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Cultura y comunicación La Revolucion Campesina alemana de 1525 Series

La Guerra Campesina de 1525 en Alemania (V)

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La guerra Campesina Alemana desde una nueva perspectiva, por Peter Blickle (1977) Traducida al inglés por Thomas R. Brady Jr y H.C. Erik Midelfort. Johns Hopkins University Press. Baltimore. 1981. 

La difusión e influencia de los Doce Artículos

Plantea Blickle para iniciar este capítulo que la tarea inmediata en un análisis de la Revolución Campesina es determinar si la aplicación de los artículos que se iban redactando puede medir la diferencia de los problemas políticos, económicos y sociales de las distintas regiones y territorios.

Los Doce Artículos se difundieron por todas las regiones meridionales y centrales de la actual Alemania. Se imprimieron más de veinte veces en distintas ciudades. Las reacciones fueron desde la prohibición de su difusión por algunos señores bávaros, hasta la petición de los alsacianos a sus sacerdotes que les dieran una interpretación. Advierte el profesor Blickle que conocer los Artículos era una cosa y aplicarlos otra.

En algunos lugares sirvieron para sustituir demandas regionales o para añadir nuevas, y en las áreas de la Selva Negra, Breisgau, Markgräflerland, Alsacia y Franconia se convirtieron en programa político. Detalla Blickle otros lugares donde los Doce Artículos prendieron en las conciencias de los rebeldes. Como hipótesis de trabajo dice el autor que se puede suponer que los Doce Artículos, allí donde se convirtieron en programa, reflejaron en términos generales las preocupaciones de los campesinos. También es cierto, advierte, que puesto que no llegaron a ser asumidos en la totalidad del territorio germano, debe aceptarse que no representaban a la totalidad de la población rebelde o susceptible de rebelión. Es decir que había territorios donde los problemas sociales, económicos y políticos denunciados no tenían especial relevancia.

Como Blickle se propone encontrar las causas de la revolución, dice que va a establecer los lugares donde los Doce Artículos fueron aceptados en su totalidad, y dónde fueron aceptados parcialmente, para averiguar lo que se añadió en estas regiones.

Empieza considerando los Doce Artículos como la base de demandas regionales. Algunas proclamaron sus propias reivindicaciones, otras adoptaron los Doce Artículos parcialmente, y otras en su totalidad, e incluso hubo regiones que añadieron las suyas a los Artículos. El autor las detalla, las compara y realiza un mapa que reproducimos aquí.

Como resumen de las conclusiones de Blickle valga esta cita de la página 61 del libro.

“Dos cosas emergen claramente de esta comparación. La primera, adoptar los Doce Artículos significaba aceptar que formulaban las causas de la revuelta, si bien las diferencias en el énfasis entre los artículos individuales y los grupos de artículos y las propuestas de los campesinos de Baltringen y de la Selva Negra prueban que los Doce Artículos eran lo suficientemente flexibles como para ofrecer espacio a su interpretación. Todavía está por descubrir el umbral más allá del cual los Doce Artículos no sirvieron para sustituir las demandas locales, es decir, el punto en el que la capacidad de interpretación era excesiva. En segundo lugar, allá donde los Doce Artículos fueron adoptados sin ningún cambio, in toto, sirvieron para reforzar demandas locales (donde han sobrevivido).”

Esto último imagino que quiere decir si han llegado hasta nosotros fuentes documentales. Por lo demás, el argumento de Blickle me parece de Perogrullo más que académico. Una de las obras más valiosas sobre la transformación del pensamiento político en las Edad Media se llama así, “El pensamiento político en la Edad Media”, de Walter Ullman, profesor de Cambridge. Me resulta sorprendente que este texto no conste en las obras citadas del libro de Blickle. No lo he leído, pero me imagino que estará en la línea de la investigador alemán resumido aquí.

Pasa luego nuestro autor a analizar las modificaciones locales y regionales a los Doce Artículos. Es imposible citar todos los casos sin reproducir el capítulo al completo. Pero bueno: los artículos de Basilea son locales, y se basan en la revuelta del Bundschuh, mencionada en la introducción, que dio lugar a varios levantamientos campesinos en fechas anteriores a la Bauernkrieg. El documento de Alsacia, de veinticuatro artículos, definía con claridad el término “servidumbre”, y precisaba otros asuntos como el derecho a la caza y los impuestos de sucesión.

