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Mil palabras de Azorín Series

Mil palabras de Azorín (D y E)

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Rafael Escrig ha buscado más de mil palabras poco usadas en los ensayos y novelas de José Martínez Ruiz, Azorín, ha realizado una investigación lexicográfica y las ha ubicado en diferentes contextos.  Esta entrega contiene palabras que empiezan por las letras D y E. Azorín fue un escritor de la generación del 98 que recuperó en sus escritos vocablos del español del Siglo de Oro.

Rafael Escrig

DESENDORMISCA

De des-, del prefijo latino dis-, y endormiscar, de dormitare, dormitar, quedarse medio dormido.

ENDORMISCAR: adormecer, adormilar / DESENDORMISCAR: desadormecer, espabilar, despertar.

El vocablo desendormisca está tomado de la lengua murciana, con influencias del valenciano: de, endormiscar-se. De hecho, es un vocablo de uso actual en las zonas rurales, como también lo son: cachirulo, calbote, camal, cordeta, cucarse, corcar, charrar, chulla, embolicar, enamoriscarse, esclafar, escupinnajo, fosca, gafarrón, llanda, llengua, mamprender…

El reino de Murcia fue repoblado sucesivamente y en mayor medida por catalanes en una proporción aproximado del 24%, seguidos por los aragoneses, un 18%, castellanos, 22%, navarros, 7%, valencianos, un 4% y el resto estuvo formado por vascos y también, en menor proporción, de otras naciones extranjeras. Históricamente, diversos autores han atribuido un buen número de características del murciano a la influencia lingüística del catalán, juzgándola superior a la herencia e influencia aportada por el aragonés o el mozárabe. Por tal motivo, igual que el vocablo desendormiscar, existen cientos de voces catalanas, que han quedado como testigos de aquellas repoblaciones y que están vivas en la lengua murciana.

Aunque he contemplado la posibilidad de que se trate (en un 50%) de un catalanismo, hemos de considerar que el vocablo desendormiscar, no figura en el Diccionari de la Llengua Catalana, del Institut d´Estudis Catalans, y sí está en el Diccionari General de la Llengua Valenciana, de la RACV, lo que me hace suponer que no es vocablo catalán, o no está en uso en Cataluña. Por lo que podría tratarse de un valencianismo o de un vocablo autóctono, derivado del mozárabe murciano.

El significado que da el DGLV, es: Desendormiscar. v. tr. Fer deixar d´estar endormiscat // refl. Deixar d´estar endormiscat.

Por otra parte endormiscar, sí consta en ambas lenguas, veamos en el DLC: Endormiscar. v. tr. Adormir lleugerament, fer començar a dormir // Començar a dormir.

Y en el DGLV: Endormiscar. v. tr. Adormir de manera llaugera, escomençar a dormir // refl. Escomençar a dormir-se. // Mig dormir-se.

Endormiscar, como verbo reflexivo, lo tenemos en valenciano, en multitud de ejemplos, veamos, de la mano del poeta Xavier Casp i Verger (1915-2004), este párrafo perteneciente al artículo “De l´humor i l´ironia, al trellat”:

Pensaba yo que seguixc diguent, problemes als problemes i no problemática, perque es que encara no m´ha ensenyat ningu a trobar la solucionatica en conte de les solucions; ya se que aço vol dir que estic antiquat. Per a no estar-ho mes, se me va ocorrer conectar la televisio perque, segons pareix per l´imparable imfluencia que eixercix, es una feliç manera d´endormiscar-se. I ha segut una sort, perque en eixe moment un catedratic de filologia de l´Universitat de Valencia, per a demostrar que la llengua valenciana i la catalana no son dos sino una nomes, feu esta declaracio formal: “En Valencia, en Barcelona i en Mallorca, cap, ma, dit i ungla son iguals; aço vol dir que es la mateixa llengua que te dos noms, catalá i valencià, molt dignes els dos”. Despres d´eixa explicacio tan rotunda i cientifica, he reflexionat i, quasi per chamba, he fet un descobriment important per lo que revela: que el castella també es catala, com ho demostra que “amor, amar, ironia, ser, estar, musica, mar, pintor, pintar, sentir, humor, servir, tren, cara, pensar, tocar, besar, cantar”, etc., i una llarguisima tirera d´etceteres, son paraules catalanes. Davant d´esta realitat. Crec que conve anar preparant l´eixamplar els irrefrenables “Països Catalans”.

