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Mil palabras de Azorín Series

Mil palabras de Azorín. ( F, G, H, I, J)

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FABRIQUERO.

De fábrica, del latín fabrica, abreviación de ars fabrica. Ars, arte, y faber, obrero o artesano. Arte del obrero o artífice.

CANÓNIGO FABRIQUERO.

Persona que en las iglesias cuida de la custodia y la inversión de los fondos dedicados al edificio, su mantenimiento y al de los utensilios y paños del culto.

También llamado: Mayordomo de fábrica o canónigo obrero.

Veamos el extracto de una noticia aparecida en el diario El País, el 21 de enero de 2007, que con el título “La Catedral de León se resquebraja”, habla de su canónigo fabriquero:

“El pasado 4 de diciembre se desplomó una gárgola de piedra con forma de aguilucho de más de 100 kilogramos de peso. Era la segunda que caía en menos de una semana.

Subidos a una grúa, un equipo de especialistas revisa, desde hace un mes, todos y cada uno de los 7.000 elementos exteriores de la catedral. Son la parte visible de un plan de emergencia para calibrar -y frenar- el deterioro del monumento después de la reciente caída de dos gárgolas que llevaban ahí más de siete siglos. Por lo pronto, han sujetado con acero inoxidable la veintena de gárgolas que quedan.

Mario González, sacerdote de 54 años, desempeña un cargo curioso y difícil: es canónigo fabriquero de la catedral. Esto significa que es el último responsable de todo, desde las campanas de las torres a las estatuas del pórtico. Y se lo toma muy en serio. Armado con un enorme llavero, revisa, casi semanalmente, las puertas, los pasadizos, los desvanes, el claustro, los tejados o los pináculos. Sube por escaleras de caracol del tamaño de edificios de ocho pisos y accede a rincones cuya contemplación desearía más de un historiador de arte.

El pasado 4 de diciembre, Mario González el canónigo fabriquero de la Catedral de León, padeció el disgusto de su vida.”

En relación con esta entrada, veamos ahora unos datos sobre el tristemente famoso terremoto de Lisboa, en donde no sólo cayeron gárgolas y se destruyeron rosetones en muchas iglesias, torres y catedrales españolas, sino que fue mucho más allá de lo que podamos imaginar. Habríamos de conocer los hechos con más profundidad, para entender el calibre de la tragedia en toda la costa atlántica de Portugal, de España y de Marruecos. Sus efectos destructivos alcanzaron el interior de Andalucía y de Castilla, y se dejaron sentir en el otro lado del Atlantico e incluso en zonas de la lejana Finlandia.

Transcribo a continuación el artículo extraído de Wikipedia:

“El terremoto de Lisboa de 1755 tuvo lugar entre las 09:30 y las 09:40 horas del 1 de noviembre de 1755 y se caracterizó por su gran duración, dividida en varias fases, y por su virulencia, causando la muerte de entre 60 000 y 100 000 personas. El sismo fue seguido por un maremoto y un incendio que causaron la destrucción casi total de Lisboa.

Los geólogos estiman hoy que la magnitud del terremoto de Lisboa sería de aproximadamente un 9 en la escala de Richter, con su epicentro en un lugar desconocido en algún punto del océano Atlántico a menos de 300 km de Lisboa. De una población lisboeta de 275.000 habitantes, unas 90.000 personas murieron. Otras 10.000 murieron en Marruecos, mientras que en Ayamonte (Huelva, España) murieron más de 1.000 personas, y se registraron víctimas y daños de consideración en más puntos del sur de España y de toda la Península Ibérica.

En España, el rey Fernando VI, ante la magnitud del fenómeno y por haberlo vivido en primera persona, una semana más tarde del triste suceso, ordenó al gobernador del Supremo Consejo de Castilla la preparación de un informe sobre el terremoto. Para realizar tan magna encuesta se elaboró un cuestionario de ocho preguntas dirigido a las personas de «mayor razón» de las capitales y pueblos de cierta importancia, para que contestaran lo más rápido posible y con sus respuestas tener una idea más acertada de la incidencia del terremoto en el reino.

Las preguntas eran las siguientes: ¿Se sintió el terremoto? ¿A qué hora? ¿Cuánto tiempo duró? ¿Qué movimientos se observaron en los suelos, paredes, edificios, fuentes y ríos? ¿Qué ruinas o perjuicios se han ocasionado en las fábricas? ¿Han resultado muertas o heridas personas o animales? ¿Ocurrió otra cosa notable? Antes de él ¿hubo señales que lo anunciasen?

