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El nacimiento de Alándalus Cultura y comunicación Series

La batalla del Lago. Espada, hambre y cautiverio (Cuatro)

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Un serie de Waltraud García

Cando Tariq se apoderó de la bahía de Algeciras, Rodrigo estaba en Pamplona combatiendo a los vascones, que persistían en sublevarse, aprovechando las disputas entre la nobleza goda por detentar el poder en Toletum, o parte de él en las provincias Tarraconense y de Aquitania.

Cuando llegaron los primeros contingentes árabes y bereberes a la costa gaditana, Rodrigo estaba saliendo de Toledo en dirección al norte. Las noticias de la invasión le llegaron a Pamplona procedentes del gobernador de la Bética y de Teodomiro, otra autoridad del sur (Murcia actual). Volvió el rey godo a toda prisa con su ejército.

Los primeros choques entre invasores e hispano-godos (dirigidos por un tal Sancho o Bay) se saldaron a favor de los musulmanes. Dice Balbás que se trataría de soldados de a pie, los primeros en atravesar el estrecho. La caballería es la que fortalece a las bandas musulmanas, y los lleva a la victoria en la llamada batalla del Lago, cuando Rodrigo llegue. Anota Balbás:

“El desembarco de Tariq había tenido lugar en el mes de rayab, entre el 24 de abril y el 23 de mayo, aunque otras fuentes precisan que fue el 5 de rayab, el 28 de abril. La batalla entre rodrigo y Tariq se libraría entre el 28 ramadán y 5 shawwal, esto es, entre el 29 y el 26 de julio. Durante estos tres meses, Rodrigo tuvo que recorrer más de mil kilómetros con sus tropas de élite, mientras que Tariq aniquilaba a la hueste de Bay/Sancho y saqueaba la Bética a placer.”

Desecha Balbás la idea de que el estado del reino fuera tumultuoso, y señala que Rodrigo hizo una leva y reunió un ejército notable en Toledo, con ceremonia de partida al campo de batalla minuciosamente descrita en el Liber ordinum. “Mientras la hueste marcha hacia el sur, cruzando el puente romano, los religiosos entonan el himno litúrgico In profectione exercitus.”

Los cronistas musulmanes describen a un Rodrigo llevado en un trono tirado por mulas, vestido ricamente y con joyas, el rey soberbio y estúpido. Los Ajbar Maymua relatan que Tarik, enterado de la fuerza que se le viene encima, pide refuerzos y los recibe, hasta reunir a doce mil hombres, cifra que a Balbás le parece razonable.

La Crónica Mozárabe no da datos del contingente de Rodrigo. Las crónicas musulmanas hablan de entre setenta mil y cien mil combatientes, caballeros e infantes. Siglos después, la cantidad irá aumentando hasta los seiscientos mil, una manera de valorar el triunfo milagroso musulmán. Balbás considera imposible que una sociedad “protofeudal” pueda movilizar y abastecer un ejército de esa envergadura, además de que pocos años antes una peste había diezmado la población de Spania.

El autor de este ensayo cita a un historiador anglosajón que reflexiona sobre la catástrofe que caería sobre los pueblos y ciudades  enel recorrido de un ejército de 20.000 hombres, con necesidades diarias de abastecimiento. De ello algunos deducen que los ejércitos en los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano no contarían con más de cinco mil guerreros, divididos en pequeños contingentes de unos cientos.

En definitiva, que carecemos de datos objetivos para cualquier estimación de las fuerzas de Rodrigo, y el autor del libro los deja entre doce y catorce mil nombres. En cualquier caso, insiste Balbás, la tropa de Rodrigo no era un ejército de esclavos mal armados y sin entusiasmo en la lucha. Para sustentar la idea contraria recurre a las leyes militares de reyes anteriores, ya citadas, que aseguraban el reclutamiento, y a detalles de ejércitos bizantinos o carolingios. Muchos guerreros llevaban cota de malla o loriga, que tenía un precio muy alto equivalente a doce vacas. Es absurdo pensar que un pechero de las labores del campo pudiera convertirse de la noche a la mañana en un combatiente, pero las mesnadas de los nobles establecidos en territorios propios tenían una fuerza combatiente sólida, fuera cual fuera su composición social. Durante siglos la sociedad europea desde el cabo Norte a Algeciras se mantuvo en un estado de guerra casi permanente y por lo tanto estuvo muy militarizada. Cita Balbás una causa probable de la derrota visigoda: la invasión sobreviene tras unas décadas en las que el reino visigodo tuvo pocos conflictos bélicos internos, y sencillamente no estaban acostumbrados a las batallas, como los musulmanes que llevaban un siglo de guerra incesante.

“Hacia el año 711, en toda Spania apenas habría hombres en edad de empuñar un arma que hubieses participado en una guerra y ciertamente nadie lo había hecho en una gran batalla a campo abierto.”

En Córdoba se reúne Rodrigo con las mesnadas de Witiza y sus hermanos Opas y Sisberto, que no entran en la ciudad, “por miedo al rey”. Esta noticia la da un cronista musulmán, y Balbás ve en ella un anticipo de la felonía que cometen en el campo de batalla.

