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Cultura y comunicación General

La legitimidad histórica del franquismo

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Artículo al que siguen dos breves de Pío Moa: «La vía franquista a la democracia» y «Cuando perdió el franquismo su futuro». Un resumen de razones que llevan a la conclusión de que si no se revisa con objetividad y distancia la trayectoria de España desde 1939 a 1979, se está dejando el terreno libre al sectarismo. No se trata de retrasar el reloj histórico e ideológico, sino de mirar nuestro pasado reciente y secular con ojos de españoles que no renuncian a serlo.

Fernando Bellón

Es Pío Moa uno de los analistas políticos españoles más desinhibidos y audaces de los días presentes. Le sigo en su Bitácora, que renueva varias veces al mes, y en ella uno encuentra comentarios políticos, literarios y filosóficos de gran agudeza. Leerlo produce alivio y solaz, porque es el contrapunto de la charlatanería vigente. Además, lo hace gratis, circunstancia que comparto con él en esta revista propia.

Podía Pío haberse arrimado a cualquiera de los periódicos digitales y trabajar a sueldo. Sus cualidades filosóficas y retóricas le habrían situado en el Olimpo de los comentaristas. Pertenece a la raza de los comprometidos con su forma de ver la vida, y no se ha apartado de ello desde que se hizo popular con sus libros sobre la República. El caso es que siempre ha ido por libre.

Admito que habiendo sido yo un viejo topo del bolchevismo como él, pero de muy baja intensidad, desprenderme del marxismo y doctrinas adjuntas me ha llevado tiempo. Y lo que más me costó entender fue la valoración positiva que hace Pío del Franquismo. Ni Vox se atreve a hablar bien de Franco. Esto sigue siendo un tabú, porque se considera una traición insoportable y una adhesión incondicional al fascismo.

¿Qué fascismo?

Vamos paso a paso.

El primero es observar los fotomatones de la opinión pública que realizan las encuestas. En las últimas semanas se ha publicado varias en diferentes medios sobre la Constitución, la unidad de España, el apoyo al gobierno Sánchez y otros asuntos de interés nacional.

En puridad las encuestas carecen de valor significativo, pulsan estados de ánimo. Es como si se preguntara a la población si les gustaría volver a nacer rubios o morenos, con los pies chicos y las manos grandes o viceversa. Cosas intrascendentes.

Lo único válido que se desprende en estas encuestas es que los españoles estamos muy divididos. Para llegar a esta conclusión no hace falta ningún sondeo.

Los análisis de Pío Moa no tienen en cuenta las encuestas. Él tiene la suficiente experiencia y conocimientos políticos y el suficiente sentido común para basar sus criterios en argumentos sólidos. Eso le permite situarse en un punto casi equidistante entre el pesimismo y el optimismo.

Pío no lo deja al albur, sino a la postura que adopte la ciudadanía, de acuerdo con los protocolos democráticos. Eso, dejando clara su preferencia, pero consciente de que la masa electoral está capturada, empantanada en la ideología dominante: el progresismo pequeñoburgués. De manera que una decisión libremente meditada y elegida es improbable en el futuro inmediato.

Sacar a la población del sueño progresista-humanista costará años. Llevan cuarenta embaucados con una ideología que no les compromete más que a votar, y como mucho a salir a la calle con una pancarta antifascista, coreando lemas vacíos de realidad y de contenido.

No hay otra alternativa al progresismo buenista adolescente que el fascismo, la ultraderecha. Esto es falso, naturalmente, pero la doctrina dominante es un organismo equipado de anticuerpos.

Los que conforman la cultura, la historia, el pensamiento, el juicio crítico frente al progresismo pequeñoburgués son multitud, y tienen a su disposición suficientes medios. Pero su trabajo es como intentar disolver aceite pesado en agua de manantial

Hay cantidad de formadores de opinión con una idea compartida. Es decir, hay un montón de personas valiosas lejanas al progresismo, pero carecen de intención de reunirse en una línea común. La oposición intelectual, cultural y política al progresismo pequeñoburgués no despega.

Ya digo que costará años, porque es un trabajo de zapa, de hormiga, que debe realizarse en varios frentes, la cultura, la educación, los medios de comunicación masivos.

