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Cultura y comunicación

Entre ríos: Jalón, Piedra y Jiloca

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El Tren de Alta Velocidad atraviesa la estación de Calatayud a toda máquina

Antropología veraniega en el Campo de Calatayud

Por Gaspar Oliver

La comarca aragonesa del Campo o Comunidad de Calatayud es una síntesis económica y social de lo que ha dado en llamarse la España Vacía o Vaciada, no entiendo la diferencia. En números redondos tiene 37.000 habitantes. Algo más de la mitad, 20.000 de ellos, se concentra en la ciudad cabeza de comarca. El resto, en decenas de localidades muchas de las cuales cuentan con una población en torno al centenar de personas permanentes. Sólo Alhama de Aragón, Ariza, Maluenda y Ateca superan los 1000 habitantes, esta última 1800, por su pequeña industria de chocolates.

En verano la realidad se transforma gracias a la “vuelta a casa” de miles de familias que emigraron a ciudades prósperas, porque en ellas hay trabajos accesibles a los que no poseen cualificaciones profesionales, y variados para los titulados en esto y en lo otro. También empieza a hacerse notorio el turismo de personas que vienen de fuera de Aragón o de comarcas ajenas a la visitada.

Tal ha sido mi caso este año, invitado por amigos y familiares que poseen viejas casas de pueblo, utilizadas sólo en vacaciones. No ser de la comarca, ni siquiera aragonés, y haber visitado la zona en los últimos veranos me ha permitido una observación antropológica veraniega y superficial, de la que voy a dar cuenta.

Aragón tiene 47.720 kilómetros cuadrados, y forma un paralelogramo vertical desde los Pirineos, que la separan de Francia, al Sistema Ibérico, compartido con la Comunidad Valenciana y Castilla la Nueva; otros limites son Cataluña al este, Navarra y Castilla la Vieja al oeste.

Extremo pintoresco de la sierra de Armantes, entre Ateca y Calatayud

La zona en la que me he movido está atravesada por varios ríos de poco caudal (Jalón, Piedra, Mesa), y otros de caudal insignificante (Manubles y Jiloca, por ejemplo). Las corrientes de agua permiten la explotación agrícola de frutales, algo de verdura casi siempre para autoconsumo o de consumo local, y maíz, siempre a lo largo de las cuencas, en especial la del Jalón, que recibe buen caudal gracias al pantano de La Tranquera, en el río Piedra, que suministra riego vital y abundante durante el estío. Otros cultivos que necesitan menos agua son el almendro y sobre todo, la vid.

Huerta para autoconsumo (sobrado) de una familia, en la ribera del río Piedra. Los huertos de verdura se mantienen, al contrario que los de frutales, que se van abandonando.

Sin embargo, la tierra está infrautilizada, en especial la franja de huertas en la ribera de los ríos, abandonadas la mayoría por la emigración y por la inactividad funcional debida a la edad o a la muerte de sus propietarios. La superficie de secano suele estar más activa, porque con un tractor y una cosechadora, se cubren centenares si no miles de hectáreas de cereal. Una vez me crucé con un monstruo mecánico de cinco metros de altura en el pueblo de Cabolafuente, propiedad de un vecino, que se ganaba bien la vida recorriendo la comarca y saliendo de ella hacia Guadalajara o Soria. Me explicaron que en el secano se da el caso de cesión de tierras de quienes no pueden o no quieren cultivarlas a cambio de prácticamente nada.

En los pueblos pequeños, como Castejón de las Armas o Carenas, a lo largo del río Piedra, no hay agricultores profesionales, es decir, que se ganen la vida con ese trabajo. Todos se han jubilado, y viven de las pensiones. Los tractores que a veces cruzan los pueblos van guiados por hombres de mediana edad e incluso mayores, que cosechan ciruelas, cerezas o melocotones durante los meses de verano, obtenidos de pequeñas parcelas o paratas a lo largo de los vallecitos. Otro cultivo, a caballo entre el secano y el riego gota a gota es la vid. Calatayud tiene denominación de origen, y son excelentes los caldos de Maluenda o Ibdes, por poner dos ejemplos.

El cuidado de los frutales, que hasta hace poco mantenían sus propietarios, lo lleva un vecino del pueblo o de alguno no lejano, con la ayuda temporal de emigrantes hispanoamericanos, rumanos, ucranianos o magrebíes. No obstante, la mayoría del terreno cultivable de las huertas está abandonado.

Un paisano prepara la tierra de un huertecito. Obsérvese en los bancales del fondo los árboles frutales desaprovechados, porque su cuidado cuesta más trabajo y más dinero.

Una especulación frecuente entre los visitantes de la ciudad a esos pagos es que podían establecerse políticas de aprovechamiento agrícola, entregando o cediendo huerta a quien quisiera cultivarla, por ejemplo parados urbanitas o inmigrantes. Pero aunque parezca una buena idea, se encuentra con obstáculos psicológicos, profesionales y económicos. En el supuesto de que los colonos consiguieran que la producción de fruta aumentara, ¿dónde se vendería, a quién y a qué precio? Es posible que ni los actuales labradores en activo apoyarían un remedio que podría perjudicarles.