Este ejército se dirige hacia el sur por la Via Augusta por Écija, Carmona y Sevilla, y avanzan hacia Medina Sidonia (Assidona), plaza fuerte desde la antigüedad, con defensas y castillo, sobre una colina de trescientos metros de alto.

Compara Balbás las diversas crónicas sobre el enfrentamiento, y concluye que no tuvo lugar en el río Guadalete, sino en el Barbate, que cuadra mejor con la descripción que se hace del Wadi lakko, el río del Lago o laguna de la Janda. El río Guadalete lo establece el historiador Jiménez de Rada en el siglo XIII sin proponérselo. Menciona un lugar, Vedelac, que un transcriptor fija como Guadalete.

La laguna de la Janda, entre Vejer de la Frontera al oeste y las montañas Transductinas al este, es “un enorme humedal de unas cuatro mil hectáreas que incluía las marismas del río Barbate, hasta sumar un total de siete mil. Este lago poseía un carácter estacional y de media no excedía los dos metros de profundidad, salvo el charco de los Ánsares, que llegaba a mantener agua todo el año.”

Tariq se mantenía en Algeciras. No había iniciado una campaña de razias ni había regresado con botín a África.  Con su refuerzo de cinco mil jinetes, tenía un meditado plan de batalla con el propósito de una larga campaña de conquista, no de incursiones periódicas, como sostienen algunos. Buscaba una batalla a campo abierto.

Se sumerge Balbás en un recorrido histórico posterior, la reconquista del Peñón y su territorio por las tropas cristianas en el siglo XIII, para explicar la posible táctica de aquellos ejércitos en el siglo VIII. Sitúa a Tariq en un cerro próximo a la actual Facinas, al oeste de Algeciras, al otro lado de los montes. Asume que el humedal mencionado antes podría estar muy reducido debido al verano y a que en aquellos años se constata una prolongada sequía. El ejército de Rodrigo se situó en una posición táctica fatal, con la retirada obstaculizada por el humedal.

Consideraciones tácticas

Este peliagudo asunto llama la atención del investigador antes de entrar en la batalla. Es peliagudo porque, como reconoce, las descripciones de batallas de las crónicas son hiperbólicas, con anécdotas moralizantes o clichés literarios.

Echa mano Balbás de los furusiya al-harbiya, tratados militares árabes, para hacerse una idea de las formas de combatir. Uno de ellos del siglo IX describe treinta modos de desplegar un ejército, las partes que lo forman y el equipo militar necesario. Aconseja escoger como lugar de acampada un emplazamiento elevado, como una colina, o un río que proteja alguno de los flancos, para evitar ataques por la retaguardia. Aconseja crear un perímetro defensivo mediante una zanja, con entradas defendidas por arqueros y caballería. Es lo que hizo Mahoma en la batalla de la Trinchera en 627. Este perímetro sería rectangular, según investigadores actuales. Otra recomendación de los estrategas es una guardia montada que patrulle por el exterior de las defensas durante la noche

Tariq pronunció una arenga ante su tropa incitándoles a perseverar y no rendirse a la fatiga o al miedo, es lo que cuentan los cronistas. Se disponía a librar una batalla campal, en la que se juega todo a una carta, algo que iba contra la doctrina militar de la época, y Balbás nos cita muestras de ello. Es preferible someter al enemigo por hambre, o invadir su territorio y arrasarlo para mermar sus recursos.

“Los Estados tardoantiguos poseían unas estructuras políticas extremadamente débiles y una severa derrota en un enfrentamiento donde concentraban todos sus recursos militares, amenazaba su propia existencia. A las dificultades de reunir un nuevo ejército, a causa de la precaria demografía, se sumaba el hecho de que las labores militares recaían la mayoría de las veces, sobre una reducida élite social, ya fuera una aristocracia proto profesional o un ejército profesional como el romano”, dice Balbás, haciendo una incursión rápida por la táctica militar a lo largo de los tiempos. Las batallas campales del ejercito romano imperial eran efectivas. Luego, la guerra se hizo caótica, y el azar podía ser decisivo en la victoria o en la derrota. En la Edad Media la guerra se tornó en una interminable sucesión de asedios junto con cabalgadas para asolar el territorio enemigo. Durante la Reconquista cristiana, los concejos contaban con milicias, pero la población del reino visigodo vivía desarmada, y los castillos eran pocos y vulnerables.

¿Por qué Rodrigo aceptó librar una gran batalla cuando esto contradecía la doctrina militar imperante? Esta es la pregunta clave en la conquista árabe de la península.

Según los cronistas posteriores la batalla duró varios días.

El ejército godo, especula Balbas, debió de desplegarse “con los peones en formación de tres cuerpos, precedidos de arqueros, honderos y fundibulatores  [servidores de catapultas] que, tras hostigar al enemigo con arcos, hondas y fustíbalos, se retirarán tras la infantería de línea. La caballería, compuesta por las Scholae [caballería del séquito real], los séquitos de los fideles regis y los bucelarios [población libre vinculada por juramento a la nobleza] de la aristocracia bética, aguardaba tras esta formación, con especial presencia en las alas, donde se hallaban las tropas de Oppas y Sisberto.”

