentes variedades se colocan en bandejas mediante una máquina, se conservan unos días en una cámara de germinación a temperatura constante (20-21 grados), cada producto tiene su periodo de cámara y su temperatura. Las bandejas van llenas de turba del Báltico o de Alemania, sobre la turba van los granos, la simiente de las variedades del arroz. Se riega la bandeja, se amontonan las bandejas y se meten en la cámara de germinación. Cuando ha germinado, la llevan al invernadero y se colocan a nivel del suelo para que no les afecten las corrientes de aire. Se les riega periódicamente mediante un sistema de lluvia artificial para que no se deshidrate la hoja. Pasan entre 21 y 25 días en el invernadero, hasta que se encuentran dispuestos para el trasplante en el campo. Cada variedad tiene un altura y unas particularidades propias, que recibe su propio tratamientos en abonos.

Planters Taches, igual que la Cooperativa del Perelló lleva a cabo una aproximación al cultivo eco, sin atenerse a los requerimientos más estrictos, limitando al máximo la actuación y el efecto sobre las planta de los productos químicos. Es una producción integrada al máximo. Hacen un uso sostenible de los fitosanitarios, y las aplicaciones son mínimas. Desde hace tiempo, por ejemplo, la lucha contra la tuta del tomate se realiza mediante el nesidiocoris tenibus, el depredador natural de la tuta. Rocían los plantones de tomate con huevos de estos depredadores, y el labrador se los lleva protegidos. Así se evitan tratamientos químicos con insecticidas.

Miguel Arnau en uno de los viveros de arroz.

Miguel Arnau en uno de los viveros de arroz.

Pepe Herrero (jefe del departamento técnico de la cooperativa).- Para proclamar que tienes residuo 0 necesitas unos protocolos exhaustivos. Residuo 0 quiere decir que en el momento de la cosecha del producto no encuentras ningún residuo fitosanitario, lo que no quiere decir que no se los hayas aplicado. Lo aplicas en tiempo y forma para que se disipe. Hora ya no se hacen aplicaciones persistentes. Residuo 0 quiere decir que esos productos se han utilizado con mucha precaución, y que en el momento de la recolección, los controles establecidos registran nada de residuo.

En los campos de arroz se sigue un procedimiento también riguoso en el tema de la sostenibilidad, porque la Albufera es un parque natural y tiene sus eigencias.

Diego Arnau.- Desde hace años se reparten varillas con feromonas para confundir las plagas. Se evita al máximo el uso de productos químicos. Cuando el trasplante es automático (con máquina) o cuando no se quieren hacer tratamientos para eliminar las malas hierbas, no se remueve el agua como cuando se planta a voleo. Se deja que la hierba crezca, luego se hacen los “aixugons” o cortes del suministro de agua al campo. La comunidad de Regantes les advierte de cuándo van a soltar el agua, y cuando la van a cortar. El campo queda casi seco. Pasan una especie de rotovatado para remover las hierbas, y cuando se planta con la máquina, al inundar de nuevo el campo, el agua ahoga la mala hierba, que queda por debajo, mientras que los plantones de arroz están sobre la superficie. Aquí se subvenciona a los agricultores para que solo planten arroz una vez al año, y lo hagan del modo menos contaminante posible. Están obligados a mantener los campos limpios para que siga siendo una reserva de aves y de naturaleza.

En los campos de arroz de la Albufera se planta a voleo, “a barretxa”. Se ponen las semillas en una tolvas que arrastra un tractos, y se escampa el arroz por el campo. Este método deja claros, en las entradas de agua (que arrastra el arroz), en las esquinas, en los márgenes, que son comederos e patos y otros animalitos. A veces en esos claros o calvas se rellenan con arroz tirado desde sacos, cuando crece se trasplanta para que rellene todo el campo. La siembra automatizada se hace porque la manual requiere mucha mano de obra y encima especializada, cosa que hay poco y sale cara al agricultor. La máquina solo necesita dos especialistas, y puede plantar campos enteros en cosa de minutos.

Una parte clave de la plantación es el ciclo del agua. Baja del pantano de Tous, entra por la parte alta de Sollana, por Algemesí, donde ya hay arroz, y corre por caída de un campo al otro. Cuando llega abajo, los motores la vuelven a subir para que el agua circule, no se quede empantanada, se pudra y perjudique los cultivos.

Diego Arnau.- Esto es muy importante de controlar en el trasplante automático. Porque si tiene mucha o poca agua, al poner la planta se ahogaría. Cuando se siembra al voleo se hace con el campo inundado. Antes de sembrar el grano se sumerge en agua dentro de sacos, para que el grano coja peso y al caer no quede flotando. La plantación con máquinas es mínima, residual, en comparación con la de a voleo. El año pasado 1.800 hanegadas entre la Albufera y Pego. Pero este año haremos menos. Trabajamos para campos complicados, campos sucios, o para agricultores con fincas grandes, que prefieren este sistema para ahorrarse mano de obra especializada, que es escasa y cara. La mayoría de nuestra actividad es para replantaciones.

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