Bancales con ciruelos o cerezos en floración primaveral. A pesar del abandono, la imagen refleja el optimismo de la naturaleza.
Este edificio debió ser una fonda. Se encuentra en la estación de ferrocarril de Calatayud. Debidamente reparado, daría cobijo a unas cuantas familias.
Un aspecto de la parte trasera del mismo edificio.

Demografía

El aspecto más llamativo de la Comarca o Campo de Calatayud es el demográfico. Y una consecuencia irremediable es el abandono de las viviendas: parte del suelo urbano de la mayoría de los pueblos (en realidad de todos) es una ruina imposible de reparar. Un concejal de cierto pueblo grande con una pequeña industria que da trabajo a varias decenas de personas lamentaba la incapacidad municipal para detener el deterioro o para reconstruir las ruinas. Los propietarios son familiares que viven en diferentes ciudades, y carecen de estímulos para ponerse de acuerdo en la venta de sus propiedades, sobre todo porque no valen casi nada. Los ayuntamientos tampoco encuentran ninguna razón para expropiar casas hundidas y solares llenos de escombros; necesitarían un plan urbanístico muy costoso, y arriesgado, porque una vez restablecido y saneado lo hoy inútil, resultaría difícil encontrar habitantes fijos. Este círculo vicioso hace imposible el relleno de lo vacío y ruinoso.

Fachada de un edificio en Ateca.
Un almez creciendo en un tejado. La Naturaleza es terca.

Confieso que no he dedicado ni mucho ni poco esfuerzo a documentarme sobre la pirámide de población en esa comarca. Mis observaciones antropológico-veraniegas me permiten concluir que más del 90 por ciento de los habitantes nativos de los pequeños pueblos es pensionista, y digamos que la mitad de ellos tiene más de setenta años, todo esto a ojo de buen cubero. Una visita al bar de la localidad (las que lo tienen abierto) a las horas de mayor afluencia es un retrato demográfico. En un pueblo que no esté en fiestas, casi todos son viejos; durante las fiestas la población es más variada: nativos en plena senectud, nativos emigrados de vacaciones, hijos con frecuencia de los anteriores, mediana edad; y todavía una tercera y una cuarta generación, jóvenes, adolescentes y niños. Todos se evaporan al concluir las vacaciones.

Uno de los representantes de esa tercera generación, que ya no son nativos, sino nacidos y formados en Zaragoza, en Barcelona, en Madrid y en otras capitales, me hacía un oscuro retrato de los jóvenes que conocieron cuando ellos lo eran y visitaban el pueblo de sus abuelos con sus padres. Aseguraba que la droga fluía casi tanto como el alcohol (años 80 y 90), sin duda para estimular el aburrimiento y la desidia de una sociedad juvenil que no estaba acostumbrada a otra diversión que la borrachera y la desmesura. Los accidentes de tráfico se llevaron a algunos de estos jóvenes a la tumba o los dejaron lisiados, y también hubo otros visitantes habituales de las prisiones. Hoy, esos chavales ya entrados en años (me refiero a los que no se han ido del pueblo, o que son vecinos de otros algo mayores) se juntan en los bares de la plaza y dan la impresión de estar fuera de juego, por no decir embrutecidos. No me resisto al estereotipo: la ruralidad en una sociedad urbana puede ser para algunos un salto hacia la barbarie, una barbarie algo heroica, preciso es reconocerlo. Claro que también hay masas de población en las ciudades que se embrutecen con la tecnología digital; son igual de bárbaros, pero nada heroicos.

Paisanos de Ateca disfrutando de una merecida jubilación. Pertenecen a una generación de auténticos héroes generosos.

Universo aparte en esta España Vacía son las mujeres. Las más ancianas no salen de casa si no es acompañadas de una auxiliar rumana, magrebí o hispanoamericana. A las que todavía pueden moverse con autonomía puede vérselas sentadas en bancos o en sillas que sacan a la puerta de su casa, para pasar un rato juntas entreteniéndose en conversaciones que las generaciones posteriores consideran tediosas. Muy pocas mujeres de entre 50 y 70 años tienen una vida activa en esos pueblos diminutos. Tan pocas que su presencia es resonante, porque se dedican a organizar los festejos, o mantienen casas rurales. Sin ninguna duda son la reserva ilustrada de la ruralidad, y las conservadores de las tradiciones, si es que queda alguna.

De la cincuentena para abajo, las mujeres que viven todo el año en los pueblecitos están casadas (alguna habrá soltera, digo yo) con hombres que trabajan en la agricultura, en alguna industria o en oficios prácticos: fontanería, construcción, carpintería, o se dedican a los negocios de exportación (comarcal y nacional) de productos del campo, de manufactura de la fruta, de la viticultura, de la artesanía. Esta franja generacional lleva una vida de estilo urbano, y las mujeres no son dependientes de sus maridos, quiero decir que se observa en las parejas un equilibrio que en los viejos es desconocido.

Agricultor motorizado. La imagen pertenece a la comarca del Campo de Cariñena, con amplias llanuras dedicadas al frutal y a la vid.