Describe el autor en detalle la indumentaria y el armamento de diversos ejércitos de la época, y la psicología del soldado, menos sometida al miedo físico que al miedo a fallar a sus compañeros. Y concluye que los combates debían ser mucho más conservadores de lo que Hollywood nos he hecho pensar. La mayoría de las bajas se producían en la huida. Hace una larga cita del Cantar de Valtario, un visigodo del reino de Tolosa en el siglo X, en el que describe el aspecto terrorífico de un caballero con su armadura.

En cuanto al ejército musulmán de Tariq, hay más detalles porque las crónicas árabes son más numerosas. La gran duda sin resolver es el porcentaje de bereberes en las tropas de Tariq. La literatura al efecto presenta una formación de cinco cuerpos, compuesta por dos alas, una vanguardia, un centro y un contingente de reserva. La táctica recomendaba el hostigamiento montado inicial, choque formando filas y ataque por cargas y retiradas sucesivas. La infantería podía cerrarse en banda con las lanzas o picas hacia fuera, aguantar la embestida de la caballería enemiga, y a continuación perseguirla.

Un resumen como el presente no puede detenerse en las variadas muestras que el autor presenta de táctica militar a lo largo de la historia antigua y medieval. Así que vamos de cabeza a

La batalla del Lago

En un expresivo gráfico compila Balbás la información de que disponemos, según esta hipótesis.

“1. Después de varias jornadas en las que ambos ejércitos se enfrentan mediante escaramuzas, don Rodrigo despliega la totalidad de su ejército y avanza sobre las fuerzas de Tariq. 2.Los escaramuzadores musulmanes se repliegan ante el empuje visigodo. 3. La caballería visigoda choca contra las formaciones de lanceros de Tariq, que, resisten la embestida. Poco después la infantería visigoda se une a la lucha. 4. Los flancos de don Rodrigo abandonan el combate. 5. El centro, donde se encuentra el rey, no tarda en ser envuelto y puesto en fuga. Muerte de don Rodrigo.”

Es patente que el movimiento cuarto es el decisivo, dos nobles visigodos hostiles a Rodrigo le retiran el apoyo, y “cambian la historia”. Oppas y Sisberto eran hijos de Vitiza o Witiza, rival de Rodrigo y antecesor suyo en el trono de Toletum. Los protagonistas de la debacle son variados según las fuentes, pero se concentran en dos símbolos, porque Oppas y Sisberto, si llegaron a existir, serían niños en el 711.

La hipótesis de Balbás se basa en diferentes textos de los que puede desprenderse. Combate feroz que se prolonga varias jornadas. Traición de las alas de su ejército, derrota y muerte del rey.

“La consecuencia más lógica ante el abandono de las alas consiste en un doble flanqueo por parte del enemigo, una acción ante la que el muro de escudos resultaba extremadamente vulnerable. Esto habría producido un embolsamiento, lo cual imposibilitaría la huida del ejército que se viera rodeado, demasiado apiñado para combatir, atacado por la espalda y los costados.”

La traición de lo witicianos está explicada en diversas versiones, incluida la del trato previo de Oppas y Sisberto con Tariq. La Crónica Mozárabe y el Fath al-Andalus consideran a esta pareja no hijos sino hermanos de Witiza. Una de las crónicas musulmanas, la de Ibn al-Qutiyya (que se decía descendiente de uno de ellos), cuenta que después de la derrota de Rodrigo, Oppas y Sisberto recibieron tres mil haciendas que habían pertenecido a la corona, res dominica. El Ajbar Maymua pone en la mente de los traidores esta idea: “Desbandémonos cuando nos enfrentemos a estos invasores, ellos derrotarán a este mal nacido [Rodrigo, que no era de estirpe real] y, cuando se retiren, entronizaremos a quien merezca el cargo.”

La Crónica Albeldense, redactada en 881, viene a decir prácticamente lo mismo. La Historia Silense, redactada entre 1109 y 1118, cuenta que Oppas y Sisberto fueron expulsados del reino por Rodrigo, pasaron a Tingitania y acordaron con Julián la traición.

Una leyenda antiwitiziana se elaboró en Asturias a finales del siglo VIII, más tarde contenida en la Crónica de Alfonso III, que incluye una supuesta rebelión en el naciente reino cristiano por descendientes de Witiza.

Cuando el reino asturiano conquistó y repobló la ciudad, hoy portuguesa, de Viseu es fama que apareció un sepulcro cuya inscripción decía “aquí yace Rodrigo, el último rey de los godos”.

Ignoro si esta leyenda ha derivado en novela o en serie televisiva. Daría mucho juego, sobre todo si se mezcla con la Mesa de Salomón, que Muza se llevó a Damasco cuando saqueó Toledo.

La sumisión de Spania

Sigue una vez más el autor las fuentes musulmanas, y describe los dos itinerarios que siguieron los invasores hacia el norte de la península.

