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Religión, periodismo y competencia profesional. Ricardo Estarriol

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La Puerta de Brandemburgo, por Txemacántropus

Un colega de la extinta Canal 9 me ha pasado un libro excepcional: una radiografía del régimen soviético, y un retrato amable de la Obra. Un corresponsal en el frío (Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa), de Ricardo Estarriol (Rialp, Madrid. 2021), que fue corresponsal en varios países eslavos, y también numerario del Opus Dei.

Fernando Bellón

Ser periodista y del Opus Dei suele suscitar recelo, sobre todo entre profesionales paganos. Quizá menos que ser contramaestre de una cadena de montaje y del Opus Dei. O policía municipal, fontanero, o registrador de la propiedad y del Opus Dei. Hay, sin embargo, algo que distingue a un ciudadano del Opus de los demás, su competencia profesional, aunque imagino que también en el Opus habrá excepciones

Los numerarios, supernumerarios y los adscritos al Opus Dei hacen grandes esfuerzos dialécticos por distanciarse de lo que el vulgo considera un profeso o religioso de cualquier orden, un monje. El Opus Dei no es una orden religiosa, es una prelatura, una institución eclesiástica dirigida por un prelado o autoridad eclesiástica. Ser del Opus es tener a Dios en la oficina, en al tajo o en la familia, según la intención de José María Escrivá, que se propuso recoger a la flor y nata de la sociedad católica, bastante trastornada tras las revoluciones europeas y convertirla en cruzados con corbata. Sus consagrados al sacerdocio se reúnen en la “Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz”.

Es una de las instituciones más fuertes e incluso poderosas de una Iglesia Católica en evidente retroceso, como antaño fueron los jesuitas o los dominicos.

¿Esto cómo puede ser? A parte de las teorías de las conspiraciones y de las sectas, hay una explicación práctica: un grupo de personas unidas por un concepto singular y común de la fe (sobre todo la católica, que es abierta y nada elitista) pueden prosperar meteóricamente si hacen las cosas bien, y sabe moverse con fluidez y eficacia en la maraña política y social. La religión, la doctrina, es el adherente social más sólido. Mucho más que la doctrina política. Mucho más que una escuela filosófica o una corriente científica. Los testigos de Jehová son otro modelo, de doctrina lejana lejana del Opus Dei, pero eficaces y constantes.

La religión no está de moda, y tiene mala fama en el territorio post moderno que todos habitamos. Pero su potencial emergente y productor de beneficios humanos y sociales de momento sigue siendo inagotable. ¿Y también de daños? Lo que produce daños en el ser humano es el ser humano, no las ideas. Las ideas las interpreta el ser humano para dominar, machacar, excluir, o todo lo contrario. El hombre es el único responsable de sus actos. Afirmar otra cosa o negarlo es una estupidez o un crimen.

Yo conozco a algunas personas asociadas al Opus Dei, y he tenido colegas de la Obra. Las memorias de Ricardo Estarriol me han servido para ordenar mis propias ideas sobre el Opus y también sobre la profesión periodística. Hasta el diario El País le dedicó un hermoso obituario.

Periodista, catalán y católico sin tacha

Estarriol fue un gerundense de clase media indefinida, de familia católica con convicciones, nacido tras la Guerra Civil. Me ha llamado la atención el interés que puso al escribir estas memorias (murió en 2019) en distinguir el “conservadurismo” de su padre (la denominación es mía, por eso la coloco entre comillas) del régimen de Franco, que era otro católico profundo e inamovible. Al padre de Estarriol no le gustaba Franco, y el hijo lo deja claro desde el principio. También deja claro que era catalán. Y esto último tiene muchas posibles derivaciones inciertas. Por ejemplo, que la lengua y la cultura catalana fue cruelmente perseguida por el régimen franquista. Una pareja de la guardia civil, bigotuda y con subfusiles, aparece en un campamento de jóvenes católicos gerundenses, como si acabaran de descubrir un escondrijo de maquis. Si no fuera un estereotipo podría decir que ni siquiera los numerarios del Opus Dei se distancian de los estereotipos.

La prelatura creció como la espuma desde 1940 en adelante, en especial en España, donde había nacido. Estarriol asegura que esto NO se debió al catolicismo del régimen, porque también creció en Europa y en América, luego en Asia y hasta en Australia (donde conocí a un catalán fervientemente catalanista, y era del Opus Dei).

Es como decir que la Compañía de Jesús se extendió misteriosamente por el planeta en los siglos XVI y XVII. La Compañía de Jesús nació en España y si no hubiera sido por el Imperio español, los jesuitas serían una orden de tercer o cuarto orden. El Opus Dei también se fraguo en España, y sus apóstoles más numerosos y más eficaces fueron españoles en su inicio y desarrollo. Esto lo deja claro Estarriol en sus memorias, aunque sin insistir, cifrando el éxito del Opus en la Gracia de José María Escrivá, en su constancia, su lucidez, y la de sus primeros apóstoles, cosa que en gran medida es cierta.