Se recibieron respuestas de 1.273 localidades advirtiéndose en algunas de ellas carencias importantes de información, exageraciones o imprecisiones. Actualmente se guarda toda esta documentación en el Archivo Histórico Nacional, documentación que ha sido recopilada y publicada hace unos años por J. M. Martínez Solares en “Los efectos en España del terremoto de Lisboa” Ministerio de Fomento, Madrid, 2001.

Es difícil estimar las pérdidas personales producidas por el terremoto en el territorio español, algunas fuentes hablan de en torno a las 5.300 víctimas, y de unas pérdidas materiales valoradas en 53.157.936 reales de vellón.”

“En 1775, el rosetón de la Catedral de León repentinamente se desconcierta y quiebra. El fabriquero de la Catedral debió de pasar unos momentos de angustia. ¿Qué había ocurrido? Que en Lisboa un terremoto había derrumbado la ciudad. Y en León, en la Catedral, en el rosetón y en otros lugares, hubo que hacer, “instantáneamente”, nos dice un arquitecto, Matías Laviña, reparaciones. ¿Es grande o no es grande el hecho? ¿Cómo lo calibraremos? ¿Y cómo calibrar la batalla de Waterloo? ¿Qué grandor le asignaremos? En 1893 se produce en Santander la explosión de un barco cargado de dinamita. Y al relatar Pereda la explosión del Machicaco en 1896, nos dice que ha sido ésta “una de las mayores catástrofes que registran los anales del mundo”. Tenemos, pues, otro hecho que poner en contacto con Lepanto y con el terremoto de Lisboa. Todo depende, decíamos, de cómo calibremos los hechos.”

Con permiso de los Cervantistas, Madrid, Visor Libros, 2005, pag. 100.

FANTASMÁTICA.

De fantasma. Del latín phantasma, y éste del griego fántasma, aparición, imagen.

En psicología. Dicho de una representación mental imaginaria, provocada por el deseo o el temor.

En el contexto en que la palabra “fantasmática”, es usada por Azorín, probablemente haya intervenido la imagen mental del vocablo “fantasmagórica” (del francés fantasmagorie) término éste muy usado en los comienzos del cinematógrafo, y voz implantada a partir de 1800, por el profesor de física Étienne Gaspar Robert (1763-1837), para designar un espectáculo de linterna mágica, cuando se creaban aquellas ilusiones ópticas al espectador, por medio de la óptica, de la luz y de las sombras. Fue Étienne Gaspar Robert, más conocido como Robertson, el inventor del fantascopio, la máquina con que creaba sus imágenes, sus “entretenimientos filosóficos”, como él los llamó, quien se apropió del nombre “Phantasmagoría”: resultado de añadir al término fantasma la terminación goría, derivada del griego agoréuo, yo hablo.

Resulta muy evidente todo esto, en la referencia que nos ofrece Azorín de esas imágenes fantasmáticas de Ávila, también podríamos decir irreales, comparándolas con un escenario teatral: algo ilusorio, en que todas las sensaciones son producto de nuestra imaginación sublimada por los efectos ópticos, como ocurre con lo fantásmático.

A propósito, veamos lo que dice José Díaz Cuyás, profesor de estética en la Universidad de La Laguna. Extractado y resumido de su artículo “La imagen fantasma”, aparecido en la revista de pensamiento artístico, «Acto»:

“Lo fantasmático como categoría cultural surge aproximadamente un siglo después, en torno a 1900, y proviene del ámbito psicoanalítico, aludiendo a la realidad psíquica encubridora del deseo y está estrechamente vinculado con la imagen en relación con la técnica fílmica, lo que después se ha dado en llamar, el régimen escópico: cada visión corresponde a una imagen, ya sea percibida, intuida o imaginada. Dicho régimen escópico, modernamente, ha sido dividido en tres etapas o tres régimenes escópicos: El primero sería la era de la imagen-materia, representada por la pintura, la fotografía y todas las artes plásticas. En segundo lugar la era de las imágen-filmica, ligada al cine y toda la imagen en movimiento con historia narrativa o histórica y en tercer lugar la era de la e-imagen: la imagen electrónica, que se parecen a las imagenes mentales en el sentido de que no son objetos del mundo, son imágenes con rasgos fantasmales o espectrales que no pertenecen a la materialidad del objeto.”