La referencia de Azorín que he seleccionado, está extractada del artículo que publicó en portada para el diario El Globo de Madrid el 8 de febrero de 1903: “Notas sobre España Vieja. En Torrijos”. Pertenece a su novela del mismo año “Antonio Azorín, pequeño libro en que se habla de la vida de este pequeño señor”. En 1902, trabajaron como redactores del periódico, Azorín y Pío Baroja. A partir de esta época comenzará a firmar como Azorín, hasta entonces lo venía haciendo como José Martinez Ruíz.

Es preciso comer. Retorno al zaguán. Y entonces grito más fuerte que antes, doy grandes golpazos, levanto la cortina de un cuarto. En la obscuridad, una mozuela duerme con un niño en los brazos; la luz la desendormisca e instintivamente chasca la lengua y vuelve a balancear rítmicamente la silla, cunando al niño. La llamo insistentemente. Despierta y me dice que el ama ha salido a la plaza. No sabe cuándo volverá; acaso a medio día. Yo encargo de comer y salgo. El sol baña de lleno la inmensa plaza; en el fondo, cogiendo un lado, se yergue un caserón disforme, a medias destruido, con saledizos balcones, recios, firmes los anchos sillares de los muros, afiligranado el blasón que campea sobre la puerta.” Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 266.

DIMINUTA

Del latín diminutus. Excesivamente pequeño.

No hay en la naturaleza ni en la realidad, grande ni pequeño, máximum ni mínimum; porque nada absoluto es posible, sino en la idea. Así, pues, todo mínimo como todo máximo, es puramente relativo. La misma Tierra, es un diminuto punto azul, en el extremo de una galaxia a la que llamamos Vía Láctea, inmersa, a su vez, en un Universo inconmensurable.

Gusta Azorín de usar este adjetivo, quizá por su sonoridad, aunque también emplea otros con el mismo carácter, para mostrar las cosas pequeñas, tal vez, con el ánimo de darles mayor relevancia. Igual que en el conjunto de su obra nos muestra lo importante de las cosas menudas y sencillas, también, en su léxico, nos regala con esas palabras que celebran lo más pequeño.

En esta y las siguientes entradas, como una reafirmación, van unidos lo diminuto y lo microscópico:

Van y vienen por las calles clérigos con el manteo recogido en la espalda, frailes, monjas, mandaderos de conventos con pequeños cajones y cestas, mozos vestidos de negro y afeitados, niños con el traje galoneado de oro, niñas, de dos en dos, con uniformes vestidos azules. Hay una diminuta catedral, una microscópica obispalía, vetustos caserones con la portalada redonda y zaguanes sombríos, conventos de monjas, conventos de frailes.”

Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 248.

Mientras, Azorín piensa en que estas dos mujeres viven sin duda en un viejo caserón, con un enorme escudo sobre la puerta, con un lóbrego zaguán empedrado de menudos cantos, con ventanas diminutas cerradas por celosías.”
La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 162.

Subimos un escalón; luego nos encontramos con un diminuto receptáculo; luego, a la derecha, reptamos por una escalera pendiente; ya en lo alto, llegamos a un angosto pasillo, torcemos a la izquierda, y nos hallamos en un cuarto reducido, con tres mesas de marmol y un ventanillo microscópico.”
Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 268.

La referencia que adjunto más abajo, está tomada de “La Voluntad”, se trata del capítulo XXIX de la primera parte, el último. En sus once párrafos, podemos encontrar tres veces el adjetivo diminuto y, otras cuatro, otros adjetivos sinónimos: minúsculas manchas, las casas diminutas, la microscópica silueta, pequeñísimo dentelleo, el minúsculo trazo, los diminutos cristales, un diminuto nimbo… Vale la pena leerlo por lo curioso de la insistencia.

A ratos, el gemido del viento, el tintinar lejano de una esquila, el silabeo imperceptible de una canción fatigosa, conmueven el espíritu con el ansia perdurable de lo Infinito. Y Azorín contempla a través de los diminutos cristales el cielo gris y la llanura gris.”
La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 143.