Las riquezas que obtuvieron de los despojos de la batalla fueron considerables, a la altura de las leyendas que hablaban de un reino visigodo equivalente al del rey griego Midas, oro, plata y joyas a raudales. Balbás prefiere el relato Ajbar Maymua. Tariq marchó por entre montañas (el “desfiladero de Algeciras”, de ubicación indeterminada) hacia Écija, la antigua Astigi, ciudad grande y prospera, donde mantuvo enfrentamientos con los hispanovisigodos que costaron a los invasores vidas y bajas notables.  Se desprende de la crónica que “la facción nobiliaria que había desertado en la batalla del lago buscó un combate a campo abierto, después de descubrir con disgusto, que aquello no suponía ni de lejos una simple algazúa destinada a obtener botín”.  Los traidores witizianos perderían la vida en Écija, encontrando justo castigo a su felonía, según la fuente más temprana, redactada cuatro décadas después de la catástrofe. Un reino azotado desde hacía décadas por el hambre y la peste perdía en dos batallas su ejército, quedando el territorio sin fuera militar capaz de enfrentarse a los invasores. Los que quedaban se retiraron a Toledo.

Tariq se encaminó a la capital visigoda a toda prisa, atraído por el tesoro fabuloso almacenado en ella. Otras dos columnas se dirigieron, una a Córdoba por la Vía Augusta, y otra hacia Málaga y Granada, pasando por la vía romana que atravesaba Antequera. Córdoba no tardó en constituirse la tercera ciudad de Europa, que alcanzó a ser en el siglo X con el califato. Los restos arqueológicos excavados, visigodos y musulmanes además de lo conservado, lo confirman.

Cuando llegaron los invasores quedaban en la ciudad pocas personas además de la guarnición de cuatrocientos hombres. Setecientos jinetes musulmanes se sirvieron de un pastor para averiguar los puntos débiles de la ciudad. “Aunque las fuentes árabes dejan claro que el lugareño fue ‘apresado’, con frecuencia se apela a este episodio para demostrar el ‘colaboracionismo’ de la población hispana hacia los invasores.”

Sostiene Balbás que el relato en torno a la conquista de córdoba responde a un topos o cliché argumental que se empleó también en las narraciones sobre la toma de Damasco y Cesárea en-Siria, de Babilonia y Alejandría en Egipto y de Tuszar en Juzestán. La guarnición cordobesa se refugia en la basílica de San Acisclo, construida en el anfiteatro romano. Al Maqqari, capitán árabe de recia moral (había despreciado a una bella cristiana que se proponía envenenarlo en el lecho), degüella a los cristianos sin piedad.

La hueste enviada hacia Málaga y Granada encuentra ciudades desiertas, salvo los judíos, a quienes confía el lugar sin detener su avance. La colaboración de los judíos hispanos con los musulmanes no la mencionan ni las compilaciones musulmanas del siglo XI ni la Crónica Mozárabe ni las crónicas asturianas posteriores.

La atribución a los judíos de la connivencia con los musulmanes dice Balbás que es producto del antisemitismo dominante en Europa en los siglos XIII y XIV.  A pesar de que las comunidades judías tenían motivos sobrados para odiar a los visigodos, que les perseguían como a ratas, no cree el autor que fueran más allá de ser colaboradores útiles o informadores.

Los relatos sobre la conquista de Toledo dan importancia al tesoro visigodo, a la Mesa de Salomón y a la Casa de los Reyes. La Mesa es el objeto más codiciado por Tariq, que en las batallas previas se había reservado el quinto del botín, cual Mahoma redivivo. En busca de ella, que había sido trtasladada, atraviesa Tariq con su ejército la Sierra del Guadarrama hacia “la ciudad de la Mesa”. Balbás explica que esto es, una vez más, un cliché basado en topónimos. Madinat al-maida también puede significar la ciudad de la meseta, que es lo que hay tras el Guadarrama; el apellido español Almeida viene de ahí.

Amaya, en plena meseta, podía ser esta ciudad, que Tariq toma y vuelve a Toledo meses después, entre 711 y 712, año 93 de la Hégira. Para Balbás esto es un relato duplicado, primero Toledo y lo mismo en Amaya. Ibn al-Qutiyya hace llegar a Tariq hasta Astorga, también más allá de las montañas leonesas, una tercera repetición del mismo cliché.

La crónica Mozárabe no confirma que Tariq llegara a Toledo antes que su jefe Muza, que se había encaminado a Mérida previamente. Señala Barbás que algunos cronistas musulmanes atribuyen a Tariq el propósito de seguir avanzando hasta Roma e incluso Constantinopla, pero no lo hizo por no cansar a sus hombres.

El moro Muza en Toledo

En el verano de 712 Muza ibn-Nusayr, nuestro Moro Muza, desembarcó en Algeciras con unos 18.000 hombres. Según unos, en respuesta a la llamada de refuerzos de Tariq. Para otros, envidioso por los éxitos de su cliente que, además, se había extralimitado en sus atribuciones. Balbás dice que las dos versiones encajan en los dos puntos de vista sobre la invasión musulmana de Spania, una iniciativa personal de Tariq o un minucioso plan del emir.