Resulta curioso o significativo, no lo sé, que la expansión del Opus Dei siga a la explosión comunista en el planeta. El Komintern se crea al final de la segunda década, y el Opus se funda al final de la tercera.

Aprender del enemigo

Estarriol conoció bien y a fondo los engranajes de la Komintern y de sus derivados en los países que levantaron el Telón de Acero contra el capitalismo y el imperialismo, aunque la expresión sea occidental. “El movimiento comunista de la juventud a nivel mundial siguió el camino de las sectas que pierden el contacto con las masas”, dice Estarriol. El Komintern lo suprimió Stalin en 1943, recuerda también el periodista, y se creó la Federación Mundial de la Juventud Democrática, que realizó reuniones y congresos en Occidente para recabar acólitos. El Komintern se había dedicado a organizar Frentes Populares (que fracasaron) y a captar espías para la KGB en Occidente. Después de la Segunda Guerra Mundial, el espionaje se profesionalizó. La juventud era un vivero de futuros dirigentes, no de espías.

Estarriol trabajaba en Viena cuando se celebró allí uno de los festivales de la FMJD. Y le sirvió de modelo de trabajo, quiero decir que aprendió de lo que vio allí, igual que Lenin aprendió del estudio de las experiencia de los primeros cristianos. No hay nada malo en aprender del enemigo. “Una parte de los jóvenes del tercer mundo reclutados en Viena fueron los primeros alumnos de una nueva universidad fundada en 1960 en Moscú”. La llamaron luego Patricio Lumumba, el mártir congoleño, y en ella se formaron desde Ilich Ramírez Sánchez (Carlos) hasta Mahmud Abbás, presidente del inexistente Estado Palestino, y muchos otros menos conocidos.

En aquel momento la influencia soviética en el planeta parecía irresistible. Estarriol lo vivió casi en primera persona, porque envió información a La Vanguardia desde todas las capitales del Pacto de Varsovia. Es apasionante la narración que hace de su experiencia, intercalada con referencias a autoridades de la Iglesia en aquellos páramos religiosos. Un periodista “convencional”, por oposición a riguroso y veraz, habría disfrazado en sus memorias todas esas aventuras de operaciones de daga y veneno. Pero lo destacable de este libro de memorias es que el autor pasa por ellas con discreción y elegancia, cediendo el protagonismo a quienes realmente lo tenían.

Atando cabos sueltos

Leer los capítulos que dedica a la decadencia y fragmentación del bloque soviético es más instructivo que un ensayo sobre geopolítica.

Cita con reconocimiento a Ismael Herráiz, periodista falangista de gran categoría profesional, que le ayudó a entrar en La Vanguardia. Y a Francisco Eguiagaray, también falangista (es una mera etiqueta), periodista de la agencia Efe, RNE y TVE (y doctor en filosofía), el español que más sabía de la política soviética y sus satélites, y posiblemente de la media docena de corresponsales internacionales que entendía lo que pasaba en aquel frente de la Guerra Fría.

Estarriol, como los mencionados españoles y unos cuantos periodistas europeos y norteamericanos, era capaz de atar los “cabos sueltos” que iban recogiendo de los escenarios orientales, y convertirlos en crónicas con sentido y veracidad.

Intercala el memorioso gerundense estas evocaciones documentadas (a veces dice “no me acuerdo de tal tipo o de tal situación”, pero resuelve sus dudas de un modo formidable) con crónicas relativas a su empeño en difundir el mensaje de José María Escrivá, y hacer apostolado y reclutamiento de las mejores mentes con las que se iban topando.

Se pueden ver en este relato dos cosas. Una que el Opus Dei no era una KGB católica, y que actuaba a la vista de todo el mundo. Otra cosa es lo que pudiera decidirse en las altas esferas a las que iba accediendo, nada diferente a lo que puede suponerse de otras organizaciones e instituciones de altura.

La segunda cosa es comprobar que la España de Franco no era un erial intelectual, sino un frondoso cultivo donde se formaron miles de personas que se dispersaron por los escenarios internacionales de las humanidades y de las ciencias. Y también de la religión. Y eso que el padre de Estarriol no quería saber nada de Franco y su régimen. En otras palabras, el conocimiento y la riqueza creativa e intelectual siguen su propio camino, esté quien esté al mando, sobre todo cuando la ideología no contradice o estorba el pensamiento. En la España de Franco no se perseguía el pensamiento, se perseguía a quienes intentaban socavar el régimen no con su palabra sino con sus actividades. Y como es natural en una dictadura, se obstaculizaba el trabajo de los antifranquistas no comunistas, que eran bastantes, y además vivían bastante bien dentro del aparato. Muchos escaparon casi indemnes, porque en la vejez del Caudillo la universidad y numerosas instituciones estaban llenas de “rojos” a quienes la guerra civil les pillaba muy lejos, que luego sirvieron de enlace con los nuevos demócratas. Lo que no había en la España de Franco eran socialistas emboscados, estaban de vacaciones.