DOLOMELO

Probablemente se trate del escarabajo buceador “Dytiscus marginalis”. Coleóptero de unos 20 a 35 mm. De color pardo oscuro con una banda amarillenta que le rodea todo el cuerpo. Su nombre Dytiscus, del griego dytiskós, buceador, alude a su capacidad para desplazarse por el fondo de los estanques, donde caza a otros pequeños insectos y larvas.

Existen cientos de especies de insectos acuáticos, con la propiedad de desplazarse sobre la superficie del agua (de andar sobre el agua), gracias a la tensión superficial del líquido. Estos insectos, se pueden agrupar en dos grandes familias: los Guerridae y los Halobates. El más conocido por todos nosotros es el Gerris lacustris, vulgarmente llamado zapatero.

También hay muchas otras familias de insectos coleópteros que viven sobre el agua o sumergidos en ella, aunque todos ellos tienen respiración pulmonar y han evolucionado con estrategias que les permiten respirar el oxígeno de la superficie: Podura, Gyrinus (escribano), Dytiscus, Notonecta (garapito), etc.

El nombre de la especie que Azorín trae en la referencia recogida más abajo, no es el científico; se trata, posiblemente, de un neologismo o del nombre vulgar de alguna de las familias aludidas. Doy como probable el nombre de “Dytiscus marginalis” porque se ajusta al comentario en su referencia: “corren bajo la superficie de los lagos, como el dolomelo orlado”. Pero desconozco su identidad exacta. (Ver el artículo anexo a la entrada ARGIRONETA).

Julio Casares, con una pizca de sentido del humor, en su crítica sobre el estilo de Azorín “Crítica profana”, dice sobre los tecnicismos usados por éste:

“En varios linajes de tecnicismos ha incurrido Azorín y no siempre con ventaja para la propiedad, según veremos en los ejemplos siguientes. Todos oímos y decimos que una madera está apolillada, y solemos llamar polilla al insecto que roe y taladra las vigas y los muebles, produciendo ese ruido singular que en las horas de silencia nos llena a veces de inquietud. Nuestro autor ha preferido llamarlo anobio, nombre científico cuya etimología nada nos dice de la forma del insecto ni de sus cualidades destructoras. Puestos a usar un nombre griego, hubiera sido mejor el de xilófago (que come madera), de no emplear el castellano y exacto de carcoma, o el poético de “reloj de la muerte”. En este mismo ramo de la entomología habla Azorín, en sus novelas, de artropódidos, díctilos, metilófilos, aeridios, cetonios, dolomelos, etc.”

Miguel de Toro y Gisbert, en su libro “Los nuevos derroteros del idioma”, tampoco se queda corto con la crítica y hace sus propios comentarios a propósito de los neologismos y tecnicismos usados por Azorín, y aunque no los nombra, probablemente esté pensando también con términos como: alexifarmaco, argironetas, epeiras, o el mismo dolomelo. Dice así:

“Neologismos propiamente dichos apenas los hay entre los substantivos. Pueden clasificarse acaso en esta categoría de voces: distingo, autorretrato, autoanálisis, fronda, por arboleda, enarcadura, desvinculación, ininteligencia, modalidad, membratura. Al género científico pertenecen: árades, oruca, tejenaria, teniza…”

Viven bajo las aguas, como la argironeta; corren bajo la superficie de los lagos, como el dolomelo orlado; fabrican su morada so las piedras, como la segestria; se agazapan en un pozo guateado de blanca seda, como la teniza minera; se columpian en aéreas redes, como la tejenaria. Corren, nadan, salta, vuelan, minan, trepan, tejen, patinan. Y en su insociabilidad hosca tienen como mira capital, como sentido esencialísimo, el amor a la raza.”

Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 206.

LETRA E

ELZEVIRIANOS

Perteneciente a los Elzevir. Familia de judíos holandeses, famosos impresores, cuya actividad transcurrió entre 1580 y 1712.

Los Elzevir o Elzeviro fueron una familia de editores que duró 132 años y gozó de gran prestigio durante el siglo XVII. Sus ediciones fueron famosas por su pequeño formato, su precio económico y el objetivo de entretener. Fueron, en la época, la génesis de lo que hoy se conoce como libro de bolsillo.

