CARGANDO

Escribir para buscar

Cultura y comunicación

Intensa Natividad 23-24

Compartir

La primera novedad del año 2024 es una entrevista. Los personajes, el editor de la revista y Gaspar Oliver. El dialogo, sobre las visitas navideñas, las reuniones intergeneracionales, la realidad virtual, la esclavitud a la telefonía móvil, y el negrísimo futuro que les aguarda a los jóvenes, del que en gran medida son responsables ellos mismos, por adictos.

Vistazo a tres generaciones distintas y una sola clase media verdadera

Entrevista a Gaspar Oliver

Hace poco escuché en la fonoteca audiovisual “YouTube” una entrevista con el profesor Jesús Maestro, autor de una Crítica de la razón literaria, concebida según el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno. La realizaba una jovencita muy bien atildada, Marta París, de la Universidad de Castilla la Mancha. La primera pregunta que recibió Maestro fue su visión del siglo XXI.

Tres características definen el siglo XXI, contestó el profesor:

Uno, el fracaso de la democracia como sistema político, y el fracaso del concepto de Estado moderno nacido en el siglo XV en Italia; vivimos ya en una sociedad post-democrática.

Dos, el triunfo de la barbarie, de la ignorancia violenta.

Tres, la deshumanización del ser humano, valga la antítesis, en el tránsito que se produce de lo analógico a lo digital. El ser humano ha reemplazado la realidad de la vida por la ficción de la vida a través de la digitalización de la experiencia humana. Las nuevas generaciones se incorporan a un mundo deshumanizado analógicamente y saturado digitalmente de realidades que hacen de las relaciones humanas presentes algo por completo distinto a las que predominaban hace unos decenios.

Comentando con el amigo Gaspar Oliver, uno de nuestros colaboradores, esta magnífica interviú, iniciamos un diálogo intenso que quedó grabado en uno de nuestros teléfonos móviles por error (o por oportuna intervención del complejo mediático de los dueños del planeta).

Ambos convinimos que esta Natividad ha sido intensa en extremo, y que los temas que salían a relucir en la entrevista a Maestro con concisión y precisión nos afectaban a los dos, integrantes de una generación prodigiosa, la última que se educó en una forma “antigua” de ver y experimentar la vida.

Gaspar ha recibido en su casa de Cóbreces, Cantabria, antes Santander, la visita de Waltraud García y sus hijos. En total, se han juntado tres generaciones. Ha sido una intensa Navidad para él. La mía también, paseando por las abarrotadas calles de Valencia y observando usos y costumbres viejos y  modernos.

Gaspar Oliver.- Mi casa es cómoda y los visitantes se sienten bien en ella. Pero yo no imaginaba que tanto. La hija de Waltraud, de doce años, un prodigio de estudiante, no hacía el menor intento de salir de ella. El día de Navidad le pregunté por qué no íbamos a Santander a pasear un rato. Me miró como si fuera un marciano y me dijo que todas las tiendas estaban cerradas, y qué íbamos a hacer.

Fernando Bellón.- ¿Y qué hacía en tu casa?

Gaspar.- Nada que no fuese estar pegada al móvil y, de tarde en tarde, hablar físicamente, sin intermediación digital, con su hermano y la novia de su hermano. Y también con mi mujer y conmigo, claro. Ante una reconvención, dijo que ella no utilizaba el móvil más que tres horas al día, mientras que su hermano empleaba más.

Fernando.- ¿Y era verdad?

Gaspar.- No. El chico estaba ennoviado al máximo. Él y su chica tenían su propio aparato, pero me daba la impresión de que utilizaban el mismo, de tan pegaditos que estaban.

Fernando.- ¿Waltraud o su marido decían algo?