“El Mediterráneo a lo lejos; Oriente, el Oriente de tan profunda atracción. Y vuelta a Castilla. Una cierta visión de Ávila, en los primeros fulgores del alba, desde el tren, como en cierta ocasión la viera Félix. Ávila fantasmática, de papel pintado, como en el teatro, con una bombilla eléctrica detrás de cada ventana.”

Félix Várgas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1928, pag. 174.

FEMBRAS.

Del latín femina. Hembra. Animal del sexo femenino. Segunda acepción: Mujer. Persona del sexo femenino.

El vocablo fembra, es un cultismo en desuso actualmente, sólo conservado en el lenguaje poético. En el siglo XVII, ya se había trocado por hembra, como tantos vocablos latinos que comienzan por f. El cambio fonético de la f a la h, es una de las características de la formación del castellano. El fenómeno consistió en que la f a principio de palabra se convirtió en h aspirada (Jamelgo, del latín famélicus. Famélico es el cultismo), y que desapareció más tarde, en el castellano estándar (hacer, hambre, hilo, hijo, humo, hoja, hierro, harina…).

En la comedia de Lope de Vega (1562-1635) “Las famosas asturianas”, uno de los personajes, dice así:

“Esso no, que doña Sancha

Ha de ser muger de Osorio,

Y seldo vos de mi hermana,

Que es fembra mas fermosa

Que ay en todas las Montañas.”

También podemos encontrar el mismo vocablo en el “Libro del Buen Amor” del Arcipreste de Hita. Libro del que Azorín se hace eco en la referencia seleccionada y dice como el buen Juan Ruiz eso de, fembra placentera. Veamos:

“Como dise Aristóteles, cosa es verdadera,

El mundo por dos cosas trabaja: la primera,

Por aver mantenençia; la otra era

Por haber juntamiento con fembra plasentera.

Si lo dixese de mío, sería de culpar;

Díselo grand filósofo, non só yo de rebtar;

De lo que dise el sabio non debemos dubtar,

Que por obra se prueba el sabio e su fablar.

Que dis´verdat el sabio claramente se prueba

Omes, aves, animalias, toda vestia de cueva

Quieren, segund natura, compaña siempre nueva;

Et quanto más el omen que a toda cosa se mueva.”

“Confidencias salaces de viejos y pirujas. Melindres incitativos de fembras placenteras. Las nubes corren rápidas sobre el fondo azul del cielo. Las veletas –son veletas- giran alocadas. No se ha visto nunca en Segovia tal abominación. Los golpazos de las ventanas en los desvanes son formidables.”

Doña Inés, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, pag. 166.

GAJES.

Del francés, gage, prenda, y éste del fráncico waddi, prenda, sueldo, del gótico wadi, fianza.

Lo que se adquiere por algún empleo además del sueldo.

Sueldo o estipendio que pagaba el príncipe a los de su casa o a los soldados.

Autoridades: “Lo que corresponde en pago por la ocupación, servicio, ministerio o empleo.”

He rescatado a un famoso autor de nuestra literatura del siglo XVIII para traer la siguiente referencia con la palabra gaje. Se trata del canónigo doctoral de Granada que escribió sus “Sátiras Morales” con el pseudónimo de Amato Benedicto. Su nombre era Antero Benito y Núñez, nacido en Ezcaray (1756 – ¿). Conocido y discutido en su tiempo por su traducción de “La nueva Heloísa” y de “El contrato social”. Entre una de sus sátiras encontramos la titulada “La corrida de toros”, que nos dice así:

“¡Comedias! Ni por pienso; esta es la escuela

En que la incauta juventud aprende

El arte del amor, arte funesto,

Origen de los males que desolan

Al universo todo. Las comedias

Corrompen y envenenan las costumbres

Son la peste del mundo: los autores,

Los sabios catedráticos lo dicen

¿Y toros? Eso sí. Vaya en buena hora

Con algazara el pueblo a pelotones

A gozar el plazer, digno sin duda

De los héroes de Roma, a cuya vista

La humanidad temblaba, y en el circo

Del gladiator la sangre derramaba

Era grato espectáculo a sus ojos.

Brame rabiando el bruto jarameño,

Ensangrentada la cerviz que arrastra

El duro arado, gaje el más precioso

De los dones de Céres y Pomona.

Y sea en fin trofeo de la espada

Del diestro matador. ¿A quién ofende?