La saga fue fundada por Lodewijk Elzevir, natural de Lovaina, hijo de un maquinista de Plantino, que fue otra imprenta de la época que gozaba de gran esplendor debido a la exclusiva con la Iglesia para imprimir textos religiosos. Allí trabajó en su juventud, pero por motivos religiosos emigró al norte de Holanda, a Leyden, donde fue librero, editor y bedel de la Universidad. Tuvo nueve hijos y a su muerte en 1617, estos continuaron con el negocio editorial, abriendo librerías en La Haya, Utrech y Ámsterdam.

Los Elzevir, fueron más comerciantes que editores, ya que no se preocuparon tanto de la calidad del texto, ni de la corrección de pruebas, como del negocio de las ventas, en el que no tenían competencia. A esto ayudó el beneficio aportado por las circunstancias de la época en Holanda, donde existía una mayor libertad de prensa con respecto a los demás países de Europa y donde el libro estaba experimentando un auge como bien de consumo.

En 1620 obtuvieron el título de impresores de la Universidad, siendo entre 1622 y 1652 su mejor momento. Publicaron más de 2000 obras, la mayor parte de ciencias clásicas, como religión y teología, aunque destacaron también en los libros de derecho y de política.

Se llaman cifras elzevirianas, minúsculas, de texto, no alineadas o de estilo antiguo a las que no tienen la misma altura y pueden tener trazos descendentes. Hasta el siglo XIX las cifras elzevirianas eran las más habituales, pero tras la introducción de las alineadas en Inglaterra, fueron desplazadas poco a poco por estas últimas.

La tipografía elzeviriana se identifica por presentar remates triangulares, trazos modulares y ligero contraste entre las astas. Es una letra perteneciente al grupo llamado “Romana antigua”: desigualdad en el espesor del asta y terminales curvos e inclinados. La más conocida de las letras modernas de esta familia es la “Times New Roman” llamada así, porque fue diseñada para el diario “Times” de Londres en el año 1931.

Llenan los estantes de oloroso alerce, libros, muchos libros, infinitos libros –libros en amarillo pergamino, libros pardos de jaspeada piel y encerados cantos rojos, enormes infolios de sonadoras hojas, diminutas ediciones de elzevirianos tipos-. En un ángulo, casi perdidos en la sombra, tres gruesos volúmenes que resaltan en azulada mancha, llevan en el lomo: Schopenhauer.”

La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 19.

ENCENTÓ

De encentar, con epéntesis de la segunda n, por influencia de comenzar. Derivado de decentar, del latín inceptare, empezar. Derivado del antiguo encentar, y éste del dialectal encetar, voz común a todos los romances hispánicos.

1. Comenzar. Empezar el uso y consumo de alguna cosa.

2. Disminuir, mordisquear, cortar.

Generalmente está relacionado con los manjares sólidos: encentar un queso, encentar un pan, encentar un melón. También con el sentido de estrenar una cosa: encentar una lectura, encentar un trabajo (aunque es menos usual). Está vivo en valenciano. En algunos lugares, aplicado a la mujer, cuando ésta ha dejado de ser virgen.

Eugeni S. Reig, escribe en el periódico digital EL PUNT AVUI, en fecha 18–03-2013, un artículo titulado “El verb encetar en valencià”, donde entre otras cosas nos dice:

Actualment, en tots els parlars valencians, el verb encetar significa “començar alguna cosa de menjar o de beure que tenim l´evidència que està completa, sencera, íntegra, intacta”. Podem encetar un formatge, un pa, un meló, un bescuit, una llandeta de sardines o una botella de cervesa, però no podem encetar una peça de roba o un ciri, perque no son comestibles. Per això podem dir que encetem una botella de vi quan tenim la seguretat que no ha estat mai abans oberta. Antigament el verb encetar era usat pels valencians per a expresar el concepte de tindre un home relacions sexuals amb una dona verge. En l´ Espill de Jaume Roig llegim:

“Lo crex aument,

Injustament

Moltes lo prenen,

Qui saben venen

Ja ençetades

He violades

A l´encartar”.