En la Alta Alsacia se reclamaba con precisión una reforma de la administración de justicia, así como otros asuntos no contemplados en los Doce Artículos. En otros lugares, demandas de carácter anticlerical y antisemítico se habían formulado ya dos siglos antes, y a ellas se añadieron las reclamaciones contra los príncipes civiles y eclesiásticos.

Blickle completa su recorrido regional, para llegar a la conclusión expuesta en el epígrafe del capítulo, que en unos sitios los Doce Artículos se adoptaron a medias, en otros al completo y en otros se añadieron reclamaciones y se ignoraron otras.

La crisis del Orden Agrario y la crítica temprana al Estado Moderno.

La servidumbre, su crueldad, su abuso por parte de los nobles, su abolición fueron temas principales que venían de lejos en la Guerra Campesina. Blickle cita La “Reforma del emperador Segismundo”, una propuesta anónima de 1432 como ejemplo. Queda claro que la abolición de la servidumbre era uno de los objetivos más proclamados por los rebeldes durante el conflicto. La redacción de los Doce Artículos confirma esta impresión. Pero al parecer, según Blickle, algunos (o muchos) investigadores en occidente se empeñan en aislar esta reivindicación del resto de los artículos. “Sin embargo es muy difícil probar de un modo general que las quejas contra la servidumbre reflejaban condiciones históricas contemporáneas.” Confieso que no entiendo dónde quiere conducir su visión del asunto, porque añade: “Todo lo que puede ofrecerse en este momento son generalizaciones, deliberadamente formuladas como tesis que solo pueden ser apoyadas ocasionalmente con datos empíricos”.

Vamos a ver.

La rebelión se produjo en todas aquellas regiones donde existía la servidumbre, salvo en el Tirol, donde la servidumbre no era muy extensa. No obstante la servidumbre no era una práctica o una condición uniforme en todas las regiones alemanas, en algunos sitios era más gravosa o humillante que en otras. Pone el ejemplo de las restricciones para casarse fuera del territorio, que estaban incrementando peligrosamente el grado de consanguinidad. Había multitud de impuestos y restricciones diferentes aquí y allá.

Pero los siervos convivían con los campesinos libres que trabajaban tierras señoriales. La presión de los poderosos hacía esta diferencia social muy borrosa. Blickle viene a decir que la codicia y la violencia de los señores hizo que los campesinos libres se convirtieran de facto en siervos, si bien legalmente no lo eran. Una manera de forzar esta evolución era impedir las bodas fuera del territorio, porque creaban problemas entre distintos señores a la hora de los impuestos, se coartaba la movilidad por idénticas razones, los campesinos que ocupaban tierras se consideraban siervos del señor que las poseía. En conclusión, la dependencia se incrementó entre el final del siglo XIV y la mitad del siglo XV, y a la vez hubo una mitigación gradual de la servidumbre en las últimas décadas del siglo XV. De modo que las causas de la revolución de 1525 viene a ser un misterio.

Blickle intenta desvanecerlo analizando el coste del sistema señorial en la agricultura.

“La mejora del derecho de propiedad de los campesinos fue una tendencia característica del orden agrario tardo medieval. La tenencia u ocupación de tierra se expandió de una limitación de tiempo o de por vida a la tenencia heredada. Desde el punto de vista de los señores este proceso tuvo varias ventajas: redujo el impulso a la emigración, estimuló las inversiones, y convirtió privilegios legales en pagos en metálico”. Sin duda, añade Blickle, la presión ejercida por los campesinos también contribuyó al mejoramiento de su posición legal.

Los gravámenes sobre las herencias muestran que las obligaciones económicas variaron poco en monto. Durante la segunda mitad del siglo XV, el porcentaje de impuestos sobre el producto bruto estaba en torno al 30 por ciento. En términos generales puede decirse que los rendimientos netos del trabajo eran pequeños, apenas lo suficiente para seguir viviendo. Critica Blickle las imágenes de los agricultores europeos de la época, gente rellenita, rubicunda, feliz, como en los cuadros de Brueghel por ejemplo. Dice que eran caricaturas. Es cierto que los campesinos acudían con sus productos a muchos mercados urbanos en el área de la posterior insurrección. Las malas cosechas dejaban sin recursos a estos agricultores orientados hacia el mercado, en especial si trabajaban parcelas pequeñas, huertos o tenían granjas de animales. Estudios realizados en Alsacia revelan malas cosechas en las dos últimas décadas del siglo XV y la primera del XVI, lo que produjo el abandono de tierras.

