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Renau: La responsabilidad del arte Cultura y comunicación Series

Renau. Perforando el Telón de Acero. Capítulo 13.

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Tercera parte. El estilo de vida americano

El regreso del artista descontento a Europa

Jordi Ballester, hijo del escultor y cuñado de Renau, Tonico Ballester, fue testigo privilegiado de los trabajos y los días del artista exiliado en su “Estudio Imagen Publicidad Plástica”, sito en la avenida Coyoacán de la capital mejicana. Resumió sus recuerdos en un artículo titulado precisamente “Un estudio en la avenida Coyoacán”, que forma parte del catálogo de una exposición de carteles de cine de Renau.

Evoca la maravilla de ver con sus propios ojos la metamorfosis que sufría la superficie de una cartulina de 70 x 100, colocada en un caballete de una de las habitaciones del Estudio dedicadas a los trabajos publicitarios.

Se iba cubriendo poco a poco, como un vegetal que crece, primero de líneas de lápiz, después de tintas planas a base de guaches, siguiendo un orden que iba desde las más claras a las más oscuras (…) más tarde, el motor del compresor daba su tabarra habitual (…) Entonces, la espléndida cartulina del gran caballete sufría la metamorfosis más sorprendente y mágica (Renau estaba utilizando el aerógrafo): de aquellas tintas planas que formaban un rompecabezas arisco y angulado en varios colores, aparecían brazos, caballos, palmeras, tetas, casas, playas, cielos, pistolas, corazones, pueblos enteros, charros, sevillanas, reyertas, huidas, pasiones, espadachines, y sobre todo rostros familiares: Jorges Negretes, Jorges Mistrales, Auroras Bautistas, Marías Félixes (vaya un plural incómodo), Saritas Montieles, Arturos de Córdoba, Saras Garcías, Libertades Lamarques, Pedros Infantes, Ariadnas Welters, Miroslavas, etc etc.

En otra habitación contigua, Renau se encerraba para trabajar en sus cosas más queridas: leer, escribir, resumir, recortar y clasificar. Todo ello, fumando como un carretero. Ballester recuerda que en su biblioteca había libros viejísimos, algunos de los cuales había encontrado Renau en mercadillos o comprado por no demasiados pesos en alguna librería de viejo.

Sobre las excursiones de Renau a los mercadillos mejicanos, su alumna de Berlín Marta Hofmann cita una curiosa anécdota que le oyó contar varias veces a su maestro. En cierta visita a uno de los rastros de Ciudad de México le acompañaba un norteamericano, quizá empresario o representante de propietarios de almonedas en los EEUU. En uno de los puestos descubrieron a un indio que vendía sillas de madera y anea torneadas y decoradas con un gusto extraordinario y una paciencia infinita. El norteamericano preguntó por el precio de una de ellas, y la respuesta del indio le animó a proponerle un negocio: fabricar cien sillas con la misma decoración, para que le fuera más fácil la ejecución del trabajo. Le preguntó el precio de cada unidad. Esperaba, como es natural en una mentalidad occidental, que le rebajara considerablemente el precio. Sin embargo, lo que el indio pidió fue casi el doble de la primera oferta. Desconcertados, los blancos le preguntaron cómo era eso posible, tratándose de un trabajo casi mecánico. La respuesta del indio fue más o menos esta: “Sí, señor. Pero, ¿y lo aburrido que va a ser para mí hacer lo mismo cien veces? Eso es lo que me tienen que pagar, el aburrimiento.”

Renau aseguraba que nunca olvidó esta lección. Lo que Marta ignoraba es que no se trataba de un episodio real, sino de una leyenda tradicional mejicana. Forma parte de una película titulada Canasta de cuentos mexicanos que se hizo célebre en el país. Renau se había apropiado de ella con la naturalidad que un artista se apropia de una idea ajena y la desarrolla por su cuenta.

Continúa diciendo Jordi Ballester en su artículo

En su estudio recuerdo haber visto con el pincel en la mano, aparte de Renau y Manuela Ballester, a Ruy (el hijo mayor de ambos), a Rosita y Fina Ballester (hermanas de Manuela) y a algún otro colaborador eventual. El que no hacía un letrero, revelaba unas fotografías, y el que no, proyectaba o dibujaba una imagen en una cartulina, pasaba a tinta un dibujo o rellenaba de color unas zonas determinadas.

Ballester dice que de los cientos de carteles que se realizaron en aquel estudio, algunos tan sólo fueron supervisados por el titular del estudio, sin que ni siquiera diera una pincelada.

El proceso de realización pasaba por un previsionado de la película, que Renau solía evitar, enviando a Ruy, quien ahora lo recrea de este modo:

En líneas generales pasé a ser algo parecido a la “mano derecha” de mi padre. Yo lo llevaba a ver a los productores de cine, a comprar materiales y a sus citas con agentes publicitarios. Incluso, había algunos productores que insistían en que mi padre debía ver las películas antes de estrenarlas. Yo solía acompañarlo y tuvimos que tragarnos, de grado o por fuerza, unos verdaderos churros, como se llama aquí a las películas pretenciosas que nunca jamás podrían optar por algún premio. En esta época pude darme el lujo de conocer a algunas estrellas del cine mexicano, que estaban presentes en la exhibición. Me creas o no, conocí a la inefable María Félix, una señora prepotente, si las hay. Pero el único material que requería mi padre eran los «stills» o “fotos fijas”, que yo iba a buscar a un laboratorio fotográfico en el que me entregaban unas veinte o treinta fotos, 8” x 10”, con las escenas cruciales de la película en cuestión.

Durante unos dos o tres años, nuestra vida transcurrió sin mayores sobresaltos. Mis padres tenían encargos como, por ejemplo, una especie de pequeños murales para decorar algún hotel o restaurante y que, por lo general, pintaban al alimón, turnándose los días de trabajo. Por lo que a mí respecta, tuve que compaginar mi colaboración en el estudio, terminar mi interminable bachillerato y, principalmente, lidiar con mi vida sentimental, dado que por entonces fue que me enamoré como un caballo de Montse, la que sería mi mujer. Por otra parte, seguía intentando cumplir con las no demasiado exigentes reglas de la militancia en la JSU, en la cual, al margen de nuestro sectarismo e intransigencia, me hice de magníficos amigos que, aún hoy, sigo viendo con cierta frecuencia.

De esa época son una serie de cartulinas y folletos para médicos con anuncios de diversos medicamentos. En su Archivo debe de haber más de 50 muestras. También hay muchas portadas de libros, carteles políticos, y una curiosidad, el anuncio de una obra de teatro de León Felipe.

Entre los papeles que se conservan en el IVAM de Valencia, hay una serie de dibujos de los años 1952 a 1954. También hay una carpeta con fotos de dibujos de carteles y panfletos políticos. Si se comparan con los dibujos o pinturas no políticas de Renau en la misma época (están en el Catálogo Razonado) lo primero que se distingue es la flojedad, la poca sustancia del material publicitario comercial. Renau se encontraba a gusto haciendo panfletos, le salían muy bien, era inmejorable.

Aunque la relación de Renau con las fiestas de Fallas nuca fue entusiasta, como él mismo confiesa, en Méjico los valencianos exiliados dedicaron tiempo y dinero a conmemorar un evento que les unía entre ellos por encima de las ideologías, y con su patria chica de un modo especialmente intenso. Renau hizo un cartel o fotomontaje de Fallas en Méjico. Lo que queda de él es un recorte de periódico, de un año sin determinar, con el cartel de Fallas. Está partido en dos trozos longitudinales. Muestra a una fallera en cuya mano se va a posar una paloma en vuelo y, tras ella, el Micalet o torre de la catedral de Valencia, rodeado por una bandada de palomas.

La propensión pedagógica de Renau fue superior a sus capacidades. Como profesor, igual que como padre, debió haber sido una catástrofe. Sólo en su ancianidad aprendió a comportarse con flexibilidad en la tarea de enseñar a los demás aquello que él había ido aprendiendo a lo largo de su vida, aunque cuando lleguemos a ese tiempo leeremos los recuerdos de Marta Hofmann, que no siempre hablan de “un dulce viejito.”

