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Agricultura y naturaleza Historia General de la Agricultura de J.I. Cubero Series

Historia General de la Agricultura, de J.I. Cubero – 20 (Difusión y desarrollo de la revolución agrícola)

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Cosechando chufas en la Huerta de Valencia

Parte Sexta.

La agricultura Moderna

Capítulo 20

La Revolución Agrícola. II Difusión y Desarrollo

Resumen elaborado por Gaspar Oliver. Corresponde al capítulo 22 del libro original.

La difusión de las nuevas ideas agrícolas en el siglo XVIII se convirtió en una moda. Quizá porque la Ilustración, protagonizada por intelectuales agrupados académica, formal o informalmente, estableció las modas en la clase media emergente, tomando la costumbre de la corte; este razonamiento lo hace el autor de la recensión, no el profesor Cubero. Cubero sí recuerda que Voltaire menospreciaba a los agricultores, y decía que en Francia todos leían menos los campesinos.

«A las propuestas del siglo XVII les sigue un periodo de experimentación por agricultores y ganaderos que ponen en práctica una nueva forma de cultivar y de criar ganado; es la época de Tull, Bakewell, etc. Fue el periodo más revolucionario en la innovación. En el último tercio del siglo XVIII, la Nueva Agricultura inglesa salta al Continente. En el siglo XIX se incorporarán, no sin claroscuros, avance científicos y técnicos que terminarán conformando la Agricultura actual». (Pág. 693)

Cubero celebra que mentes brillantes de distintos campos de la observación y la experimentación convergieron en el estudio de una agricultura ecléctica, de la que dice que «es un móvil que lo necesita todo para seguir en marcha».

Hace Cubero un pormenorizado recorrido geográfico por las experiencias y las producciones científicas relativas a la agricultura en la Europa del siglo XVIII. Comienza por Inglaterra y Escocia, porque fue donde primero se difundieron las nuevas técnicas. Grandes propietarios asumieron riesgos y pusieron en práctica preceptos y experiencias de autores reputados. Decididos propagandistas como Arthur Young, que no fue gran propietario, les ayudaron.

A esto se añaden las sociedades de agricultores y ganaderos de Escocia, que se iniciaron en 1723 y de Inglaterra, a partir de 1777; realizaban concursos de ganado, de cultivo, de hortícolas y ornamentales. Las sociedades locales, ya en el siglo XIX, informaban a sus miembros de las novedades, y organizaban cursos sobre abonado, maquinaria y temas sociales. Publicaban revistas y algunas disponían de bibliotecas.

El Board of Agriculture, creado en 1793, desplegó una frenética actividad publicando y distribuyendo estudios y memorias sobre química, fisiología vegetal, riego, etc. Estableció normativas sobre pesos y medidas, propuso fórmulas accesibles para la construcción de mejores instalaciones rurales, y potenció los esfuerzos individuales, elevando la dignidad de la agricultura. En 1840 fue sustituida por la Royal Agriculture Society. En 1815 el gobierno dictó leyes protectoras del grano británico frente al foráneo, que duraron hasta 1846, cuando fueron revocadas por un gobierno partidario del libre comercio.

Francia no tardó en adoptar con entusiasmo las novedades de los ingleses, pero fueron los intelectuales quienes se hicieron cargo de las nuevas ideas y experiencias. Henri-Louis Duhamel de Monceau (1700-1782) tradujo el libro de Jethro Tull, y escribió y publicó los Elementos de Agricultura, un resumen de las novedades. Puso en práctica algunas de las propuestas, en especial la introducción de las plantas forrajeras en cultivo al tercio tradicional, sustituyendo el abonado por el estercolado.

Hubo otros autores franceses como Henri Patullo, que tradujeron y aplicaron técnicas inglesas. No obstante, los consejos no fueron seguidos por una mayoría de agricultores, y se calcula que en 1850, la agricultura gala se encontraba como la inglesa en 1780.

Una personalidad notable y pragmática fue Antoine Auguste Parmentier (1737-1813), que estudió en una técnica experimental alemana de la que hablaremos a continuación. Promovió el cultivo de la patata, extendido en Alemania, pero que en Francia tenía mala y poca fama.