Los señores intentaron aprovechar las transferencias de propiedad para incrementar las rentas, algo que se detecta en la baja nobleza, que tenía menos recursos para mantener un alto tren de vida. Al mismo tiempo el incremento de la población perjudicaba la dimensión de las explotaciones, y por lo tanto su rentabilidad. La clase más baja de los pueblos componía la mitad de la población. Se da la circunstancia de que aunque el número de deudores era muy alto, el monto de las deudas no lo era tanto, individualmente.

Blickle advierte que llegar a una revolución sin conflictos visibles o confirmados es muy raro, de donde deduce que los conflictos entre los vecinos de los pueblos deberían ser constantes, aunque poco conocidos por nosotros, en especial entre estos tres tipos de campesinos, los bien situados, los pequeños y los peones.

Ahora pasa a estudiar el derecho al uso colectivo, y las restricciones al uso motivadas por razones fiscales.

Hasta el siglo XVI, existía en la agricultura medieval alemana una válvula de seguridad para las penurias de los campesinos, el uso colectivo de bosques y pastos. Esto permitía mantener más animales de los que podrían tener si su cuidado dependiera solo de lo producido en la granja. Hasta ese momento los bosques eran extensos y suficientes, y allí donde estaba regulado el uso común no aparecieron conflictos.

Pero en 1525 las condiciones habían cambiado. Prácticamente todas las quejas citaban los derechos de uso mencionados. Los bosques estaban sobreexplotados, y la madera había aumentado mucho de precio. Los derechos de los señores sobre la caza podían convertirse en derechos de soberanía sobre el territorio en cuestión. Aunque hasta el siglo XVII esto no se convirtió en una ley, durante el siglo XVI los señores se convirtieron en un temprano género de ecologistas, protegiendo los bosques e impidiendo la explotación de los campesinos.

La escasez de madera se debía a la constante ampliación de las ciudades, y en el caso de las regiones mineras como Tirol, al uso de la madera en las minas. A esto hay que añadir la preservación de los bosques como terreno de caza de nobles y de la corte imperial. Los campesinos rara vez poseían derechos escritos de propiedad; los nobles tampoco, pero tenían más recursos para forzar su deseo. Esta inseguridad legal se manifiesta en los Doce Artículos, que exigieron a los príncipes que exhibieran sus títulos de propiedad, si los tenían.

En el siglo XVI los príncipes empezaron a limitar el uso de los frutos caídos al suelo en los bosques como fuente de alimentación animal. Además. como habían empezado a replantarse árboles, el ganado que pastaba en los bosques destruía los plantones jóvenes, por lo cual las zonas replantadas eran cercadas. En cuanto al uso comercial de la madera, hasta entonces permitido a los campesinos, también fue prohibido. Dice Blickle que los agricultores de los alrededores de Nuremberg (donde la compiladora de este libro vive, en Kraftshofer, una zona boscosa) sacrificaron incluso sus campos de cultivo para plantar árboles, tan necesitados estaban. La consecuencia de la protección de los bosques comunales fue más allá de la simple protección que hoy llamaríamos medioambiental, porque los animales salvajes y los cazadores dañaban los cultivos. Así, una de las demandas de los campesinos era el derecho a cazar ellos para proteger sus cultivos.

A la prohibición de cazar se añadía la de pescar. La pesca estaba reservada a los señores, que ponían dificultades a los campesinos en el uso del agua para el ganado. Especifica Blickle que estas restricciones no se conocieron tras la Peste Negra del siglo XIV, cuando el descenso de población dio lugar a un exceso de bosques y pastos sin explotar.

Pasa el autor a analizar los factores externos de la Guerra Campesina, como los movimientos de población.

