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Cultura y comunicación

Fin de Semana de un periodista en paro

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Por Fernando Bellón

Mi turno de trabajo en Canal 9 TVV era de fin de semana. Desde el 31 de enero de este año, un afectado más por el Ere, mis fines de semana se han transformado en tiempo de ocio o de aburrimiento, como los de la mayoría de los mortales de este país y de este continente.

El reciente del 22, 23 y 24 de febrero, decidí tomarme mi ocio en serio. Esta es la crónica de lo que los pasatiempos de una ciudad como Valencia han dado de sí en lo que a mí respecta.

Viernes, 22

Decidimos ir al teatro, toda una novedad en mi caso para un viernes. El Teatro Círculo me envía con regularidad y perseverancia correos informativos sobre sus actividades. Hace más de un año asistimos a un espectáculo. Tenía un buen recuerdo de la calidad exhibida. Vamos a comprobar si mantienen el listón.

La obra es Las Presidentas, de Werner Schwab, un autor austriaco que murió joven, al parecer víctima de su propia incontinencia, que acaso era un efecto del hastío y repugnancia que le provocaba la vida que reflejó en sus obras, escenarios cotidianos pero grotescos, con mucha escatología y mucho sexo. Entre finales de 1980 y 1994 escribió 13 textos dramáticos, una novela y algunos libros más. No soy un hombre docto, tomo estos datos de Wikipedia, y los doy por buenos.

Las Presidentas, Die Präsidentinnen, también traducido como Las Santas Madres, son tres pobres mujeres de edad avanzada, católicas practicantes, creyentes, y rebosantes de frustraciones. Werner Schwab, que debió de recibir en su infancia una dosis traumática de catolicismo, conoce muy bien de qué va el paño, y hace un retrato tremebundo. Obra de texto, buen texto, sin sarcasmos fáciles, sin chistes irreverentes, sólo puñetazos emocionales y demoledores en el mentón de la Iglesia

Una obra de esta envergadura moral y dramática puede convertirse en una farsa o en un tostón. La interpretación de Mª Cruz Rodríguez López, Ana Campos del Alcázar, Juana Ardoy Vilches y Nef Martínez es espléndida. La dirección de Cruz Hernández ha sido cuidadosa y esmerada, parece de un profesional alemán. La escenografía, sencilla, es también muy adecuada. Se representa los fines de semana hasta el 10 de marzo, y un amante del auténtico teatro no se la debe perder, porque además ahorra un dineral, el que cuesta viajar a Berlín o a Viena a ver algo de calidad parecida.

El Teatro Circulo se ofrece a sí mismo como una capilla del arte dramático, y cumple con su palabra. Son tan rigurosos con ellos mismos que se maltratan, como por ejemplo, que al final de la obra las extraordinarias actrices no salen a saludar, alegando que el espectáculo continúa un acto más en un aparato de televisión, a mi entender una falacia masoquista, quizá por respeto y coherencia con los textos y la vida de Schwab.

Sábado 23

Desayuno popular y manifestación cívica contra la hartura de ser considerados idiotas por el gobierno y la oposición.

Había oído hablar de Desayuno con Viandantes, pero no tenía una idea clara de lo que era. Aprovechamos una invitación rebotada de Facebook y vamos a averiguar de qué se trata.

Edificio de la antigua Imprenta Vidal, en un recodo de la calle San Vicente, a la altura de la estación del Ave. La cita es a las once. Llegamos puntuales. El escenario es una hermosa ruina, un patio central cuadrado, de varias decenas de metros de lado, y unas galerías a las que está vedado acceder por seguridad. En el centro del polígono, otro formado por mesas rebosantes de alimentos y bebidas no alcohólicas. No es un desayuno valenciano, no hay cacahuetes ni altramuces ni cerveza o vino con gaseosa en porrón: sí hay cocas de todos los tipos y sabores, bollería, incluso lonchas de jamón, queso para untar y otras gollerías; y café, mucho café en termos, te, leche, infusiones, naranjadas, zumos de frutas.

Todo a disposición de los viandantes, la mayoría de los cuales ha traído su porción y más. Quienes, como nosotros, no hemos contribuido, nos servimos de la generosidad de los demás. Sobra alimento y bebida cuando ya son más de las doce. Entremedias se han realizado varias actividades. Una performance a cargo de Lorenza Di Calogero y una violonchelista cuyo nombre ignoro; Lorenza recorre la galería peligrosa danzando. Y también una serie de fotografías realizadas por Eva Máñez y organizadas por los responsables de los Desayunos. Nos reunimos los viandantes dentro de un corazón gigantesco trazado con tiza en el suelo, y también en una multitud arrodillada sobre periódicos atrasados que simulan besar el suelo a la orden de “Hoy es el primer día del Final de la Decadencia”.

La sociedad civil en la Imprenta Vidal, de cara a la galería. Foto F.B.

La sociedad civil en la Imprenta Vidal, de cara a la galería. Foto F.B.

Cerca de 500 personas habrán pasado por la Imprenta Vidal este sábado, y casi todas habrán desayunado gracias a la generosidad de los expertos en la actividad. Alguien habla de solidaridad, pero eso es incorrecto, uno se solidariza contra algo o contra alguien a quien considera enemigo, peligroso o amenazante. Compartir alimento y afecto es un acto de generosidad, de altruismo o de largueza.