Otro tratadista es el Abate Rozier (1734-1813) escribió un Diccionario Universal de Agricultura, y colaboró con los enciclopedistas, si bien con una mentalidad medieval, al otorgar los principios de la vegetación al agua (el vehículo), el fuego (el motor), el aire (el agente) y la tierra (la matriz en la que se opera). Hubo mejoras del ganado ovino, gracias a la importación de ovejas españolas, pero el ganado vacuno quedó retrasado hasta mediados del siglo XIX, igual que las aves de corral, que no salieron de él durante largo tiempo.

En Alemania destacan Alberto Thaer (1752-1828), Jean Schwertz (1759-1844) y Julius Kühn (1825-1910). Gracias a ellos la agricultura alemana adquirió impulso. Kühn fue el fundador de la fitopatología y de un instituto de investigación dedicado a la enseñanza de la agricultura.

Thaer, propagandista de las ventajas de la patata y de la supresión del barbecho mediante tréboles y raíces, realizó una Introducción al conocimiento de la agricultura inglesa, y su trabajo como publicista fue constante y fecundo. Su obra principal son cuatro volúmenes titulados Principios razonados de Agricultura (1809-1812). Fundó Institutos agrícolas en Zell (1802) y Moeglin (Prusia, 1804). Montó una Escuela Granja Modelo donde mejorar suelos pobres sin gran aporte de capital. Mantenía rotaciones largas y el ganado estabulado, sobre todo el lanar. Dio lugar a la estadística agrícola. Se le considera el primer científico agrícola.

Schwertz estudió la agricultura flamenca, viajó y estudió en diversos países, y dirigió el recién creado Instituto Agrícola de Würtenberg. Recopilo sus estudios y experiencias en Preceptos de agricultura práctica. Kühn, el más joven de los citados, estudió agricultura en la universidad de Bonn y se doctoró en Leipzig, lo que evidencia la pronta aceptación de la disciplina agrícola en el programa universitario alemán. Se le considera el fundador de la fitopatología, gracias a su Las enfermedades de las plantas cultivadas, sus causas y prevención. En 1862 la universidad de Halle le nombró profesor de Agricultura. Al año siguiente, con fondos propios y aprobación oficial, fundó el Instituto Universitario Agrícola.

El caso de España es singular, debido a que la diversidad regional, geográfica y climática no ofrecía posibilidades a soluciones generales. En Valencia «se practicaban numerosas y complejas rotaciones, integrando plantas de consumo con industriales y herbáceas con leñosas, se ensayaron nuevos cultivos introducidos por iniciativa privada y pública.» (Pág. 698) A este respecto Cubero cita la introducción del cacahuete por el arzobispado de Valencia. El botánico Rafael Escrig ha publicado en esta revista un amplio estudio sobre la flora y la fauna de Puzol, localidad valenciana donde existía un palacio arzobispal. En él se recoge un artículo publicado en Madrid en 1799, sobre el cultivo del cacahuete o maní en el huerto de este palacio hoy desaparecido. Comienza así: «No se sabe que se hubiese cultivado en España esta planta hasta que el Arzobispo de Valencia Don Francisco Fabian y Fuero la mandó traer de América más ha de veinte años con otras muchas indígenas de aquel continente, con el fin de enriquecer el jardín botánico que formó en la villa de Puzol…» Los interesados pueden encontrar este estudio pinchando aquí, y a continuación abrir el PDF que lo incluye.

«La superficie de riego aumentaba gracias a la buena conexión general entre señores y agricultores y, lo más importante, existía crédito asequible: los comerciantes adelantaban dinero o semillas para la siembra a un interés asumible». (Pág. 698-699)

Las Sociedades de Amigos del País contribuyeron a la difusión de las nuevas ideas, así como el trabajo de ministros excepcionales como Ensenada, Jovellanos, y Campomanes, que ordenó traducciones de obras agrícolas y escribió sobre problemas rurales y sus soluciones.