“Las tensiones internas de la sociedad rural cada vez se hicieron más agudas, tanto por la caída de las rentas como por la dificultad que resultaba protestar ante los señores. El hecho de que las objeciones a los propietarios señoriales apenas tuvieran sustento en la vieja ley (y la Biblia no era en verdad un gran recurso de argumentos para la reducción de las rentas), y que por lo general se limitaban a la demanda de la reducción de rentas y otras cargas, sugiere sin lugar a dudas que había otros factores causantes de la depreciación de los beneficios en la agricultura ajenos a la relación entre campesinos y señores”.

Según la documentación consultada por Blickle, una causa muy citada en la época es el incremento demográfico. Solo las guerras y las plagas frenaban la sobrepoblación, decían los cronistas, ateniéndose a que a los posibles 100.000 muertos durante la Revolución se podían añadir otros 100.000 que emigraron a Hungría. El investigador duda de estas cifras, basadas en cálculos a ojo, y apunta que está certificado que la población se incrementó en los siglos XVI y XVII, sin que la superficie cultivable aumentara, de lo que se deduce que el porcentaje de personas por kilómetro cuadrado (en cualquier caso variable de un lugar a otro) no había llegado a su límite.

Hasta la mitad del siglo XV la población, diezmada por sucesivas plagas en el siglo anterior, se mantuvo sin ningún crecimiento sobre los vivos antes de las plagas. Los incrementos de población durante el siglo XVI están censados, y son notables en algunos lugares que Blickle cita. Por vía indirecta sabemos, dice el autor, que en la época existía preocupación por esa explosión demográfica.

Las pestes de los siglos XIV y XV produjeron una afluencia grande de campesinos a las ciudades, atraídos por la necesidad de mano de obra, hasta que a principios del siglo XVI las tornas cambiaron, y la sobrepoblación agrícola se convirtió en un problema porque ya no podían encontrar trabajo en las ciudades. El hecho de que no hubiera insurrecciones campesinas ni en el Norte ni en el Este de Alemania más allá del Elba se explica porque eran regiones menos prosperas, que habían desarrollado menos su economía.

Las dinámicas del primitivo estado moderno.

Es notable la claridad de los argumentos de Blickle en este tema, aunque vamos a ordenarlos de modo distinto a como él los desgrana en el capítulo. El cambio de una forma de estado a otra, del Feudal al Moderno, consiste en incrementar la autoridad de los mayores príncipes, ampliar territorios bajo la misma regencia, y cimentar el nuevo orden en un sistema de impuestos no basados en las obligaciones de los campesinos libres con sus señores, casi siempre en especie, sino en moneda, dinero, que era lo que necesitaban los príncipes para pagar sus gastos, a sus administradores y funcionarios, y también sus extravagancias.

Avanza Blickle que el término “primitivo estado moderno” encaja mejor en los territorios del Imperio, Brandenburgo y Austria, que allá donde la autoridad estaba fragmentada en principados civiles o eclesiásticos, como Suabia, Franconia o el Alto Rin, donde prendió la revuelta.

Los territorios imperiales “disolvían los lazos del vasallaje feudal en todo el territorio, reclamaban el monopolio legislativo y abrían nuevas fuentes de ingreso [impuestos] al margen de la economía feudal”. Las zonas donde se mantuvo el orden feudal se basaban en el viejo orden agrario, cuya denuncia resumen a la perfección los Doce Artículos.

Los campesinos se vieron atacados desde dos frentes, el de los constructores del nuevo estado y el de los que explotaban en antiguo, en ambos casos con los mismos métodos: nuevos impuestos, básicamente en metálico. Príncipes de pequeños y grandes territorios se esforzaron a partir del siglo XV en aumentar la naturaleza de los impuestos. Esto, que a nosotros, paganos del siglo XXI, nos parece normal (abusivo, según el liberalismo dogmático) a los labradores de antaño les parecía un escándalo y una ruina, entre otras cosas porque su productividad era mínima en relación con la nuestra.

No tardaron los príncipes en añadir impuestos indirectos, y los eclesiásticos un impuesto sobre la consagración de los nuevos obispos. Las ciudades y territorios imperiales cobraban un impuesto para la guerra contra los turcos.

