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Agricultura y naturaleza

Enric Navarro, Terra i Xufa, Alboraia, Valencia

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«Mi generación es la del retorno a la agricultura»

Enric Navarro es un ingeniero agrónomo vocacional de 41 años, que practica la agricultura ecológica desde hace diez. Dice que está aprendiendo a ser labrador desde que acabó la carrera. Pertenece a una familia de agricultores de la huerta de Valencia, oficio que se interrumpió en la generación de sus padres. La suya, sostiene, es la del retorno a la agricultura, un hecho cuyo impacto no tardará en evidenciarse. Trabaja la tierra por convicción, porque o se reacciona y se hace algo, o el abandono del campo transformará por completo el paisaje agrícola que tenemos. Los puntales de su éxito están en la profesionalización y la especialización. Ha creado, junto a otros socios, Terra i Xufa, una empresa de cultivo y explotación de la chufa ecológica situada en Alboraya, la capital de la horchata. Y también se dedica al cultivo y venta de verduras de temporada. Su mercado está en la ciudad de Valencia, pero también allende las fronteras, donde la harina y el aceite de chufa son muy apreciados.

Texto de Fernando Bellón, fotografías FB y Terra i Xufa

Uno de los campos de Enric en Alboraya

Uno de los campos de Enric en Alboraya

  • Hoy en día, el labrador profesional que quiera salir adelante tiene que llevar en una mano la azada y en la otra el portátil o el smart phone para estar conectado con el mundo.

  • A mí me gustaría verle la cara al consumidor de mis productos, pero no siempre es posible conseguirlo.

  • Urdir una red comercial es lo más importante, y se consigue yendo a ferias, pateando mucho, entrando en contacto con mucha gente, y pidiendo ayuda a los labradores mayores.

  • En Valencia, si la industria se ha desmantelado, el sector primario, más todavía. Se han olvidado de la agricultura.

  • La chufa tiene un alto contenido de ácido oleico, pero no se puede usar en alimentación porque no está autorizada; se utiliza en cosmética.

Mi familia es de labradores. No mis padres, que son de la generación que rompe con el campo. Yo creo que mi generación es la del retorno. Cuando me puse a estudiar agrónomos, yo tenía claro que quería dedicarme a la producción. Pero en casa siempre te dicen eso de “primero estudias, y luego haz lo que quieras”. Así que primero estudié, y lo más parecido que había a lo que me gustaba era ingeniero agrónomo. Cuando acabé, tenía claro a lo que me iba a dedicar. Si me hubieran dejado, primero habría hecho formación profesional, luego agrícolas y por fin agrónomos, el camino lógico.

Cuando yo estaba en la Universitat Politècnica, Agrónomos eran seis años y un proyecto, plan antiguo. Terminé con 24 años, hace quince. Fui de las primeras promociones que se marcharon a Alemania de Erasmus, y allí contacté con el mundo de la agricultura ecológica. En Alemania nos llevan mucha ventaja en agricultura ecológica. En España solo es una asignatura, y ahora hemos conseguido tener un ciclo formativo de FP, pero no hay formación reglada en agricultura ecológica. Yo quería especializarme, y fui a una Facultad Técnica con dos especialidades, Agricultura Ecológica y Cooperación al Desarrollo. Era la Universidad de Kassel, pero la facultad estaba a 35 kilómetros, en medio del campo, entre Kassel y Gottingen, en una comarca agrícola con un valle de cerezos. Era la antigua Escuela de Agricultura Colonial, con invernaderos de más de 100 años, con colecciones de cultivos tropicales, subtropicales, una escuela chulísima. En Gottingen estaba la Escuela Superior, y yo iba allí para alguna asignatura, y el resto, en Kassel. Estuve un año, y aprendí alemán, algo que me ha abierto muchas puertas a la hora de comercializar mi producto.

Al mismo tiempo, entré en contacto con el mundo de la producción ecológica. A la vuelta me puse a trabajar en la Federación de Cooperativas. Muchos de mi promoción trabajaron de técnicos de cooperativas; hubo una hornada muy buena de técnicos. A mí me adjudicaron un proyecto en la Marina Alta, en Castell de Castells, un pueblo de 400 habitantes con dos cooperativas, pueblo pequeño, infierno grande, dicen. Se trataba de revitalizar una de las dos cooperativas, que estaba a punto de cerrar. Me lancé a mis 25 años, hice un curso de Producción Integrada, de la Federación de Cooperativas, que te daba acceso a la ayuda de la Agrupación de Defensa Vegetal. Las subvenciones que había en aquel momento para trabajar como técnico de cooperativa, duraban cinco años.

