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Cultura y comunicación General

“Mis recuerdos de Alexandra Kollontai”, de Isabel Oyarzábal

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Descripción y comentarios sobre un libro importante publicado en inglés en 1947 por una malagueña de familia ilustrada. Lo han traducido dos experimentados profesores y traductores de inglés, Andrés Arenas y Enrique Girón, que dedican su vida a recordar ejemplares curiosos de la fauna británica en la Costa del Sol.

Reseña de Fernando Bellón

Andrés Arenas y Enrique Girón, traductores y transductores, se han ganado el cielo en el que descansa lo más florido del imperio británico que pasó por Málaga, ingleses e inglesas excéntricos, concéntricos y de diversas cunas. Han dedicado lo mejor de su tiempo de profesores de enseñanza media a recuperar sus memorias, y a presentarlas en libros. Todo esto, como suele decirse con infinita razón, por amor al arte, gratis et amore. Siguen dedicando su tiempo a ellos en su ilustrada jubilación.

Su último producto es Mis recuerdos de Alexandra Kollontai, de Isabel Oyarzábal. Isabel Oyarzábal fue malagueña, republicana, y escribió mucho en inglés siendo bilingüe, de madre escocesa. De hecho, sus memorias Hambre de libertad. Memorias de una embajadora republicana, escritas y publicadas en inglés, fueron traducidas por Arenas y Girón en 2011. Fue mujer viajera, y conoció a personajes notables de la escena internacional, figuras de segunda fila, pero cuya intervención en la peripecia de la historia valió tanto como la de los dirigentes a los que sirvieron. En el caso de Alexandra Kollontai, el mismísimo Lenin y luego Stalin.

Isabel Oyarzábal Smith, de casada Isabel de Palencia, por su marido Ceferino Palencia Álvarez-Tubau, diplomático español, fue embajadora de la República Española en Suecia, la primera mujer ministra plenipotenciaria española. Escribió ensayos sobre feminismo, familia, infancia, novelas y obras de teatro. Vivió 94 años, la mayoría de ellos en el extranjero mientras fue diplomática, y en el exilio.

En la página reseñada en el párrafo anterior, de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, se da cuenta de algo que me sorprendió, una relación imprevista de Isabel Oyarzábal con la Generación del 98, en especial con Pío Baroja. Bajo el nombre artístico de «Isabel Aranguren» debutó en la obra de repertorio “Pepita Tudó” de Ceferino Palencia, y perteneció al elenco de compañía hasta finales de 1906. Su faceta teatral se completó con su participación, hasta 1930, en «El Mirlo Blanco», teatro de cámara instalado en casa de los Baroja dirigido por Cipriano de Rivas Cherif. Allí, «Ella» -nombre con el que la conocían en la intimidad- estrenó su obra “Diálogo con el dolor” en la noche del 20 de marzo de 1926.

La bolchevique Kollontai

Viejo zorro del bolchevismo trasplantado a la España franquista, sólo conocía yo de nombre a Alexandra Kollontai. Por una de esas confusiones de la mediana erudición la tenía por una anarquista rusa. Fue revolucionaria bolchevique, cercana a Lenin. Un interesante resumen de su vida está en una página web argentina radical: Aleksandra Kollontai, la vida de quien incomoda.

Isabel Oyarzábal conoció a Alexandra Kollontai en Suecia, ambas diplomáticas. Se hicieron buenas amigas por afinidad más personal que ideológica, porque Oyarzábal tuvo relación con el PSOE, pero ninguna que se sepa con el PCE. Uno de los traductores, Andrés Arenas, llama a esto “sororidad”, palabra no sé si antigua, pero sí de uso no lejano.

También las aproximaban afinidades socioeconómicas. Ambas eran hijas de familia con posesiones y tradición conservadora. Aleksandra Mijailova Domontovich era hija de un general zarista de origen ucraniano, y su madre era de origen campesino pudiente finlandés, territorio que en los años setenta del siglo XIX formaba parte del imperio ruso.

