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Cultura y comunicación La Revolucion Campesina alemana de 1525 Series

La Guerra Campesina de 1525 en Alemania (IV)

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La Guerra Campesina Alemana desde una nueva perspectiva. Peter Blickle (1977) Traducida al inglés por Thomas R. Brady Jr y H.C. Erik Midelfort. Johns Hopkins University Press. Baltimore. 1981. Resumen elaborado por Waltraud García.

Fragmentos del mural de Werner Tübke sobre la Revolución campesina de 1525.

Los «Doce Artículos» y su trasfondo económico, social y político

Los capítulos 1 y 2 los dedica Blickle a una exposición y análisis del manifiesto campesino de Los Doce Artículos, una lista de las quejas de los campesinos de la Alta Suabia, que se convirtió en la proclama reivindicativa de la Revolución. En esta página de Wikipedia se encuentra una traducción comentada, que conviene conocer para entender mejor las reflexiones de Blickle.

Como autora de este resumen confieso que la lectura de este libro (obligación heredada de Gaspar Oliver, que ha resumido las anteriores entregas) me provoca dudas y confusión. La retórica académica tiene esta característica. Por ello intentaré ser lo menos académica que pueda.

Empezaré añadiendo a las interpretaciones sobre la Revolución o revuelta campesina de 1525 una idea tomada de una historiadora española, María Elvira Roca Barea en su Imperiofobia y Leyenda Negra. Encaja el conflicto campesino y la Reforma protestante en el marco de la Universitas Christiana que buscaba Carlos I de España y V de Alemania, el invicto emperador nieto de los Reyes Católicos. Argumenta Roca Barea que la ruptura de la Iglesia en los inicios del siglo XVI procede de una crisis de un calado no muy distinto de las que había sufrido con los cismas que desde el siglo XI sacuden la institución, los más potentes, desde la Europa Central. “Böhm, Hus y Wycliff habían hecho lo mismo que Lutero, y también Savonarola en Florencia. Pero ahora se ha producido un cambio sustancial: hay un imperio dispuesto a tomarse en serio a sí mismo. La rebelión de Lutero es diferente por esta razón: Carlos V y todo lo que él representaba.”

En todas las rebeliones, dice Roca Barea, había un componente social muy fuerte. “La crisis del régimen feudal en los territorios donde surgió la Reforma había dejado en la miseria a miles de campesinos que ya no tenían colocación ni en el campo ni en las ciudades.” Las rebeliones de Hütten y Franz von Sickingen, representantes de la baja nobleza arruinada, en 1523, que preceden a las revueltas campesinas, son reprimidas a sangre y fuego con el apoyo de Lutero. “Las indulgencias”, dice Roca Barea, citando el argumento de los reformadores para separarse de Roma, “son un escándalo intolerable, pero la propiedad es sagrada.” Se refiere la historiadora a los príncipes que defienden sus propiedades y sus privilegios contra los rebeldes, que a su vez se declaran enemigos del papado y proclaman la doctrina cristiana fijada en la Biblia, según versión de Lutero. Cuando los campesinos se subleven, Lutero publicará su panfleto “Contra las hordas asesinas y ladronas de campesinos”, en la que pide la muerte cruel de los rebeldes. Roca Barea deja claro que el componente nacional en Lutero y los príncipes alemanes es el detonante de la Reforma, y el argumento de los protestantes para separarse de una Roma humanística y soberbia que consideraba a los germanos poco menos que salvajes. El enemigo no es solo Roma, dice la historiadora, sino la propuesta del emperador Carlos de la Universitas Christiana, un programa de unión europea que se adelanta cinco siglos al actual.

Hoy, cuando las tornas político económicas son casi inversas, es el Norte quien domina al Sur, la Unión Europea se presenta como el remedio a las flaquezas de este continente. Pero quien hizo la primera propuesta fue un emperador hispano alemán hace cinco siglos. Por mucho que ahora se quiera borrar este hecho dando relevancia a un Imperio anterior que solo tuvo nombre, el de Carlomagno.

Pero regresemos a Blickle.

Interpreta el historiador alemán los Doce Artículos según las advertencia de sus redactores. Los campesinos rebeldes aseguran no apoyarse en la Reforma, porque lo único que pretenden es la realización de la ley de Dios: paz, amor, unidad y tolerancia. Argumento que muestra la sutileza académica, porque a mi juicio la relación es evidente, lo nieguen o lo afirmen los Doce Artículos.