Yo me mantuve en el proyecto un par de cosechas, no agoté todo el tiempo. Era un trabajo duro, se trataba de algo más que ser técnico, era asumir la gerencia y hacer un proyecto integral, porque una cooperativa así no se puede permitir tener una plantilla de personal. Son cooperativas de montaña, con productos diversos, almendra, vid, aceite. Quería implantar el agroturismo… Y para iniciarme estuvo muy bien.

Pero al cabo de dos años, una de las empresas alemanas con las que había contactado allí, Rapunzel, de mucha solera en el sector ecológico, me contrató para llevar una de las fincas que tenía en España. La que me ofrecieron era un caramelo, una finca de 400 hectáreas de olivar, en Antequera, Málaga, en el centro del mundo oleícola, con almazara propia, moderna. Puse en marcha la finca, donde había hojiblanca plantada. Se trataba de hacer un proyecto que elaborara un aceite apropiado a las tendencias del consumidor alemán, a quien no le gustan los aceites muy verdes, picantes o amargos. Pero en definitiva, un aceite de calidad. Plantamos otras variedades, arbequina, picudo de Baena y cornicabra.

Cuando el proyecto estaba en marcha, a los tres años, en el periodo de la cresta de la ola del boom inmobiliario, decidí hacer otro cambio de vida, y emprender mi proyecto propio. Ese tiempo como empleado ajeno, me sirvió para adquirir experiencia y para que los errores que cometía no me fueran costosos económicamente a mí. Si te inicias con un proyecto por tu cuenta, corres el peligro de hundirte al primer error. Evidentemente, procuras no cometer errores trabajando para otro, pero no corres el mismo riesgo. Fue una decisión personal, basada en la tradición familiar.

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La huerta de Valencia sobrevive al acoso de la expansión-especulación urbanística

Sangre de labrador

Mi madre nació en una alquería en Benicalap, mi padre en una barraca, donde ahora está el campus de Tarongers de la Universidad de Valencia. Eran hijos de agricultores, y les quedaba algo de tierra, la que se había librado de las reparcelaciones forzosas del entorno urbano de Valencia. La gente se piensa que los agricultores de las cercanías de Valencia se han forrado con el boom urbanístico. Algunos, sí, pero no todos. Que les pregunten a los de la Punta, por ejemplo. Nos expropiaron la casa, la alquería, de 800 metros, y con lo que nos quedaba de tierras nos daban 11 millones de pesetas.

Yo decidí que regresaba a l’Horta para aprender a ser labrador. Porque si tardaba diez o quince años en volver, al ritmo que iban, ya no conocería l’Horta ni sería capaz de aprender la profesión. La alquería de Benicalap, llamada del Barbut, sufrió una reparcelación forzosa en la segunda fase del PAI de Ademuz [hoy, el entorno de la Avinguda de les Corts de la capital], con la excusa de que tenían que hacer equipamientos públicos para el primer PAI. Luego, nos hemos llevado la sorpresa de que donde estaba nuestra casa, se levantaba el nuevo Mestalla, una permuta del ayuntamiento con el Valencia Club de Fútbol. Viene a ser un homenaje al descontrol de este país. Era una alquería histórica, con más de cien años. Aunque la más antigua se encontraba en Marxalenes, propiedad de mi bisabuelo. La presencia familiar está registrada desde el siglo XVII, un Félix Valls, que tenía tierras y una vaquería en Marxalenes. Mi bisabuelo decidió hacer una nueva alquería, la del actual nuevo Mestalla, fuera del fielato, la aduana de la ciudad, porque si no cada vez que entraba un carro con hierba de sus campos tenía que pagar. Por suerte, esa alquería histórica de la familia es la Alquería de Félix y está dentro del parque de Marxalenes, no la tiraron. Todavía hay familiares que viven cerca. Ya no nos quedaban tierras en l’Horta.