En los primeros capítulos de la biografia, Oyarzábal resumen la infancia y formación de la Kollontai (el apellido le viene de su primer marido Vladímir Ludvigovich Kollontai), y las enmarca en el escenario de una Rusia finisecular inestable, donde el campesinado pobre y los obreros de la incipiente industria fabril padecen todo tipo de atrocidades e injusticias. La española enhebra con eficaz estilo hagiográfico la vida de la muchacha noble, sus incursiones en el mundo de la clase baja, la mudanza de su psicología, su transición hacia la rebeldía social (familiar no hubo nunca, se llevó siempre bien con su padre y con su madre, una mujer capacitada para los negocios y para el hogar a la vez).

Se maravilla Oyarzábal de que “fructificase dentro de su corazón el deseo de ayudar, costase lo que costase, a aquellos que necesitaban ser librados del hambre, la ignorancia y la desesperación”.

Su padre, el general zarista bonachón, le impide incorporarse a la universidad, por un miedo razonable a que se contaminara de ideas subversivas. Pero la institutriz de Alexandra, María Strakhova, ilustró a su alumna con inteligencia.

Llama la atención, como he dicho, que una mujer que creció en una familia tolerante y generosa y poco convencional le diera por la rebelión social. O su infancia no fue tan agradable y familiar como ella pretende, o su seguridad en ella misma era tan grande, que se podía permitir meterse por cualquier camino minado.

La única rebeldía de la muchacha fue casarse contra el deseo de sus padres con un guapo primo del que tomó su apellido, como se ha dicho antes. Tuvieron un hijo, pero, dice Oyarzábal, pronto surgieron graves desavenencias. No obstante, la biógrafa advierte que al marido era persona liberal y condescendiente con la capacidad intelectual y social de su mujer.

Antes de las desavenencias, suponemos, Alexandra se dedica a estudiar con intensidad la literatura socioeconómica del momento. “Pese a que sus opiniones políticas lógicamente contribuían a crearle problemas en el hogar, se negó a abandonar la misión para la cual ella pensaba había sido llamada, y después de varios años de grandes penalidades decidió separarse de su marido y llevar la vida de acuerdo con sus creencias”. Y sigue Oyarzábal, “Con el paso del tiempo se vio cada vez más implicada en el movimiento revolucionario y su principio generador: el Marxismo”. La rusa se traslada a Zúrich donde estudia economía política. Pasa allí tres años, pero cuando se marcha de Suiza no la acompaña ningún título universitario.

“Los tres años en Zúrich, sin embargo, supusieron la ruptura definitiva de todos los lazos sentimentales”. Esta afirmación debe de hacerla la autora en virtud de toda la obra posterior de la rusa, centrada en lo que debía ser a su juicio la familia y los componentes no sentimentales del afecto, además de su teoría sobre la sexualidad, sustentada en la ideología bolchevique o comunista. Mucho después se la llego a considerar como la inventora de las nuevas relaciones entre hombres y mujeres (que se sepa jamás habló de la homosexualidad), una musa despiadada y altiva de la sociedad comunista ideal.

De regreso en Rusia se va a vivir con su hijo a casa de su padre, el general ilustrado, pero zarista hasta la médula. Estamos hablando de los primeros años del siglo XX. Antes pasa por Inglaterra, donde conoce a Sydney y Beatrice Web, dos de los padres de la sociedad fabiana y del posterior laborismo británico. Es decir, Alexandra empieza a dotarse de términos de comparación en lo que toca a las doctrinas sociales y económicas. A punto de producirse la revolución de 1905, dice Oyarzábal que Alexandra se sentía poco a poco más próxima a los bolcheviques que a los mencheviques, facciones de la oposición socialdemócrata ilegal.

Aplastada la revolución, Alexandra se retira a estudiar y a escribir. “Publicó un artículo ampliamente difundido, ‘La moralidad desde un punto de vista positivo’, en el cual ella sostenía que el matrimonio tenía una finalidad social y materialista. Apuntaba que los principios morales del pasado eran puramente convencionales y que las mujeres tenían el derecho a elegir libremente en el tema matrimonial”.

Crea en San Petersburgo un club femenino, hoy se llamaría feminista.