Lo primero que hizo Muza fue un acto simbólico, construir una mezquita, donde reunió a su estado mayor para decidir el consejo de quienes le invitaban a no seguir la misma ruta que Tariq, y adentrar en por otra donde encontraría ciudades repletas de botín.

Marchó pues a Sevilla, pasando antes por Medina Sidonia, que había pactado antes con los invasores su ocupación, y batallando en Carmona, ciudad situada en un cerro, amurallada y con fortaleza, a la que entró mediante la traición inveterada del conde don Julián, presente en la cabalgada sarracena, según fuentes y leyendas. Sevilla calló en manos musulmanas tras meses de asedio.

El siguiente objeto de conquista de Muza fue Mérida, capital de la provincia de Lusitania, y lugar de residencia de grandes señores, con palacios, iglesias y monumentos, y nudo de comunicaciones en el occidente de la península. Uno de los caminos unía a la ciudad con Zaragoza, a través de Toletum y Complutum. Según la crónica de al-Razi, fue la ciudad que más resistencia opuso a los invasores.

“Alentados ante las dificultades de los árabes ante la ciudad del Guadiana, los sevillanos se sublevaron con ayuda de tropas llegadas de Niebla y de Beja, y acabaron con la guarnición de ochenta árabes.” Muza envió tropas para la reconquista, mientras trataba con los emeritenses la rendición de la capital de la Lusitania, que consiguió de nuevo con engaños legendarios. Sucede en junio de 713.

Muza se dirigió entonces a Toledo, un año después de su desembarco en Algeciras. Se encontró con Tarik en Talavera, donde le humilló según algunas crónicas poco dignas de crédito. Otras crónicas sitúan la disputa de Muza y Tariq en otro escenario. Tariq toma Toledo y la saquea, y marcha a Córdoba, pero antes recibe una carta amenazante de Muza diciéndole que no se le ocurra llegar ante que él. Muza había escrito al emir atribuyéndose los éxitos de su subordinado.

De las fuentes árabes tempranas se desprende que el enfrentamiento de Muza con Tariq fue menos violento, y postal. Se desprende de las noticias registradas que el motivo del enfrentamiento fue el que Tariq se había apropiado de la quinta partir del botín, reservada para la comunidad musulmana. Muza había hecho lo propio, como se verá al ser llamado por el califa después.

La Crónica Mozárabe introduce detalles dignos de mención. Los invasores entran a sangre y fuego en casi todas partes. Allá donde consiguen acuerdos, los incumplen en cuanto les conviene. Y Muza castiga a nobles visigodos de Toledo por no haber impedido que Oppas escapara. Esto último, especula Balbás, puede entenderse como que Oppas no fue tan traidor como se le supone, si bien a veces se ha traducido al revés, que Oppas facilita la decapitación de los viejos nobles visigodos de Toledo.

Como puede verse, las fuentes históricas no son muy dignas de crédito.

Parece ser que los primeros que pusieron tierra de por medio ante la llegada inminente de los musulmanes a Toledo fueron las autoridades eclesiásticas, que se buscaron sedes episcopales en Italia y en Francia. También Balbás duda de este “sálvese quien pueda”, si bien existió en varios sitios. Testimonios de los siglos inmediatos dejan ver que la Iglesia salió muy perjudicada con la invasión, y que colaboró sin entusiasmo a hacer pagar a sus fieles los impuestos de los paganos, a quienes se maldecía en misas y otras liturgias.

Sobre este asunto de la colaboración de los eclesiásticos con el islam, refiere Balbás la conquista de la Septimania francesa, y la política de tierra quemada de los musulmanes, que se establecieron allí con sus familias, eliminando a los varones allá donde llegaban y esclavizando a mujeres y a niños. La reconquista franca de ese territorio, posterior a la batalla de Poitiers donde Carlos Martel derrota a los sarracenos, facilita el expansionismo franco en una zona dominada por los visigodos desde antiguo. Muchos hispanogodos habían huido a territorio franco debido al victorioso avance musulmán, y contribuyeron a la idea carolingia de que los francos, y sólo ellos, había liberado ese territorio en los siguientes años y entrado en Hispania.

El sometimiento de los eclesiásticos al poder musulmán es discutido por Balbás, al menos en sus dimensiones. Recuerda que también autoridades árabes recurrieron a Carlos Martel para que les ayudara, se supone que contra el emir de Córdoba, y le prometieron entregarle sus ciudades, cosa que luego no hicieron. Mientras que los obispos cristianos obedecían antes a Córdoba que a los jefes árabes locales, que estorbaban su autoridad religiosa. En este sentido, dice Balbás que “si una ciudad opone resistencia a los francos es a causa de su condición de sede episcopal; si se entrega a los francos es a pesar de su condición de sede episcopal.” Esto implica que los obispos cuidaban su interés tanto frente a unos como frente a otros, empeñados en minárselo a los eclesiásticos.

