Cuento de Navidad desde la mesa 4
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Nuestro naturalista de cabecera es buen observador, como su oficio le manda. Suele publicar sus comentarios en su página de Facebook. De ella hemos rescatado tres piezas, escritas en el Café de la Nau de Valencia, que suele frecuentar.
Rafael Escrig
Estoy en la cafetería donde suelo tomar el café todas las tardes. He venido, como siempre, a tomarme el café y escribir lo que me dicte alguna musa despistada. Hoy ocupo la mesa 4. Estamos a unos días de la Navidad.
Las mesas 1 y 2 se han unido para sentarse un grupo de veteranos, es decir, jubilados. Frente a mí, la mesa 3, está ocupada por una pareja. El grupo de veteranos está formado por nueve personas. Han venido a celebrar su reencuentro y lo han hecho con cafés e infusiones. Hablan todos a la vez; hablan unos con otros; se cruzan las conversaciones; se ríe; se cuentan anécdotas. Ha entrado un señor vendiendo décimos de lotería y se acerca al grupo ofreciendo la suerte. En el grupo se miran, dudan… En eso, uno de ellos: pelo blanco, abundante, grueso, camisa de cuadros, toma la iniciativa y se dirige al lotero. Este le explica que puede pagar con efectivo o con bizum. Hablan y se debate sobre el número a elegir. Salen a dos euros cada uno aunque es algo más, no importa, y todos van dejando sobre la mesa las monedas. A partir de ese momento la conversación se centra en la lotería. El tema les ha unido. El lotero se va con su negocio hecho.
Uno de ellos, una mujer, toma la palabra para contar la conocida historia de esa otra que se fugó con un décimo de lotería premiado que tenía a medias con su pareja. Hace un relato muy novelesco que tiene a todos atentos, incluso a mí. Nadie le interrumpe y ella cuenta a sus anchas los hechos que conoce, que ha leído o le han contado. Al terminar toma el relevo el que compró el décimo al lotero. Él también conoce un caso, pero era un hombre el que engañó a su pareja. Tenían un décimo compartido y el décimo salió premiado con el gordo. Él no dijo nada y dejó pasar el tiempo límite para cobrarlo. Lo cobró, se separó de ella y se largó bien lejos. Pero al final se descubrió el pastel, lo encontraron y tuvo que compartir el premio porque el billete fue comprado cuando todavía eran pareja. —Qué sinvergüenzas son algunos —dice la de antes.
Entretanto, la pareja de la mesa 3, discute a media voz. Caras serias, gesto de circunstancias. Me miran de vez en cuando como temiendo que escuche su conversación, pero yo no oigo nada, aunque está claro que discuten. Piden la cuenta. Ha sido un café y una infusión. Salen uno delante del otro, serios. Parece que siguen igual. Quizás continúe la discusión en el coche o cuando lleguen a casa, o quizás se calmen los ánimos y compren un décimo de lotería para compartir. Sería una curiosa coincidencia si al final uno de ellos se fuga con el décimo premiado; mejor no comprarlo.
Hay más mesas, más personajes, más historias. Una de las mesas de la terraza está ocupada por cuatro mujeres. No se han quitado el abrigo; hace frío. Veo que hablan y toman un té. Una de ellas lleva abrigo y sombrero beige a juego. También son veteranas. Tuvieron hijos, tuvieron trabajos. Pasaron cien batallas y ganaron. Hoy se han reunido para recordar; para contarse cómo han sobrevivido. La Navidad flota sobre las mesas, y las lucecitas que adornan el rincón de la caja parpadean alegres. La camarera, Gina, tras la barra, ajena a las mesas y a mis observaciones, trastea con tazas y cubiertos.
La Navidad
La Navidad es la exaltación suprema de la comida. Una semana antes comenzamos a pensar en ello: la compra, los preparativos. Dos días antes se empieza a disponer la mesa y la comida. Llega la cena de Nochebuena y se inicia el festín que continua al día siguiente como si no se hubiera comido en dos días.
¿Quedará alguien que cante villancicos en su casa?
Los tres o cuatro días siguientes hay que ir acabando con los restos y así hasta empalmar con Nochevieja y Año Nuevo.
¿Habrá alguien que vaya a la Misa del Gallo?
Nos espera más comida, más platos, más dulces, más vino, más de todo.
Tenemos cuatro días para descansar, enseguida llega el fin de semana y Reyes.
¿Nos damos cuenta de que en estas fiestas lo que se celebra es la comida y el gasto desmedido?
El Árbol de Navidad y el Belén son sólo símbolos de algo casi olvidado que nos miran desde un rincón del comedor. Dentro de nada desaparecerán de nuestras vidas como desaparecieron las postales de felicitación y la zambomba. Sólo se comerá en grandes festines pantagruélicos que durarán varios meses y las personas gastarán fortunas y se endeudaran con otras tantas y se beberán vinos de miles de euros y se comerá como si se acabara el mundo (ya está ocurriendo) y los regalos ¡Oh los regalos! No puedo imaginar. Habrá gente que querrá comprar El Corte Inglés entero y otros que comprarán pasajes para ir a la Luna (ya se hace). Y cuando un niño lea en un cuento antiguo algo sobre la Navidad le preguntará con sorpresa a su padre qué era aquello del niño en la cuna y los pastorcitos y la estrella de Belén (estoy seguro de que ya ocurre en algún sitio), y el padre le dirá que eran cosas de los antiguos que se hacían hace muuuuuuchos años.
El golpe anticonstitucional de Papá Noël
En algunos lugares dejan los zapatos debajo del Nacimiento o del Árbol de Navidad para que los Reyes Magos dejen allí sus regalos. La costumbre no cuajó en España porque más de uno dejaba los zapatos más viejos, los reyes se ofendían y pasaban de largo. Seguramente nadie explicó que tenían que ser los zapatos más nuevos y relucientes.
Mañana no es necesario que dejéis zapatos ni otra cosa que no sea vuestra ilusión. Hemos de acostarnos recordando que somos los niños de antes (en realidad aún lo somos por dentro) y los regalos aparecerán al día siguiente.
¡Feliz Día de Reyes a todos!