Tutelado por Vicent Martí, un veterano de la agroecología

Entonces conocí a Vicent Martí, uno de los labradores ecológicos pioneros en Valencia. En aquel momento, Vicent y Ángel, su socio, habían dejado de hacer exportación y empezaban con las cestas para consumidores locales y venta directa. A Vicent le sobraba tierra y fue el primero que me pasó las primeras seis hanegadas, en un campo al lado del suyo, en Massamardà, Alboraya. Era una oportunidad muy buena y no me lo pensé dos veces, porque Alboraya es el cogollo de la Huerta, uno de los pueblos donde se mantiene viva la cultura agraria. Además, Vicent me prestaba herramientas, porque las de mi familia se habían perdido, y se ofreció a tutelar mi aprendizaje. Porque una cosa son los conocimientos teóricos y el bagaje que uno ha acumulado en la universidad y en su experiencia laboral, y otra cosa es el día a día de la producción. En aquel momento tenía 30 años.

Me puse a hacer hortaliza, lo mismo que hacía Vicent, con su sistema para la exportación. Claro, cometí errores. Me puse a cultivar lechugas, un producto de hoja muy delicada. Pero aprendí muy rápido. El principal error es hacer productos sin tener asegurada la comercialización, porque cuando empiezas no tienes los contactos, no tienes urdida una red comercial. Eso se consigue yendo a ferias, pateando mucho, entrar en contacto con mucha gente, gracias a la ayuda de los labradores mayores. Hoy en día, el labrador profesional que quiera salir adelante tiene que llevar en una mano la azada y en la otra el portátil o el smart phone para estar conectado con el mundo. Tienes que conocer las cotizaciones de los precios.

Hubo entre medias experiencias de comercialización como la cooperativa Terra Sana, aunque a mí me cogió muy joven. Fue una experiencia de la que aprendí mucho, lo que se tiene y no se tiene que hacer en el mundo cooperativo. Muchas veces el más importante funcionar de manera cooperativa que el nombre que leve la cosa.

Labores de siembra

Labores de siembra

La importancia de definir un camino y una estrategia

El segundo paso fue el de orientarnos en una dirección. Se acabó definiendo el proyecto porque la empresa alemana para la que trabajé me preguntó si conocía algún productor de chufa en ecológico. Claro, yo estaba en el lugar adecuado, la zona con la denominación de origen. Y en aquel momento no había ningún productor en ecológico de chufa. A mí este cultivo me venía muy bien, porque es un cultivo de verano que ocupa el campo ocho meses. Y en verano, el consumidor local de productos ecológicos desaparece. Lo sabía porque hacia el 2003 yo hacía algo de distribución a las asociaciones de consumidores. El mercado de la exportación también se cierra en verano, porque cuando hay productos en Francia o en Alemania, evidentemente allí se consume producto local. La chufa entraba muy bien en la rotación, y al mismo tiempo unos amigos empezaban un proyecto de horchata ecológica, y ahí nos metimos. Así nació Terra i Xufa.

Lo que hicimos, después de los primeros pasos, fue buscar un valor añadido para la chufa. Queríamos hacer alguna transformación de la materia prima. No exportar la chufa, sino el producto transformado. Claro, como éramos una empresa muy joven y pequeña, la única opción era contactar con empresas mayores, del mundo de la agricultura convencional, dispuestas a trabaja a maquila. Lo que necesitábamos era un socio que transformara el producto y nos lo etiquetara con nuestra marca para comercializarlo. Así nacieron todos los productos que hemos hecho: horchata concentrada, con azúcar de caña ecológica, ágave y fructosa. También luego chufa molida, harina de chufa, uno de los productos que nos pedían para la exportación. En Alemania la emplean como complemento dietético, por sus propiedades, porque la chufa no tiene alérgenos ni gluten, y sí un alto contenido en fibra, con aminoácidos esenciales como la arginina.