El anhelo de Pío Moa es que tamaña tarea empiece a hacerse ya, y propone programas, caminos, actividades. Se desespera al hombre, porque no encuentra ni apoyos ni dónde apoyarse.

Cuando uno se pasea por las ciudades o los pueblos lo que se observa es una sociedad despreocupada, más o menos satisfecha, indiferente al griterío político, y acosada por encuestadores falaces. Nada parecido a lo que se debería de vivir en el verano de 1936, una sociedad dividida como todas, pero armada hasta los dientes.

¡España no se rompe!

Eso es lo que proclaman optimistas a sueldo en las radios y en los periódicos. No se romperá si una mayoría aplastante lo evitamos.

Por eso hay que empezar a desmontar sus discursos falaces cuanto antes mejor.

De todos los argumentos que van apareciendo en la opinión pública hay uno en el que Pío Moa suele incidir, y que me parece el más apropiado para iniciar la recuperación del sentimiento nacional de España.

Se trata de exhibir y razonar la legitimidad histórica del franquismo. Se puede conectar esto con otra línea ideológica que por fin ha adquirido cimiento y solidez: exhibir y razonar sobre el importante papel de España en los siglos XVIII, XIX y XX. ¡Vale ya de mentiras y leyenda negra!

La revisión de la historia con los lentes de la ideología del momento ha cundido mucho en las Américas, fijando como elemento esencial el encuentro (violento y con abusos, claro, aunque menos en el sur que en el norte) de dos culturas y un genocidio que nunca existió en la América española, y la sobrevaloración de las identidades amerindias, de hecho antropológico a formas de gobierno y de estado que lo fueron poco y se autodestruyeron. En la Europa latina no nos hemos enfrentado todavía al gobierno italiano, pidiéndole cuentas de las escabechinas ocasionadas por los cónsules romanos, pero todo llegará. De momento estamos empantanados con las barbaridades del género y el dogma LGTBI.

Franco y su periodo de gobierno no fueron una catástrofe criminal, ni siquiera puede decirse eso de la URSS y sus satélites. Hay que observar los hechos como lo que fueron hechos, con sus aspectos negativos y positivos, con una necesaria objetividad científica, e intentando explicar la historia desde sus elementos contemporáneos en cada momento.

Es oportuno dejar la palabra a Pío Moa. Uno de sus artículos recientes se titula así.

La vía franquista a la democracia.

Por Pío Moa

En 1976 el destino de España se jugó, sin que casi nadie lo percibiera claramente,  en torno a las vías franquista y antifranquista a la democracia. La primera consideraba legítima e históricamente necesaria la “era de Franco”, por cuanto había salvado al país de la disgregación y la sovietización, y había creado una sociedad moderada y próspera, ajena a los odios y la miseria que destruyeron la república. Pero para esas fechas el franquismo estaba en descomposición, de modo que podría decirse que “moría de éxito”. Fue un año de amplias libertades políticas prácticas y de masivas movilizaciones de la izquierda en demanda de “libertad”, amnistía y autonomías.

La vía antifranquista se articulaba en torno a dos organismos: la  Junta llamada “democrática”, articulada en torno al Partido Comunista, el más totalitario sin duda de la historia de España, aunque apostase a una provisional “democracia burguesa”; y la Plataforma también “democrática”, en torno al PSOE, probablemente el partido más corrupto de nuestra  historia y que, al contrario que los comunistas, ni siquiera había hecho oposición reseñable al franquismo…, pero que enarbolaban un antifranquismo y anticapitalismo más extremos que los del PCE.  Se asociaban a ambos partidos “demócratas”, diversos grupúsculos y personajes irrelevantes dispuestos a hacer carrera política en las nuevas condiciones. Y presionaban también grupos separatistas  cuya debilidad les hacía presentarse como meramente autonomistas.

Todos ellos negaban legitimidad al franquismo y se la adjudicaban, por el contrario, a los derrotados en la guerra civil, es decir, al Frente Popular. El cual  había destruido la república pero era presentado como “el bando republicano y democrático”,  en flagrante usurpación o falsificación histórica. Aceptada también por sus contrarios (¡hasta hoy!). Por lo tanto, la democracia debía “romper” con el franquismo y partir del Frente Popular, habiendo sido este, precisamente, una alianza entre sovietizantes (PSOE y PCE principalmente) y separatistas catalanes y vascos. Alianza que por sí misma explica el sentido de la guerra civil… , pero a ella  correspondería la legitimidad.