Criado para el hombre aquella fiera,

Si pereziendo entre tormentos, sirve

A su recreo, nada importa, paga

A su señor el feudo que le debe.”

“Lo que no se comprende por lo absurdo, por lo fabuloso, es que Sancho, ansioso siempre de metales, no pida, al tiempo del infausto dimitir, lo devengado en esos días. ¿Cómo puede partirse Sancho sin llevarse lo que por derecho le corresponde? ¿De qué modo esos derechos, esos emolumentos, esos gajes no entran en el bolsillo de Sancho?”

Con permiso de los Cervantistas, Madrid, Visor Libros, 2005, pag. 47.

GUAY.

Interjección de lamento. ¡AY!

El DCECH de Corominas, nos dice: Interjección de lamento, procedente del antiguo gótico wái.

Antonio de Nebrija, S. XV, recoge «guaias» con el significado de cantos de dolor.

Se usa en portugués como guai, desde el S. XVI así como en italiano, el cual ya lo recoge Dante. La ausencia en otros romances demuestra que es préstamo germánico y no creación onomatopéyica autóctona. En castellano el uso de guay quedó pronto anticuado, convirtiéndose en vocablo poético.

Lo encontramos en el capítulo XL de la segunda parte del Quijote:

«-¡Oh gigante Malambruno, que, aunque eres encantador, eres certísimo en tus promesas!, envíanos ya al sin par Clavileño, para que nuestra desdicha se acabe, que si entra el calor y estas nuestras barbas duran, ¡Guay de nuestra ventura!»

En «La Celestina», de Fernado de Rojas, se puede leer:

“Pármeno- (Aparte) ¡Guay de orejas que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡Oh! Calisto desventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está: adorando a la más antigua puta tierra, que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es. No es capaz de ninguna redención, ni consejo, ni esfuerzo.”

Y más adelante, en un parlamento de Elicia a Sempronio, ésta le dice:

“Elicia- Tres días ha que no me veis ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste que en ti tiene su esperanza y el fin de todo su bien!”

En el Arcipreste de Talavera, 1438: “-¡Guay del que duerme solo!”

En el Cancionero de Baena. S. XV: “-¡Guay del triste que se moja!”

Veamos lo que dice el doctor en filología hispánica José Juan Morcillo Pérez, en uno de los artículos sobre la lengua española, publicados en su blog:

“Hay palabras que hibernan, que permanecen aletargadas durante muchos años en las calladas celdillas de un idioma y luego, inesperadamente, despiertan y circulan de nuevo, de boca en boca, entre los hablantes de esta lengua. Resulta chocante, pero es así.

A lo largo de la historia del castellano, que ya tiene mil años, los hablantes no solo han ido incorporando términos nuevos –casi siempre por necesidad- sino que también han desechado otros por considerarlos desfasados o poco aconsejables para la moda lingüística del momento. Algunas de estas palabras ya han desaparecido; son técnicamente vocablos muertos, pues no pertenecen al mundo de la lengua viva, del español actual. Pero también se han dado los casos de palabras que no han desaparecido, sino que en un momento fueron apartadas de la actividad y del ajetreo lingüístico y, como hemos dicho anteriormente, se han mantenido guardadas en los cajones imaginarios de nuestra lengua, apaciblemente dormidas, hasta que un día son despertadas y reincorporadas al trajín incansable y caprichoso del idioma. Eso es lo que ha ocurrido con guay.

En el siglo XIII, cuando el castellano comenzaba a afianzarse de la mano de Alfonso X el Sabio, se incorporó del gótico –lengua germánica ya desaparecida- la interjección guay para usarla en contextos que denotaban tristeza, lamento o desesperación, y su uso continuó hasta el siglo XVII. Esta interjección fue muy bien acogida en nuestro idioma, y se puso tan de moda que otras lenguas no dudaron en incorporarla, como fue el caso del portugués o del italiano. Pero, como casi todo en esta vida, la fama es efímera, y el uso de guay tendió pronto a languidecer y hasta prácticamente desaparecer. Sin embargo, desde hace unos años se ha vuelto a usar este término, sobre todo por los hablantes más jóvenes, pero en contextos semánticos más alegres, y no sólo como interjección, sino también como adjetivo o como sustantivo.”