En varias ocasiones intentó escribir libros que sirvieran a los lectores para formarse o para enterarse de cosas realmente interesantes. Pero, salvo la conferencia en el Paraninfo de la Universidad de Valencia de 1936, nunca llegó a publicar nada semejante, aunque lo intentó en varias ocasiones.

Por ejemplo, El Cartel: Teoría, Historia y Técnica de la plástica publicitaria. Lo poco que hay de este libro fallido está en sus papeles archivados en Valencia, sin fecha. Puede ser de Méjico, por la mención explícita en el prólogo a su profesión de publicista, pero también pudo escribirlo ya en Berlín.

Este es el esquema de trabajo de Renau:

A=Biología actual (formas vivas) B=Polémica sobre are puro y arte público. C=Evolución histórica del papel del arte en la sociedad. D=Estado actual de la definición del problema. E=Naturaleza diferencial entre el arte y la publicidad. F=La pintura publicitaria no persigue los mismos objetivos que la pintura pura. G=Finalidad y sustancia del hecho publicitario en general y de la plástica publicitaria en particular. H=Considerada en abstracto, la pintura publicitaria persigue la estructuración de un nuevo lenguaje, de una nueva escritura óptica, de un sentido pictográfico nuevo, dinámico, de una extensión de la clave de referencia común (alfabeto) y enriquecimiento de la comunicación… I=Plan, sentido y límites del libro.

Renau confiesa en el prólogo, que atraviesa un periodo “de profundo relajamiento de mi vocación como pintor publicitario”, y que se dispone a redactar un testamento profesional. De esta definición que da a su pretendido libro, “testamento profesional” se puede deducir el peso insoportable que tenía para su recta conciencia (de comunista) la forma de ganarse la vida, fundamental para su existencia desahogada, pero que consumía su tiempo más preciado y sus mejores energías. Cuando se reflexiona con cuidado sobre los motivos que llevaron a Renau a dar el salto tras el Telón de Acero, la pregunta inevitable es por qué renunció a una vida relativamente cómoda, a un rol social que no era menospreciable, a una existencia con su familia y sus amigos que compensaba muchas de sus mayores frustraciones.

¿Qué razones tenía Renau para creer que en la Europa socialista le iba a ir mejor?

La primera y quizá decisiva era la ansiedad creciente que le provocaba su trabajo publicitario. Avalan esta hipótesis los testimonios de amigos y familiares, que aseguran que sus relaciones con Manolita y su humor se tornaban cada vez más agrios. Sus últimos años en Méjico debieron ser algo parecido a un suplicio.

La segunda razón para dar el gran salto al océano es su ilusión de encontrar en el socialismo un medio en el que poder desenvolver su creatividad sin cortapisas. Los dos viajes que realizó en 1953 y 1956 le habían servido de prueba. Lo que había visto, le había gustado. También es verosímil que en las conversaciones que tuvo con viejos camaradas, estos le pintaran el panorama en unos tonos menos pastoriles. Pero cuando una persona está harta de su forma de vida y encuentra una oportunidad inesperada, se agarra a ella como un náufrago a una tabla. El caso es que el testamento profesional fue uno de los escalones en su ascenso hacia el cielo socialista. Esto es lo que decía en el prólogo de ese libro que dejó sin acabar.

Cuando de paso por las calles me encontraba a los pintores de muros con su gran brocha y su gran cubo rebosante de tonos limpios y tiernos, que embadurnaban los asoleados muros de la ciudad, sentía una emoción artesana semejante en todo a la que Braque heredó de su padre y expresó en las experiencias cubistas de su primera época. La emoción de su azul o de su amarillo planos, extendidos con sensualidad sobre la superficie blanca y noble del papel, compensaban muchos desnudos, muchas naturalezas muertas pintadas sin entusiasmo en un ambiente agobiador, y además establecía una relación más auténtica y entrañable con los cielos radiantes de azul y las paredes deslumbrantes de amarillo de sol de mi tierra campesina. No había especulación teórica ni ideológica, había simplemente impulso, instinto vital.

El artista publicitario es dúctil como el actor, tiene que cambiar de papel, de objetivo, de tema y tener una gran formación para adaptarse a todas las circunstancias. Del libro llegó a preparar bocetos para dos pliegos.

La única biografía escrita sobre Renau hasta la fecha lleva el subtítulo de Història d’un fotomuntador. Si su autor, Albert Forment, se decidió a centrarse en esa faceta fue porque estimó que fue la principal del artista al cabo de su vida. Algunos especialistas como Manuel García subrayan la importancia decisiva del fotomontaje y del cartelismo, y Joan Fontcuberta centra la atención de su estudio José Renau. Fotomontador en los fotomontajes del valenciano. La mayoría de las exposiciones que se han hecho de Renau subrayan su faceta de fotomontador. Esto puede explicarse por razones técnicas: no se puede arrancar un mural de un edificio y llevarlo a otra ciudad sin gastar una fortuna.

Al constituir el fotomontaje la faceta a la que Renau dedicó más interés en los últimos veinte años de su vida, cosa reconocida por todos los que le conocieron, se quedan en la penumbra el resto de sus trabajos. Claro que si Renau no realizó más murales en la RDA fue porque no le contrataron o le pusieron innumerables pegas burocráticas por su “estilo formalista”, como veremos en la cuarta parte de este libro.

En una de las conversaciones que mantuvo en 1977 con Manfred Schmidt decía:

Hay otro factor aún, que es típico de mí. Yo tengo mucho miedo a especializarme. No quiero ser especialista en fotomontajes, ni en murales ni carteles, ni lienzos. Quiero hacer lo que quiera, y pasar de una cosa a otra. Si no, viene el manierismo, y caigo prisionero de mí mismo. Me reducen a personalidades, Renau como tal, Renau como cual… prefiero que no sepan lo que soy. Y eso muchos amigos me lo dicen, me lo critican. No quiero eso, no me siento libre. Es mi forma de ser libre.

Claro lo que más me interesa a mí es resolver problemas, no ceñirme a un estilo ni a una personalidad, problemas visuales. Yo no quiero que mi personalidad me la hagan los demás, la cultura de masas.

Él mismo se encargó de dejar claro que era un artista inclasificable. Cuando se le pone la etiqueta de fotomontador es porque así su obra resulta más fácil de estudiar y difundir. Los numerosos lienzos, acuarelas y dibujos que pintó a lo largo de su vida en lo que él llamaba sus “periodos de crisis vital”, por el gusto de hacerlo y que jamás vendió (aunque realizara alguna exposición de ellos, por ejemplo en Méjico) constituyen todos juntos un patrimonio formidable.

A una pregunta de Schmidt sobre qué estilo utiliza en su pintura no política, respondía así:

No lo sé, no puedo decirlo. Yo no pienso nunca lo que voy a pintar en un lienzo. Otra cosa son los murales y los fotomontajes, lo pienso mucho. Cuando agarro un pincel no quiero pensar, porque si no, estoy jodido. Un lienzo, pinceles, colores y soledad, aislamiento. Empiezo algo y lo termino en seguida, no dejo pasar el tiempo. Y cuando me canso está acabado ya, lo dejo.

El viaje a España me ha descubierto una cantidad de cosas de las que yo no me acordaba en absoluto. Y en Méjico, ¡ah!, me acabo de acordar de otra nueva [etapa de crisis]. Y mi hermano me envió fotos mal hechas de un montón de cosas mías que hay en Méjico, algunas totalmente olvidadas, abstractas…

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Efectivamente, en su Archivo hay una preciosa acuarela que recuerda la caligrafía japonesa. Es muy pequeña (8×10 cm más o menos), totalmente abstracta y da la impresión de que está realizada con media docena de trazos espontáneos de pincel. Si Renau la guardó en lugar de tirarla es porque le gustaba.

Hemos visto que su hija Teresa subrayaba la obsesión de su padre por la preparación de los trabajos que le encargaban, ya fuera el cartel de propaganda de una película o un mural. Multitud de pintores “convencionales” o que participan del mercado, preparan al milímetro sus obras. Una de las reacciones al action painting de los años 50 fue el op art, pura geometría diseñada con premeditación e incluso con alevosía. A mi entender, Renau habría sido un excelente pintor abstracto o vanguardista, pero se lo había prohibido a sí mismo.