En contra de unos y de otros había grupos decrecientes que creían poder mantener el franquismo, y terroristas de izquierda (ETA, GRAPO, FRAP y otros) que tachaban al PCE y al PSOE de traidores a los principios revolucionarios y al propio Frente Popular, por aceptar una democracia “burguesa”, aunque fuera provisionalmente. Estos grupos recurrieron al terrorismo y causarían al nuevo régimen daños graves, pero no decisivos.

La vía franquista constó de dos fases: la autodisolución de sus Cortes en noviembre, y, en diciembre, un referéndum que reconociera el paso a la democracia “de la ley a la ley”, es decir, desde la legitimidad del franquismo. La oposición, unida en la llamada “Platajunta”, se  volcó contra esa vía mediante una huelga general, que fracasó por completo, seguida de una campaña de boicot al referéndum, que repitió el fracaso. Y el GRAPO  propinó al proceso el golpe más fuerte y violento, prolongado durante dos meses. Nada de ello impidió que la  vía franquista a la democracia fuese votada por la  inmensa mayoría de la población, ante todo porque esa mayoría estimaba positiva o muy positivamente tanto al franquismo como a la figura de su Caudillo. Lo habían vivido y ninguna “memoria histórica” podía entonces confundirlos

Esta vía fue diseñada por Torcuato Fernández Miranda, ex secretario general del Movimiento, el teórico –pero no real– partido único del franquismo. Y fue seguida (y pronto desvirtuada parcialmente) por Suárez, también ex secretario del Movimiento y hombre de escasa enjundia intelectual y política. Y  por Juan Carlos, designado rey directamente por Franco. Y respaldada o aceptada por la gran mayoría de políticos y militares  del régimen. Cuando hablamos de la transición, hablamos de dicha vía franquista, triunfante entonces sobre la opuesta.

Entender lo que ocurría en 1976  permite entender la evolución posterior, que puede resumirse así: pese a que su derrota obligó a los antifranquistas a adaptarse a los hechos, nunca dejaron de basar su estrategia en negar el franquismo y legitimar al Frente Popular (al que confundían intencionadamente con la República). Acometieron, pues, una intensa labor de falsificación histórica, que en sí misma socavaba la democracia surgida evidentemente del franquismo. Labor posibilitada por dos factores:  el fracaso, ya muy anterior, del franquismo en la universidad, en la que se habían impuesto en gran medida los comunistas, muchos de ellos pasados oportunamente a socialistas; y por la presión ideológica de algunos países europeos que habían apoyado al terrorismo en España y a los que el franquismo había desafiado con éxito  durante casi cuarenta años.

A estos dos factores, universidad y presión exterior, se unió en la propia derecha ex franquista el dominante sector democristiano, ansioso de distanciarse del anterior régimen y de hacer olvidar su pasado (que le recordaban con fruición sus contrarios). Y ello pese a que aquella tenaz  falsificación de la historia corroía la legitimidad y las bases mismas de la transición. Bases, no obstante, lo bastante fuertes para resistir largo tiempo, debido a la inercia de la nueva sociedad creada por el franquismo. La derecha fabricó una versión paralela, igualmente falsaria, según la cual la transición, la democracia y la monarquía nada debían al franquismo, siendo producto de una concordia entre demócratas ex franquistas (democristianos salidos del Concilio Vaticano II)  con los demócratas de la Platajunta.

El proceso llegó a un momento crucial en 2002, cuando el PP condenó el 18 de julio, es decir, el franquismo. Con ello negaba el referéndum de diciembre de 1976, otorgando implícitamente la legitimidad al Frente Popular, quitándosela por tanto a la transición y poniendo en cuestión desde la monarquía hasta la unidad de España. Lo que ha ocurrido después (rescate de la ETA, gran impulso a los separatismos, leyes de memoria o de género contra la democracia, etc.,  hasta el golpismo actual), viene a ser la consecuencia lógica de aquella condena. Consecuencia a su vez de la inanidad intelectual del PP combinada con el oportunismo democristiano (recuérdese, también eran democristianos los separatistas vascos y catalanes)