Aquet significat, actualmente, no es viu.

“El pastor ha jurado coger con la mano una raposa. Ha trabajado mucho Matías para cogerla y no lo ha conseguido. Una vez puso la mano en el cerro a una raposita, y la raposita le encentó un dedo de un mordisco y salió escapada. Los zagales y los hateros se rien de Matías.”

Doña Inés, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, pag. 80.

ERGOTIZANTES

De ergotizar. Del latín ergo, por tanto, a consecuencia de, a causa de.

Ergotista. El que abusa del sistema de argumentación silogística.

Para insistir en esta palabra, he escogido un texto del escritor y crítico español Andrés González Blanco (1886-1924), que escribió para la revista uruguaya «Pegaso». El título de la crónica, que vio la luz en enero de 1920, es, sencillamente, “Pérez Galdós” y se escribió en homenaje al fallecimiento del ilustre escritor:

“En Galdós –se ha dicho antes- hay un “substratum” de españolismo. Lo que subsiste en Galdós de la tradición clásica es el amor a cierto sutil discreteo muy en el gusto de nuestro teatro antiguo, que si entonces se expresa en verso y llega a cumbres de “poesía metafísica”, en Lope de Vega, por ejemplo, cuando trata de los celos con un ergotizante lirismo, calando en honduras psíquicas, hoy se expresa en clara y corriente prosa, en “román paladino” y hasta con intenciones y lenguaje positivistas, y llena páginas enteras en “Realidad” o en “La Incógnita”.

Pero por encima de este españolismo latente, flota en Galdós todo el espíritu europeo, el espíritu de los tiempos nuevos, lo que llaman los alemanes “Zeitgeist”. Así ha podido escribir un crítico francés, un historiador de las literaturas universales, Frederic Loliée: “Leyendo alguna de las últimas obras de Pérez Galdós se siente uno muy lejos de las españoladas de antaño. Se creería uno más bien encontrar en presencia de un drama de origen escandinavo que ante la obra de uno de los sucesores de Lope de Vega.”

Espléndidamente florecía la Universidad de Salamanca en el siglo XVI, Diez o doce mil estudiantes cursaban en sus aulas durante la segunda mitad de esa centuria. Hervían las calles, en la noble ciudad, de mozos castellanos, vascos, andaluces, extremeños. A las parlas y dialectos de todas las regiones españolas mezclábanse los sonidos guturales del inglés o la áspera ortología de los tudescos. Resonaban por la mañana, a la tarde, los patios y corredores con las contestaciones acaloradas de los ergotizantes, las carcajadas, los gritos, el ir y venir continuo, trafagoso, sobre las anchas losas.”

Páginas escogidas, Altea (Alicante), Editorial Aitana, 1995, pag. 263.

ESCORIAL

De escoria, del latín scoria, y éste del griego skoría, de skór, excremento.

1. Sitio donde se han echado, o se echan las escorias de las fábricas metalúrgicas.

2. Montón de escorias.

En esta entrada, inevitablemente, hemos de pensar con El Escorial, pues se ha especulado mucho sobre el origen de ese nombre. La idea más extendida es que deriva de un escorial, según la primera acepción del Diccionario Usual de la RAE: “sitio donde se han echado las escorias de las fábricas metalúrgicas”. Sin embrago existen otras dos teorías y, a primera vista, parece que ninguna de las tres es definitiva. Veamos lo que nos dicen los investigadores:

“El topónimo de El Escorial parece proceder de la vegetación dominante en su entorno en el momento de su fundación, el roble y la encina –aesculus en latín-.

Así lo indicó ya el padre Martín Sarmiento en 1762, que derivó el término Escurial del bajo latín esculealis –adjetivo de esculus o aesculus-, del cual nació la voz esculeal, escurial y escorial, esto es, un terreno poblado de ésculos, carbajos y quejigos.

(Aesculus: nombre latino dado por Linneo, en 1753 y 1754 a partir del latín antiguo aesculus, -i, el roble, lo que resulta sorprendente, aunque en los numerosos autores de la antigüedad que lo usaron, como Plinio el Viejo, precisan que es uno de los árboles que producen bellotas, quizá de ahí proviene la confusión con los verdaderos Aesculus, puesto que el roble y la encina, pertenencen a la familia de la Fagáceas, y sus nombres científicos son Quercus robur y Quercus ilex respectivamente)”.