Sobre la mente sistemática de Renau ya hemos adelantado algo en el primer capítulo de esta etapa mejicana. Renau afirma que inició su tercer archivo de fotografías y recortes gráficos ya en el verano de 1939, gracias a la donación de una colección completa de la revista Life, hecha por uno de los gachupines con fortuna que ayudaron a sus compatriotas españoles exiliados.

El galerista Schmidt le pedía detalles de sus métodos en la realización de los fotomontajes. El artista insistía que antes de hablar de eso, tenía que considerarse la importancia del Bild Archiv (el archivo de imágenes).

Pero para hablar de esta serie, hay que hablar antes del fotomontaje en general, de algunos aspectos que no conoce nadie, ni siquiera los que han escrito sobre Heartfield. Por ejemplo, ese catálogo tan bueno [se refiere a un libro sobre la historia del fotomontaje], lo estuve leyendo con mi alemán y no hay una sola palabra sobre el «Bild Archiv», y el papel que eso desempeña.

En su Archivo de Valencia hay dos carpetas muy voluminosas con restos del Archivo de Imágenes. En la primera hay fotografías, ilustraciones varias, grabados, dibujos etc. sólo de caballos y de jinetes. Tanto de revistas alemanas, mejicanas y norteamericanas. Algunas de las revistas son de principio del siglo XX, y algunos de los recortes, de revistas del siglo XIX. Se conoce que Renau las compraría en rastros. La segunda carpeta es de ropa femenina antigua o pasada de moda. Los recortes, grabados y reproducciones son tan variados como en la carpeta anterior.

En otra de las cajas del archivo hay multitud de recortes de trajes de baño. Incluye otra carpeta con 55 láminas desordenadas con la historia del traje de baño. Estas láminas las ha preparado Renau para una Enciclopedia de la Imagen, de la que hay escritas poco más de 3 holandesas.

Asegura que el traje de baño por excelencia es el maillot, y que el bikini no es una evolución de aquel, sino “un principio de negación de éste y del traje de baño en general”. Acaba diciendo que “la mujer americana, con su impulso hacia el exhibicionismo físico, ha impuesto en el mundo el concepto de bañador mínimo.” Argumento más retórico que elaborado, en la línea de su etiqueta “Psicografías”, que veremos más abajo.

En otra carpeta hay decenas de láminas pegadas en cartulinas, representando a mujeres del siglo XIX con una variedad de vestidos de moda. Las ilustraciones son de La Mode Illustrée, una revista de la última década del siglo XIX. ¿Para qué se tomaría el trabajo de recortarlas, ordenarlas y pegarlas? ¿Para la Enciclopedia de la Imagen?

El complejo sistema de Renau para organizar su archivo gráfico se ve en algunas de las cajas. Una contiene archivadores con fotografías y recortes, ordenados y rotulados. Por ejemplo:

3-HOM. 346-expre. SEXUALES amor, sex-appeal, voluptuosidad, etc. 34 Psicografía *Ver: anexo BIS: (STILLS CINE: “AMOR” Y “SEX-APPEAL”). 3-HOM. 34=PSICOGRAFÍA 346=Expr Sex= SEX APPEAL STILLS CINE, ésta con fotografías de mujeres fatales.

Debe de haber decenas de archivadores como éste en los papeles que clasificó Forment. Una curiosidad es la signatura 34, ¿que significaba “Psicografías”? Hay de todo, caras optimistas, serenas, reflexivas, deformes, convencionales, deportes varios, etc.

Otra caja contiene recortes de la I Guerra Mundial. En dos carpetas hay recortes variados de la revista londinense The Sphere. En otra, un voluminoso paquete con una serie de Pictorials o suplementos ilustrados del NYT de los años de la Gran Guerra. Otra contiene más de un centenar de cartulinas tamaño A3 con recortes de revistas. Son atrios, torres, cúpulas, interiores y vistas exteriores generales de iglesias y conventos mejicanos. Casi todas están identificadas de puño y letra por Renau.

También hay archivos de imágenes y artículos en francés. Arquitectura (Revue de l’Architecture et des Travaux Publics, de los últimos años del siglo XIX). Láminas de exteriores e interiores de templos cristianos de la misma revista. De la misma publicación, ebanistería, marquetería, talla en madera, escaleras y balaustradas, fuentes públicas y chimeneas.

El resto de las cajas, colecciones de láminas ordenadas por géneros de acuerdo con el criterio de Renau, son de la revista citada. Imagino que Renau consiguió en un rastro o en un anticuario una colección y la fue desmenuzando. Renau le dijo a Schmidt, como hemos adelantado, que la idea para el American Way of Life se le ocurrió en el mismo 1939, pero que no empezó a trabajar en ella en serio hasta 1949 o quizá ya en los primeros años 50.

En su Archivo valenciano hay apuntes que deben de proceder de Méjico, a juzgar por una serie de holandesas mecanografiadas y unidas por un clip, al que también está unida la tarjeta de una fábrica de vidrio soplado de Méjico DF. Asimismo hay una lista de fotomontajes, rehecha una y otra vez. Una prevé 124 fotomontajes, otra 129. Hay una con 13 capítulos y hasta 197 fotomontajes previstos.

Es obvio que el impulso mayor lo trajo de Varsovia. En 1953, según él y en 1956 según su hijo Ruy. Allí, en una de estas dos ocasiones, conoció al periodista de la RDA Walter Heynowski, que luego se haría famoso por sus documentales filmados. Por entonces, Heynowski trabajaba como redactor jefe de la revista satírica Eulenspiegel, que en español quiere decir el bufón o bufón a secas. Como es natural, la sátira de la revista se reservaba al mundo capitalista y a los acontecimientos de la época que revelaban la agresividad occidental frente al pacifismo del bloque soviético. Hojeando algunos números de la revista conservados en el archivo Renau, se percibe que la visión crítica de la sociedad alemana comunista es de un candor exasperante, porque la autoridad no aparece jamás en mal lugar, y todas las invectivas se dirigen a los malos vecinos, a los malos trabajadores, etc, de quienes se burla, no siempre con gracia. Lo mejor de Eulenspiegel es el humor blanco. Recuerda a los tebeos infantiles españoles o a los chistes no políticos de semanario para familias.

El caso es que Walter Heynowski quedó impresionado por los fotomontajes de Renau y la calidad de su mano de dibujante, y le propuso que le enviara material para publicarlo en su revista satírica. Material que le sería pagado en dólares y a buen precio.

Probablemente sería entonces, más bien en 1953 que en 1956, cuando Renau empezó a forjar sus planes para un libro sobre el AWL. Es también posible que en el segundo viaje que realizó al bloque soviético en 1956 volviera a encontrarse a Heynowski, y que hablaran de la idea de publicar un libro de fotomontajes con críticas demoledoras contra el imperialismo yanqui. En esa fecha o luego, por correspondencia, Heynowski le animó a que fuera a la RDA y se convirtiera en colaborador fijo de Eulenspiegel.

Para entonces, la revista había publicado fotomontajes y dibujos espléndidos de Renau, criticando no sólo a los norteamericanos sino a los gobiernos francés y alemán (de la RFA, claro). El motivo de la crítica es, desde el punto de vista actual y creo que también desde el de aquella época, bastante demagógico y exagerado, porque compara la Alemania de Adenauer y su gobierno cristianodemócrata, con el nazismo, y a De Gaulle casi con Franco. No tenemos evidencia alguna de que Renau estuviera convencido de los mensajes que transmitían sus trabajos. Mi opinión es que era consciente de que estaba haciendo una hipérbole propagandística, justificable en virtud de los intereses del socialismo real, al que le surgían problemas inesperados como la rebelión de los albañiles de Berlín Oriental en 1953 o la sublevación húngara aplastada por las tropas soviéticas en 1956.

La vena satírica de Renau es evidente en esos fotomontajes y en los posteriores. Todos aquellos que conocieron a Renau en Berlín, a quienes puede entrevistar, coinciden en que era un hombre muy entretenido y con un gran sentido del humor.

Quizá Berlín le cambió. Porque a juicio de su hijo Ruy, en Méjico no era así.