Corresponsal y apóstol

La capacidad de trabajo de Estarriol debió de ser extraordinaria. Se ocupaba de enviar crónicas documentadas y argumentadas, de hacer apostolado, de entrar en contacto con la flor y nata de la inteligencia católica y protestante en Centro Europa, y aprovechaba sus estancias en las capitales o en lugares dignos de interés periodístico o religioso para enterarse de lo que había debajo de la apariencia de las cosas.

Un ejemplo es el conflicto del Alto Adige o Süd Tirol entre Italia y Austria en 1968. Yo no tenía ni idea de un asunto que tuvo mucha miga. Estarriol había ido allí a hacer montañismo.

“Italia se había comprometido después de la segunda guerra mundial a respetar la autonomía administrativa y cultural de la población alemana en la región Trentino-Alto Adige, pero sólo lo hizo cosméticamente, dando autonomía a una región en la que los italianos de lengua italiana superaban a los italianos de lengua alemana.”

El gerundense envió crónicas desde Bozen (Bolzano) a finales de los sesenta, en medio de la crisis checoslovaca, hecho que eclipsó la crisis austriaco italiana. Los políticos de ambos países negociaron durante largos años un arreglo que finalmente se completó en 1972. Pero antes llegó a haber actos de terrorismo irredentista anti italiano.

Repasar la política internacional de los años sesenta y setenta cuatro décadas después es un saludable ejercicio. Podemos encajar cosas que en aquellos años eran inclasificables. Por ejemplo, la descomposición del bloque comunista en Europa. Vistos con la perspectiva del tiempo resulta sorprendente que la URSS durara hasta 1990. Las guerras y conflictos que se han desarrollado en su antigua zona de influencia demuestran la debilidad de un sistema político que aparecía sólido y dominado por un aparato inexpugnable, con servicios de espionaje que no se corresponden con las novelas que se han escrito sobre ellos.

Los Balcanes, un viejo punto flaco del imperio ruso

En punto flaco del sistema soviético, nos muestra Estarriol en sus memorias, eran los Balcanes, con una extensión a lo largo del Danubio, que pasa por Rumania, Bulgaria, Serbia, Hungría, Eslovaquia, Austria y Alemania. El bloque soviético estaba podrido desde 1945, porque los agentes del Komintern que ocuparon el poder en los países tras el Telón de Acero no pudieron apagar ni suprimir las violentas rencillas pendientes entre ellos: los búlgaros estaban peleados con los serbios, los serbios con casi todos, los húngaros con los rumanos y los checos con los eslovacos. De todo eso nos damos cuenta ahora con precisión. Y la guerra entre Ucrania y Rusia es la última derivada de esa operación matemática que la historia intenta resolver sin conseguirlo desde hace siglos.

Probablemente Estarriol no pudo prestar atención a este último conflicto, porque debía estar enfermo. Pero no debió de extrañarle.

Dedica varios capítulos y parágrafos a la crisis de Checoslovaquia, que vivió en sus escenarios. Los detalles que ofrece son estupendos, claro que cuarenta años después uno ve las cosas con más claridad. Pocos entendieron lo que estaba pasando lo prueba que Estarriol se marchó a descansar 19 de agosto de 1968, convencido de que tras las reuniones de los dirigentes del Pacto de Varsovia y la llamada “Carta de Varsovia” la invasión soviética (ya había tropas en el país) se había evitado. El 21 de agosto estalló el lío, y Estarriol no pudo entrar en Checoslovaquia. Pero se las ingenió para conocer los acontecimientos, y sobre todo para entenderlos y explicarlos.

Insisto que cuarenta años después los intríngulis de la historia encajan. Estarriol y sus capacitados colegas se dedicaron, como se ha dicho, a atar cabos sueltos. Y esos cabos demostraban que el Telón podía ser de Acero, pero tras él había más grietas, resentimiento y necesidad que bienestar ciudadano.

Una lectura necesaria en todas las redacciones

Esta reseña se me está yendo de las manos, así que la cierro con una mención sinóptica del índice de Un corresponsal en el frío. Tiene quinientas veinticuatro páginas, veinticuatro capítulos con una decena de parágrafos cada uno.

Algunos ejemplos. “Antes y después de Helsinki”. “Dos cardenales húngaros”. “El mundo de los espías”. “El papa polaco levantó la tapadera”. “El Muro cayó en Varsovia”. “El ejército yugoslavo se hace serbio”. “El mundo de los primeros croatas del Opus Dei”.

“Más guerra”, el último capítulo, desarrolla la crisis yugoslava con gracia e inteligencia, y termina con “Una reflexión filosófica”, con sabias referencias al teólogo salmantino Francisco de Vitoria, a la Totentanz (Danza Macabra), fresco de Albin Egger-Lienz en el Tirol , y a la guerra de Bosnia. Clausura el libro con un “Dios me pedirá cuentas”, que es un fervoroso reconocimiento a personalidades todavía contemporáneas: Juan Pablo II, José María Escrivá de Balaguer y Javier Portillo, que Roma considera santas y beato.

Los periodistas interesados en aprender lecciones profesionales deben leer Un corresponsal en el frío.

 

 

 

 

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