Otra teoría, propuesta en su momento por el padre José de Sigüenza, deriva el término Escorial del latín scoria, que significa inmundicia o desecho, referido especialmente a aquellos resultantes del trabajo de los metales; significaría, por tanto, un lugar donde se abandonaban esos desechos o un montón de escorias.

Y la tercera teoría, señalada por Andrés Avelino de Salabae y Artea, propone su origen en el vocablo escouro, con el significado de lugar oscuro, debido a la abundancia de arbolado en aquella zona.

Así pues, aunque hasta hoy se ha dado más crédito a la etimología del padre Sigüenza, como la derivada de “escoria”, fundada en que el bosque que se extiende delante del Monasterio se llama Herrería, lo que formó la creencia de que antiguamente había allí minas de hierro o fraguas para labrar este material en bruto. Pero lo cierto es que jamás hubo minas ni herrerías en ese paraje, así que tampoco hubo escorias. El vocablo herrería es contracción de herrenería, sitio de herrones, que es el forraje en verde para el ganado, lo que nos lleva a la primera teoría, la del padre Sarmiento, fechada en 1762 y que hace derivar la etimología de Aesculus, por los encinares que abundan en el lugar, aunque éstos no sean del género Aesculus.

Los días van sucediéndose; de lo pasado sólo queda un escorial. Ruinas de recuerdos, de sensaciones, de imágenes. Y sin emoción por nada; indiferencia a todo; caminar frio por los caminos.”

Félix Várgas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1928, pag. 63.

ESTRIDORES

De estridor, del latín stridor, –oris, sonido agudo, desapacible y chirriante.

1. Que produce ruido y estruendo.

2. Que molesta por su violencia, su extravagancia o su exceso.

En medicina, el estridor, es un sonido respiratorio anormal, chillón y musical causado por un bloqueo en la garganta o la laringe y que generalmente se escucha al inhalar.

Sin salirnos de la medicina, el estridor es el ruido que se causa con los dientes al apretarlos. Es el rechinar de dientes aludido por Mateo en 8,12: “… mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera, allí será el llanto y el rechinar de dientes.”

En el “Diccionario histórico, cronológico, geográfico y universal de la Santa Biblia”, editado en Madrid el año 1788 y escrito por D. José Armesto Goyanes y D. Vicente Sarrate, en la entrada correspondiente a “dientes” (entre las entradas didrachma y diestra), podemos leer:

“Se usa esta palabra en la Escritura; cruxieron con sus dientes sobre mí: declararon su furor, emulación, y rabia contra mí. Romperá el Señor los dientes, ó muelas de los impíos, impedirá que hagan mal á los buenos. El Profeta Amós amenaza á los Judíos con pureza de dientes; esto es, que no tendrían a que aplicarlos, ó que padecerían mucha hambre. Para expresar el Señor en el Evangelio el rigor con que han de ser castigados los condenados, usa freqüentemente de las palabras “Gremitus dentium”, ó estridor de los dientes. De sus enemigos dice el Salmista que sus armas eran sus dientes, para explicar su implacable furor, y deseo de hacerle mal.”

Una noticia más la encontramos -esta vez mencionando los dos términos: estridor y rechinar-, referido a los síntomas de la epilepsia, en el libro: “Medicina práctica de Guadalupe” escrito por D. Francisco Sanz de Dios y Guadalupe y editado en Madrid el año 1750.

El autor, en el Libro II, Capítulo X, referido a la epilepsia, dice así:

“Los señales se dirigen à prevenir la epilepsia imminente, à conocer la preferente, y à manifestar la parte del mineral espasmódico. Se rezelará la imminente si huviesse sueños turbulentos, torpezas, y pesadez, dolor de cabeza, sonnolencia, vértigos, timidez, ò tristeza, tremores en esta, ò la otra parte, ruido en los oídos, representarse à la vista un objeto de varios colores, torpeza en la lengua, y otros muchos, que se pueden amontonar; pero los señales propuestos son los proprios, bien que no siempre concurren todos.