Por lo que toca a la “vena satírica” de mi padre déjame decirte que carecía de ella. Tengo ejemplos más que gráficos de que mi padre no era capaz de asumir con humor situaciones más o menos embarazosas. Todo lo tomaba muy en serio. Cierto es que, cuando se lo proponía, podía aparecer como un sujeto muy desinhibido ante personas que no tuvieran que ver con lo que concernía a su vida familiar.

Humor, lo que se dice humor, o sea la capacidad de burlarse de uno mismo, nunca la tuvo. A guisa de ejemplo te contaré una anécdota insustancial que describe la forma en que mi padre concebía el humor. Mi padre me había hecho unas fotos de perfil y yo, a cambio, le había hecho a él otras tantas. El caso es que sobre la cabeza de ambos perfiles aparecía una línea vertical blanca. Ocurrió que algunos amigos de mi padre llegaron al estudio y mi padre les mostró las fotos. Uno de ellos preguntó qué significaba esa línea blanca sobre las cabezas y yo, inspirado, respondí que era una antena. Todos estallaron en carcajadas; mi padre me miró con mala uva.
Mi padre intentó, en México, realizar algunos documentales que, en principio, podrían haber sido exitosos. Uno de ellos, que yo recuerde, basado en escenas seudo eróticas de fuentes decimonónicas, habría podido cuajar con un mínimo de sentido del humor. Mi padre me leyó algunos textos y, aunque no le di mi opinión sincera dado el pavor que me inspiraba, me parecieron lamentables. En resumen, mi padre nunca habría podido ser un humorista, era demasiado consciente de su papel en la historia.

En una hoja suelta de su archivo, sin fecha pero escrita de su mano, consta esta idea, que deja bien claro la idea de Renau sobre el papel del artista en la historia que le toca vivir: “Así pues, el acto de conciencia más positivo del hombre moderno debe ser la exaltación de los valores vitales, tanto en el plano de la vida misma como en el de la creación intelectual.” Y de los valores vitales no se ríen las personas responsables.

Que se sepa, no llegó a publicar ninguno de los fotomontajes del AWL en Méjico. Pero sí los sometió al escrutinio público, para observar la reacción de personas conocidas. Así consta en las conversaciones grabadas por Manfred Schmidt. Y también su primera intención, que no sabemos si llegó a realizar en alguna ocasión, de llevar sus fotomontajes a fábricas y a sindicatos, por medio de diapositivas, para que los proletarios, a quienes iba dirigida aquella agitación cultural, se enteraran de lo que era de verdad el capitalismo.

Hice exposiciones semiprivadas, grupos de amigos, gente que trabajaba en el cine. Esos invitaban a otros que yo no conocía. Y venían como sesenta o setenta personas al estudio. Otro día eran literatos, artistas, o amigos políticos, camaradas. Mi idea no era editar un libro, ni hacer exposiciones. Hacer diapositivas en color y con un proyector chiquito ir a los sindicatos y a sociedades culturales, hacer proyecciones comentadas políticamente. Eso lo planteé en la Unión de Pintores Mejicanos, donde estaba Siqueiros. Estaban entusiasmados, y Siqueiros dijo que eso había que apoyarlo. Pero pasaron los meses y no hubo nada. La gente se asustó.

Una vez invité sólo a gente del teatro, autores teatrales, directores, actores y actrices; vinieron unas cincuenta personas al taller, sobre las seis de la tarde. Yo me quedé sorprendido porque empezaron a venir coches y las mujeres que se bajaban traían vestidos largos, con joyas, y los hombres con smoking. Me quedé desorientado, no entendía que se hubieran vestido así para visitar un taller de artista. Empezamos a ver los fotomontajes, mi gente sacó güisqui, de comer, y acabamos a las seis y media de la mañana; a las doce y media de la noche estábamos ahí aún todos. Y una guionista y autora teatral dijo, “Mira, Renau, son las doce y media, nos hemos perdido la premier de no sé qué opera italiana de gran lujo. Pero nos han interesado tanto tus cosas que nos hemos olvidado de la ópera, todos.” Entonces entendí por qué venían vestidos de esa guisa. Tenían que haberse ido a las ocho u ocho y media. Lo más sorprendente es que ni siquiera uno cayera en la cuenta de la hora.

Desde luego, hechos como estos no sólo colmarían su vanidad y su ego, sino que los tomaría como pruebas de que lo estaba haciendo bien. Y como de la RDA le llegaban las mismas reacciones, empezó a dedicar cada vez más tiempo a su AWL. Le decía a Schmidt.

Yo desde Méjico colaboraba en el «Eulenspiegel», envié muchas cosas. Conocí al redactor jefe del «Spiegel», que era Walter Heynowski, en Varsovia en 1953, en una reunión de directores de revistas satíricas del mundo socialista. Y me pidió colaboraciones. Me pagaba en dólares y bien. Y aprovechando ese vacío que me pasó, le dije que yo iría a la DDR si él estaba de acuerdo y me lo facilitaba. Ya le había enviado una colección de fotos del AWL. Le gustaron mucho y tal y cual, y vine aquí.

Ruy lo recuerda de este modo.

Si la memoria no me falla, creo que en 1956 mi padre asistió a uno de aquellos famosos congresos “Por la Paz y La Amistad”, que tuvo lugar en Moscú. Fue en ese congreso que mi padre estableció relaciones con algunos mandamases de la televisión de la RDA, entre ellos, que yo recuerde, un tal Walter Heynowski. A partir de su regreso de Moscú, mi padre empezó a colaborar en una revista satírico-política que se llamaba «Eulenspiegel», de la RDA. Tengo la impresión de que la realización de los fotomontajes del American Way of Life fue impulsada, en parte, por dicha colaboración. Supongo que mi padre ya estaba cocinando su traslado a Berlín, aunque yo no me enteré hasta poco antes de su partida.

Heynowski no empezó a trabajar en la televisión alemana hasta febrero de 1957, según revelará Renau más tarde, porque él no se enteró de este cambio, que el periodista no le comunicó.

Ya sabemos que Renau no improvisaba casi nada. Menos aún un traslado de residencia de un continente a otro. Sin duda valoró la idea con Manolita en multitud de ocasiones. Aunque Ruy dice que no se enteró de la partida hasta poco antes, sí admite que los hermanos se olían que sus padres, concretamente su padre, estaba tramando algo bastante importante.

Ruy, ya casado, seguía trabajando con él en el Taller Estudio. Julieta también se casó .

Julieta se casó con un discípulo mío, en Méjico. Y cuando estaban estudiando los dos, antes de salir yo de Méjico, se casaron. Yo les decía que se esperaran y que acabaran antes de estudiar, porque mi hija tiene una gran capacidad por la biología. Es la segunda. No me hicieron caso. Se fueron a París, con mucha ilusión. Yo tenía razón. Su marido es un tipo muy bueno, muy inteligente y trabajador. En el 68, el marido de Julia estaba trabajando en la radio televisión francesa y dio muchos reportajes de las revueltas. También es un buen comunista. Y lo expulsaron de la televisión. Un desastre. La chica no pudo seguir estudiando. Tuvo que vender la cámara de cine que le había regalado yo. Y para parir a su segundo hijo tuvo que venir aquí a Berlín. Luego se fueron otra vez a París, en la época anticomunista feroz. Luego quiso irse a España. Ellos salieron de niños y no tenían ninguna acusación. Y empezaron a trabajar. Pero ella en España no pudo seguir estudiando. Y agarró una crisis tremenda. Se dedicaba a beber, a beber. Su madre estuvo dos años con ella. Ya no tenía ganas de vivir. Tenía miedo de que se suicidara. Su marido mismo le escribió a su madre que fuera, porque estaba muy mal, había estado dos veces en un hospital. Ahora está bien, pero sigue frustrada. Tres niños y ama de casa.

Julieta terminó quitándose la vida en el año 1981. Aunque Renau nunca lo evidenciara, sí admitió que fue un golpe durísimo para él, y obviamente para Manolita.

La idea de Renau era adelantarse él a la RDA, y luego, que le siguiera el resto de la familia, incluida la yaya, que todavía vivía. Sin embargo, ni Ruy ni Totli convinieron en este plan de su padre.