En este sentido, el del uso más moderno del vocablo, la filóloga Marta Galiñanes Gallén en un trabajo titulado “Algunos rasgos de la lengua de los pijos”, nos amplía los detalles de su uso más reciente entre la juventud:

Guay” es una palabra muy utilizada por los jóvenes, aunque, poco a poco, ha ido conociendo una ligera decadencia, a diferencia de lo ocurrido en las décadas 80 y 90 en la que servía para calificarlo, prácticamente, todo.

La palabra “guay” es muy antigua y se usaba, en principio, como una exclamación que tenía el valor de un lamento o de una amenaza, sobre todo en la poesía; por extensión, “tener uno muchos guayes” significaba, como nos dice la Academia, “padecer grandes achaques o muchos contratiempos de la fortuna”. Sólo al finalizar el siglo XX, su significado, debido en parte a su semejanza fonética, coincidió con los significados de la inglesa gay (alegre). De esta manera, en un principio, este adjetivo se aplicaba a lo que era especial, extraordinario o atractivo, para pasar, en un segundo momento, a sustituir a “bueno, bonito o divertido”.

Varias eran las funciones que podía cubrir dentro de la frase, así, se encontraba en función adverbial. Como en la expresión “pasarlo guay”, también como adjetivo aplicado a las personas en “ser un tío guay”. Al ser, seguramente, la expresión más usada por este grupo, sirvió también al resto de la sociedad para calificarlo, creándose de este modo la forma “gente guay” y, posteriormente, “ir de guay” con un claro valor despectivo. “Ir de guay” encierra los conceptos de irrealidad, de falsa alegría y de falsa bondad, valores que se creía que predominasen entre los pijos, es decir, presenta un significado de mofa y de recriminación de la hipocresía.”

“¡Guay de nosotros! El pensar continuo e intenso nos atormenta. Nos entregamos a la maraña de las callejas, en la ciudad milenaria, como nos entregamos al hipnótico vencedor del insomnio penoso. Ansiamos dormir dulcemente ahora en lo pretérito. Y estas callejitas de Valencia –la ciudad goda, la ciudad romana, la ciudad árabe, la ciudad cristiana- nos van enlazando con sus tentáculos, como lo haría un inmenso pulpo benéfico.”

Valencia, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pag. 143.

HITO.

Del latín fictus, de figĕre, clavar, fijar.

DE HITO EN HITO

Mirar fijamente. Fijar la vista en un objeto sin distraerla a otra parte.

“De hito en hito” es una frase hecha que significa que se presta atención a una cosa, que se la mira fijamente.

Un hito o fito es una señal clavada en el suelo que indica un límite. Se puede señalar los límites de una propiedad o los límites de un camino colocando estacas clavadas en el suelo o piedras a intervalos regulares. De esta manera, un viajero que no conozca una región podrá evitar los terrenos privados y seguir fácilmente las veredas haciendo caso de esas indicaciones, incluso en el caso de que la vegetación hubiese cubierto un itinerario poco transitado.

Así pues, de hito en hito, significa que se preste atención a una cosa, igual que debe hacer el viajero para no extraviarse: prestar atención a los hitos del camino.

“Unos ojos negros tienen destellos de bondad, unas veces; otras, miran de hito en hito y misteriosos. Y unos brazos se levantan, y al tiempo que las manos atusan los crespos de las sienes, dejan recortado en el fondo indefinido un busto firme y esbelto. Los ojos del poeta miran la claridad levísima del cielo y no ven nada.”

Doña Inés, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, pag. 120.

HONDO.

De fondo, que tiene profundidad, del latín fundus, parte interior de una cosa hueca.

Según el Diccionario de Uso de la RAE, la palabra “hondo” tiene cinco acepciones:

1. Que tiene profundidad.

2. Dicho de una parte de un terreno: Que está más baja que todo lo circundante.

3. Profundo, alto o recóndito.

4. Dicho de un sentimiento: Intenso, extremado.

5. Parte inferior de una cosa hueca o cóncava.

LO HONDO.

La parte más profunda.

La gramática nos enseña que el artículo neutro “lo”, se antepone en las voces abstractas o poco definidas y que, en estos casos, enfatiza e intensifica el sentido de estas.

Pero, a mi modo de ver, hemos de considerar que existe también una hondura en el sentido íntimo de las palabras y, cuando leemos “lo hondo”, estamos recogiendo una imagen con ciertas connotaciones, más sublimada y plena, gracias al efecto que ofrece ese artículo “lo”. En las palabras existe una emoción que está estrechamente relacionada con nuestra percepción psicológica. “Lo hondo” nos lleva por el camino de la profundidad de las cosas, del misterio, de lo íntimo. Y en ese caso, lo que lees no es exactamente lo que hay en negro sobre blanco, sino lo que te hace sentir.