Gaspar.- Waltraud decía que a la adolescencia no se la puede corregir; eso de que “es una enfermedad que se pasa con los años”. Confiesa que, cuando no puede más, se lía a gritos en español, suena más contundente, pero no consigue mucho; los chavales hacen lo que les viene en gana, dejan la ropa tirada por cualquier parte, no admiten premuras ni recomendaciones, son los dueños de la casa. Eso sí, su formación es encomiable. Hacen deporte, tienen clases de piano, son bilingües, se hacen su comida y a veces la de la familia. No son en gamberros ni maleducados. El chico es miembro de una parroquia luterana local, saca buenas notas en el Gymnasium, una especie de instituto de bachillerato, y la chica es un portento. De hecho, tiene más conocimientos que su hermano, siendo tres años menor. Conocimientos “inútiles”, es decir, literatura, historia, geografía, religión… Creo que es más consciente que él de los retos que le vendrán en la vida. Las chicas están más preparadas que los hicos, eso dicen todos los maestros.

Fernando.- Pero recuerdo las descripciones que me hacías de ellos cuando eran niños. Sus padres les educaban con coherencia y sentido de la disciplina.

Gaspar.- Se conoce que las familias jóvenes tienen una idea equivocada de la educación. A los niños se les dirige y se  les limita porque son niños y pueden hacerse daño. Pero la adolescencia les supera. Se les tiene, equivocadamente, por adultos, cuando están pasando la edad más peligrosa para su formación. En nuestra juventud nos peleábamos con nuestros padres, y salíamos perdiendo siempre. Ahora es al revés.

Fernando.- Pues hay quienes pretenden rebajar la edad del voto a los dieciséis años.

Gaspar.- Saben lo que hacen, son políticos astutos y canallas. El problema para ellos es que cada vez hay más viejos, y a esos se les engaña peor.

Fernando.- En resumen, buenos chicos pero un incordio.

Gaspar.- Sólo para personas como yo y mi mujer, acostumbrados a vivir nuestro orden y nuestras rutinas. Nos hemos dado cuenta de que nuestra generación, la nacida exactamente a mediados del siglo XX, fue educada en obedecer a sus padres, cosa que más o menos hacíamos, y a depender de ellos, de sus instrucciones. Ésta de los nacidos en el siglo XXI es la que manda en casa. En casi todo lo demás son parecidos a nosotros y a la de sus padres. Pero las consecuencias de esta barbaridad, junto con la digitalización de todo, serán dramáticas. Por fortuna, ni tú ni yo las viviremos.

Fernando.- Y eso que dice Maestro de que “las nuevas generaciones se incorporan a un mundo deshumanizado analógicamente y saturado digitalmente de realidades que hacen de las relaciones humanas presentes, algo completo distinto a las que predominaban hace unos decenios”, ¿se les nota?

Gaspar.- Sí, con claridad. Hace veinte años, un niño o un joven en una casa con adultos, no tenía más remedio que compartir sus emociones o sus frustraciones con ellos, y viceversa. Hoy cualquier chaval agarra el móvil y se aísla durante horas. En las familias con cierta formación, los jóvenes observan de refilón las costumbres sociales de sus mayores y al menos las conocen, saben convivir a medias. Pero en las clases bajas o en las familias bárbaras, el aislamiento es total. Las limitaciones convivenciales, vamos a llamarlas así, de  los chicos de la clase media baja y la clase proletaria propiamente dicha son enormes, se comportan según modelos digitales o de las series televisivas más enajenantes y estúpidas. Al no tener ni orientación ni obligaciones morales, se conducen por un falso instinto que les dice que el móvil sirve para casi todo, y que no merece la pena esforzarse en nada, porque si les falta algo en casa, lo pueden conseguir en la escuela o el cualquiera de las ayudas del Estado como administración de voluntades cautivas. Con el móvil se comunican, se entretienen, se divierten, aprenden cosas prácticas para sus fantasías y baladís para la vida real, compran lo que no necesitan y venden lo que les aburre, se informan, juzgan, agreden sin salpicarse de sangre.

Fernando.- Pero las emociones y las frustraciones no pueden compensarlas las redes y la realidad virtual. No sé si estamos ya en condiciones de definir los detalles básicos de una sociedad nueva. La realidad realmente existente es compleja, dolorosa, poco amable. La droga digital es casi gratis, no cuesta apenas dinero, ni siquiera el esfuerzo de buscarla. El móvil es barato, es seguro y no compromete, a no ser que seas un imbécil. Pero al final la vida se impone encima de cada quisque, y el teléfono no te salva.