Estoy contento con mi familia, porque ninguno es pintor. Y segundo, porque todos saben matemáticas, menos yo. Julieta estudió biología y sacó muy buenas notas en matemáticas. Mi hijo mayor, Ruy, es ingeniero de termodinámica y está en La Habana. Se fue a Cuba el año de la Revolución. Yo le esperaba aquí, en Berlín, cuando vine en el 58. Me escribió y me dijo, papá no voy a la DDR, voy a Cuba. Yo le dije que hacía bien. Porque si yo hubiera estado en Méjico, ahora estaría también en Cuba. Ruy es muy buen matemático, pero está descontento porque no ha podido desarrollarse en su profesión, Termodinámica, no le han dejado, porque por las necesidades de la Revolución sólo se ha dedicado a enseñar matemáticas elementales a equipos, en la Universidad. Y ha educado a una gran cantidad de gente. Es un buen comunista y sabe que no ha perdido el tiempo, pero en su oficio no ha podido…

Al conocer estas viejas manifestaciones de su padre, Ruy me envió una nota rectificatoria, porque consideraba que Renau no le deja en buen lugar.

No soy mal matemático, pero no me dediqué a “enseñar matemáticas elementales a equipos…”. Estudié Ingeniería Mecánica y después hice una maestría en Energía Térmica. Desde que me titulé fungí como Profesor Auxiliar, primero, y Titular después, en la Facultad de Energética de la Universidad de La Habana y, más tarde, en el Instituto Superior Politécnico. Te diré, y aquí empieza mi autobombo, en aquella época las asignaciones de los ingenieros estaba regidas por la “planificación socialista” en función de las necesidades del País. Para poder acceder a una plaza de profesor debías ser uno de los primeros expedientes durante toda la carrera y yo estuve entre los dos o tres primeros. La “termodinámica” no es una carrera, es una de las tantas asignaturas que impartí en diferentes Facultades, junto con mecánica de los fluidos, transferencia de calor y otras. Puedo decir, sin pecar de inmodestia, que fui muy buen profesor, de lo que tengo numerosos y serios testimonios. Y, lo más importante, jamás me sentí a disgusto con lo que hacía.

Renau continúa con Totli su análisis casi sistemático de las personalidades de sus hijos. Sobre él dice a Schmidt:

El otro, Tolti, fue militar, estudió para marino. Pero luego salió y se hizo ingeniero civil. Un día me escribió una carta diciendo que le habían llamado del gobierno y le proponían ser jefe de industria de pesca de Méjico, una carga formidable. Me decía muy apurado que no había aceptado el cargo porque como es tan tartamudo no podía ser director, porque se pondría muy nervioso, y renunció. Es más tartamudo que yo. Hoy es jefe de pesca de la costa del Pacífico, vive en La Paz, en la Baja California, una ciudad paradisíaca.

Estas fotos del álbum familiar de Teresa Renau deben de pertenecer a los últimos años de la década del 50.

Ruy también calibra un poco más esta información sobre su hermano.

Sobre lo que dice de Totli, también adolece de inexactitudes. Totli estudio en la Escuela Naval de Veracruz y se graduó como ingeniero mecánico naval, o sea, oficial de máquinas. Después de darse de baja en la marina fue nombrado Director de algunas escuelas de pesca en distintos puertos del país. Jamás estudió ingeniería civil y vive en Ensenada (no en La Paz), Baja California.

Como puede verse, Ruy tenía buenas razones para desconfiar de su padre y no ir a Berlín. Pero una vez que Renau estuvo en Europa, siguió dando muestras de que la distancia era más saludable que la proximidad familiar. Dice Ruy:

Yo me había casado en marzo del 57, y el 1 de enero del 58 nació mi hija Rosana. Mi padre se fue a Berlín en septiembre de ese año. Pero el caso es que se fue con un par de maletas y la ropa puesta. Hubo algunas incidencias, nada gratas, que no te contaré, aunque sí te contaré que, no bien llegado a Berlín, mi padre empezó a reclamar sus libros y un montón de cosas que necesitaba “con urgencia”. Sus libros, muchos libros que, incidentalmente, me había cedido en una emotiva carta personal y manuscrita, tuvimos que enviárselos a la brevedad posible, lo que significó que entre mi madre y yo, con la inapreciable ayuda de Rosita, nos viéramos obligados a encargar unas enormes cajas de madera pera empacarlos.

No era broma: como vivíamos en un cuarto piso, sin ascensor, dejábamos las cajas en la planta baja y después, con la colaboración de quien estuviera dispuesto, íbamos bajando los paquetes de libros y acomodándolos en las cajas. Una vez llenas, contratábamos un camión que las transportaba hasta el puerto de Veracruz. Todo esto, por supuesto, implicaba gastos que ni mi madre ni yo estábamos en condiciones de solventar. Si bien mi padre envió un par de veces algunos dólares (que no eran fáciles de conseguir en la RDA), no me parece que se preocupara demasiado por nosotros. Prueba de ello es que, en las frecuentes cartas que me enviaba, siempre pidiendo que le enviara algo, jamás me preguntó por mi mujer ni mis hijas.

Cuando se fueron mi madre y mis hermanos pequeños, seguí enviándole cosas, ahora con la ayuda de Rosita hasta que, en un momento dado, Rosita y yo decidimos no enviarle nada más, entre otras cosas porque sus peticiones rayaban en lo absurdo. Por darte un par de ejemplos, me pidió que le enviara una ampliadora fotográfica que se utilizaba para manipular negativos 8 x 10 y que medía lo que una mesa de comedor, con un brazo vertical de un metro y medio. La gota que derramó el vaso fue cuando me pidió que le enviara ¡¡la nevera!!; una nevera bastante antigua y que yo necesitaba, al menos, para los biberones de mis hijas. A partir de ahí hubo un intercambio epistolar bastante áspero entre mi padre y yo. Para mi suerte, tras un período de intensa amargura y desazón, se me dio la oportunidad de trasladarme a Cuba, lo que percibí como una liberación, en muchos sentidos. Desde Cuba mantuve correspondencia con mi padre, una correspondencia muy poco edificante.

Ruy yerra en la fecha del viaje de su padre, que fue a finales de febrero de 1958. Nunca regresó a Méjico. Desde luego, por lo que cuenta Ruy, las cosas no estaban para que le recibieran con cohetes.

Teresa, que acompañó a su madre a Berlín un año después que Renau, recuerda que éste escribía a sus hijos unas cartas tremendas, diciendo que nunca le habían querido. No obstante, Teresa mitiga este hecho con la afirmación de que su padre era una persona afectuosa, pero le costaba mucho demostrarlo, y estaba afectado por las tensiones que le provocó la adaptación a un país tan severo como la RDA. Aunque en cuestiones de severidad, Renau era uno de los campeones, aún en facetas hoy políticamente incorrectas.

Iban por la calle en México, y si pasaba una chica guapa, Renau les reprochaba a mis hermanos mayores que no la miraran con deseo, quería hacer de ellos unos “machos”. Aunque les ayudaba y se preocupaba por ellos, les reprochaba su blandenguería, diciendo que él lo había pasado muy mal, y que tenían que acostumbrarse a las dificultades de la vida. Hacia el final de su vida se dio cuenta, pero ya era tarde. Sus hijos gastamos muchos esfuerzos tratando de demostrarle que estábamos a la altura de las circunstancias.

Se determinó que Teresa y Pablo acompañarían a los padres, y que Ruy y Totli se quedarían en Méjico, recuerda Teresa. La idea flotaba en el ambiente desde que Renau volvió de Moscú en 1956. Se concretó con la invitación formal de Heynowski. Sin embargo, Teresa cree que el propósito final de los Renau era prepararse para el regreso a España, que en aquel momento les parecía próximo, si no inminente. Teresa dice creer que su padre estuvo en España antes de morir Franco. Es una impresión, quizá un sueño. El hecho no consta en ningún sitio. Los emigrados, en general, hicieron una valoración errónea de la pervivencia de Franco y del Régimen, pero si recordamos la discusión de Renau con unos camaradas en 1953, él era de los que creían que Franco no se tambaleaba en absoluto.