Me alegra comprobar algo de lo que ya he dejado constancia en otras reseñas: los cientos de personas de todas las edades, familias con niños, jóvenes, mayores y muy mayores entre los que nos mezclamos en la imprenta Vidal no son los de siempre. Son la sociedad civil en su más variada formulación. Hombres, mujeres, niños y niñas que se reúnen por el placer de hacerlo, de “construir un espacio con su uso” (palabras de David Estal, uno de los organizadores de Desayuno con Viandantes, una idea quizá importada de donde la sociedad civil tiene más veteranía, y que lleva repartiendo desayunos ya cuatro años, siendo el del día 23 de febrero de 2013 el número 37), hacer habitable un espacio de esos que los doctos llaman “no lugar” porque está cerrado, inaccesible o perdido en medio de la nada.

Es la misma sociedad civil que por la tarde sale a la calle a discutirle a los políticos su representatividad, a calificar a los bancos y financieros de este país y aledaños de ladrones, y a protestar porque está harta de que unos y otros jueguen con su futuro, nuestro futuro.

El centro de Valencia está cortado al tráfico, lleno de un gentío de toda edad y condición, funcionarios, trabajadores, parados, jóvenes, jubilados, la panoplia exacta y verdadera de la vilipendiada, menospreciada y envilecida sociedad civil. ¡Qué importan cuántos hayamos sido! Unos pocos miles de personas en la calle son suficientes para que una clase política con una poco de decencia pensara que lo está haciendo mal y empezara a rectificar. No somos los de siempre, somos muchos más.

Las pancartas están escritas con discreción, muchas personas llevan carteles confeccionados por ellas mismas, sujetos a un palo de escoba, con lemas repletos de ingenio y buena voluntad. Me hace pensar en los Cahiers de Doléances, que hicieron conmoverse a los Estados Generales y fueron uno de los detonantes de la Revolución Francesa.

Somos ciudadanos normales y corrientes. ¡Qué importa nuestra religión, nuestra ideología, nuestra afiliación! Es el triunfo inevitable de la sociedad civil, nuestra madurez como sociedad, como nación.
El domingo, cuando repaso los diarios digitales, veo que tratan con mucho melindre las mareas humanas que el día anterior ocuparon las calles de decenas de ciudades españolas, como si hubiera sido un hecho insignificante frente a noticias de primera calidad como las declaraciones del yerno del rey, las de su supuesta amante, la abdicación del Papa o la reaparición de Fidel Castro.

Ignoro si se trata de una “conspiración espontánea” de los medios para proteger a la clase política de la que se sirven como noticia. Pero la sociedad civil se está fortaleciendo en España, y si los gobernantes y poderosos le dan la espalda a este hecho, el hecho les desbordará y les desplazará, para alivio de todos.

Domingo, 24

Cita a las once en la calle de la Rambla, para un paseo guiado por el barrio de Benimaclet. Lo organiza Manuel Cerdá, arquitecto e inspirador y gestor de Multi Cultural Project. El evento se ha anunciado en diversos medios locales y se llama “Benimaclet Dadá Tour”.

Llego con antelación, y me detengo en un bar que hace esquina en un bloque y desde el que se ve uno de los solares que rodean Benimaclet, un aparcamiento de coches, un huerto urbano arrancado de las garras del BBVA y otros hierbajos. Almuerzo a lo valenciano, servido por un matrimonio de magrebíes a quienes los vecinos deben conocer porque les saludan al pasar.

Luego voy al “Dadá Tour”. Pago religiosamente al organizador los 10 euros estipulados, y me uno a otras personas. El recorrido es largo e instructivo, con las explicaciones debidas, casi todas relativas a la arquitectura y al urbanismo. El adjetivo o modificador Dadá lo ha colocado Manuel Cerdá porque en el paisaje del barrio se encuentran elementos que recuerdan la iconografía Dadá.

El estudio Multi Cultural Project forma parte de una iniciativa llamada Benimaclet Entra, una revista y agenda digital del barrio. La componen 14 locales, seis cafés, dos asociaciones culturales, un espacio audiovisual (supongo que una galería y escuela de fotografía), dos espacios escénicos, un espacio multicultural (agrupación de diversos tipos de artistas, asociados para dar clase y realizar sus propias actividades), una tienda erótica, y el Multicultural Project de Manuel Cerdá.

Al concluir el paseo, vamos a Chico Ostra, uno de los locales de Benimaclet Entra, a tomar un aperitivo. Algunos bares o cafeterías de Benimaclet son también librerías de segunda mano y espacios donde los vecinos realizan experimentos gastronómicos. Por poco más de un euro, me tomo una cervecita y un pincho imaginativo. En la estrechura del bar hay diversas paradetas en las que dos o tres mujeres ofrecen productos de cocina. Benimaclet es un barrio que merece una crónica a parte.

El fin de semana de un periodista en paro concluye con una siesta, y una tarde de fomento de la indolencia frente al televisor, viendo una evasiva película de espías de los años 90.

 

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