En resumen, lo que los campesinos de Memmingen piden es 1) poder elegir a sus pastores, 2) Abolir determinados diezmos y administrar otros por la parroquia, 3) abolir la servidumbre, 4) tener derecho a la caza y a la pesca, 5) poder recoger madera de los bosques comunales para combustión y construcción, 6) reducir los servicios debidos al señor, 7) cobrar esos servicios, 8) que individuos independientes fijen esos servicios, 9) regreso a las viejas ordenanzas para la administración de justicia, 10) devolución de pastos y tierras comunales, 11) rechazo de los impuestos de herencia, 12) insistencia en que las demandas se hacen de acuerdo a la ley de Dios, y que si alguien puede probar lo contrario, se retirarán.

Asume Blickle que estos artículos manifiestan una crisis del orden agrario alemán, interpretándolo como una crisis del sistema feudal alemán. Confirma que eran revolucionarios, como se deduce del artículo segundo sobre los diezmos, que constituían entre al tercera parte y la mitad de la renta de los señores feudales. Dice el historiador que su línea de análisis intentará negar que los artículos supongan simplemente las demandas de una región, y que constituyen el programa de la revolución. En segundo lugar, Blickle estudiará los objetivos de la revuelta. Basados en la Biblia suponen un marco de soluciones a la crisis agraria, política y económica de sus tiempo.

Inicia el segundo capítulo de su trabajo describiendo la base económica, social y política de los Doce Artículos.

“El propósito inmediato de los Doce Artículos era la superación de la crisis de la agricultura medieval y del orden agrario”, sentencia Blickle. Sustentados en las quejas de los campesinos de la Alta Suabia, Blilckle se propone demostrar que eran válidos para todos los que intervinieron en la Revolución de 1525. El texto fue escrito casi seguramente por un oficial de suministros de Memmingen, Sebastian Lotzer, quizá auxiliado por un predicador, Christoph Schappeler. Esto hace deducir al historiador alemán que la relación de los redactores con los agricultores suabos les titulan como sus portavoces.

A continuación, Blickle dedica grandes esfuerzos para concluir que también representan al campesinado sublevado en general. Para ello cita investigaciones propias y ajenas sobre el porcentaje de quejas de campesinos locales recogidas en numerosos documentos conservados en archivos de pueblos y aldeas. También le sirve la revisión de estos documentos y la cuantificación de sus cifras para concluir que los Doce Artículos promovían la reforma del sistema agrario y social, mediante la “comunalización” de los deberes al señor y los cargos públicos. No se trata de una crisis del sistema señorial, sino de la agricultura, como se desprende de la cantidad de protestas hechas en relación a las obligaciones y al pago de cuestiones que antaño se consideraban derechos, como el uso de la madera de los bosques.

Otro argumento de Blickle es que la servidumbre se había agravado en los últimos siglos, alejándose de una forma de relación estática, invariable, y convirtiéndose en un instrumento que gravaba cada vez más tareas, empobreciendo a los campesinos. Hasta el inicio del siglo XV, explica el historiador, los campesinos tenían derecho a la movilidad, a elegir señor, a elegir esposa fuera del señorío, y a otras formas de una dependencia más laxa de los señores y monasterios. Se empezaron a imponer gravosas multas a quienes se casaban con alguien ajeno al señorío o a quienes se escapaban del territorio. Abunda la evidencia documental sobre estos extremos, dice Blickle. La cuestión no es que antes no estuviera prohibido, sino que no se perseguía. Esto lo explica el historiador de un modo sinuoso que hace perder la paciencia al lector, al menos la mía. Las emigraciones eran masivas, y ponían en riesgo el orden señorial, por decirlo de un modo sencillo. Esto venía impulsado por el incremento de la presión sobre la dependencia al señor. Pone ejemplos como la imposición irregular sobre el tributo “de muerte”, porque no era un impuesto sobre la herencia, pues afectaba a todo campesino difunto, cuyo heredero casado que tenía que entregar al señor el animal más lozano y el mejor traje, cosa que con frecuencia dejaba su renta reducida a la mitad. Añade otro ejemplo referido al monasterio de Ochsenhausen, que practicaba inflexiblemente este privilegio, y dio lugar a una burla de los siervos, que alegaban que les resultaría más conveniente vivir en concubinato que casarse, porque si actuaban de acuerdo a la ley, perderían su patrimonio, en favor de los monjes.