Gaspar.- Exacto, es la única adicción barata y fuerte. La industria audiovisual y las redes digitales, llamadas sociales cuando son lo más antisocial que hay, se basan en la telefonía. El teléfono que cada cual lleva en el bolsillo es como la jeringuilla que hay que llenar para inyectarse felicidad o furia, según el carácter de cada persona. Es una industria prodigiosa, poderosísima. No pasan muchos meses sin que se añada una aplicación nueva o un aparato mejor, más útil. Es añadir valor a lo que no vale para lo esencial, que es intercomunicar noticias útiles, enriquecedoras, estrechar relaciones provechosas y forjadoras de carácter.

Fernando.- Quizá haya verdad en la afirmación de que los grandes propietarios de la industria de telefonía y audiovisual, los que pagan a sus empleados para que inventen aplicaciones fútiles y contenidos idiotas de ficción, son los reyes de la Tierra, y que toda esta industria obedece a una planificación deliberada: someter a las nuevas generaciones.

Gaspar.- Yo creo que es rigurosamente cierta esa idea. El problema que tienen estos sinvergüenzas es que para ganarse totalmente la voluntad de las personas necesitan una ideología, una doctrina. Antes el cemento social era la religión. Todas las clases sociales la aceptaban y la practicaban, de grado, por inercia o a la fuerza. Hoy la ideología, la doctrina del progresismo ilimitado e infinito sólo la comparten los que tienen una formación al menos de bachillerato, y no siempre de modo acrítico ni todos ellos. Los no formados no se andan con medias tintas, que no les hablen de chorradas, están hartos de escuchar monsergas de sus maestros en la escuela, de sus jefes en los trabajillos que les van saliendo; pero saben que todo es mentira, que es hipocresía, que eso de “tendréis menos bienes y seréis más felices” es una chorrada insostenible, lo que desean es tener lo mismo que los hijos de buena familia, gratis y ya, coño.

Fernando.- Es una buena hipótesis. Pero de momento no se ha producido ninguna rebelión que haya puesto en peligro esa globalización de las costumbres. Cada vez que ha estallado un conflicto entre los jóvenes, ha acabado diluyéndose en el parlamentarismo, es decir, en la nada.

Gaspar.- Es cierto. Las rebeliones en Occidente las protagonizaron esos jóvenes de buenas familias, y se desinflaron pronto. Las más peligrosas se han dado en países tercermundistas. Y fueron sofocadas con eficacia por los gobernantes. Pueden ser corruptos y amorales, pero saben hacer su trabajo. Y si no lo hacen bien, les substituyen los fundamentalistas de todo género, indigenistas, islamistas. Tienen sobre los plutócratas globalistas la ventaja de la religión. Fíjate la fuerza que tiene la familia en el mundo islámico. Es lo que les hace fuertes. Entre nosotros, la familia es una antigualla, el género depende de la fantasía de cada cual, se intenta substituir la tradición cristiana por un paganismo idiota. Tienen un aliado fabuloso en al antipapa Francisco. A este paso, las personas que desean darle un sentido a su vida abandonarán el cristianismo. Se harán musulmanes, que al menos mantiene una creencia metafísica sólida.

Fernando.- Por cierto, una vez me dijiste que los hijos de Waltraud eran luteranos.

Gaspar.- Sólo el mayor. Pero en Alemania ser luterano es como ser de un club de fotografía, de ajedrez o de senderismo. No tiene ni idea de la doctrina cristiana. Ni siquiera de la luterana. Practican un buenismo ecológico y medioambientalista inerte. Cuando le pregunto qué les enseñan, dice que nada, que ayudan a los abuelos, y cosas así, hacen excursiones y poco más. El luteranismo, el protestantismo en general ha tirado la toalla, y no entiendo cómo pueden ser tan imbéciles. A este paso, en una década se quedan sin clientela, y tendrán que convertir las iglesias en asilos o en comedores para pobres e inmigrantes . No pueden aspirar a convertirlas en cines o en teatros, porque las nuevas generaciones dan la espalda a los espectáculos públicos.