Una última muestra de las iniciativas en España en beneficio de la agricultura fueron las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena, que además de colonizar tierras famosas por el bandidaje, permitieron la práctica de la nueva agricultura. Advierte Cubero que el ensayo terminó fracasando por falta de capital y por la oposición de las «manos muertas», que según la RAE son titulares de bienes inmuebles que no podían ser enajenados: comunidades locales, fundaciones, entidades eclesiásticas, capellanías y mayorazgos.

Resume Cubero la situación en Italia, que también tuvo sus estudiosos, y destaca que en Austria la renovación de la agricultura fue lenta, y en Rusia ni siquiera existió hasta la abolición de la servidumbre en 1863.

El siglo XIX. Ciencia y enseñanza

La revolución agrícola, dice el profesor Cubero, inició un doble camino, por un lado la experimentación, y luego y en paralelo la difusión de los resultados.

Repasa en primer lugar los avances químicos. Justus von Liebig fue el primero en demostrar que las plantas se alimentan de nitrógeno, del dióxido de carbono del aire y de los minerales del suelo. Su obra principal Química Orgánica y su aplicación a la agricultura fue traducida a numerosos idiomas, entre otros al español muy pronto, en 1845, y «hubo no pocos ‘becarios’ de nuestro país estudiando con él», informa el profesor.

El descubrimiento de los fosfatos vino seguido tras los experimentos de Liebig. Un escocés, Murray, trató huesos con ácidos para liberar el fósforo contenido en ellos, que pronto derivó en la primera fábrica de superfosfatos mediante el uso del ácido sulfúrico en Inglaterra. Recuero Cubero que Francia se mostró remisa a los avances, y mantuvieron los abonados naturales.

Inglaterra comenzó a importar guano de Chile y Perú, en cantidades tan grandes que se estimó en el siglo XIX que las reservas de deyecciones de aves se terminarían en 1940. Pero acudió la técnica en auxilio de este déficit mediante el uso de nitrato artificial descubierto en Alemania, gracias a los depósitos de potasio existentes en su territorio. Se llegaron a calcular las dosis apropiadas de abonado para cada planta.

Todo esto produjo un retroceso en la importancia del ganado para el abono, entre otras cosas porque no se conocía todavía que el estiércol tiene más funciones que en alimento de la planta en el suelo.

Grandes efectos tuvo la química en la industria. «La barrilla, la fuente tradicional de sosa esencial para la industria textil europea, deja de cultivarse cuando, hacia 1860, Ernest Solvay descubre y patenta un método para la fabricación de carbonato sódico… El descubrimiento de las anilinas, por su parte, inició la síntesis de colorantes artificiales, lo que llevó también a su extinción a los cultivos de un buen número de plantas que se utilizaban para la industria textil, tales como la rubia o garaza, el añil, la guarda, et., y también el nopal para la cría de la cochinilla productora de grana». (Pág. 701) Advierte el profesor Cubero que todos estos productos han vuelto a despertar el interés de los amantes de la tecnología adaptada a las ofertas espontáneas de la naturaleza.

Menciona por último el llamado «caldo bordelés», una solución de sulfato de cobre puesta a punto para combatir el mildiu de la vid en la región de Burdeos.

Y pasa al tema de los avances en la maquinaria agrícola.

La tecnología descubierta y aplicada en el siglo XVIII da un salto de gigante con el hierro y el acero un siglo después. Pero hasta bien pasada la Primer Guerra Mundial, la fuerza motriz dominante en las explotaciones agrícolas estuvo representada por los animales de tiro.

El arado fue la máquina más investigada y experimentada. El empleo del hierro colado era ya generalizado en 1820. En 1837, un granjero de Illinois, John Deere fabricó un arado que servía a los agricultores del Midwest americano. Se trataba de roturar tierras nunca trabajadas y necesitadas de labores profundas, pero eran plásticas y pegajosas y se quedaban adheridas al arado con reja de hierro de fundición y vertedera de madera. Deere construyó todo el arado en acero pulido, y funcionó.

Las sembradoras se modificaron a mediados del siglo XIX. En 1814 aparecen las primeras agavilladoras, aunque las parvas se seguían haciendo en su mayoría a mano. Hacia el fin de siglo, el trabajo mecánico había reducido un tercio la mano de obra.