Cita Blickle el caso de Franconia, que me atañe como ciudadana de esta provincia alemana encajada en Baviera. El impuesto territorial aquí se basaba en la propiedad individual, entre un 5 y un 10 por ciento en los años previos al estallido de la revuelta. Los obispos cobraban un impuesto de consagración del 10 por ciento sobre toda propiedad. Puede sugerirse que esto ocurría de vez en cuando, pero en la bella ciudad de Bamberg, entre 1500 y 1522 cambiaron de obispo cuatro veces. Los impuestos indirectos sobre el vino, la cerveza, la carne y la harina supuso el incremento de los precios entre un 10 y un 20 por ciento. Además, “junto con las levas militares, que se incrementaron en 1519, 1523 y 1524 [debemos suponer que para las guerras turcas] los impuestos eran un peso tremendo; en total los labradores pagaban la mitad de su renta creada en impuestos y obligaciones señoriales.”

El profesor de Basilea concluye que estos datos nos permiten hacernos una idea de las razones que podían tener los campesinos para sublevarse contra una autoridad que necesitaba dinero para crear el nuevo estado de cosas. El camino hacia él consistía en una política social, así la llama Blickle, en la que la vida comunitaria y privada estaba más regulada, y tendía a la ley y el orden. Este camino entraba en conflicto con hábitos judiciales insertados en la comuna. Se trataba de crear un sistema legislativo y judicial más uniforme, dejando de lado los tribunales locales. La arrogancia de los nuevos burócratas provocaba un malestar añadido. En el Tirol, los campesinos y algunas ciudades solicitaron a su príncipe unos agentes de la autoridad que administraran los asuntos del territorio, pero no que intervinieran como jueces. El problema del nuevo orden legal era que los funcionarios que debían llevarlo a efecto estaban tan mal pagados, que acosaban de multas a los campesinos y a los pequeños burgueses delas ciudades.

La conciencia política de los campesinos

¿Qué es a conciencia política? Es lo primero que le preguntaría yo al profesor Blickle, si pudiera hacerlo. ¿La conciencia de pertenecer a una comuna, a una provincia, a una ciudad? ¿La seguridad de pertenecer a una clase o sector social distinto a otro? ¿La decisión de actuar en la acción política de su territorio para defenderse o atacar a otras conciencias políticas?

La lectura de este epígrafe del libro induce a establecer la última de estas opciones. El autor expone una serie de casos documentados en los que las comunas en su ámbito local o unidas en un ámbito territorial superior anduvieron luchando por sus derechos a lo largo del siglo XV, en especial en zonas vinculadas al emperador. Es decir, adquirieron conciencia política, ayudadas por el deterioro de la economía, el incremento de las tensiones sociales y la presión que los señores ejercían para asegurar sus necesidades financieras. Nos da una explicación a qué es esa conciencia y cómo se formó.

El primer paso, explicita Blickle, fue la transferencia de la responsabilidad política de los campesinos de la comuna rural a la asamblea territorial. La comuna feudal, antigua como el sistema del mismo nombre, se vino a consolidad en los siglos XIV y XV. A partir de entonces los derechos señoriales empezaron a a “comercializarse”, es decir, las obligaciones y los servicios iban retrocediendo en favor de los impuestos en metálico por multitud de conceptos, incluso algunos inventados a propósito. Hasta entonces, la comuna era la base de un sistema relativamente armonioso con un grado notable de autogobiermo que convenía a campesino y a señores. El orden de la comuna y los derechos de los comuneros funcionaban bien. La fórmula, viene a decir Blickle, funcionaba mejor en las tierras imperiales.

A medida que pasaba el tiempo y se incrementaba la población, aumentaron los conflictos. El estado moderno primitivo se inició con la creación e instalación de autoridades señoriales en las comunas, pueblos, distritos y valles. Estos funcionarios imponían la ley y la justicia, y también sus intereses personales allí donde podían. Este panorama que dibuja Blickle me hace pensar en el bosque de Sherwood y en Robin Hood, o en el cantón suizo de Uri y en Guillermo Tell, ambos del siglo XIV. Quizá fueron héroes de pequeñas revoluciones campesinas.

El proceso de “territorialización” no fue uniforme, afectó más a la zona sur de Alemania, las actuales Baviera, Baden Wurtemberg y Renania Palatinado. Pero se fue operando en todas partes debido a la “obstinación” de los señores. La dependencia personal al señor, que supuestamente les protegía, se fue transformando en un cuerpo uniforme de reglas y leyes, un cambio que algunos ven como del derecho germánico al romano. Algo parecido se estaba produciendo en todas partes, Francia e Inglaterra, y también España, aunque ahí, menos, porque el feudalismo español fue sui generis debido a la Reconquista, los campesinos eran libres, estaban armados y participaban en la defensa y ataque a territorios musulmanes.