Tomemos de ejemplo frases como: En lo hondo del alma; en lo hondo de las esencias; en lo hondo de la fe; en lo hondo de nuestro corazón; y no olvidemos el salmo 129: “Desde lo hondo grito a ti, Señor, escucha mi voz…” “De profundis clamavi ad te, Domine; Domine, exaudi vocem meam…”

Azorín puede escribir indistintamente “en lo hondo”, “hondo” y “al fondo” pero, cuando describe un paisaje, cuando toma las riendas de su sentimiento, se decanta siempre por “lo hondo” y es entonces cuando te hace ver ese algo más que subyace en la palabra. Ya no es la hondura de tres dimensiones; hay una más, y ella es, la substancia inmaterial que anida en el interior de todas las cosas y que, a veces, se puede extraer con una simple matización, o, como en este caso, con sólo añadir un artículo.

Así pues, la expresión “lo hondo” tiene dos lecturas: Denotación, que es profundidad y connotación, que es dramatismo, misterio, interior, alma, profundo sentimiento.

¿Hemos de ver en Azorín estos detalles, este misterio, cuando habla de “lo hondo”? También hemos encontrado en otros autores esa misma expresión; autores contemporáneos suyos: Pensemos en Unamuno cuando decía: “…desde nosotros mismos, desde el fondo, el “hondón del alma.”¿Hay algo más allá de las palabras en esa expresión? Si lo pensamos bien, y dada la frecuencia con que Azorín la emplea, parece que si. También es posible que sólo sea una forma de hablar sin intención, sin matices, pero –y sigo pensando- ¿es que hemos de pensar que Azorin escribe sin matices? Expongo toda esta cuestión, como una reflexioncita, como él diría. Yo quisiera entender por qué dice en lo hondo, y no tengo respuestas, sólo puedo hablar sobre el efecto que me causa su insistencia».

Veamos este párrafo de “Las Moradas” de Teresa de Cepeda y Ahumada (Teresa de Avila), 1515-1582, ella sí, cuando dice “lo hondo” está refiriéndose a la hondura más íntima, aquella que nos une con lo espiritual:

“Habéis de notar que hay penas y penas; porque algunas penas hay producidas de presto de la naturaleza, y contentos lo mismo, y aun de caridad de apiadarse de los prójimos, como hizo nuestro Señor cuando resucitó a Lázaro; y no quitan éstas el estar unidas con la voluntad de Dios, ni tampoco turban el ánima con una pasión inquieta, desasosegada, que dura mucho. Estas penas pasan de presto; que, como dije de los gozos en la oración, parece que no llegan a lo hondo del alma, sino a estos sentidos y potencias. Andan por estas moradas pasadas, mas no entrar en la que está por decir postrera, pues para esto es menester lo que queda dicho de suspensión de potencias, que poderoso es el Señor de enriquecer las almas por muchos caminos y llegarlas a estas moradas y no por el atajo que queda dicho.”

Y este monólogo de la primera parte de Fausto de J. W. Goethe, cuando dice:

“Es verdad que tengo el título de maestro, doctor, y que aquí, y allá y en todo lugar cuento con incontables discípulos que dirijo a capricho; pero no lo es menos que nada logramos saber. Esto es lo que me lastima en lo hondo

En la novela Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, el autor emplea la fórmula “el fondo”, con el sentido que estamos hablando, en una sóla ocasión: “En el follaje, allá en el fondo”. Pag. 196. Sin embargo, la fórmula “en lo hondo” la emplea seis veces:

La casa se levanta en lo hondo del collado. Pag. 197.

En lo hondo, sobre la pincelada verde del ramaje. Pag. 199.

En lo hondo, las palmeras del huerto destacan con sus ramas péndulas. Pag. 210.

El Vinalopó corre en lo hondo. Pag. 231.

La verdura se extiende en lo hondo, bordeando el cauce… pag. 242.

Y entonces se percibe en lo hondo una voz que grita… pag. 275.

En una ocasión emplea “en lo profundo” donde la palabra se matiza de manera sobresaliente: Las aguas se filtran y bajan en un claro raudal a lo profundo. Pag. 210.