El escocés Patrick Bell lanzó en 1828 una segadora automática que no patentó para que los agricultores pudieran usarla libremente. Pero alguien la patentó en su lugar y la vendió en los Estados Unidos. McCormick logró construir una segadora basada en estos principios y venderla por doquier. La maquinaria para la cosecha se desarrolla y amplia, afectando a varios pasos del proceso. Hasta 1860 la utilidad de las cosechadoras fue escasa, debido al problema de la superficie trabajada, que debía ser llana y extensa.

Luego vinieron las «locomóviles» locomotoras a vapor sin carriles que ejercían diversas funciones agrícolas. Fueron poco eficientes, a pesar de estar presentes en textos de la época. Insiste Cubero que hasta después de la Primera Guerra Mundial, y en gran parte de Europa el final de la Segunda, no se da el salto definitivo a la mecanización.

Advierte el autor del estudio que «sólo en regiones ricas con agricultores progresistas y con medios económicos, y había pocos, lo usual era la siega con hoz o guadaña por apaleo, con mayal o pisoteo de caballos, todo lo más con trillos comunes. Pero las mentes avanzadas reconocían las ventajas de las nuevas formas de cultivar», y aseguraban que las cosechas eran superiores empleando la tecnología moderna. (Págs. 703-704).

Microorganismos, plagas y enfermedades

Entramos de lleno en el uso de la ciencia y el laboratorio aplicados a la agricultura. Cubero nos recuerda que las figuras clave fueron Louis Pasteur, muerto en 1895 y Robert Koch, muerto en 1910.

«Pasteur descubrió que la fermentación alcohólica (nada menos que la producción de vino y de cerveza), láctica y butírica estaban producidas or microorganismos; la eliminación de estos por calor, las anulaba, algo que posteriormente se transformó en los procesos industriales pasteurización y esterilización. Demostró la inexistencia de la generación espontánea: lo que ocurría en materias orgánicas dejadas al aire eran fermentaciones de todo tipo. Con algún precedente fue Koch el que demostró sin lugar a dudas en 1876 la etiología de una enfermedad de la oveja, el ántrax o carbunclo, y estableció sus famosos postulados que modificaron definitivamente el pensamiento sobre las causas de las enfermedades en los animales y el hombre y, por extensión, en las plantas.» (Pág. 704)

También se comprendió entonces el misterio de las leguminosas, que aportaban nitrógeno al suelo, sin que nadie supiera por qué. La explicación es la acción de las bacterias que forman nódulos en las raíces. En 1888, Martinus Beijerink aisló el primer rizobío.

También gracias a Pasteur y a Koch se pudo identificar el agente causal de las enfermedades. No siempre se pudo encontrar el remedio, que aún hoy en día sólo se consigue recurriendo a la resistencia genética, es decir, a la modificación genética que tantas pasiones desata.

Recuerda Cubero que en el pasado las plagas y enfermedades no tenían efectos desastrosos, por la sencilla razón de que se sembraban semillas heterogéneas, algunas de las cuales eran resistentes, y también porque no se cultivaban regiones extensas, y las rotaciones rompían los ciclos biológicos de los parásitos, algo que los agricultores orgánicos de baja y media escala conocen y aplican bien.

Entre las plagas mayores en el siglo XIX se registra la filoxera, que arruinó los viñedos en casi toda Europa en la segunda mitad del siglo mencionado. Procedía de vides americanas, y el remedio se encontró, décadas después, injertando vides americanas en las europeas, que rompió el ciclo biológico del insecto.

El caso de la patata irlandesa fue el más trágico. El mildiu, posiblemente llegado en barcos mercantes de América Central, encontró a una patata sin defensas, y arrasó tantos cultivos que se cuentan en más de un millón los irlandeses que murieron de hambre y que tuvieron que emigrar.