En Alemania se produjo una presión de los señores sobre sus campesinos en todos los órdenes, local, municipal, de servicios y obligaciones, de derechos de bosque, de caza y de pesca. La polaridad entre señores y campesinos se convirtió en antagonismo. El objetivo era hacer la ley uniforme en todo el territorio. Esto tuvo una consecuencia que proporcionó fuerza a la revuelta de 1525, y fue la formación de asambleas (Landschaften) regionales o territoriales. Dice Blickle que los campesinos del Tirol formaron parte de la dieta territorial alrededor del año 1400. Aporta otros ejemplos en el mismo sentido.

La Guerra Campesina es la prueba, dice Blickle, de que el campesino se había politizado. La actuación armada, el uso de la violencia (que es el atributo de toda fuerza política estatal en ejercicio) empezó a funcionar, lucha de clases o de intereses, igual da.

Antes de pasar al capítulo V del libro (Biblia contra Feudalismo) permítaseme una reflexión acaso atrevida por ser de una lega. No hay una causa nítida y eficiente de la revuelta campesina alemana, a saber, las injusticias forzadas por los señores; ni siquiera dos, la anterior y el empujón rompedor de la Reforma, sino muchas y variadas, que Blickle va desgranando en su estudio. Pero algo me hace pensar que la Reforma luterana fue la palanca de la que se sirvieron los príncipes, que apoyaron y financiaron esa Reforma, para aprovechar el levantamiento y apropiarse de las inmensas riquezas inmuebles y muebles de la Iglesia, y renovar una forma de gobierno que se había quedado obsoleta, esto es, reunir en sus manos un poder que estaba fragmentado. La Reforma no fue un detonante, sino un instrumento sobrevenido para modificar el sistema agrario vigente.

Vamos a ver cómo lo plantea Blickle.

Feudalismo contra Biblicismo

“La crisis del feudalismo no podía resolverse de la manera tradicional basada en la cooperación de señores y campesinos para encontrar un nuevo marco legal. ¿Por qué no? Si tenemos que responder a esta pregunta, las conexiones, solapamientos e interdependencia entre las cuestiones en disputa tendrían que quedar al descubierto, y los pesos de los elementos críticos deben ser evaluados de manera que expliquen tanto las relaciones generales como las peculiaridades regionales.”

Con permiso del profesor Blickle, a mí esto me parece imposible. Primero porque las crisis no se resuelven “tradicionalmente” mediante el diálogo de las partes en conflicto. Y segundo, porque la historia no es una ciencia construida sobre análisis de laboratorio, y es una quimera intentar encajar las contradicciones en fórmulas o leyes universales.

La que emplea (en una nota a pie de página, por tanto no con convicción) es la siguiente:

La posibilidad real de la revuelta es igual una fracción con este numerador: imposiciones económicas insoportables más tensiones sociales más expectativas políticas; y este denominador: fuerza legitimadora.

Blickle argumenta en este capítulo para llegar a esta conclusión: la revolución habría sido imposible sin el uso legitimador del principio de la Ley de Dios, es decir, de la Biblia. Cabe tener en cuenta que se trata mayormente del Antiguo Testamento, que es la base del protestantismo por una razón evidente: la mejor manera de eliminar la autoridad de la Iglesia de Roma (aparte de declararla corrupta) era impostar al judaísmo, que no posee iglesia única, y convertir a los rabinos en pastores. El Nuevo Testamento, el mensaje de amor y caridad de Cristo, que afecta a todos los seres humanos sin distinción, se quedó en Roma y en el Mediterráneo en general. Se me ocurre especular, y es la última digresión que perpetro, se lo juro al lector, si las persecuciones a los judíos de la Europa central y nórdica tendrán su raíz en la competencia insoportable que a los protestantes les hacía el judaísmo, porque los judíos permanecían unidos como pueblo o etnia o como quiera llamarse ahora, pero los protestantes estaban divididos, sobre todo sobre una base nacional que les enfrentaba incluso en guerras, por más que intentaran relacionarse.