Sin embargo, las cosas habían cambiado sustancialmente, al menos vistas desde fuera. En 1956 la universidad española se vuelve un problema para el Régimen, Marruecos adquiere la independencia, sin que Franco pueda evitarlo, siendo además humillado por el rey Mohamed V. El dictador tiene que rehacer su gobierno. Dionisio Ridruejo, antiguo pilar intelectual del Régimen, es detenido; el capitán general de Cataluña y un diplomático juanista conspiran para inducir la retirada de Franco (un año después ambos morirán casi de seguido, al parecer de causas naturales poco convincentes); el ideólogo falangista y ministro Secretario General del Movimiento, José Luis Arrese, moviliza a 20.000 de los suyos en defensa de unos principios en los que sólo creían los ilusos. El año 1957 parece todavía más crítico para el Régimen. Es el año de la remodelación ministerial que da entrada a los tecnócratas del Opus Dei y a su plan de Estabilización, estalla la crisis o miniguerra de Sidi Ifni. No es de extrañar que los Renau y muchos otros tuvieran ciertas esperanzas en la caída del Régimen.

Volviendo a la familia Renau, Teresa cuenta que Totli estaba en una escuela naval, donde su padre le había metido con un propósito disciplinario, porque era un desastre como estudiante. Teresa sugiere que todos los hermanos eran un poco vagos y desastrosos en los estudios, algo que, por lo que sé, implica más modestia que realidad. Totli se quedó a cargo de su tía Rosita, cosa que creó problemas de conciencia a Manolita. Teresa no sabe si su madre estaba de acuerdo o no con el traslado a Alemania Democrática, lo hizo por obligación doméstica.

En cierta visita que realizó Totli a su hermana en Berlín, fallecido ya su padre, ella le aseguró que tuvo suerte de haberse librado de su influencia. Ruy y Totli nunca volvieron a ver a su padre. Manuela sí viajó a Méjico, no muchas veces, porque no tenía divisas. Le remordía la conciencia de que su hermana Rosita se hubiera encargado de Totli y de la abuela.

Este papel importantísimo de Rosita Ballester en la operación México-Berlín de los Renau tiene, según una leyenda familiar, un mar de fondo jamás explicitado y de un fundamento poco sólido. De más de tres fuentes familiares y ajenas a la familia he podido escuchar que Renau estaba enamorado de Rosita, a quien ya hemos descrito como una beldad, y que de hecho le sirvió de modelo en numerosas ocasiones. Nadie dice, sin embargo, que esto fuera un hecho probado, objetivo, sino una especie de sentimiento más intuitivo que evidente. ¿En qué se basaba? En primer lugar en la cantidad de veces que su esfinge o su cuerpo, a veces desnudo, como en el caso de las sirenas kitsch, aparece en la obra de Renau. También en que durante el periodo en el que Renau viajó de Méjico DF a Cuernavaca y se alojaba en el estudio donde trabajaba, comía con Rosa que, no olvidemos, estaba casada con Ángel Gaos, uno de los mejores amigos de Renau, y además su concuñado.

Pero, atribuir a Renau un “enamoramiento” de Rosa Ballester no implica el adulterio. Por último, está la improbabilidad de que Manuela hubiera consentido en silencio esa relación de su marido con su hermana. A no ser que la consignara secretamente en su diario, el cual permanece inaccesible por deseo de Ruy. En todo caso, resulta increíble que no evidenciara ningún malestar. Por el contrario, dejó a Rosa la responsabilidad de cuidar de Totli. Pocas mujeres confiarían su hijo a su rival erótica y afectiva, aunque sea su hermana.

Forment, que estuvo en Méjico y habló con numerosos familiares de Renau, no menciona este asunto, quizá porque no encajaba en su trabajo de investigación estética sobre el artista valenciano. Sin embargo, no puede ignorar los problemas del matrimonio Renau en aquellas fechas, y formula algo quizá demasiado atrevido, porque no lo fundamenta en nada. Explicando las razones de Renau para irse de Méjico dice,

En último lugar había un motivo más, un espinoso asunto del cual Renau, muy pudorosamente, jamás quiso hablar en público. Años antes de marchar a Berlín la convivencia con Manuela Ballester se había estropeado. Él y Manuela tenían dos caracteres fuertes y enérgicos y se enfrentaban por las cuestiones más nimias. Además, Renau nunca erigió un altar a la fidelidad matrimonial.

¿No erigir un altar a la fidelidad matrimonial significa que Renau tuvo amantes o visitaba ciertos lugares donde satisfacer sus impulsos sexuales? Si no es eso, ¿qué otra cosa puede insinuar Forment?

Manuel García, después de hablar con familiares y amigos de Renau en México, sacó la impresión de que el artista llevaba una vida erótica (aunque es casi seguro que nada sentimental) un tanto ajetreada. Pero tampoco aporta testimonios, quizá por “proteger la imagen” de Renau, lo cual es una perfecta incoherencia, una vez que se ha tildado al personaje de “mujeriego”.

A todos los que he preguntado en Berlín, así como sus familiares en Méjico o en España, me han respondido que Renau nunca fue un mujeriego. A mí me resulta difícil imaginármelo así, después de haberle ido conociendo. Una de las críticas que más han hecho los gauchistas a los militantes del PCE es su pacatería en temas de índole sexual, su rigidez en temas eróticos. Si Renau era un dogmático en temas doctrinales y un moralista en temas familiares, ¿iba a ser capaz de convertirse en un hipócrita, el vicio más odiado por él, en su matrimonio? Y si lo hizo, ¿qué tiempo pudo dedicarle a sus supuestas amantes, si no paraba de trabajar?

Además, según la hipótesis de Forment y de García, si Renau y Manuela se llevaban a matar, el distanciamiento físico entre ambos habría sido un motivo más que razonable para que ella se negara a ir a Berlín, con un millón de excusas aceptables. Si le acompañó fue porque en esas circunstancias y en esa sociedad, la mujer tenía que ir a donde fuera el marido, si no quería perder la buena fama. Y también, como dice su hijo Ruy, porque le quería. Ricard Rosso, hijo del arquitecto del mismo nombre amigo de la juventud de Renau, que trató a éste al final de su vida, asegura que Renau y Manuela constituían un matrimonio imposible, pero también indestructible.

Cuando posteriormente Manuela le abandonara en Berlín, Renau se volvió un tanto frívolo en sus relaciones con las mujeres. Y en sus últimos años de vida fue lo más parecido a un viejo verde. Pero tampoco nadie me ha dado a entender que se volviera un disoluto. Ya llegaremos a esa parte.

Para profundizar más en los últimos años de la vida de Renau en Méjico y en su decisión de trasladarse a un país socialista, sería bueno consultar los archivos de los servicios de inteligencia norteamericanos. De este modo, se podrá comprobar si responden a un hecho real los temores que evidenció y difundió Renau sobre la persecución de la que fue objeto por parte de la CIA y, según él, también del FBI (cosa rara, porque se supone que esta agencia no actúa fuera del territorio norteamericano).

Es más que probable que los servicios de inteligencia yanquis se interesaran por las actividades de Renau, como por la de tantos otros comunistas prominentes. Sobre todo desde el momento en que empezó a hacer público su trabajo en la serie del AWL. Desde luego, una campaña antinorteamericana como la que proponía Renau, bien orquestada, podía hacer daño al prestigio del imperio yanqui.

A esto hay que añadir la lúcida crítica de Renau a la manipulación del arte moderno por parte de los intereses financieros estadounidenses. Muchos entonces, e incluso ahora, adjetivan su tesis de paranoia. Tom Wolf, que no tiene nada de comunista, dijo en su La palabra pintada casi lo mismo que Renau. Wolf escribió su texto mucho después de la época de la “caza de brujas”, pero Renau estaba viviendo al otro lado del Río Grande en la peor época del macarthismo, con una CIA en etapa de consolidación y necesitada de razones (de enemigos) para ampliar su presupuesto.

Eva Maria Thiele, una alumna de Renau en Berlín Este, que vivió en Méjico una temporada y tuvo bastante relación con los familiares del artista valenciano, me decía que “de Méjico lo sacaron, porque corría peligro. Alguien de la CIA llegó a su casa y le dijo que se marchara, fue una amenaza oficial, aseguraba Renau, y también Josefina y Rosita, sus cuñadas. A los sesenta años, nadie se embarca en la aventura de emprender una nueva vida”.