Nuevas razas y variedades

Se conocía el cruzamiento de las variedades de plantas, pero en el siglo XIX se introdujeron novedades. Un ejemplo es el de la remolacha forrajera, que contenía un 8 ó 9 por ciento de azúcar. Tras las guerras napoleónicas se empezó a cultivar en toda Europa. Y fue en España donde la Casa Vilmorín introdujo una modificación con éxito inmediato, que elevó el contenido de azúcar hsta el 16 por ciento. La selección era un método empírico, hasta que el fraile agustino Georg Mendel,, de Brno, en Moldavia, la uso en claro con sus famosos guisantes. Pocos se enteraron del descubrimiento, y hubo quien se aprovechó y apropió de él. Pero en 1900 se dio crédito al monje, y se desarrolló el método selectivo.

Darwin le llamó «selección natural», cuando era por completo artificial, pues el profesor inglés se basó en experiencias de agricultores y ganaderos británicos. Sus trabajos sobre la reproducción del maíz acabaron desembocando en las variedades híbridas. Algunas instituciones norteamericanas dedicadas al estudio de la agricultura empezaron a experimentar en la producción de híbridos vigorosos.

En cuanto a la selección ganadera, también antigua y arraigada, dio saltos de gigantes en cuanto se conocieron las leyes de la genética. La selección ha dado lugar a razas especializadas en carne, en piel, lana, leche o en ambas cosas a la vez, tanto en el ovino como en el ovino. La reina de las razas de ovejas, la merina, originaria de la Península Ibérica ha acabado en Australia, donde se extraer de ella la mejor lana.

En el porcino ocurre lo mismo, razas locales, por ejemplo, la ibérica, que han sido cuidadas y mejoradas. Cubero señala que el toro de lidia es otra muestra de selección mantenida y aplicada durante siglos, or la bravura de los ejemplares. Y por fin cita la cantidad de variedades en el ganado aviar, que es casi infinita, junto con las razas híbridas comerciales, dedicadas a carne o a puesta.

Educación, extensión, investigación

Deja claro Cubero que la formación del agricultor jamás estuvo reglada, y se aprendió en el campo y a la fuerza, de padres a hijos. Los escritos agrícolas estaban dirigidos a la clase alta, que los leía en el hogar, no en clase. Además. La mayoría aplastante de los campesinos no sabía leer.

Destaca la labor incansable de ingleses como Arthur Young y de Coke, preocupados por enseñar a los agricultores, dentro de un sistema que Cubero llama de «extensión agraria», un sistema de enseñanza práctica in situ. En Escocia se creó la primera cátedra sobre agricultura en 1790. Los sectores profesionalizados eran la veterinaria, la agrimensura y la administración de fincas. Sir John Beennet Laws mantuvo una estación experimental centrada en productos químicos que él fabricaba.

Alemania llevaba la delantera, con 74 estaciones experimentales. Holanda, Suiza, Francia y España emprendieron alguna iniciativa. Dice Cubero que en Inglaterra se desentendieron de la ciencia agrícola, cosa que en Alemania no ocurrió. No tardó en incluir en la universidad asignaturas y escuelas agrícolas, que daban acceso al título de doctor.

La enseñanza de las industrias agrícolas sí se tuvo en cuenta, y resulta paradójico que los agricultores se desentendieran de la formación, pero compraran abonos y maquinaria modernos. Los ingleses acabaron por darse cuenta de la necesidad de la formación y siguieron los pasos de Alemania y de los Estados Unidos, a los que dedica Cubero el capítulo siguiente de su monumental Historia de la Agricultura.

En 1848 se creó en Francia una enseñanza agrícola en granjas escuelas a tres niveles, elemental, medio y superior, pero no cuajó.

En España, los ilustrados no habían podido solucionar el problema de fondo, la tierra de manos muertas, pero sí conocían los problemas económicos y técnicos, y desde principios del siglo XIX proliferaron las Cartillas y Catecismos que daban a conocer los principios elementales de la agricultura. Las primeras clases de agricultura las impartió don Sandalio de Arias en el Jardín Botánico de Madrid. En 1808 publicó un plan para la formación práctica de la agricultura, que nollegaría a plasmarse hasta 1866, con la Ley de Enseñanza Agraria. Sandalio de Arias escribió cartillas y tratados pedagógicos, el último de los cuales se publicó en 1856.