Conoce a Lenin y a su mujer, que habían regresado a Rusia desde Suiza. Pero la represión zarista dispersa de nuevo a los revolucionarios. No a Alexandra, que se ve obligada a llevar una doble vida, dice su biógrafa. Esto era literal, porque, buscada por la policía, empieza a vivir una vida peregrina para no ser capturada. Escapa por los pelos y se exilia. Vuelve a Suiza, refugio de revolucionarios rusos, una elite de intelectuales radicales de altura, sin los cuales no habría habido ni revolución menchevique ni revolución bolchevique, esta última, la dirigida por la vanguardia del proletariado, casi todos intelectuales de buena familia. Alexandra viaja por toda Europa, alimentando su sed de conocimiento y de experiencias políticas. Se dedica a dar conferencias, por las que los asistentes pagaban, y ella puede sobrevivir.

En el mes de marzo de 1911, Alexandra ayudó a organizar el Primer Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y habló en el encuentro celebrado en Frankfurt-am-Main.

Fruto de todo ello es el libro Through the European Labor Class, publicado en 1912. Hace amistad con los que pronto serían dirigentes revolucionarios en Alemania, Clara Zetkin, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo…

A medida que pasa el tiempo y el horizonte bélico se hace visible, Alexandra se enfada con los socialdemócratas alemanes, que se identifican con los intereses de Alemania antes que con la clase obrera internacional.

Participa en un crucial encuentro de la Segunda Internacional Socialista en Basilea. “Las voces de personas de nombres de reconocido prestigio, nombres que evocaban la memoria de largas luchas contra el capitalismo, la opresión y la injusticia – nombres como Bebel, Liebknecht, Kier Hardie, Vanderwelde –y, sobre todo los de personas más brillantes que todos ellos como Jaurès y Lenin– se elevaban y descendían en aquella gigantesca cúpula de la catedral tratando de convencer o guiar la opinión de millones de hombres y mujeres, algunos de los cuales eran plenamente conscientes de los peligros de la situación, no sólo para ellos mismos sino para lo que era aún más valioso: el triunfo de la causa en la que estaba en juego la justicia del mundo y por el mundo”. La conferencia se clausuró con la división del socialismo en dos, la Segunda y la Tercera internacional

Al leer esta visión de Rusia zarista mediada por una española de izquierdas, uno tiene la impresión de que la represión policial en Rusia no debía ser tan contundente, ni la sociedad rusa tan estanca, debería de haber un lío político y social tremendo entre los ciudadanos situados. Uno se siente inclinado a hacer caso a Chejov y a otros novelistas rusos, que nos muestran una clase media bastante compleja, y unos muyic algo estereotipados.

Oyarzábal hace afirmaciones simplistas sobre el socialismo ruso. “Lo que se conocía como ‘marxismo legal’ se había convertido en defensor de los grandes empresarios mientras que el ala izquierda socialista, los bolcheviques, daban su apoyo a las tácticas revolucionarias”.

“El movimiento revolucionario que se extendía por toda Rusia y los despiadados y brutales métodos empleados por las autoridades, habían conmocionado el mundo de los exiliados rusos hasta tal punto que se habían vuelto más activos que cualquier otro grupo de refugiados. De hecho, se convirtió en algo habitual estar en contacto con los revolucionarios rusos y ayudarlos en su causa”.

“Durante el otoño de ese mismo año, fue testigo y una participante activa de la violenta huelga que hubo en París y en diferentes ciudades del norte de Francia, sobre todo en la famosa huelga de las ‘amas de casa o gestoras del hogar’ que se produjo debido al excesivo alto coste de la vida y los innumerables abusos por parte del hombre tradicional”.

“Durante su estancia en Bruselas, visitó a Vanderwelde y conoció a muchos intelectuales radicales belgas cuya forma cómoda de vida contrastaba desgraciadamente con las condiciones miserables en la que la mayoría de los trabajadores belgas vivían”.

“Fue entonces cuando comenzó a interesarse por los problemas de tipo sexual sobre los cuales había escrito mucho Havelock Ellis”.

Veo que me estoy extendiendo más de la cuenta. Lo hago en beneficio del lector, para que se haga idea del contexto de la vida de Kollontai y de Oyarzábal, gracias al eficaz trabajo de Arenas y Girón. Dedico ahora unos párrafos a la revolución de 1917 vista por Oyarzábal-Kollontai, y con esto acabo.

“En 1917, Alexandra Kollontai regresaba a su querida tierra natal. La ansiada revolución, que provocó la caída del zarismo y el triunfo de aquellos que habían luchado durante tanto tiempo contra la opresión, trajo consigo una amnistía general para todos aquellos presos políticos que tanto en las cárceles como en el exilio pagaron el precio de su independencia de pensamiento y libertad de espíritu”.