Describe con cierto detalle el autor el papel de la jerarquía mozárabe frente a la cristiana de los territorios liberados. Se trata de la herejía adopcionista. El obispo Elipando del Toledo musulmán concibió una fórmula para congraciarse con los islámicos, que acusaban a los católicos trinitarios de politeístas. Según Elipando, Jesús era hijo adoptivo de Dios. El obispo de Urgel y otros eclesiásticos ilustres le apoyaron. Pero ni a los francos ni a los asturianos les hizo gracia esta herejía. De hecho, el más combativo fue Beato de Liébana, que escribió textos canónicos en los que llamaba a Elipando “cojón de Anticristo”. Y Elipando reaccionó considerando a Beato un monje de pueblo, frente a él, arzobispo de una gran ciudad. Estamos viendo un episodio parecido a la jerarquía copta de Egipto respecto a los invasores islámicos, que buscaban entre el clero las figuras más dóciles y serviles y dispuestas a colaborar en el expolio fiscal, con tal de ostentar y detentar el cargo. El territorio de la antigua Bética, dominado ahora por los islamistas, es el lugar que mejor conserva una red de jerarquías cristianas, por sumisión. En el resto de la Península, el éxodo eclesiástico ante los musulmanes debió ser una constante. Sobre el martirio de mozárabes de Córdoba en el siglo IX, Balbás no tiene una opinión maniquea y tajante.

“A mediados del siglo XI, las sedes episcopales que aún no habían desaparecido estaban ocupadas por títeres elegidos a capricho por los emires, tal y como da a entender Álvaro de Córdoba. La maniquea imagen de una turba de fanáticos azuzados por Eulogio para inmolarse ante una sensata y moderada jerarquía obispal, sólo sirve para enmascarar los conflictos existentes en el clero mozárabe, una institución que, para entonces, debía estar completamente degradada y al servicio del poder islámico.”

La desdichada Spania

Se lamenta Balbás de la desesperante brevedad de la Crónica Mozárabe, el testimonio más próximo a la invasión. Sin embargo, su originalidad consiste en mostrar la visión de los vencidos. Las crónicas musulmanas, incluso las que eluden las leyendas, muestran al reino visigodo como una realidad nebulosa, y a sus habitantes como sujetos pasivos de la depredación de una elite de nobles guerreros, mencionando poco o nada a los bereberes.

Destaca el autor un texto de la Crónica Mozárabe que utiliza como título de su trabajo:

“Y así, con la espada, el hambre y la cautividad devasta no sólo la Spania ulterior, sino también la citerior hasta más allá de Zaragoza, ciudad antigua y muy floreciente… Con el fuego deja asoladas hermosas ciudades y las reduce a cenizas; manda crucificar a los señores y nobles y descuartiza a puñaladas a los jóvenes y lactantes…”

No Cree Balbás que esto sea una denuncia retórica sino una mera descripción de la guerra de la Alta Edad Media en todos los escenarios religiosos, si bien las grandes batallas son una recreación casi literaria, muy escasas y excepcionales. Los conflictos armados consistían en razias en territorio enemigo para desgastar sus recursos. Incluso en la época de mayor beligerancia, explica Balbás, un guerrero medieval podía pasar toda su vida en campañas sin haber librado ninguna gran batalla.

Cita el autor varios ejemplos de esta tesis. Crónicas musulmanas que exaltan las cabalgadas de los ejércitos del emir por Castilla destruyendo viviendas y cultivos, asaltando castillos y degollando con crueldad a sus ocupantes.  No hay una distinción clara entre operaciones de conquista o de saqueo. “Tras la conquista castellana de Córdoba (1236), Fernando III lanzó una serie de ataques sistemáticos sobre el valle medio del Guadalquivir entre 1240 y 1241, durante los cuales las tropas ‘corrieron tierra de moros a todas partes et robaron et quebrantaron et fecieron quanto quisieron’. Ante la pasividad de las autoridades islámicas, los lugareños acabaron reconociendo la autoridad del rey santo.”

También echa mano Balbás de la Primera Crónica General, mencionando la sinceridad militar del Cid Campeador cuando los habitantes de la taifa de Denia se quejan del saqueo de las tierras; la razón del Campeador fue contundente: “porque ouiesse de comer”. Los abusos de las tropas sobre la población civil eran tan habituales que ni siquiera las urbes aliadas querían acogerlas. “Con unas aldeas tardomedievales que rara vez excedían del centenar de habitantes y unas ciudades que pocas veces superaban los dos mil, una hueste de tres mil guerreros ‘viviendo del terreno’ suponía una auténtica catástrofe.”

Estos detalles vienen a cuento para desmontar la imagen de un islam que ocupa la Península Ibérica pactando con unos habitantes oprimidos por el reino visigodo. Como las crónicas no dan detalles, Balbás recurre a las que sí los dan, en concreto la campaña de Yazid inb al-Muhallab en Tabartistán, en la orilla sur del Caspio, contemporánea a la conquista musulmana de Spania. Aquella tierra había sido sometida por un pacto, que no se cumplió, y provocó rebeliones reprimidas a sangre y fuego, de lo que da detalles el cronista. Se queja Balbás de que algunos historiadores occidentales olvidan esos extremos espantosos de las crónicas árabes.