Los señales que manifiestan la actual están incluidos en la definición, y son el estridor ò rechinar los dientes, caer arrebatadamente, con privación de sentidos, convulsión, ò vibración de sentidos, convulsion, ò vibracion en las partes del cuerpo, los ojos se invierten, sale de su orden la boca, la respiración anhelosa, y sofocativa, la que demuestran con golpes violentos en el pecho: algunas veces acompaña porción de espuma por narices, y boca.”

En el contexto de la frase recopilada de Azorín, la palabra estridor, estaría mucho más cerca de estridencia, en el sentido no tanto de ruido, sino, en su significado de: “violencia o desmesura de la expresión o de la acción”:

Pero ocurre un fenómeno singular, que yo no he advertido en ningún otro escritor: los estridores y negaciones de Baroja no dan idea ni de odio, ni de rencor, ni aun de leve inquina. Todas sus censuras están tan impregnadas de naturalidad, están todas tan dentro de un ambiente espontáneo, sin deliberación previa maligna, que el interlocutor de Baroja, o su lector, no experimenta sensación penosa.”

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 997.

EVÓNIMOS

Del latín evonymus. Bonetero. “Evonymus europeae”.

Arbusto que se cultiva en los jardines de Europa, sirve para setos, y su carbón se emplea en la fabricación de la pólvora.

El genial novelista Luis Landero, Premio de la Crítica y Premio Nacional de Literatura, en su novela “El balcón en invierno”, haciendo un guiño a Azorín, recoge la palabra evónimo por ser, precisamente, una de esas palabras que acompañan las descripciones de nuestro novelista y que llegan a caracterizarle. Veamos el fragmento aludido:

“Manuel Pérez Aguado ha dibujado en la pizarra dos viñetas para ilustrar lo que va a ser su primera clase de literatura. En la viñeta A se ve un corral donde hay un árbol frondoso. Claro que, en realidad, es un arbusto […] El árbol, o el arbusto, tiene un nombre precioso: evónimo, y también se llama bonetero de Japón.  Debajo del evónimo hay un niño y una vieja sentados en sillitas de paja. La vieja es menuda y de lutos muy limpios. En su nitidez milimétrica, parece como descrita por Azorín, y así le hubiera gustado a Manuel Pérez sacarla en el dibujo, porque así es como la vieja, que es su abuela y se llama Francisca, pervive en el recuerdo. El niño es el propio Manuel con seis o siete años. Hay también algunos pájaros cantores, y al fondo se ve un campanario con un reloj. La escena ocurre hacia 1955 en un pueblo de Extremadura que tiene también un nombre muy lucido: Alburquerque”.

Es muy usual, en los textos de Azorín, encontrar un seto de evónimo, y yo me pregunto si no le daba lo mismo nombrar el consabido seto de evónimo, que uno de mirto, de tuya, de ciprés, de mioporo o de cualquier otra especie de las empleadas en jardinería. También en las novelas realistas de Pio Baroja, podemos encontrar un tipo de descripción muy similar, cuando retrata esos paisajes del Madrid tan sórdido. En “La Busca”, podemos leer: “Alboreaba la mañana, ya no llovía; el cielo, aún obscuro, se llenaba de nubes negruzcas. Por encima de un seto de evónimos brillaba una estrella, en medio de la pálida franja del horizonte, y sobre aquella palidad de ópalo se destacaban entrecruzadas las ramas de los árboles, todavía sin hojas.”

Veía la cinta del cielo azul que entre los dos aleros de los tejados se extiende; los patizuelos con evónimos y en que los blancos muros de cal tienen un zócalo de intenso añíl pintado; las estancias silenciosas de las casas modestas, en que tal vez hay un armario con libros viejos, olvidados de todos; las pequeñas iglesias modestas; el campaneo al amanecer y durante el crepúsculo vespertino. ¡Oh excelso muro! ¡Oh torres coronadas! Sobre el cielo limpio se destaca la alta torre de la mezquita; una fuentecilla mana en el patio, entre unos árboles, con un son continuado y rítmico. ¡Oh fértil llano! ¡Oh sierras levantadas!

Al margen de los clásicos, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 1051.

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