“De los lejanos campos siberianos, de las cárceles de las ciudades, de las tierras del exilio, todo un ejército de revolucionarios marchó hacia la capital de Rusia lanzando gritos de victoria. La soledad, el silencio, los castigos físicos, las enormes distancias, el espantoso miedo a ser detenido, la pérdida de vidas preciosas quedaba en el olvido en aquel momento de supremo éxtasis. Llevaban esperando tanto tiempo…”

Informa Oyarzábal que el cambio brusco trajo desorden, violencia y una crueldad innecesaria. Kollontai fue nombrada Comisaria de Bienestar Social. Que me perdonen los mencheviques y los bolcheviques por mi atrevimiento, pero ser la primera ministra del primer gobierno de Lenin con la cartera de Bienestar Social, me hace pensar en las carteras que el señor Sánchez Pérez Castejón entregó a mujeres de Podemos, que tenían poco valor y menos efectividad. En fin, es que uno anda caliente, y no puede dejar de analizar la realidad en perspectiva histórica, por deforme que sea.

«Cuando me dispuse a ocupar mi puesto –dice Kollontai–, casi todo el personal abandonó las oficinas, bajando las escaleras y cruzándose conmigo sin saludarme. Sólo unos cuantos funcionarios de menor rango manifestaron su interés de colaborar con el nuevo Gobierno».

Se produjeron “ciertos actos de brutalidad. ¿Debíamos aprobarlos?, mi opinión era que no. Lenin, sin embargo, hizo un gesto de desaprobación con la cabeza: ´¿Acaso esperabas que hiciéramos la revolución sin mancharnos las manos? Tenemos sólo dos caminos: o estamos de parte de los soviets o de los contrarrevolucionarios. No hay otra elección.”

Queda claro.

Una información de Oyarzábal para mí valiosa es el conflicto que se creó en la joven URSS con la llamada “Oposición Obrera”, constituida por los sindicatos, que intentaron intervenir en el gobierno bolchevique sin la menor fortuna. Dice la biógrafa que Kollontai se sentía parte de esa Oposición. No dice en qué acabó la cosa, aunque deja entrever que a Lenin le hizo poca gracia la actitud de la camarada.

El feminismo soviético

En ese momento la Kollontai tuvo una misión diplomática consistente en presentar el nuevo régimen ruso en Estocolmo, París y Londres. Al regresar se dedicó con entusiasmo a construir lo que hoy llamaríamos el argumentario del feminismo soviético.

Palabra de Lenin: “A pesar de todas las leyes liberadoras aprobadas, la mujer sigue siendo una esclava doméstica, porque el trabajo del hogar la aliena, asfixia, la degrada, la encadena a la cocina y al cuarto de los niños, y malgasta sus energías en tareas totalmente improductivas, triviales, agotadoras y estériles. La auténtica emancipación de las mujeres, el auténtico comunismo, comenzará solamente cuando se inicie la lucha de masas contra esta alienante realidad doméstica, o mejor incluso cuando se transforme de manera masiva dentro una economía socialista a gran escala».

Lenin desconfiaba del énfasis que se ponía en las cuestiones sexuales, sobre todo por parte de la juventud. Hoy es posible que muchos comunistas de la generación Z le tuvieran por un carca estrecho. Las ideas evolucionan y uno puede cambiar de opinión, como dijo aquel.

Veamos cómo reaccionó la Kollontai al asunto de la familia, el matrimonio, la educación de los niños  y el comunismo, al amor y a la amistad.

«El trabajo del hogar se está convirtiendo progresivamente en algo inútil e improductivo. La mujer trabajadora se acabará liberando del cuidado de la casa. En la sociedad comunista del mañana, esta tarea acabará siendo encomendada a una categoría especial de trabajadoras que no harán otra cosa [obsérvese que no dice trabajadores, sin distinción de género]. Las esposas de los ricos llevan mucho tiempo liberadas de estos quehaceres. En la Rusia Soviética las trabajadoras disfrutarán de las mismas cosas, es decir, de las mismas comodidades, higiene y belleza que las clases pudientes. Los comedores públicos y las cocinas centrales harán esto posible. Estas cosas ya existen en algunos países, incluso en los de régimen capitalista, pero solamente las personas de cierto poder adquisitivo pueden permitírselo. En las ciudades comunistas todo el mundo podrá beneficiarse de ellas. Las lavanderías centrales liberarán a la mujer de la tarea de lavar la ropa. Las tiendas especializadas en arreglos de ropa le permitirán a la mujer dedicarse a la lectura y al ocio».