La crueldad no sólo se practicaba con los cristianos, sino contra parientes rebeldes o conspiradores, a quienes se crucificaba por traidores.

Bonita época, me permito observar yo con horror, de convivencia de las tres culturas, donde ni musulmanes ni cristianos dejaban pasar la oportunidad de mostrarse feroces con sus enemigos, sin olvidar que había judíos en los gobiernos de uno y otro lado, y también en sus ejércitos. Sangrienta convivencia.

Cita el autor a la arabista Maribel Fierro, quien sostiene que “la adopción del título califal por Abderramán III, en competencia con los fatimíes y abasíes, estuvo acompañada de una agresiva retórica del yihad, así como de un poderoso mensaje visual en forma de cabezas cortadas y cuerpos crucificados.” Sobre la realidad de estos ejemplos algo importante es que se citan en la Crónica Mozárabe, porque resultaba desconocidos y horribles en Hispania.

Hay testimonios de túmulos de cabezas cortadas en episodios de castigo a Barcelona durante una aceifa sobre la Marca Hispánica carolingia, en 811-812, y al terminar la batalla de Guazalete en 854, en las cercanías de Toledo, que concluyó en derrota cristiana.

La ofensiva contra Zaragoza

Muza se dirigió a Zaragoza desde Toledo, y consiguió tomarla en combate, casi sin asedio, a pesar de que la ciudad estaba amurallada y era plaza fuerte, donde se había refugiado el nuevo rey godo, Agila II. Lo que se deduce de las crónicas es que tenía muy pocos efectivos militares. Cuando Muza iba a continuar hacia el norte fue requerido por el califa al-Walid, envidioso del guerrero, según el Ajbar Maymua. Otros textos cuentan itinerarios distintos de Muza y de Tariq, exagerando la penetración de los invasores en la Península. Balbás ofrece cuatro itinerarios de cuatro cronistas que reproducimos a continuación.

Se observan incursiones de Muza en territorio franco por el oeste de los Pirineos y territorio visigodo por la Aquitania, en el Este. Pero los historiadores consideran que se trata de hechos ocurridos años después con diferentes protagonistas. Asimismo. los anacronismos y las leyendas conviven con los hechos, como la que cuenta que los clérigos de Zaragoza descubrieron que la llegada de Muza aparecía en libros antiguos, y le acogieron, o que al llegar los sarracenos a los Pirineos vieron un ídolo con una inscripción que les aconsejaba no seguir más allá, advirtiendo además los problemas que iban a surgir entre árabes y bereberes. El caso es que Muza y Tariq fueron obligados a regresar a Damasco. Los cronistas tardíos que defienden a Muza aseguran que si el califa no le hubiera hecho volver, habría acabado con toda la resistencia cristiana, incluida la del rey Pelayo en Asturias y a Carlos Martel en Poitiers.

Claudio Sánchez Albornoz sitúa a Muza en Zaragoza enviando a Tariq a Tarragona, donde se detendría el avance musulmán. Se atribuye a Muza seguir o enviar a sus tropas hasta Galicia, Lugo; pero los analistas modernos lo consideran algo inconcebible. La numismática y la arqueología permiten suponer que las fechas de la llegada de los musulmanes a la Península son las tradicionales, porque se dejan de hacer monedas en el actual Magreb, y empiezan a aparecer en territorio usurpado a los visigodos, de lo que se deduce que Muza pasó a Spania con la ceca. Muza y Tariq llegaron a Damasco con un deslumbrante cargamento de oro y esclavos a lo más tardar en febrero de 715. En Alándalus quedó su hijo Abd el-Azid.

El saqueo suculento de ciudades lo atribuyen cronistas árabes posteriores a mercenarios extranjeros, responsables de todos los excesos.

Aunque el botín ha sido constante en todas las guerras hasta la edad moderna, me permito referir noticias que me dieron amigos periodistas que estuvieron en Kuwait nada más escapar las tropas iraquíes. En la autopista que sale de la capital hacia el norte se detuvo una caravana militar de varios quilómetros a causa de su atropellado número de camiones y autobuses, y por el castigo que llovió desde el cielo en forma de bombas desde helicópteros y cazas de guerra. Aquella caravana motorizada convertida en chatarra llevaba joyas, dinero, piezas de oro, alfombras y todo tipo de riqueza doméstica, pillada por los soldados iraquíes en su retirada. También intentaban volver a su capital, Bagdad, cargados de riquezas. Fueron los kuwaitíes y los periodistas menos escrupulosos los que se apropiaron de lo que pudieron y les dejaron coger.