El hábito a la servidumbre, la obediencia y el silencioso sufrimiento de las gabelas impuestas, extensivo a los campesinos alemanes, revela el grado brutal de las imposiciones, que les hizo estallar en una revolución. Además, las tasas y obligaciones se imponían indiscriminadamente a siervos y no siervos.

“Cuando los señores nobles y eclesiásticos usaron la servidumbre para compensar las pérdidas de renta que sufrían debido a la crisis agraria, sus acciones tuvieron un efecto lento pero firme sobre la estructura de la propiedad”, dice Blickle. Se apropiaban de la tierra de sus súbditos muertos por medio del impuesto de sucesión o “de muerte”.

Señala que merece la pena revisar la idea de que en la Baja Edad Media la mayoría aplastante de la tierra estaba en manos de los señores. En algunas zonas investigadas, Tettnang, Mindelheim, Allgäu, los campesinos poseían entre un 30 y un 70 por ciento del terreno cultivable, según archivos de los siglos XVI al XVIII. Cabe suponer, deduce el historiador, que en los siglos XIV y XV la extensión sería mayor.

Una muestra del nivel especulativo de este ensayo de Blickle es la siguiente: “Si las granjas sufrían impuestos abusivos en 1525, debemos averiguar si se debía a que los señores habían incrementado las rentas o a otros factores ocultos tras las quejas de las listas de agravios.” Pues si es tan difícil conocerlo, para qué tantas páginas de meandros académicos.

Una explicación aporta el historiador en relación con la queja sobre el derecho de los campesinos a aprovisionarse de madera en los bosques. Estaba menguando debido a la demanda de madera para la construcción y la calefacción en las ciudades, y los señores no querían quedarse sin árboles, no por inclinación protoecológica, sino para seguir explotando una fuente de ingresos en crecimiento, además de para realizar sus monterías. Los campesinos no se oponían a la conservación de los bosques, pero sí al enriquecimiento de sus señores a cuenta de ellos.

Sigue Blickle encadenando argumentos en torno al resto de las quejas mencionadas en los Doce Artículos: servicios y tareas obligatorias, impuestos indirectos, territoriales y militares. Los dos primeros causaron malestar, y el último se convirtió en una pesadilla debido, especula Blickle, a las exigencias del Imperio (recuérdese la idea de Roca Barea, el Imperio se estaba tomando en serio a sí mismo) y a la muy seria amenaza turca en la Europa Central.

El nuevo tema de análisis lo titula el autor “Del señorío al pequeño estado, y del arrendatario al súbdito”. De nuevo recurre a fichar porcentajes de quejas relativas a la administración de justicia en diversos archivos. Repasa las condiciones del gobierno y de la justicia en los siglos anteriores, cuando el Sacro Imperio Romano Germánico no era tan germánico y sí más sacro, porque se mantenía vivo por la tensión entre Roma y el Emperador de turno. Señala que en los ámbitos locales la justicia se impartía por autoridades emanadas de la población campesina, campesinos mismos designados jueces y alguaciles, porque los funcionarios imperiales tenían otro tipo de preocupaciones. Pero durante el sigo XV la autoridad derivó de los campesinos al señor. Esto se produjo mediante un laberinto de solapamientos de señorío al cabo de los decenios, que terminaron con la supremacía de uno o dos o tres señores. También se fue solventando el lío de que un señorío podía tener siervos en territorios distantes, y aporta el caso de Ottobeurem, al suroeste de la actual Baviera, a la altura de Munich, que tenía siervos desde Nuremberga, muy al norte en Franconia, hasta Colmar, al otro lado del Rin, hoy en Francia. La resolución de estas irregularidades dio paso a la formación de territorios y pequeños estados.

El último epígrafe de este capítulo lo dedica Blickle a la coherencia de los fenómenos en la crisis que estudia: la economía, la sociedad y el régimen de señorío.

“La crisis agraria del final del siglo catorce asfaltó el camino para la crisis del feudalismo a comienzos del siglo XVI”, avanza el profesor alemán.

De inmediato empaña esta afirmación con una serie de consideraciones que oscurecen el análisis. Pero esto era propio de los académicos alemanes del siglo pasado, un halo de sólido misterio que aun conservan las instituciones de este país en el que vivo.