Por último, un detalle sobre los nativos que emigraron a las ciudades. Resulta paradójico cómo siendo hijos de campesinos nada pudientes ni prósperos en su juventud, se hicieron médicos, profesores o funcionarios. Una explicación es que la España que les promovió (los españoles rurales que la habitaban) estaba interesada en hacerlo, a costa de vaciarse. Era la España denostada, la dictatorial, la funesta, la España de Franco. Explicar ese salto de la rutina agrícola a la prosperidad urbana es algo incómodo para los de la Memoria Histórica.

Y cierro este capítulo demográfico con otra significativa referencia, los inmigrantes extranjeros. Las familias jóvenes que se ven en los pueblos suelen ser magrebíes (con mujeres bien tapaditas, algunas de las cuales caminan detrás de sus maridos, si bien he visto a hombres empujando carritos de niño o con su retoño en brazos). Los rumanos, que son la nacionalidad más nutrida en el Campo de Calatayud, tienen hasta periódico propio, y también constituyen familias. Los eslavos son mayoritariamente hombres, aunque también hay parejas con descendencia. Ignoro a qué se dedican, pero tengo entendido que se emplean por temporadas en el campo (recogida de la fruta, la uva y del maíz) y en oficios demandados por la población. Me atrevo a especular con proporciones, y calculo que en conjunto no lleguen al cinco por ciento de los vecinos, casi todos en pequeñas ciudades como Calatayud o en pueblos grandes como Jaraba, Ariza o Maluenda.

Una de las pocas viviendas cuidada por sus propietarios. Es una prueba de lo que puede mejorar un caserío.
Uno de los lagartos dormidos.

Paisaje y turismo

“Desde el punto de vista geomorfológico, la cuenca de Calatayud es una reproducción en miniatura de la cuenca del Ebro con tres unidades diferenciadas: las sierras exteriores, el interior de la fosa y el piedemonte”. Esta síntesis la he encontrado en una página web. Según otras páginas consultadas, el relieve sinuoso y no muy elevado del suelo de la comarca es una derivación del sistema Ibérico. Los llanos son excepcionales, salvo en las alturas. Encaramándose a cualquiera de ellas (entre los 500 y los 900 metros) se puede ver una sucesión de montes romos que se pierde en el horizonte en casi todas las direcciones; si no estoy equivocado a esto en Aragón se le llama “somontano”. Hacia el noroeste, se descubre una línea de montañas (estribación de la Ibérica) entre las que destaca el Moncayo, de 2.314 metros de altitud.

En la novela “Alfanhuí” de Sánchez Ferlosio se habla de un paisaje semejante en Guadalajara, y lo compara con lagartos gigantescos sobreponiéndose unos a otros. Es una imagen muy adecuada.

Los ríos Jalón, Jiloca y Mesa pasan por zonas geológicas proclives a las aguas termales, y todavía existen estaciones que antaño fueron muy frecuentadas, y hoy luchan por mantenerse ofreciendo servicios de sauna, baños salutíferos y agua que sabe y huele a rayos, aunque parece que le viene bien a los intestinos defectuosos. Se encuentran en Alhama de Aragón, en Paracuellos de Jiloca y en Jaraba.

El turismo, en especial el de este año en el que salir al extranjero de vacaciones se ha hecho casi imposible, afluye a estos balnearios, y a las numerosas casas rurales. También tiene al alcance de la mano rutas, excursiones a pie o en bicicleta por ese paisaje lleno de sorpresas, porque entre los lagartos dormidos se encuentran rincones verdes e históricos que deben visitarse por su aprovechamiento cultural. El turismo es algo a lo que las administraciones regional y local han dedicado esfuerzo. Se han reparado unos pocos palacios e iglesias, y se ofrece su recorrido dirigido por un o una joven cicerone muy competente. Hay mapas, folletos explicativos y páginas web de calidad y precisión notable. Las construcciones mudéjares son maravillas que resisten las inclemencias y el olvido secular de tiempos pasados, y que las autoridades presentes han protegido y documentado en beneficio del turismo.

En conclusión, Aragón, que fue reino poderoso y constituyente de España, tiene alicientes y una reserva económica potente en todas sus comarcas, incluida la de Calatayud, que se parece mucho a las tierras norteafricanas que rodean el macizo del Atlas, con sus wadis y sus alcázares desmochados sobre peñas desnudas de vegetación aprovechable. Se diría que tierras como estas se resisten a colocarse en la estantería europea, y a mí me parece muy digno de sus habitantes. Europa nunca nos ha salvado a los españoles, que hemos sido sustento de ella. Sólo nosotros, nuestra historia, nuestra cultura y los inmigrantes de Hispanoamérica, y los que huyen de África o de Europa del Este estamos en condiciones de salvarnos a nosotros mismos.

Un paraje ameno como los que encontraba Don Quijote, cerca de Ibdes, de donde, por cierto, es muy posible que fuera el auténtico autor del Quijote apócrifo
Cima de Santiago, en Ateca. Al fondo, estribaciones de la cordillera Ibérica, asomada al valle del Ebro.

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