La propiedad y el crédito

Señala Cubero que el camino de la transformación agrícola en Inglaterra, empezando por los cercados que empujaron a grandes poblaciones sin empleo a las ciudades que se industrializaban, fue algo «espontáneo», en el sentido de que lo promovieron y realizaron los propietarios y los gobernantes no tuvieron que hacer más que legalizarlo.

En el resto de Europa ocurrió al revés. En 1779, diez años antes de la Revolución Luis XVI firmó un edicto liberando a los siervos de las propiedades reales. En 1789 se abolieron los derechos de las «manos muertas». Y en 1793 la Convención suprimió sin indemnización los derechos feudales y los diezmos. Se confiscaron propiedades eclesiásticas y señoriales y se puso a la venta el diez por ciento de la tierra estatal.

Estas desamortizaciones no consiguieron más que un cambio de propiedad, que seguía en manos de los más ricos, ahora burgueses. En España, también la tierra estaba en manos de instituciones y personas que ni pagaban impuestos ni estaban interesados en invertir en mejoras. Las sucesivas desamortizaciones a lo largo del siglo XIX no consiguieron solucionar este problema, porque la tierra era comprada por ricos propietarios, algunos de los cuales cercaron sus tierras e iniciaron su aprovechamiento. En otros países como el imperio austro húngaro la situación no era muy diferente. En 1798 se abolió la servidumbre, pero hasta mediado el siglo XIX no se completó. «La razón de esa lentitud se debió, de una parte, a que muchos aparceros-siervos preferían pagar en servicios del señor que hacerlo por un arrendamiento y, paradójicamente, los grandes propietarios preferían obreros libres contratados, y así poder dirigir la explotación con arreglo a nuevas ideas, en lugar de recibir pagos en forma de trabajo obligado pero poco eficaz…. Con la liberación, que supuso, como siempre, la ruptura de este vínculo, al aparcero-siervo se le hizo dueño de la tierra pero debiendo indemnizar a sus antiguos señores por la pérdida en trabajo obligatorio. En consecuencia, como en otras desamortizaciones, los nuevos pero pequeños propietarios hubieron de vender sus tierras y las propiedades terminaron volviendo a las mismas manos.» (Pág. 713)

Rusia fue la nación donde la servidumbre se mantuvo hasta más allá de la mitad del siglo XIX. Contaba, sin embargo, con una institución llamada Mir (comunidad), que garantizaba que cada campesino tuviera una parte equitativa de la tierra, y era responsable de recaudar los impuestos, repartir el trabajo y vigilar que no hubiera miembros más ricos que el resto. En la Rusia soviética el Mir se transformó en los koljoses.

La agricultura es una difícil profesión, dice el profesor Cubero, porque las ganancias no se obtienen hasta después de la cosecha y su venta. «En los tiempos antiguos, la comunidad podía compartirlo todo; sin comunidad, no existe tal posibilidad. Por otra parte, el único capital que consideraba el campesino era el necesario para la siembra y recolección, nunca o raras veces para inversión y mejoras.» (Pág. 714)

Los agricultores no tenían más remedio que pagar grandes intereses a los prestamistas, hasta el 50 por ciento del capital prestado. Los Pósitos castellanos, de los que se ha hablado en el capítulo XX y el adelanto a cuenta de cosecha en el Levante español fueron excepciones. A medidos del XIX se autorizó la creación de bancos rurales, sin éxito, porque los Pósitos estaban arruinados con las guerras carlistas, y el dinero prefería ir a la industria y al comercio. La escasa rentabilidad del campo se agravó con la llegada masiva de trigo americano, a menor precio que el europeo.

Las primeras Cajas de Ahorro (ya no Montes de Piedad) se fundaron en Alemania en la segunda mitad del siglo XIX, pero no estaban diseñadas para dar créditos, sino para recibir ahorros.