En el territorio de la economía, la transformación de la dependencia personal en servidumbre tuvo efectos secundario de largo alcance. La limitación y prohibición de la libertad de movimientos bloqueó la corriente de población rural a las ciudades imperiales. Las pestes del siglo catorce diezmaron la población urbana, que tardó en recuperarse. Los propios vecinos de los que escapaban intentaban impedirlo, porque tenían que hacerse cargo de las multas. Así se fue creando el estado territorial, asegura Blickle. Las familias campesinas subsistían en terrenos cada vez más pequeños, y se arruinaban. La tierra confiscada la utilizaba el señor para que fuera cultivada por peones, una clase cada vez más numerosa y más rentable para el propietario.

Justifica este diagnóstico con más operaciones matemáticas sacadas de censos. La población se incrementó alrededor de un cincuenta por ciento en un siglo, pero tenía que sobrevivir con la misma área de tierra. Tampoco podían multiplicar el ganado que poseían, porque no podían llevarlo a pastar a las tierras señoriales.

Como las rentas no se habían incrementado ni las viejas costumbres dañadas, los labradores no tenían razones legales para quejarse, y las aldeas y pueblos se convirtieron en escenario de conflictos sociales entre grupos de campesinos de diferente nivel, e incluso entre las propias familias. Los hijos menores o se ponían a trabajar para el heredero o se empleaban en el servicio militar. Otra causa de tensiones era que en muchos pueblos había campesinos libres, cuyo destino solía ser caer o recaer en la servidumbre por los problemas económicos de subsistencia. En resumen, el nivel de vida del campesinado empeoró a lo largo del siglo XV, y en especial en las dos primeras décadas del siglo XVI.

Dice Blickle que la servidumbre continuó siendo un problema en Alemania hasta su abolición en los siglos XVIII y XIX. De nuevo el historiador ofrece varios ejemplos tomados de documentos que muestran la desvergüenza y falta de caridad cristiana de monasterios y señores con sus campesinos libres y con los arrendatarios. Algunos de estos documentos son denuncias de campesinos que llegaron hasta Roma y al emperador.

En términos económicos y sociales, los campesinos veían en el señor un enemigo que afectaba a su posición en términos políticos. Las observaciones de Blickle le permiten deducir que “los señores usaron su poder y el estatus de servidumbre para forjar un poder exclusivo y privilegiado para emitir órdenes y prohibiciones, y para establecer sus ‘leyes’ desplegaron una soberanía judicial exclusiva… Los innumerables juicios que se llevaron a efecto, sin embargo, prueban que los campesinos no estaban dispuestos a aceptar nuevas formas de dependencia sin resistencia.”

Reconoce Blickle que los conflictos entre los nobles locales, en especial los de la Liga de Suabia y la casa imperial, que se había concentrado en los Habsburgo, fueron creciendo. Esto me hace volver de nuevo a la feliz idea de Roca Barea de que Carlos I de España y V de Alemania se había tomado en serio la idea del Imperio.

Cabe preguntarse, digo yo, si los monasterios que con tanta crueldad trataban a sus campesinos seguían siendo monasterios en 1525 o se habían secularizado con la Reforma. Esto es algo que desconozco, pero tampoco Blickle lo aclara. A juzgar por el primero de los Doce Artículos, da la impresión de que los rebeldes eran ya protestantes en todos los sentidos, pues pedían el derecho a elegir a sus pastores.

Apelo al lector interesado a que reaccione a este trabajo mío. Lo digo porque la próxima entrega, cubre tres capítulos tan densos como los acabados de resumir, y me gustaría que mi trabajo no pareciera caer en saco roto. Entraremos en la crisis del orden agrario y la crítica del joven estado moderno.

Luego vienen las partes dos y tres del estudio de Peter Blickle: Los objetivos de la revolución: Bienestar cristiano de la comunidad y amor fraternal, y Las consecuencias de la revolución: restauración y cooperación.

Para meterme en ellas necesito un poco de amor fraternal de los lectores. Gracias.

(La imagen de presentación son dos sellos emitidos por la República Democrática Alemana en 1989, poco antes de su evaporación de la Historia, con fragmentos de un famoso mural del pintor alemán y socialista Werner Tübke, sobre la Guerra Campesina de 1525)

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