Y un ejemplo más en la novela «Los Pueblos»:

“No hay en esta serranía pueblo más pintoresco. Sobre la cumbre de la montaña la muchedumbre de casitas moriscas se apretuja y hacina en una larga línea de cuatro o más kilómetros. El poblado comienza ya en la ladera suave de una colina; después baja a lo hondo; luego comienza a subir en pendiente escarpada por la alta montaña; más tarde baja otra vez, se extiende en breve trecho por el llano y llega hasta morir en la falda de otro altozano. Y hay en lo alto, en el centro, en lo más viejo y castizo de la ciudad, unas callejuelas angostas, que se retuercen, que se quiebran súbitamente en ángulos rectos, pavimentadas de guijos relucientes, resbaladizos; al pasar, allá en lo hondo, bajo vuestros pies, veis un rodal de prado verde o un pedazo de río que espejea al sol.”

Los Pueblos, Madrid, Biblioteca Nueva, 1935, pag. 184.

HORRA.

Del árabe hurr, libre, de condición libre.

Dicho de una persona: que, habiendo sido esclava, alcanza la libertad.

Exento, falto, carente, libre.

“Y murió el gran político. Su popularidad era inmensa y el cariño que se le profesaba sincerísimo. Dos días después de su muerte fui yo a su casa. Lo he referido alguna vez. Y la casa, antes bullente de amigos y parciales, estaba ahora horra de parciales y amigos. Silencio y soledad. Sit transit gloria mundi.”

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 964.

“Y lo pregunta a un estudiante recién llegado de Brujas. Este escolar, desamparado, horro de toda blanca, ha pedido que le dejen comer aquí en esta casa: sus compañeros han accedido gustosos; y ahora él, en pago de tal obsequio, les va contando las novedades que acontecen en la ciudad lejana.”

Lecturas Españolas, París, Thomas Nelson and Sons, Ltd. 1949. pag. 18.

INCONOCIDAS.

Neologismo, por incógnito. Del latín in-, prefijo de negación, y conocer, de cognoscere, conocer, entender, averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales, la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas.

Se trata de una creación similar a: incerrados, impoético, incosmopolita, ininteligentes, y otras palabras con el prefijo in-, que ya se comentan en sus respectivas entradas.

Su significado, obviamente, es: desconocidas, como el mismo autor expresa.

No se recoge en la última edición del DRAE, sin embargo, sí estuvo presente hasta el año 1917, veamos:

El Diccionario de Autoridades de 1734, dice en su entrada: Inconocido. Lo mismo que incógnito.

El Diccionario de Vicente Salvá de 1846, dice simplemente: Inconocido: Ignoto.

Más explícito, el Diccionario de Alemany y Bolufer de 1917, dice: “Inconocido. (de in y conocido) adj. ant. Ignoto. Es galicismo”.

“El alma castellana de V., empieza a hacerme sospechar si Vds., los de la nueva generación han vuelto a encontrar, a fuerza de seriedad y sinceridad, el espíritu inmanente del arte castellano en un nuevo sentido de su lenguaje, el sentido de la sobriedad, cosas una y otra inconocidas o desconocidas (a mi modo de ver) por los escritores castellanos de muchísimo tiempo (exceptuando tal vez a Pérez Galdós) que a fuerza de hacer juegos malabares con la riqueza más superficial de la lengua castellana, acabaron por perder su sentido íntimo, e hicieron traición en su arte al alma castellana austera y poderosa por su misma austeridad.”

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 968.

JOYANTE.

Derivado de joya, del francés antiguo joie, derivado retrógrado de joiel (hoy joyau), que a su vez procede del latín vulgar jocale, derivado de jocus, juego. (El cambio semántico de juego, juguete a joya, pudo producirse a través de la idea de objeto placentero).

SEDA JOYANTE.

La seda que es muy fina y de mucho lustre, por lo que resulta la más cotizada.

El uso del vocablo joyante, es casi exclusivo en la locución “seda joyante”, no obstante, también lo podemos encontrar en otros contextos, aunque siempre con el significado de algo lustroso, rico, brillante… El mismo Azorín, en uno de sus artículos titulado “La capital de España” refiriéndose a los jardines, nos dice: “se hallan muy verdes y joyantes.

