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Agricultura y naturaleza

Invitación a la reflexión sobre la posibilidad y conveniencia de crear una Asociación cultural Perinquiets

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UNO

En estos momentos Perinquiets es una publicación digital concebida como un experimento, y que ha dado unos frutos superiores a los previstos. Nueve meses después de su aparición, los promotores de Perinquiets y un grupo de profesionales de la sanidad y alguna otra disciplina hemos dado en pensar que puede haber llegado el momento de una metamorfosis: convertir Perinquiets en una asociación cultural, en un núcleo de actividad cívica.

Esta idea parte del deseo de unirnos a la densa nube de asociaciones, ateneos, plataformas y grupos de amantes de las ciencias, las artes, las letras y la responsabilidad ciudadana que bullen en la sociedad española, y que dan voz y forma a multitud de colectivos que en su conjunto integran lo que conocemos por sociedad civil.

El fortalecimiento de la sociedad civil y la participación de ésta en las decisiones sociales (económicas, culturales, cívicas) hasta ahora (auto) reservadas a los políticos profesionales, es algo que todavía está por articularse en España, pero que se ha puesto en marcha de un modo espontáneo, e imparable si no es por la fuerza. Los tiempos de crisis, corrupción, manipulación mediática y confusión ideológica que vivimos estimulan la búsqueda de soluciones de las que seamos responsable y ejecutores los ciudadanos. Hasta ahora nuestro papel ha estado limitado a depositar un voto en diversas elecciones. Mecanismo que no produce el efecto previsto y necesario, la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones.

La sociedad española está madurando a pasos agigantados, sobre todo en estos momentos en los que se ve obligada a ello por la falta de vergüenza de muchos investidos (legítimamente, es decir, con nuestro voto) con la autoridad de dirigirla. Tal movimiento está dando lugar a una proliferación de asociaciones de todo género y objetivo. Perinquiets podría ser una más.

La pregunta inmediata ante tal proyecto es: ¿Qué pueden aportar los interesados de Perinquiets a esta efervescencia civil? ¿Qué desean y necesitan aportar?

DOS

La sociedad española posee una formidable multitud de grupos asociativos.

Excluyo los habituales y tradicionales: clubs deportivos, cofradías, casales y casinos folklóricos y festivos, asociaciones de padres y madres de alumnos, asociaciones de vecinos, asociaciones profesionales, asociaciones benéficas y de cooperación, y otros de variada naturaleza que son el cañamazo del entramado social en términos políticos prácticos, es decir, que alimentan y sostienen la vida y el funcionamiento de las instituciones políticas y económicas formalizadas en la Constitución, en concreto los partidos políticos.

Cuando hablo de la formidable multitud de grupos asociativos me refiero al asociacionismo vasto y comprehensivo del ámbito cultural (son legión), del ámbito juvenil, del ámbito relacionado con el medio ambiente, de la medicina alternativa, de la educación o formación educativa, de la agitación política desde los márgenes del sistema, del llamado de género (gay y lésbico), y dentro de éste del asociacionismo de las mujeres en su variedad de aspectos (cultural, reivindicativo, empresarial, etc.), y muchos otros ámbitos difíciles de etiquetar.

Si pudiera medirse la creatividad, la energía producida por la sociedad civil en estos ámbitos, superaría (también en presupuesto) y hasta doblaría a la gastada en el mantenimiento de tantas instituciones sufragadas con dinero público que, supuestamente, contribuyen a la cohesión de las sociedad o de las comunidades sobre las que ejerce su competencia.

Esto desmiente la idea dominante de que la protección y subvención públicas de las artes y las ciencias es la base de la salud social. La salud social la estamos fomentando y preservando todos aquellos que estamos asociados o que cooperamos con cualquiera de estas iniciativas privadas, civiles, y lo hacemos sin obtener ni esperar ni un céntimo a cambio de nuestro esfuerzo.

El gran paso de la sociedad civil española será el que dé cuando arrebate a esa falaz iniciativa pública el control de las grandes sumas de dinero empleadas en favorecer la creatividad y la iniciativa (indiscutibles) de un selecto grupo de ciudadanos, cuyo mérito suplementario es el de estar bien relacionados con quienes reparten el bacalao.

Esto supone un cambio de modelo político que todavía está por definir, y que la acción y la fuerza de esa sociedad civil irá perfilando y acabará imponiendo, del mismo modo que sucederá en otros países europeos, que llevan recorriendo este camino más tiempo y con más experiencia que nosotros. A mi entender ese cambio se producirá antes en Alemania, en Suecia, en Islandia (si no se ha producido ya), y nos servirá a otros de ejemplo.

