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Bitácora y apuntes

Los Emigrados de antaño

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Un apunte de Waltraud García

Recojo material para una novelita mía en curso que posiblemente se titulará «Los enigmas de Gostenhof». Y también empeño parte de mi tiempo en acumular conocimientos y referencias sobre el belicoso siglo XIX español, que en esto no se diferencia mucho de las violencias civiles y militares de media Europa de aquella época, pero que destaca sobre países en conflicto como Alemania, Francia o Italia, en que no acopió energías para industrializar su territorio ni en sacar partido a sus mentes dedicadas al provecho de la ciencia y el conocimiento. Lo que se edificó en ese siglo en España fueron excepciones, que tuvieron que luchar contra viento y marea, pero que dieron sus frutos, aunque esto es otro tema.

Me he propuesto hacer una glosa de «Las memorias de un hombre de acción», una serie de veintidós novelas que don Pío Baroja dedicó a la figura de don Eugenio de Aviraneta, un controvertido liberal español, antecesor de los servicios de inteligencia modernos, que no paró de meterse en líos, y que dejó autorretrato de conspirador, cuando no fue más que un agente con criterio propio.

Todo esto irá apareciendo en Agroicultura-Perinquiets y en Perinquiets-Libros a medida que vaya terminándolo.

Dicho lo cual entro en la materia de este apunte: lo que hoy llamamos refugiados, hace dos siglos eran emigrados. Básicamente porque eran pocos y tenían recursos.

En realidad la mayoría de los refugiados de hoy tienen algún recurso, que emplean en financiar su escapada. La desesperación de estas familias por huir de la muerte les hace ponerse en manos de individuos sin escrúpulos, que han creado una verdadera industria de rutas terrestres y marítimas desde los lugares donde la sociedad se desmorona a aquellos en la que se mantiene sólida, Europa y Norteamérica. Como es imposible establecer estadísticas, esta industria más que negra es impenetrable, pero es posible que alcance cifras millonarias semejantes a la industria de guerra. Las industrias del dolor y de la muerte, algo novísimo en la historia de los seres humanos en los términos de masa  a gran escala que ha alcanzado.

Uno de los textos que estoy leyendo es «Unterhaltungen deutscher Ausgewanderten», que Rafael Cansinos Assens tradujo como «Diálogos de los emigrados alemanes», publicada en 1795 obra de Johann Wolfgang Goethe. Estoy utilizando la traducción, porque los textos que preparo los escribo en español, y me ahorro algo de faena.

Goethe fue uno de los emigrados, y la sustancia de lo que cuenta lo vivió en persona, aunque la convierte en ficción pormenorizada que no responde a «hechos reales».

La baja nobleza alemana que tenía sus palacetes a lo largo del Rin, más o menos entre Mannheim y Düsseldorf , abandonaron sus hogares ante la amenaza de la recién proclamada República Francesa, la expansión de la Revolución fuera de sus fronteras, y la derrota del ejército austriaco en Valmy en 1792, y el consiguiente contraataque que lleva a los franceses al otro lado del Rin.

Los emigrados alemanes son o nobles con propiedades y rentas que les permitían vivir bien o burgueses con profesiones, con comercio próspero y hasta pequeñas industrias, que temían la ferocidad de los republicanos. Tenían razones para ello, como años después se vio en la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón, cuyas tropas se llevaron todo lo que pudieron transportar, y arrasaron lo que se les resistía, parte de lo cual dejaron en Vitoria tras ser derrotados por Wellington y las tropas españolas.

La diversión, el entretenimiento de las gentes cultas en aquella época era la música, el teatro, los clubes de lectura pública, el arte plástico, todo ello de un modo ordenado y respetuoso con el clasicismo del que partía el Nuevo Viejo Régimen ilustrado del siglo XVIII.

Goethe imagina a un grupo de emigrados que, para evitar broncas (algunos aprobaban el derribo del Ancient Régime), se dedicaron a contarse historietas y cuentos morales que hoy resultarían insufribles a la mayoría de la población no educada, e incluso a la que se supone culta.

Los cuentos en torno al fuego son una institución antropológica anclada en los primeros siglos de la civilización humana en todas las latitudes, y que dura hasta el siglo XX.

Ignoro si algún antropólogo ha tenido el cuajo y la paciencia de pasar algún tiempo en los campos de refugiados dispersos por los cinco continentes, donde se acumulan cientos de miles de personas, una fracción de los cuales tienen formación académica. El conocimiento sobre cómo entretienen su desesperación estas masas de seres humanos encerrados como ganado sería luminoso.

La conclusión de este apunte es que los emigrados de antaño, unos cuantos, que solían recuperar las posesiones de donde les habían expulsado, hoy son millones de refugiados, que ya no vuelven a su tierra, a su hogar, a su patria.

Yo creo que fue la Revolución Francesa el detonante del fenómeno de los «refugiados», que se convirtieron en masa cuando la guerra, las invasiones, las disputas fronterizas, los nacionalismos emergentes empezaron a provocar daños sin cuento literalmente hablando a la «población civil».

La guerra franco prusiana en el siglo XIX, la Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique, la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, los enfrentamientos en los Balcanes, la persecución de kurdos, armenios, etc por el decadente imperio turco…

Y recientemente las guerras yugoslavas, las atrocidades en el centro de África, las no menos horribles de Indochina, las calamidades de los pueblos de Oriente Medio víctimas del conflicto árabe-palestino, y sobre todo entre los mismos musulmanes.

A finales del siglo XVIII y a principios del XIX las guerras e invasiones no provocaban refugiados en masa, entre otras razones porque las víctimas no se tenían más que a ellos mismos para ayudarse, y escapar de la ciudad o del pueblo no servía más que a quienes tenían algún sitio donde esperar que pasara el huracán, como los emigrados de antaño. La guerrilla española durante la Guerra de la Independencia no es ni siquiera una excepción, porque sus componentes sólo se refugiaban en la espesura cuando se disponían a atacar; mientras tanto vivían en casa.

Es con la aparición de la masa en la historia cuando se registra la hecatombe, siendo paradójico que las revoluciones se hacían para favorecer a esas masas, o a los nacionales de cada uno de los estados en guerra.

Mal asunto este de los refugiados, y mal remedio, como no sea una invasión extraterrestre que imponga razón y orden en el planeta.

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