Aceite y cerveza de chufa

Sus propiedades son estupendas para hacer barritas energéticas, para repostería ecológica, galletas, magdalenas, también para muesli. Está muy demandada en el mercado centro y nordeuropeo. El segundo producto fue el aceite de chufa, porque la chufa es realmente una oleaginosa, tiene un 30 por ciento de grasa. Parece que en la antigüedad se utilizaba ya. Hay bibliografía que habla de su uso por los egipcios. Lo que más me sorprendió a mí, que venía del mundo del aceite de oliva en Andalucía, es que de ese 30 por ciento de materia grasa, un 80 por ciento es ácido oleico; es decir, la chufa tiene más ácido oleico que muchas variedades de aceituna. Es un aceite cardiosaludable, de categoría. Pero nos encontramos con trabas burocráticas. Al no estar reconocida la chufa como una oleaginosa alimentaria, habríamos tenido que hacer un proceso de legalización del producto que nos costaría mucho dinero. Por eso el aceite de chufa está encaminado hacia la cosmética, una base para hacer cremas, aceite e masajes.

El siguiente producto que hicimos, nos lo encontramos en el primer tratado de botánica, “La Historia de las plantas”, de Teofrasto. Resulta que los egipcios hervían las chufas en cerveza de cebada. Con un amigo que es enólogo, que se había pasado al mundo de las cervezas artesanas, decidimos que, puesto que la chufa tiene almidón y azúcar, sabíamos que acabaría fermentando. Y empezamos a hacer pruebas para elaborar una cerveza ecológica y artesana de chufa. La tostamos, la probamos sin tostar, con harina, sin harina, y al final conseguimos una formulación de la cerveza Antara, el nombre del producto, que lleva cebada, trigo y chufa. Al principio intentamos hacer una cerveza sin gluten, es decir, sólo de chufa, pero al final por temas de sabor, le tuvimos que añadir cereales. Es un producto que nos está dando muchas satisfacciones, a la gente le gusta mucho, hemos conseguido una etiqueta con un diseño muy chulo, realizado por Didac Ballester, que obtuvo un premio por la Asociación de Diseñadores de Valencia.

Nos hemos constituido en sociedad con la empresa que nos hacía el concentrado, Hijos de Salvador Costa. La parte de chufa y derivados de la chufa la lleva mi socio, Paco Planells, y yo llevo la parte de hortaliza.

Terra i Xufa, un cuerpo, dos almas

Llego un momento en que con la chufa que hacía yo no teníamos suficiente, y los labradores programaban muy a gusto el cultivo de la chufa porque les venía bien en la rotación de los cultivos. Me dijeron, “si me estás comprando la chufa, porqué no me coges también la hortaliza”. La horchata es un producto de verano, que se fabrica con la chufa del año anterior. Y en invierno complementábamos la actividad con las hortalizas. En este momento, Terra i Chufa tiene dos almas, una la de la producción y comercialización de hortaliza, y otra de la producción transformación y comercialización de productos de la chufa. En la hortaliza somos cinco personas todo el año. Y en la de la chufa quizá algunas más. Porque la chufa lleva las dos líneas, la convencional y la ecológica.

Yo vivo de mi sueldo. Pero aparte, como soy productor y trabajo unas 25 hanegadas, obtengo rendimiento. Pero te metes en inversiones, mejoras, renovación de maquinaria, y todo eso… No haces la inversión pensando en la subvención, pero claro, te encuentras con algunas como el plan Renove para el tractor, que Conselleria me debe desde el 2010. Al final, un poco empujado por eso, y otro porque me gusta mucho la docencia, aparte de eso también hago de profesor de Formación Profesional Agraria en la Escuela de Capataces de Catarroja. Ahí tenemos un ciclo de producción ecológica. Yo doy clase en ese ciclo y en otro superior de organización de empresa agropecuaria. Con eso, complemento mi renta.

Yo intento transmitir a mis alumnos mi experiencia profesional, no conocimientos teóricos, para que no caigan en los mismos errores en los que yo incurrí. Yo me dedico a la agricultura ecológica porque veo expectativas de vivir de ella dignamente. Claro, hay recetas que hay que seguir.

Tradición y poca prisa

Tradición y poca prisa

Profesionalización, especialización el primer paso ineludible

La primera es la profesionalización. Las nuevas generaciones se tienen que profesionalizar. La gente ha de ser consciente de que esto es una profesión. Los oficios se aprenden solo de dos maneras: o te pones a trabajar con un labrador tradicional, convencional, pero lo más próximo a las técnicas tradicionales, las más parecidas a la agricultura ecológica, o te vas a estudiar a una escuela de formación profesional agraria, que desgraciadamente no hay muchas en este país; pero las que hay lo intentamos hacer lo mejor que podemos. Las personas que empiezan desde cero y piensan que sembrando un caballón podrá sacar lo suficiente como para vivir, pues no. Es muy importante formarse primero, aprender el oficio y luego incorporarse al trabajo poco a poco, ampliando la superficie y todo eso. La profesionalización es eso y muchas otras cosas.