Pero la naturaleza de la sociedad civil no es la de actuar directamente en política. De hecho, en la sociedad civil (o la sociedad a secas) existe una inmensa diversidad ideológica, política, religiosa, de motivación y de objetivos. Y uno de los cimientos de esa sociedad moderna o de democracia avanzada es que tamaña variedad sea preservada mediante el respeto y la no-exclusión de ninguna opción, salvo la de quienes pretendan suprimir la democracia.

Una cualidad diferenciadora de la sociedad civil es la voluntad de imponer a quienes la tienen secuestrada (el Poder institucional) la participación en las decisiones. Una cualidad que va anudada a otra, la responsabilidad. Ningún ser humano capacitado tiene derecho a que se le proporcione gratuitamente nada que él no sea capaz de gestionar, de dirigir, de hacerse responsable. Lo que pide el ciudadano actual es que se le deje actuar en su propio interés, que las instituciones públicas no monopolicen esas funciones ni pongan trabas a su libre desarrollo.

Para llegar a este extremo se ha de perfeccionar mucho el sistema político y social, y la contestación, la rebelión, la repulsa del entramado de privilegios, de corrupciones, de clientelismo que se da en casi todos los países democráticos y modernos va en esa dirección. Toda Europa está en ello, Oceanía y quizá también las dos Américas. Al mundo islámico, al Oriente indochino le queda tramo por recorrer, pero se mueve en la misma dirección. Incluso la doliente África no tardará de salir de la estructura política medieval que sucedió al colonialismo.

Pero para llegar a ese umbral de grata convivencia también se ha de efectuar un intenso e inmenso trabajo de educación, de formación cívica.

Ese será el resultado del silencioso quehacer de la multitud innumerable de grupos, colectivos asociaciones, que forman nuestra sociedad civil.

Por eso es tan importante que calen en ellos, en todos nosotros, un puñado de virtudes que se dan por habidas, pero que en la realidad están ausentes o casi ausentes del intercambio colectivo: responsabilidad, rigor, coherencia, constancia, generosidad, abnegación. Todas ellas están en las declaraciones de principios de la mayoría de las asociaciones, clubs, etc. Pero se ignoran con una ligereza que pasa factura a corto plazo, pues la mayoría de esos grupos de deshacen al poco de formados, pierden su utilidad, provocan la decepción y el desánimo de sus miembros, víctimas de sus propias flaquezas, o se imponen despóticamente a otros grupos que consideran enemigos o competidores, los suprimen, los excluyen, y por lo tanto se excluyen del lote de la sociedad civil de una democracia avanzada.

Si la sociedad civil alemana, la británica, la francesa, la belga, la escandinava, etc. son superiores a la española, la portuguesa, la italiana o la griega, por ceñirnos a los llamados países cerdos, es sencillamente porque ellos, los europeos del centro y del norte, son más serios, más consecuentes, más comprometidos que los mediterráneos en sus actividades civiles.

¿Por qué un español se empieza a comportar como un alemán diligente y digno de confianza cuando lleva unos meses trabajando en aquel país?

La respuesta a esta pregunta deja ver bien a las claras que el problema no es genético sino cultural. El principal objetivo de la joven sociedad civil española es elevar su formación cívica y cultural. Y lo está haciendo, lo estamos haciendo.

Cómo, sería una impertinencia proclamarlo. En eso no hay más maestro, mas fórmula mágica que la (buena) voluntad de cada individuo entrelazada a la (buena) voluntad de otros individuos.

TRES

Toda actividad cívica, colectiva que pueda imaginarse tiene su reflejo en una asociación, colectivo o club. Todo está inventado. Por ello es determinante que los amigos de Perinquiets tengamos bien clara cual puede ser nuestra aportación a ese magma bullente. ¿Podemos aportar algo a él, organizados en una asociación propia, o acaso es más eficaz y más satisfactorio unirse a otra que ya exista? ¿Estamos dispuestos a ser coherentes o nos comportaremos como consumados retóricos ante la responsabilidad adquirida al dar el paso? ¿Qué podemos aportar? ¿Cómo? ¿Con qué propósito leal, consciente, abierto?

Este debate tiene más de dos siglos de antigüedad, y sigue sin resolverse. Pero estamos llegando al límite de la sinrazón, al límite de la explotación de los recursos del planeta, y las palabras de Kant al principio de su Contestación a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? siguen teniendo vigencia, aunque fueron publicadas en 1784:

«Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por ningún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.»

 

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