La primera datación de esta voz en el Corpus de la RAE es de Martinez de Burgos, en “Repertorio premáticas y Cortes”, en 1551, folio XXXVr, donde podemos leer:

“La seda se hila del capullo que hacen los gusanos de la seda, Bombyx mori. En su última fase larvaria, el gusano se encierra en el capullo que él mismo va tejiendo, para proteger a la crisálida, que después se convertirá en mariposa, acabando así el ciclo de su metamorfosis.

El capullo que hace un solo gusano, almendrado y bien formado, es el que da la mejor calidad de seda, más fina y de mejor brillo, ésta se llama seda joyante. Los capullos que forman dos o más gusanos, más irregulares, dan una seda de peor calidad, más fuerte, pero también más basta, esta seda se llama redonda u ocal.”

También encontramos ejemplos como este, con alusiones ajenas a la seda, en un poema de Charles Baudelaire: “Incompatibilidades”, dentro de sus “Poesías diversas”, y que dice:

“Compañero, tienes el corazón de poeta,

¿Has pasado por alguna aldea engalanada, todo bermejo,

Cuando el cielo y la tierra tienen un lindo aire de fiesta,

Un domingo iluminado por un joyante sol?”

Y ya que me he referido a Baudelaire, veamos lo que escribe el ensayista y periodista venezolano Luis Manuel Urbaneja Achelpohl (1873-1937), otro escritor vinculado a la corriente modernista, en este caso en pro de sus ideas, y firme difusor de sus principios:

“Amamos el arte; nos alimentamos en los nuevos principios; vemos la expresión artística del momento. Con Ibsen en el drama, con Goncourt, Zola, Daudet en la novela. Con Taine y Bourguet la crítica verdad, la que estudia el temperamento en las páginas de la obra, la que ha abofeteado la retórica y reventado los Clarines. Con Paul Verlain, el verso, el que tiene cabrilleo joyante, vahos de carne, al través de nupcial velo, con aroma de blancos azahares y pureza mística de cálices y hostial.”

Otro ejemplo del uso de joyante, lo tenemos esta vez de la mano del escritor y poeta cordobés Juan Morales Rojas (1918-1991), en su poema titulado “Andalucía, un pueblo que llora cantando”. Veamos estos versos:

“¡Una copla andaluza! Y brota en su garganta

Rompiendo hasta el silencio de la Semana Santa

Un cante en el que ofrece, con vibrante clamor,

La expresión dolorosa del que canta rezando

Y la angustia infinita del que llora cantando

La pasión y la muerte de nuestro Redentor.

Se juntó a la profunda sensación del poeta

Bajo el cairel joyante del palio sideral,

Prendida de la noche, la vibrante saeta

Que se clava en el alma con su acento inmortal.”

Y como conclusión, un párrafo del cuento “La tienda de al lado”, escrito por Tomás Borrás y Bermejo (1891-1976), escritor, periodista y cronista oficial de la villa de Madrid:

“Parecía la tienda agonizar. Un día asomóse el único dependiente a la calle hermosa y en ruido, transitada por innúmeros apresurados, generosa de vida, y vió cómo empezaban a derribar un bloque de edificios, al lado. Medio año después se inauguraban los “Fantásticos Almacenes del Lucero”, enormes, joyantes de luz eléctrica, puestos al último figurín comercial, medio atracción de espectáculo, medio enorme y ordenado mundo…”

“Abajo, en la ciudad, las notas argentinas de las campanas vuelan sobre el sordo murmullo de voces, golpazos, gritos de los vendedores, ladridos, canciones, rebuznos, tintineos de fraguas, ruidos mil de la multitud que torna a la faena. El cielo se extiende en tersa bóveda de joyante seda azul. Radiante, limpio, preciso aparece el pueblo en la falda del monte. Aquí y allá, en el mar gris de los tejados uniformes, emergen las notas rojas, amarillas, azules, verdes, de pintorescas fachadas.”

La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 10.

En los balcones, los joyantes paramentos de espléndida seda. Ya rojos, ya amarillos, ya verdes, ya de esos colores apagados, mates –amaranto, malva, heces de vino-, que en la seda, sobre todo en la antigua, la buena seda valenciana, son un placer para los ojos al par que la textura es una delicia para el tacto.

Valencia, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pag. 177.

¿Cómo en Buenos Aires están regados los jardines? ¿Cuántos días a la semana se los riega? ¿Se hallan muy verdes y joyantes?

La capital de España, 573 crónica para el diario “La Prensa” de Buenos Aires, 6/11/1932.

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