Dibujo que manifiesta el fondo de los mensajes que luego transmitiría en su AWL

En realidad estaba a punto de cumplir cincuenta y un años cuando llegó a Berlín.

Cuando en el 76 regresó a España, repitió ante la prensa que tuvo dos accidentes difíciles de explicar en Méjico. Dos intentos de atropello. O al menos algo que lo parecía, porque en dos ocasiones dos coches se subieron a la acera y estuvieron a punto de llevárselo por delante. Si lo hicieron con esa intención, debieron ser agentes muy primerizos o muy malos conductores, o Renau era un ejemplo de elasticidad, cosa rara en un fumador empedernido cuyo mayor ejercicio era subirse a un andamio para pintar murales, y de tarde en tarde.

No obstante, un hecho que avala sus temores es que Anna Seghers, la escritora comunista alemana, que entonces vivía en Méjico, sí sufrió un atropello inexplicable, realizado por un vehículo sin luces, de noche, en un paraje de las afueras de la ciudad. No murió, pero pasó tiempo en un hospital y no llegó a recuperarse del todo. Dado este antecedente, ¿por qué Renau no pudo ser también objeto de la peligrosa “miopía” de los servicios de inteligencia yanquis? Quizá la paranoia era más yanqui que renaudiana.

Eva Maria Thiele dice que a Renau “lo sacaron” de Méjico. A mí me resulta difícil de aceptar que en el punto álgido de la guerra fría, la invitación de un redactor jefe y un posible contrato de trabajo fueran suficientes para que un artista se instalara en un país socialista. A Renau le avalaba su fama de buen comunista, el reconocimiento de sus aptitudes profesionales, pero tuvo que haber algo más. Es muy posible que ejercieran influencia los amigos comunistas alemanes que Renau había hecho en Méjico, y que habían regresado a la RDA, donde ocupaban cargos de relevancia.

Pero hay otra causa política en la que no se ha reparado hasta ahora. La década de los 60 será la de la consolidación de Santiago Carrillo en el PCE. Hasta entonces, la secretaria general del partido era Dolores Ibarruri, por la que Renau sentía un gran aprecio. En diciembre de 1953, Renau se encontraba en Varsovia, donde una multitud de camaradas celebraba ante la Pasionaria su cumpleaños (nació el 9 de diciembre de 1895). Las palabras que pronunció el artista se conservan en uno de los papeles de su Archivo. Reproduzco las más significativas.

Puede que algunos de vosotros no sepáis lo que significa sentimentalmente para mí y lo que significaría para muchos otros camaradas emigrados en países capitalistas, el ver la efigie de nuestro querido Stalin, el entrañable símbolo de la hoz y el martillo, el encendido color de la bandera del Partido Comunista, flameando libremente sobre las masas de todo un pueblo en trance de construcción socialista.

Con la sabia dirección. Con el ejemplo del gran Partido Comunista de la Unión Soviética, todos los partidos comunistas del mundo – y el nuestro no es un excepción – están luchando por desarraigar la nefasta nociva práctica de la exaltación de la personalidad.

Las palabras tachadas lo están por la mano de Renau.

El comunismo internacional empezaba a cambiar, al menos en Europa. Aunque hubiera que esperar al XX congreso del PCUS, en 1956, para que se expresara una crítica del estalinismo. Es decir, aunque Stalin siguiera siendo intocable hasta esa fecha, todo el mundo tenía claro que la exaltación de la personalidad era una práctica nociva y hasta nefasta, si bien se insistía en ella. Pasionaria era la personalidad más digna de exaltación que tenía el PCE, por algo era su secretaria general.

Al margen de la capacidad política y estratégica de Stalin, su muerte facilitó que una nueva generación de líderes empezara a ambicionar resueltamente el poder. El más inteligente resultó Carrillo. Pasionaria, que tampoco era una ingenua, debió pensar que no le vendría mal tener cerca a sus incondicionales. De este hecho real, me atrevo a desprender que una de las razones del desplazamiento de Renau a Europa fuera una insinuación de la gente de Pasionaria, porque al poco de llegar a Berlín, Renau fue designado como miembro suplente, pero con voz, del Comité Central, entonces el órgano más importante del PC, después del Secretariado General.

Además, es también muy probable que Renau estuviera harto de sus camaradas del exilio. Y por supuesto, de su trabajo como publicista, cosa que él deja patente en varias ocasiones. Gregorio Morán afirma que los gurús en cuestión de arte plástico en el PCE en Méjico eran José Bardasano y Antonio Rodríguez Luna. Renau era un artista “valencianista”, minusvalorado hasta en su propio partido. Había llegado el momento de cambiar de aires.

Desde luego, el Renau que llegó a Berlín estaba muy seguro de que su capacidad de creación y de trabajo estarían ahora al servicio del socialismo. Estaba convencido de que seguiría publicando fotomontajes en el Eulenspiegel, y haciendo más trabajos para la revista. Pero no hay ni siquiera indicios de que tuviera la ambición de trabajar para un medio que le era casi desconocido, la televisión, o para hacer murales monumentales.

Ni tampoco las autoridades de la RDA le llevaron con este último propósito. Como veremos más adelante, tenían un miedo espantoso a que los muralistas mejicanos les crearan problemas, sobre todo ideológicos, al importar una forma de muralismo muy contraria a la soviética, que era la dominante. La prueba está en la tomadura de pelo que sufrió Rivera, ya reconciliado con el comunismo ortodoxo, en 1956.

El 14 de abril de 1956 aparece en un diario mejicano cuya página recortó Renau, una entrevista de Luis Suárez a Diego Rivera, recién regresado de Moscú, donde había sufrido una operación, de la que vuelve “totalmente curado”. Pone por las nubes la vida en la URSS, dice que pronto se pondrá a Stalin en su lugar, después de las descalificaciones hechas en el XX congreso del PCUS. Y hace un anuncio sorprendente:

He ofrecido a mis compañeros pintores alemanes volver con ellos en cuanto concluya mi trabajo pendiente en México; pero ese plazo se me hace largo pues se trata de revivificar Berlín. En los muros que hay yermos, hemos resuelto los pintores hacer una obra que convierta esa ciudad-cementerio en una ciudad de arte nuevo, socialista.

También dice que los muralistas mejicanos se habían ofrecido a trabajar a cambio del jornal mínimo de los obreros pintores de la construcción.

En la investigación que realicé en Berlín sobre las andanzas de Renau en la RDA, varios artistas y profesores eméritos de instituciones universitarias de Alemania Oriental, me insistieron en que la propuesta de Rivera puso los pelos de punta a las autoridades. Lo que más temían era que, una vez iniciado su trabajo no habría forma de censurarle, como se solía hacer con los artistas a sueldo del gobierno, porque sería un escándalo, y el efecto que podría causar un mural mejicano en un edificio de Berlín Oriental podía ser tan temible como la huelga de los albañiles de 1953, o peor.

Renau quizá pensó que una de sus aportaciones al arte socialista podrían ser los murales. De hecho, cuando se le presentó la oportunidad, puso toda la carne en el asador para realizarla. Pero le costó años, más todavía de los que tuvo que esperar para publicar su AWL.

Hay en su archivo un retrato o autorretrato en el que aparece un equívoco Renau, con sonrisa irónica y una colilla en los labios, ante una colección de su AWL cubriendo una pared. [Véase la imagen en el archivo adjunto en PDF de este capítulo] Es una fotografía un tanto mefistofélica, de un artista en el umbral de su senectud, pero que conserva todavía mucha vitalidad. Viste una chaqueta informal, una camisa de rombitos blancos sobre fondo negro y una corbata oscura con finas rayas al bies. Lo más llamativo es su boca, abierta en una sonrisa maliciosa. El cigarrillo, en la comisura izquierda, y en medio de los labios, el brillo felino de dos dientes. El torso de Renau está de perfil, pero la cabeza se vuelve un cuarto para hacer frente a la cámara. Es un rostro sin demasiadas arrugas, salvo las patas de gallo y unas significativas bolsas bajo los ojos. La bóveda de la frente, despejada y noble, alargándose a los lados por unos parietales despejados. Su cuello torcido es ancho, corto y fuerte.