No resulta complicado ver la miopía de estas afirmaciones. El desarrollo del capitalismo dio lugar a guerras feroces, pero también a la sociedad de consumo, a las máquinas lavadoras, a la ropa prêt à porter, a los comedores de empresa, a las guarderías, a la educación universal, a la seguridad social, a la jubilación y a los viajes del Imserso. El papel del comunismo en todo esto es marginal, en todo caso provocó la “generosidad” del capitalismo para que los trabajadores no se les fueran de las manos.

Otra afirmación contundente y polémica de la Kollontai es que la relación amorosa se acaba cuando se deja de estar enamorado, en ese momento la separación resulta inevitable

A juzgar por el número de divorcios censados, tenía algo de razón.

Otro hecho curioso en la vida de Alexandra es su breve unión con un camarada, el marinero Fedora Dubenko. El hombre fue purgado y estuvo a punto de caer en manos de la Inquisición Bolchevique. Oyarzábal disculpa a Alexandra.

“En momentos de gran agitación social, cuando el ambiente total se vuelve tenso por la emoción del momento, y la vida corre peligro, la gente se aferra de forma instintiva a una felicidad, por muy efímera que sea, y el amor surge despreocupado por lo que pueda traer el día de mañana”.

Stalin y la preguerra mundial

En relación con esto, la biógrafa se detiene en las purgas estalinistas de 1937, feroces y sangrientas.

“El Gobierno soviético se comportó de un modo, sin duda, severo, tremendamente severo con los antiguos camaradas, pero los hechos han demostrado quizás que, si no hubiera sido así, Alemania e Italia, ayudadas por una traicionada Rusia, podrían haber conseguido dominar el mundo”. Siendo esto ucronía, carece de valor.

Y cuenta la reacción de Kollontai.

“Con lágrimas en los ojos, me abrió su corazón. Algunos de los hombres juzgados habían sido camaradas suyos muy queridos. Uno de los que hizo mención con labios temblorosos fue su médico. No le pregunté el nombre, claro, pero añadió que era el cardiólogo que figuraba en la lista de los acusados. Ni entonces ni en ninguna otra ocasión mostró Alexandra la más mínima duda o desacuerdo con las resoluciones de su Gobierno. Hablaba de Stalin, Molotov y Litvinov con profunda admiración, y noté que era consciente del sufrimiento que para ellos supondría todo aquel asunto”.

Y para acabar, una referencia a los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial: el desconcertante pacto entre la Alemania nazi y la URSS.

“La URSS consideraba que sería demencial arriesgarse a ser atacada por todas partes. Por otro lado, ellos habían brindado a todos los países la oportunidad de firmar tratados de mutua no-agresión, y cuando Alemania aceptó, el Gobierno soviético pensó tal vez que, debido a las dificultades, no habría en ese momento otra salida”.

La biógrafa también cuenta la guerra de la URSS con Finlandia, en aquel momento amparada por Alemania. Confieso que no tengo una idea clara de la cronología de este asunto, si fue antes o después del pacto germano-soviético. Del texto de Oyarzábal no se saca una clara conclusión. El caso es que Finlandia se liberó para siempre de Rusia.

En fin, me ha resultado instructivo la lectura de esta vida de Alexandra Kollontai compuesto por la malagueña-británica Isabel Oyarzábal. Escrito en 1947 contiene fondos históricos y doctrinales que vistos desde el presente son fuente valiosísima de conocimiento de una época vista desde ella misma.

Hay que agradecer a Andrés Arenas y a Enrique Girón, el esfuerzo realizado para ofrecernos un texto iluminador. Cuando les llamo transductores me refiero al concepto de “mediador” entre el escritor y el lector, con su trabajo de traducción, de interpretación, de análisis literario y esas cosas tan académicas. Al fin y al cabo, yo también soy transductor.

 

 

 

 

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