Fernando.- También me has hablado en otras visitas de la apatía de los jóvenes.

Gaspar.- Es una apatía aparente. Es el aburrimiento típico de los adolescentes. Todo adolescente sobrevive en un lío mental formidable; las hormonas y todo eso. Pero antes se les inculcaba alguna doctrina, casi siempre relacionada con la religión. Nosotros, nuestra generación, introdujo la ruptura. Enseñar a nuestros hijos una doctrina nos parecía inapropiado, forzado, antiguo. Nos cargamos la tradición, igual que el Concilio Vaticano II se cargó el catolicismo. Son dos fenómenos paralelos. Nosotros fuimos educados en el catolicismo, pero el ejemplo de nuestros mayores era tan pobre, que ni el Vaticano II ni la madre que lo parió tuvo efecto. Además, el peso del laicismo simplón era muy fuerte ya.

Fernando.- Y volviendo a la apatía, me parece que en estos tiempos tiene un remedio infalible, que a nosotros nos faltaba. Cuando nos aburríamos nos juntábamos para hacer alguna pequeña barbaridad que nos relajara. Hoy no hace falta ninguna colectividad para sofocar el aburrimiento, tienen el móvil. Se aíslan y se van flotando a donde les lleve su curiosidad más vulgar.

Gaspar.- Cierto. El móvil crea una barrera infranqueable entre el que lo usa y el que no lo usa. Del aburrimiento salen ideas, deseos, propósitos. Del móvil sólo sale aislamiento, seres burbuja, ajenos a la experiencia vital. La verdad es que cualquier chavalito africano les da  mil vueltas en cuestiones prácticas. Y no te digo ya de los chavalitos chinos que viven entre nosotros con sus familias. Tiene gracia, los chinos y los musulmanes son el recambio más seguro para la cultura occidental, porque dudo que sigan al pie de la letra las enseñanzas doctrinales de sus padres.

Fernando.- El mismo argumento podría enunciarse de otro modo: Maldita la gracia que tiene que los chinos y los musulmanes tengan que ser el recambio demográfico de occidente. Al  menos, en España contamos con un montón de hispanoamericanos que comparten nuestra lengua y nuestra cultura.

Gaspar.- Tienen más posibilidades, vienen medio integrados por la cultura común. Y entre ellos la familia tiene más arraigo. Pero hay un lado oscuro en ese colectivo variopinto, son las bandas de matones jóvenes. Puede ocurrir cualquier cosa, por ejemplo, que les vengan las ganas de entrar en política. Imagínate un partido de Trinitarios o de Dominicans. Cualquier cosa. Yo soy muy, muy pesimista. El conflicto entre lo virtual y la realidad acabará estallando, y habrá una generación entera educada en la ficción, acostumbrada a que los problemas reales les vienen resueltos. Esto entre los jóvenes educados. Los que se las tienen que apañar sin fantasías podrían imponerse a la fuerza. No sé. El lío puede ser monumental.

Fernando.- Pero el Estado es un aparato sólido. Pondría en ejecución su fuerza.

Gaspar.- Eso puede ocurrir en Francia, en el Reino Unido, en Alemania. Pero en España, el Estado tiene cada vez menos fuerza, está en descomposición. Una vez que estalle la violencia, casi todo saltará en añicos. Supongo que será la ley de la selva, y los más fuertes y más despabilados se impondrán. Pero sin un modelo de sociedad arraigado en costumbres, tradiciones e ideologías, en una religión, en suma, sin esa reserva, ya te digo, la ley de la selva.

Fernando.- Pues sí que hemos llegado lejos desde que empezamos a conversar.

Gaspar.- Es lo que pasa cuando uno se pone a hablar de las experiencias.

Fernando.- Que 2024 te sea propicio, colega.

Gaspar.- Igualmente, bro.

 

Artículo anterior
Artículo siguiente

1 Comentario

  1. Rosa Main 6 enero, 2024

    Muy interesante la conversacion y para pensar «en serio». Sobre la ñoca fuerza del Estado Español, sobrevivir «en lo virtual» y sobre el peligro de la violencia, entre otras cosas!!

    Responder

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Siguiente