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Cultura y comunicación

Callejón sin salida

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Una visión sin medias tintas del laberinto en el que los españoles nos hemos metido. La única nación en Europa que alberga en su parlamento partidos a los que España les importa un comino.

Fernando Bellón

¿En qué rincón del laberinto nos encontramos los españoles? ¿En qué punto del recorrido? ¿No lejos del principio, en lo más intrincado de él, moviéndonos hacia la salida?

Primero vamos a ver a qué llamamos laberinto. Laberinto es, en este artículo, periodo convulso, encrucijada política. ¿En qué fecha empieza este laberinto español? ¿En 2004, tras los atentados islamistas, con la victoria electoral de Zapatero? ¿En 2017, con la revuelta del independentismo catalán? ¿En 2018, cuando la moción de censura de Sánchez a Rajoy? ¿En 2023, con el segundo gobierno Sánchez gracias al apoyo de los separatistas catalanes?

Es posible retroceder en el tiempo, e irnos a 1978, con la Constitución democrática. A 1975, la muerte de Franco. A 1939, victoria del ejército rebelde contra el Frente Popular. A 1936, sublevación de parte del ejército republicano contra el Frente popular. A 1931, instauración de la II República Española.

Y de salto en salto hacia atrás, podríamos llegar a 1812 y a 1808, la Constitución de Cádiz y el levantamiento contra la invasión napoleónica. Aquellos españoles no eran muy distintos a nosotros.

Luis Carlos Martín Jiménez señalaba con ironía en un reciente artículo en el El Catoblepas que se observa una tendencia histórica desde hace 200 años, «que empezó dividiendo el imperio español, y seguirá dividiendo el 10% de lo que queda en Europa de él».

Es una ironía muy seria. Porque simplemente con la lectura de cualquier resumen bien documentado de la historia española de los últimos 25 años se observan manifestaciones exactamente iguales a las que hoy se cruzan los parlamentarios en Las Cortes, sobre el tema clave de la ruptura, disolución, confederalización de España o revolución proletaria y nacionalista a la vez. Estábamos ya entonces bien metidos en el laberinto.

Y parece que seguimos en el mismo sitio. Sólo se diferencia nuestro tiempo de los anteriores en que lo vivimos con la intensidad del presente, flotando en la deriva de un pasado que sigue vivito y coleando.

Volvamos al principio: ¿En qué lugar del laberinto nos encontramos? En cada tesitura los españoles sin ambiciones políticas, los ciudadanos corrientes, pero no idiotas nos hemos hecho la misma pregunta: ¿Volveremos a los garrotazos? ¿Entraremos en una nueva fase libre de angustias?

La respuesta a la primera pregunta es inquietante. La respuesta a la segunda no nos quita la preocupación.

Los seres humanos somos así, no es patrimonio exclusivo de los españoles. La dialéctica de la historia es inacabable, no hay paraíso final.

Pero los españoles, a diferencia de los franceses, británicos, alemanes, italianos, holandeses, polacos, etc., somos los únicos que tenemos disolutores, rompedores, secesionistas, aborrecedores de España en el gobierno de la nación y en el parlamento.

El miércoles 10 de enero se ha dado el enésimo ejemplo en las Cortes, mientras se discutía la aprobación de ciertos decretos leyes: Miriam Nogueras, portavoz de uno de los grupos que desean la ruptura de España decía: “Nuestros votos están al servicio de los ciudadanos de Cataluña y de nuestro país, no al suyo ni al del reino». Más claro, agua, aunque eso de “los ciudadanos de Cataluña y de nuestro país” es algo enigmático.  ¿No es Cataluña su país, su nación? ¿A qué se refería? Este misterio es ejemplo del caos que albergan las mentes de esos españoles antiespañoles. Otra diputada catalana dejó claro antes que ella en el mismo foro que España le importaba un comino.

Hacer esta afirmación en la cámara de representantes del pueblo español es propio de un demente y de un cobarde. ¿Por qué no se atreve a levantarse en armas en Barcelona, que es lo que más efecto causaría en su deseo de fraccionar España? Ni tienen vergüenza, ni tienen redaños, ni tienen posibilidades. Pero ahí están, encerrándonos al resto de los españoles de bien en el laberinto.

Así que toda especulación sobre la salida del laberinto es una pérdida de tiempo. Lo inevitable es que, tarde o temprano, el trayecto acabará mal.

Tampoco especular sobre si podremos evitar el daño mayor nos consuela. Cada día que pasa muestra que esta acción de las sabandijas antiespañolas está teniendo consecuencias graves y las tendrá peores. Porque no son sólo la fracción separatista, una minoría desdeñable (en términos estadísticos), sino centenares de miles de españoles quienes odian su identidad, pero no pueden dejar de serlo. Y esa frustración se convierte en un muro que los separa de quienes conocemos bien nuestra historia, nuestro papel en la historia de Europa y del mundo, la potencia universal de nuestra cultura y de nuestro idioma.

En fin, que el laberinto es un callejón sin salida. ¡Válganos la providencia!

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2 Comentarios

  1. Rosa M Marin Torrens 12 enero, 2024

    Bueno, quizás la salida compre da varios aspectos: que en algun momento se vea la dimension real de los nacionalistas que son una minoría (en Cataluña han sacado menos votos que el PP y se creen con derecho s todo!!). que los españoles recuperamos la «autoestima» y la fe en nuestro pais y en todos nuestros logros a traves de la historia y no me refiero precisamente solo a los políticos sino mas bien a otros como: a los artísticos, literarios, cientificos (con apenas medis, ete…), solidarios, etc….
    Empecemos a reforzar nuestros aspectos positivos que son muchos….
    …..Y a nivel político seamos valientes y cambiemos de una vez la ley electoral que da tanta fuerza a «minorias separatistas».

    Responder
  2. Manuel 13 enero, 2024

    Coincido en parte del análisis. Tan solo añadir que no creo que sea un fenómeno únicamente español. Recordemos que en EEUU, la cuna de la democracia liberal, hubo hace nada un asalto al poder legislativo. En Brasil también pasó lo mismo. En Escocia forzaron un referéndum que los independentistas perdieron. Ganó el Brexit… Estamos en un momento de transición y crisis de la democracia liberal. Buen artículo en cualquier caso.

    Responder

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