Nuevos territorios para la agricultura

«En el siglo XIX se asiste a una extensa colonización de nuevos territorios con un impacto ambiental y, sobre todo, humano, comparable o aún mayor que el sucedido con el primer encuentro del Viejo Mundo con el Nuevo… Se colonizaron con agricultores enormes extensiones de pueblos cazadores-recolectores o pastoralistas. Terrenos que mantenían toda su fertilidad comenzaron a explotarla en forma de productos agrarios.» (Pág. 715-716)

En Argentina se avanza hacia el sur más allá de la Pampa con ganadería inglesa. En Australia se hicieron grandes esfuerzos en convertir los pastizales al cultivo de trigo, y a finales del siglo XIX se obtuvieron variedades resistentes al calor. En ese continente se pone en práctica la primera cosechadora mecánica y el rotovátor, que se fabricó después de la Primera Guerra Mundial. Sudáfrica fue el otro territorio «conquistado» para la agricultura primero por los portugueses, luego por los holandeses, y finalmente por los ingleses; un territorio pastoralista quedó en manos de pueblos blancos y negros agrícolas. Y el último territorio que merece la pena mencionar sonlas extensiones cerealistas de Ucrania y Rusia, más la parte explotable de Siberia.

El profesor Cubero destaca un caso de relativa importancia, pero que tiene como protagonista a un español. Se trata de la agricultura de Hawaii, convertida en reino independiente a finales del siglo XVIII. Cabe recordar que las islas fueron descubiertas por el marino español Ruy López de Villalobos en 1555.

Es el caso que Francisco de Paula Marín (1774-1837) recaló en las islas y se hizo amigo y consejero del nuevo rey, de ideas que los historiadores modernos llamarán progresistas. «Cultivó un amplia variedad de frutas y hortalizas, fabricó por primera vez cerveza, montó una destilería de aguardiente y brandy, manufacturó aceite de coco y cacao, velas de sebo, y cera y cigarros. Fu el primero en plantar viñedos, piña, naranjos, limoneros.» (Pág. 717)

El ensayo como base del progreso se forjó como un apoyo formidable a la «revolución agrícola». Recuerda Cubero que la experimentación ha de estar basada en el método científico, que observa, propone una hipótesis, diseña experimentos que la confirman o rechazan, y se culmina con más experimentos independientes. «Pero la agricultura a lo largo del siglo XIX ofrece un buen muestrario de casos en que, creyendo que se estaban aplicando técnicas científicamente elaboradas no estaban siguiendo uno alguno de los pasos del método científico.» (Pág. 718)

Y ofrece dos casos como ejemplo. Jethro Tull creía que lo que alimentaba a las plantas eran las partículas de tierra, y rechazaba el abonado, y no creía necesaria la rotación, según sus propias experiencias de monocultivo de trigo, que realizó en sus tierras sin comprobarlo en otras y a largo plazo.

Otro caso es el de la separación de agricultura y ganadería. Al descubrirse los abonos inorgánicos a base de fosfatos, potasa y oligoelementos, se supuso que la presencia de animales no era necesaria, y el suelo no volvió a recibir la materia orgánica que le da consistencia y permite la vida micro y macrobiana en su interior. Un ejemplo de los terribles efectos se dio en elMedio Oeste norteamericano. «El territorio de Oklahoma se ocupó en 1889, se eligió el monocultivo del trigo para la exportación a Europa, sumida en sus guerras; se labró sin cesar, desequilibrando el suelo hasta que quedó reducido a polvo… En 1924 un viento del Oeste precipitó inmensas nubes de polvo sobre Nueva York y la cota Atlántica: era el suelo de Oklahoma.» (Pág. 718) Se trataba de un fenómeno conocido como Dust Bowl, que se ha reflejado en la literatura y el cine norteamericanos.

El próximo capítulo estará dedicado a una serie de temas monográficos que el profesor Cubero incluye en este capítulo dedicado a la difusión y el desarrollo de la «revolución» agrícola. Se trata del encuadre histórico del caucho, las conservas en lata y el negocio de las flores ornamentales, en el escenario de la agricultura científica. El siguiente estará dedicado a los Estados Unidos y su papel de acelerador de los adelantos en la agricultura, que también tuvieron sus contrapartidas negativas en el medio ambiente.

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