De vuelta a Damasco, Muza llevó consigo decenas de nobles, mujeres y niños, si bien los cronistas elevan las cifras a millares, algo increíble en un viaje a pie de miles de kilómetros, donde los prisioneros caerían como moscas. En sellos de plomo usados, como hemos visto en previas conquistas árabes, para cerrar sacos con riquezas, se ha encontrado referencia a “perlas sin abrir”, en referencia a las míticas doncellas cristianas vírgenes. Que hubo tesoros lo evidencian los hallazgos en el siglo XX de los de Guarrazar en Toledo o Torredonjimeno en Jaén, ocultos por sus propietarios ante la inminente llegada de los invasores.

Es el caso que a Muza le tocó pagar la apropiación que había hecho del quinto del botín destinado al estado musulmán. La cantidad es colosal, dos millones de sueldos. Fue destituido y estuvo a punto de perder la cabeza, que salvó gracias a aquellos notables a quienes había favorecido antaño. La tradición árabe dice que Muza terminó su vida pidiendo limosna por los arrabales de Damasco. Probablemente no fuera así.

Abdelaziz Rex Spaniae y el pacto de Teodomiro

Escribe con discernimiento aristotélico Balbás: “El poder militar no basta por sí sólo para gobernar, también requiere el reconocimiento de los sometidos de su autoridad. Tal vez por ello Abd al-Aziz decidió casarse con Egilo, la viuda de Rodrigo.” Y recuerda que los enlaces matrimoniales entre árabes y cristianos fueron una valiosa herramienta política para forjar alianzas. Ya se ha descrito antes que algunos nobles musulmanes, por ejemplo el cronista Ibn al-Qutiya, se decían descendientes de Witiza. Y Teodomiro, del que Balbás habla a continuación, casó a una hija suya con un magnate musulmán. Ante tamaño desafuero, el papa Adriano I lamentó que los cristianos de Spania entregaran sus hijas a los gentiles.

El caso es que Abd al-Aziz se convirtió en rey de Spania por su matrimonio, aunque su felicidad duró poco. Otro árabe leyó su pensamiento y le asesinó en 716 por apóstata e intento de rebelión. Diversas anécdotas contenidas en las crónicas árabes en torno a estos incidentes muestran, a juicio del autor, “los estereotipos árabes en relación con las cristianas, capaces, gracias a su encanto, de conducir al desorden y a alejarse de la senda de Dios”. Lo cierto, y este juicio es de la recopiladora, es que habría supuesto otro «cambio histórico” el éxito de Abd al-Aziz, de haber tenido lugar.

Abd al-Aziz dedicó esfuerzo en afianzar el control fiscal sobre la población cristiana. Y también amplió el territorio de conquistas. En 713 firmó un pacto célebre con el dux Teodomiro, en árabe Tudmir. Este personaje es mejor conocido que el propio Rodrigo.

Tres crónicas relatan el pacto. La de al-Razi cuenta que Teodomiro salió al encuentro de la hueste musulmana que se dirigía a su territorio después de haber tomado Elvira (Granada) y Málaga. Perdió la batalla y se refugió en la ciudad amurallada de Orihuela. Allí resistió usando triquiñuelas como pedir a las mujeres que se soltaran el cabello y se situaran en las murallas. Los sitiadores, preocupados por el número de soldados cristianos aceptaron firmar un pacto.

Más detalles del pacto de Teodomiro proceden de varias fuentes musulmanas. Y también aparece en la Crónica Mozárabe. Esta atribuye a al dux una gran capacidad guerrera, que ocasionó a los invasores numerosas derrotas, y que anteriormente se evidenció con sus victorias sobre los bizantinos. Teodomiro viaja a Damasco para firmar el pacto con el mismo califa. Las discrepancias entre unos testimonios y otros no permiten a la historiografía exigente discernir el curso de los acontecimientos, pero no cabe duda que el dux era gobernador de un amplio territorio situado al sudeste del reino visigodo,  que hoy son las provincias de Murcia, Alicante y Valencia, con ciudades que aparecen en el pacto de capitulación. En Ribarroja de Turia, a pocos kilómetros de Valencia se ha descubierto un conjunto palatino visigótico, donde se han hallado monedas, una de las cuales menciona a Tebdemir. Teodomiro o Tudmir es uno de los grandes señores muladíes (cristianos convertidos al islam).

Balbás repasa el derecho islámico para encuadrar los pactos de capitulación en un marco histórico y procesal adecuado. Las ciudades y territorios tomados por la fuerza pasaban a propiedad del califa, y sus habitantes eran esclavizados. Cuando había pacto, las circunstancias eran otras.  Compara el autor este derecho islámico con los empleados por romanos y bizantinos en sus conquistas, y dice que venía a ser una forma de “derecho internacional”. Sin embargo, con frecuencia la conquista en batalla no convertía a los vencidos en esclavos para ser vendidos, porque sin ellos, las tierras dejaban de cultivarse, al igual que pasó luego al revés, cuando los cristianos fueron reconquistando territorio musulmán. Documenta Balbás detalles sobre el pago de los impuestos por los dimíes (cristianos), y compara los pagados en diferentes momentos de las conquistas musulmanas, que evitamos reproducir aquí por su complejidad.

La próxima entrega de esta serie será la última, y está dedicada a las conquistas de los valíes, Covadonga, el origen de un reino, y el colapso del poder musulmán.

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