CARGANDO

Escribir para buscar

Bitácora y apuntes

Palabras de Abel González Melo sobre la situación actual de Cuba

Compartir

Tomadas del Facebook del autor

¿De qué forma podremos volver a mirarnos a la cara los cubanos si admitimos que decenas de muchachos inocentes sean condenados así, sin más, en juicios sumarios? ¿Qué escarmiento busca esta bochornosa purga, esta cacería de brujas que se ha desatado ante nuestros propios ojos y que mancilla nuestra dignidad como pueblo? Hay muchos artistas e intelectuales entre rejas, sí, y también hay muchos jóvenes y estudiantes a los que no conocemos y que salieron a la calle en manifestaciones pacíficas, con legítimo derecho, a gritar su dolor, el de sus madres, sus abuelas, sus familias. Vencieron el miedo, ese miedo que durante décadas nos ha inmovilizado, y salieron a las calles. Fueron decenas de miles en todo el país. Y acaso hubieran sido más si la ola de represión no se hubiese desatado.

Las carencias de todo tipo que tenemos en la Isla (las materiales, las éticas) no son un invento: están ahí, palpables, objetivas, y no han hecho sino agudizarse en los últimos tiempos. La brecha social es cada vez más notoria: no hay más que ver esas vergonzosas tiendas en dólares, pensadas para que unos pocos elegidos (aquellos que reciben remesas del extranjero o gozan de privilegios de élite) adquieran los productos que han desaparecido de los mercados a los que accede la mayoría de los cubanos con sus salarios en moneda nacional. Cada vez hay más escasez de comida, de medicinas, de productos de aseo, de agua corriente. Han regresado los largos apagones inesperados, con todo lo que ello conlleva (alimentos echados a perder, rotura de equipos eléctricos, calor implacable…), a lo que se han añadido los cortes de Internet a partir del 11-J. La dificultad para acceder a lo más básico se extiende a la sociedad toda y se ceba, como es lógico, en las personas con menos recursos. ¿En nombre de qué se les puede exigir resistencia a quienes viven abocados a la miseria? A estas alturas resulta irrespetuoso que se continúe satanizando y estigmatizando a cualquiera que se atreva a discrepar, cual Clitemnestra desesperada que ve Electras por todas partes.
En Cuba urge normalizar el derecho de las personas a expresarse con libertad, a manifestarse pacíficamente y a exigir sus derechos. Incluso a pensar y a discutir un proyecto de país diferente al que tienen. Es lo que se espera de una nación civilizada. Es lo que nos alejará de la barbarie. Es lo que nos volverá a dar credibilidad democrática. Es lo que garantizará la paz y la armonía de las generaciones venideras. No podemos seguir viviendo con el miedo perenne de que nos puedan apalear o encarcelar por decir lo que pensamos, de que nos humillen y nos atemoricen por desear un país inclusivo, próspero, amable, una patria digna de Céspedes y de Martí, donde quepamos todos. Enfrentarnos unos a otros como si fuéramos enemigos, como si Cuba no nos perteneciera a todos, no puede ser más la solución: somos hermanos y como tales hemos de reconocernos. Resulta indispensable abogar por ese amor y esa conciliación.
La cárcel o el exilio no pueden seguir siendo el destino de miles de cubanos: hemos de aprender a escucharnos, a convivir, a crecer sin mutilarnos. Basta de seguir acusando a cualquiera que disiente de ser un mercenario pagado por el Imperio. Tienen que acabar la represión, la censura, las campañas de descrédito contra los intelectuales y artistas, las detenciones arbitrarias, los juicios sumarios, las condenas absurdas… Todo ese horror es inadmisible en pleno siglo XXI: una ignominia para la patria. Han de quedar en libertad sin cargos todos los manifestantes pacíficos. Es de justicia.
Debemos ser capaces los cubanos de resolver este asunto que solo a nosotros compete. Nuestros funcionarios son servidores públicos: se deben al digno pueblo. Nuestros magistrados han de velar por proteger a los inocentes y por castigar a los culpables, siempre con pruebas reales sobre la mesa. Nuestras leyes deben estar a la altura de esta Cuba de hoy que no es ya una utopía ni una masa compacta, que no es más una consigna ni una postal turística, sino una isla dividida, agonizante, rota, a la que es preciso sanar antes de que el odio nos pudra y la herida que se ha abierto se convierta en un río de sangre.
Abel González Melo
Madrid, 22 de julio de 2021
Abel González es un dramaturgo cubano, que vive entre Cuba y España.

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Siguiente