Después hay otra cuestión my importante que es la especialización, una parte de la profesionalización. Ser capaces de definir un proyecto muy concreto. La crítica que hago en clase a mis alumnos es que la generación más joven, la que arranca ahora, carece de la necesaria imaginación. El mundo agrícola es muy amplio, se pueden hacer muchísimas cosas, está todo por hacer en ecológico. Y veo que casi todos se dedican a hacer lo mismo, la cesta con multiproductos para repartir a domicilio, y para vender en directo. Hay que calentarse un poco la cabeza. Por mi propia experiencia yo cogería piezas agroalimentarias que se han quedado fuera de la gran distribución, que no entran el el juego de los supermercados, pero que pueden transformarte tu materia prima.

Igual que hemos hecho nosotros con la chufa, se pueden hacer cosas con las patatas, por ejemplo, transformarlas, hacer una marca de papas ecológicas y distribuirlas. Claro, harían falta cambios legislativos, las cosas no son tan fáciles. Pero trabajando a maquila, por ejemplo. Es decir, que haya una empresa que te preste el servicio de transformar tu producto, cobrándote el servicio prestado, como cuando llevas las aceitunas a la almazara para molturarlas, y te cobran a tanto por kilo, y te dan el aceite envasado, con tu etiqueta para que hagas con él lo que quieras. No se trata de hacer grandes inversiones, sino buscar un valor añadido al producto y comercializarlo por las vías existentes: mercado local, venta directa y exportación.

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A mí me gustaría verle la cara al consumidor de mis productos, por ejemplo. Hemos abierto un puesto en el mercado de Ruzafa. A mí me llena conocer al consumidor de mi producto, pero no siempre es posible conseguirlo.

En la Comunidad Valenciana se ha desmantelado la industria y la agricultura

La Administración ha dimitido de su responsabilidad en el mundo agrario. Todas las administraciones, aunque acaso el Ministerio de Agricultura se salva un poco. En este país no hay política agraria. En la Comunidad Valenciana, si la industria se ha desmantelado, el sector primario, más todavía. Se han olvidado de la agricultura. Y con la crisis nos estamos dando cuenta de que quien está tirando de las exportaciones, por delante de la industria automovilística, es el sector agroalimentario. Hay que diversificar un poco más la economía de este país. Esto se observa a nivel autonómico y local. Aquí se ha abandonado toda política agraria, lo único que se hace es gestionar el dinero que vienen de Europa en forma de subvenciones. Y como ahora la Administración no tiene el dinero que hace falta para complementar esas ayudas, no hay nada. De hecho no tenemos ni Conselleria d’Agricultura, el conseller de Agricultura es el de Presidència. El ayuntamiento de Valencia no tiene una concejalía de agricultura tampoco. Y hay muchísimos ayuntamientos en este país que no la tienen. Y eso que sobra tierra de labor. El Ayuntamiento de Valencia tiene en su término municipal el mayor cultivo de chufa, por referirme al sector en el que yo trabajo. Y no hay que decir nada de las hanegadas de arrozal, en la Albufera, o lo que produce la Huerta.

La actitud de la Administración es es una actitud cero. Tampoco en la formación. La formación profesional agraria es mínima. Hasta hace cuatro años, solo había un instituto de la Conselleria que diera Formación Profesional Agraria, y está en Orihuela, el IES El Palmeral. Ni en Castellón ni en Valencia había. Por fin empezó un instituto en Nules, y en Valencia las dos escuelas de la Diputación, la de Catarroja y la de viticultura de Requena. Un país que quiera tener un sector agrícola potente, en medio del enorme paro juvenil, por encima del 55 por ciento, y con estas perspectivas económicas… yo me plantearía hacer un plan de choque de renovación generacional. En poco tiempo, o se reacciona y se hace algo, o el abandono de tierra transformará por completo el paisaje agrícola que tenemos.

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