Expone Blickle una serie de revueltas previas a la de 1525 que explican en parte el malestar de los campesinos y que corresponde en el numerador antes mencionado a imposiciones económicas insoportables. Que eran ciertas lo sustenta en un testimonio del elector de Mainz en 1599 cuando manifestó su apoyo a Carlos V (en España Carlos I), confiando que el poder imperial interviniera para que el hombre común no fuera sobrecargado con obligaciones y tasas innecesarias, que podrían causar una revuelta como la del Bundschuh.

Esas revueltas, recuerda el profesor, tenían esta racionalización: la tradición, la vieja ley no contempla esos términos que son meros abusos.

Ahora explica Blickle el tema del segundo factor en el numerador de su fórmula, las tensiones sociales. Se había detenido la emigración del campo a la ciudad, la población rural aumentaba, y la tierra arable era la misma. Esto dio lugar a dos tipos de problemas: allá donde la herencia no era de mayorazgo, la parcelación hacía inviable vivir de la tierra, y donde se dejaba la tierra a un heredero, se fomentaba una clase social campesina más acaudalada.

El tercer factor de la fórmula es las expectativas políticas. Atenerse a la tradición y a la vieja ley, aduciendo el concepto de lealtad, base del sistema feudal, chocaba de lleno con la necesidad de regular y extender una regulación moderna de las relaciones, las innovaciones que darían lugar al primitivo estado moderno. Los pasos dados en este sentido crearon expectativas entre los campesinos. La “nueva ley” sustituía a la vieja, de modo que los agricultores podían esperar de ella mejoras en su condición. Cosa que no sucedía.

Así que sólo encontraron una fuerza redentora: la Ley de Dios, la nueva fuerza legitimadora, el denominador (común a todo el movimiento) de la fórmula mencionada.

Dice el investigador que el instrumento de creación del nuevo orden fueron las asambleas, tanto nobiliarias y eclesiásticas, como la Liga Suaba, como las campesinas, que empezaron a formarse a raíz de la revuelta.

Ls hubo de dos tipos, las que proponían un acuerdo entre señores y vasallos para crear un nuevo sistema, y las que no creían en esta posibilidad y se lanzaron a conquistarla mediante la guerra.

Ejemplo de la primera es la asamblea de Allgäu. En 1491 y 1523 hubo levantamientos pacíficos, basados en la tradición. Pero el de 1525 llegó más lejos, y la asamblea debatió entre dos posturas, atenerse a la ley, negociar, o levantarse en armas. Ganó la primera. Los agricultores esperaron hasta finales de febrero, pero acabaron llegando a la conclusión de que no había mejor ley nueva que la Ley de Dios.

La segunda alternativa a la ley tradicional se verificó en la rebelión centrada en Baltringen. Enviaron una serie de artículos reivindicativos a la Liga Suaba. Blickle echa mano de nuevo a las matemáticas. El 5% de los artículos se referían a la Ley de Dios, el 11 % a la tradición, y el 84% no hacía referencia a ninguna ley, es decir, no legitimaba sus demandas. A finales de febrero el ejército de Baltringen se convirtió en Asamblea Cristiana, y creó el manifiesto que ya conocemos, los Doce Artículos.

El argumento de los señores casi siempre era que ellos se atenían a las tradiciones y a la ley establecida. Esto tuvo éxito en las zonas donde el orden feudal era más estable. Una excepción, que siempre las hay, fue el elector de Sajonia Federico el Sabio, que escribió a su hermano, el duque Juan “los pobres están cargaos de muchas formas por nosotros y por el clero”, lo que había podido dar razones para la revuelta a los más pobres.

La ley de Dios tenía una potencia dinámica para los campesinos sublevados. Sus demandas se apoyaban en la Biblia, disolvía las barreras corporativas, y sobre todo, abría una vía libre al futuro político.

Termina Blickle el capítulo con una referencia a la confianza de los revoltosos en la teología, en concreto en los teólogos, a quienes recurrieron para basar la justicia de sus demandas, porque no se olvide que los Doce Artículos contenían el compromiso de que de reconocerse sus reivindicaciones como contrarias a la Ley de Dios, las eliminarían.

“Pero, ¿dónde acabaría la revolución si los teólogos se negaran a guiarla y los señores a obedecer el dictamen de los teólogos?”, se pregunta el profesor Blickle.

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