Luego, Renau ha tomado esta misma foto y la ha deformado en el laboratorio, tirando de la nuca, como si la cabeza fuera el núcleo de un cometa, burlándose de sí mismo.

Es la foto de un hombre lleno de energía creadora. Pero también de un fondo oscuro, diabólico, en el sentido en que veían al diablo Goethe o Thomas Mann, como un ser lleno de ironía más que de soberbia. No sé si se hizo en Méjico o ya en Berlín. Pero expresa del todo su personalidad en aquellos momentos de transición.

Otra foto de considerable importancia y también muy reveladora es la del artista en el aeropuerto de Méjico, esperando la salida del avión. Él se encuentra a la izquierda, con una expresión de pasmo, de desconcierto o de inquietud. Mira hacia la derecha, donde, al otro lado de una cristalera, están Manuela Ballester y un hombre joven, posiblemente Ruy, que también miran al viajero. No hay ni pizca de alegría, de esperanza, en las expresiones de los esposos. Renau no empezó su cambio de vida y de continente con el alma llena de ilusión. Además de lo que dejaba sentimentalmente en Méjico (y que esperaba recuperar pasados unos meses en Berlín), abandonaba también uno de los periodos más entrañables y pacíficos de su vida. Y no digo felices, por ser ese concepto algo interpretable.

David Alfaro Siqueiros participó en una fiesta de despedida a Renau. La única mención la he encontrado en uno de los papeles del artista. En él transcribe unas palabras laudatorias del muralista mejicano. El guateque debió hacerse en el estudio del español, que debía estar empaquetando sus obras, porque Siqueiros hace referencia al AWL. “Estos fotomontajes”, señaló, “tienen una fuerza movilizadora formidable… Nadie antes que Renau había llegado, con el bisturí de una gráfica novísima, a disecar tan a fondo las sórdidas entrañas del capitalismo”.

Antes de llegar a Berlín pasó unos días en París. Su objetivo era reunirse con parte de la familia que no había visto en veinte años. Permaneció poco en la capital francesa. Esta es la explicación que le daba a Manfred Schmidt.

El primer día que llegué a Berlín, unas horas después, me hospedaron en el hotel Adria, el primero de marzo de 1958, cuando todavía no había frontera entre los dos Berlines. Tuve dos provocaciones en el mismo día. Primero, una en París (primero fueron los dos atentados de Méjico, en quince días). En París fui a un hotel donde ya había estado durante la guerra, en el bulevar Raspail. Y la señora se acordaba de mí, del año 37, y me saludó con mucho afecto. Yo estaba como en casa. El segundo día, me dijo, ‘Ha venido un señor preguntando por usted. No ha dejado ni recado ni ha dicho quién era, sólo quería saber si se alojaba usted aquí. Le he dicho que sí. Hablaba francés pero con un acento americano muy fuerte.’ Yo no le di importancia, pero dos días después, otra vez lo mismo, aunque era otro tipo, también con fuerte acento americano. Entonces yo me asusté y busqué otro hotel. Dos días después me vine aquí. Estaba asustado y deprimido por la situación. Era invierno, hacía mucho frío, había un palmo de nieve.

Esta historia parisiense tiene bastante de novelesca. Una prueba de ello es que Marisa Gómez Renau, hija de Matilde o Tildica, que viajó de España a París con la familia con el único propósito de abrazar al exiliado, no recuerda haber oído ni una palabra de los temores de su tío. Quizá él se lo calló para no alarmar a sus familiares.

El viaje de los Gómez Renau a París fue a últimos de febrero de 1958, y permanecieron en la capital 8 días, recuerda Marisa, porque volvieron a Madrid antes de la fiesta de Santo Tomás de Aquino, que es el 7 de marzo.

Alejandro estaba en esos momentos en Europa, bien por negocios, bien porque había acompañado a su querido y admirado hermano, en un viaje tan cargado de incertidumbre y de emotividad. Siendo un hombre de economía saneada, pagó un taxi para que los Gómez Renau se desplazaran desde Segovia a París, porque los hermanos no se habían visto desde 1939. Ir en taxi era un lujo. Todos los gastos corrieron a cargo de Alejandro, desplazamientos y hoteles. El padre de Marisa no podía hacer nada, porque no tenía dinero, pero le parecía una locura. Alejandro dijo que lo pagaban entre él y Pepe. Iban Matilde, su marido y sus tres hijas, la mayor, Marisa.

En París se alojaron en un hotel o pensión de aspecto dudoso, evoca Marisa, en el bulevar o en la plaza de Clichy, donde también se alojaban los dos Renau procedentes de Méjico. Al llegar, éstos se hallaban ausentes. Los de Segovia dejaron las maletas y de inmediato acudieron a una cita en la plaza Vêndome, que posiblemente los mejicanos habían dejado en la recepción del hotel.

Habían quedado a las siete de la tarde y era ya de noche. Recuerda Marisa la calle de acceso a la plaza. En mitad de ella, junto a la columna, se encontraba un hombre mayor que Tildica reconoció inmediatamente como a su hermano.

Al principio se pusieron a andar unos hacia el otro, conteniendo la alegría y las lágrimas. Poco a poco fueron acelerando el paso. Y al final todos echaron a correr hasta abrazarse.

El recuerdo es de escena de película, en concreto de Charada. Pero no fue una película.

Renau les contó que había decidido ir a la RDA para hacer propaganda contra el capitalismo desde Berlín, porque allí no tendría restricciones, lo que constituía la aspiración y el norte de su vida.

Pepe les trataba como un rey, les compraba lo que pedían, sobre todo libros caros, les llevaba a los museos. El padre de Marisa se enfadaba, y pedía a Renau que no se gastara un dinero que le haría falta. Éste se metía en broma con él llamándole rácano. Fueron a restaurantes selfservice, que los españoles veían por primera vez. Luchi, una de las hermanas, llenaba la bandeja de comida, y su padre iba detrás llamándole la atención por su gula, y luego venía Renau, diciendo: Deixa a la xiqueta. Otros días se iba a hacer sus trámites en la embajada.

Marisa recuerda que Renau besaba mucho. Manuel Rico, el marido de Marisa, que luego conoció a Renau, dice que era muy tocón, que besaba en la boca. Marisa dice que a ella eso no le importa, que también le gusta el contacto físico. Por entonces tenía 19 años, y cuando no tenían cita con el tío salía por su cuenta al teatro o al cine.

Recuerda que cuando Renau se despidió el último día para salir hacia Berlín, sacó todo el dinero de los bolsillos y se lo dio a las sobrinas. Alejandro también les dio calderilla y billetes y, a escondidas, entregó a cada una un peso de oro, que después el padre requisó, y dijo que se lo entregaría cuando fueran mayores.

Pero al día siguiente resulta que volvieron a encontrarse con su tío Pepe, quien, entre azorado y divertido les dijo que por favor le dieran algo “de plata”, porque se había retrasado su viaje y no tenía efectivo. El padre de Marisa contaba luego el episodio con una sonrisa diciendo, “lo ves, lo ves, como era una barbaridad”.

Este argumento lo empleó la familia en numerosas ocasiones para explicar la mala crianza que Renau había dado a sus hijos. Marisa recuerda este tipo de comentarios de su padre y de su madre. Decían que Pepe no había sabido educarlos, que no se había preocupado por ellos, que había pensado sólo en sí mismo, y que por eso Julieta se suicidó, Pablo fue alcohólico y los demás tuvieron problemas de inseguridad personal para abrirse camino en la vida.

Jaime Renau Piqueras, sobrino también de Renau por parte de Juanino, destaca asimismo un rasgo de carácter de su tío, que él cifra como característico de muchos Renau. Jaime describe a José Renau como una persona que no entendía la realidad en la que vivía casi todo el mundo, y se creaba una propia. Naturalmente se refiere a la realidad íntima, a las relaciones afectivas. Renau, dice, no sentía a la familia, no se vinculaba sentimentalmente a nadie. Era capaz de ser generoso en extremo con una persona, y olvidarla apenas había abandonado la casa. Quizá eso explique que no hiciera mella en él la ausencia de los dos hijos que había dejado en Méjico, a quienes no volvió a ver jamás.

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