Incidentalmente: solo unos pocos francotiradores nos opusimos a aquellas derivas. Que mucha gente sentía o sospechaba la falsedad de la historia impuesta por la izquierda y aceptada o complicada por la derecha, quedó de relieve con el éxito de mi libro Los mitos de la guerra civil, que realmente asustó a unos y a otros  y ha conducido al intento de imponer las versiones chekistas del pasado  por ley totalitaria y creciente silenciamiento de los disidentes. Algo que muchos ven como hechos secundarios y casi anecdóticos, con escasa influencia actual y real, cuando condensan todo un programa político golpista contra la unidad de España y la democracia, como corresponde a los herederos del Frente Popular. Y  complicado ahora con la llamada agenda 2030. El pueblo debe saberlo y reaccionar.

Es un error pensar que el doctor en estafas obre por “narcisismo” o “afición al poder”, aunque eso ocurra. Él parte de un proyecto estratégico de larga data, la transformación de España en una “confederación republicana de naciones”, combinada con la liquidación de la herencia del franquismo, precisamente la unidad nacional, la democracia y la monarquía. Ese objetivo, con muchos quiebros y vueltas, a veces semiabandonado, permanece siempre en la política del PSOE, como en la de los separatistas. Y  hoy está pasando a primer plano. Si no se tiene presente, el análisis político pasa a simple chismorreo de ocasión.

A medio plazo, la unidad nacional y la democracia solo se mantendrán si el  nefasto PPSOE entra en crisis y se hunde. Ello exigiría una revisión de las políticas dominantes desde la condena del franquismo por el PP. Exigiría abordar dos grandes temas: la legitimidad histórica del franquismo y la neutralidad como única política exterior capaz de garantizar la independencia de España. Mientras VOX no las plantee resueltamente, su política seguirá coja.

Cuándo perdió el franquismo su futuro

Ayer en el Casino militar,  presentación del concienzudo libro de José María Manrique  Carrero asesinado. Clave de la Transición. En el curso del debate surge la cuestión de cuándo se quedó el franquismo sin futuro. Hubo en los años 50 un proyecto de estructurar el estado de acuerdo con las ideas falangistas de Arrese, que a juicio de Jesús Palacios pudo haber cuajado, pues Franco se mostró en principio de acuerdo, pero se echo atrás ante la oposición de la Iglesia. Y es que el régimen se declaró católico, no solo confesional sino político, lo que entrañaba cierta contradicción, pues el catolicismo no es una doctrina política. Por lo tanto, cuando en el Vaticano II toma forma el diálogo con los marxistas, que significaba la ruptura del diálogo con el franquismo, este pierde, en un sentido profundo, su razón de ser, más allá de su carácter anticomunista y de unos éxitos prácticos sin precedentes en al menos dos siglos.
No obstante, el catolicismo retuvo influencia en el país y en el propio régimen, pero esta vez en la forma democristiana, que no deja de tener el mismo problema: el cristianismo puede adaptarse a la democracia y a otos sistemas, pero no es una teoría política. Y aunque había democristianos franquistas, su tendencia general era a despegarse del régimen, a “dialogar” con los comunistas e incluso a promover los separatismos y hasta el terrorismo etarra. Con respecto a los separatismos, también eran democristianos los líderes del PNV y de Convergencia i Unió de Cataluña. No es que a los democristianos, en general, no les interesase la unidad de España, es que ella perdía cierto relieve frente  a otras tendencias, en especial las europeístas. La idea de la UE, perseguida tenazmente a partir de la economía,  para superar el “fin de la Era Europea”, era de origen democristiano, tomaría luego carácter socialdemócrata hasta hacerse hoy algo así como LGTBI, sin apenas conexión con la ideología original.
Por lo común, las historias del franquismo, la transición y la democracia, no prestan atención a esta clave de la evolución del país, que considero una de las más decisivas, sino la  más. Y está en la raíz de la condena del franquismo por Aznar, de donde proceden las derivas posteriores, con anulación de principio de la Transición,  hasta el golpismo actual.

1 Comentario

  1. Pablo Rojo Barreno 15 diciembre, 2023

    Totalmente de acuerdo, sobre todo respecto al PSOE que fue y es. https://hallando-y-repasando.com/concisa-historia-del-psoe/

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