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Renau: La responsabilidad del arte Cultura y comunicación Series

Renau. Una bomba de relojería en el barrio ruso. Capítulo 15

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Cuarta parte. Un ácrata en el socialismo real

La desintegración familiar en Berlin

Manolita Ballester con cuatro de sus hijos en un puerto de la fría Europa.

Los preparativos en Méjico del viaje de Renau a la RDA no fueron ajenos a sus hijos menores, Teresa y Pablo. A ambos se les instruyó emocional e ideológicamente para su futuro traslado. Como sus hermanos mayores, ambos eran miembros de la organización política juvenil de los comunistas mejicanos y españoles, y habían sido educados en la convicción de que en la URSS y en el resto de los países socialistas se estaba forjando un hombre nuevo. No tenían por qué dudar de esta idea, puesto que procedía de tantas personas de valía. La fe de Teresa y Pablo en la superioridad del socialismo era sólida y procedía de una fuente autorizada.

La parte oriental de Berlín seguía sembrada de ruinas por una razón inapelable: había sido necesario bombardearla para destruir al nazismo catorce años antes, cuando Teresa tenía dos y Pablo estaba a punto de llegar, es decir, historia casi vivida.

Sobre la llegada de la familia a Berlín, hay una anécdota relatada por Ricard Rosso, arquitecto valenciano hijo de un viejo amigo de Renau. Se la contó la propia Manolita. Decía la esposa del artista que para animar a sus hijos, náufragos en aquella capital europea semiderruida, les hablaba sobre la generosidad del socialismo. Un día, Renau, que acaso acababa de pelearse con Heynowski, exclamó delante de toda la familia, “¡Qué socialismo ni qué mierda!”

Una coincidencia llena de sonoros significados es que Elvis Presley, uno de los cantantes favoritos de Teresa, llegara a Alemania al tiempo que los Renau. En el caso del norteamericano, para hacer un propagandístico servicio militar en una base del ejército norteamericano de ocupación en Alemania Occidental. Renau y Presley llegaron a Europa desde las Américas para servir a causas antagónicas, con el apoyo de sus respectivos aparatos, aunque el pintor lo hizo con suma discreción y arriesgando mucho más que el rockero.

Los ciudadanos de Berlín Este parecían personas saludables y felices. Teresa recuerda el pasmo que le causó ver a tantos muchachos y muchachas en bicicleta y ropa deportiva. Más que en ropa deportiva, en ropa interior, al menos eso es lo que le parecía a una jovencita (tenía 16 años) educada en la etiqueta mejicana, donde una mujer en pantalones quedaba marcada irremediablemente. En España no era tan distinto, aunque las cosas empezaban a cambiar; esto lo comprobarían Teresa y Pablo un año después, con motivo del primer viaje de ambos a la patria que había expulsado a sus padres dos décadas antes.

Ver a lindas muchachas en bañador pedaleando por la Stalin Allee, prácticamente desierta de tránsito automovilístico, la dejó boquiabierta. Posiblemente a Pablo también, aunque en su caso con un desconcierto teñido de excitación, siendo un púber y encima con mentalidad mejicana.

Cuenta Teresa que conocer la RDA le obligó a realizar un reenfoque de la idea que se había formado a base de las revistas de propaganda que llegaban a Méjico, con ilustraciones de ciudades antiguas con casas de tejados puntiagudos, iglesias medievales y nieve por todas partes. En agosto, lo que predomina en Berlín son los tábanos y las avispas, en especial a orillas del Spree, del Havel y de los innumerables lagos que la embellecen; verdaderos enjambres de insectos por lo general inofensivos, pero muy molestos.

Poco a poco, Teresa iría asimilando las costumbres de la nueva sociedad socialista. Advirtió que los hombres se comportaban más que con cortesía, con respeto y educación. Y también quedó sorprendida de que las relaciones sexuales se iniciaran a una edad muy temprana, a los quince o dieciséis años, y sin dar lugar a espectáculos familiares. La misma situación en Méjico, incluso entre comunistas, habría adquirido tintes melodramáticos.

Las dificultades con el idioma duraron lo común en unos jóvenes. En cosa de un año, Teresa y Pablo se comunicaban fluidamente en alemán con sus compañeros. Aunque es de imaginar que, al principio, tendrían dificultades. Pero no les dejaron cicatrices, porque venían protegidos por la vacuna de la ideología marxista, y en el colegio les daban un trato especial.

La vida de los ciudadanos de la RDA distaba de ser cómoda y lujosa, pero a nadie le faltaba lo imprescindible, había escuelas y bibliotecas (por aquella época, en lamentable estado de conservación), cines y teatros para los deseosos de cultura, hospitales que atendían a toda clase de enfermos, y a nadie le faltaba trabajo. Esta visión, preestablecida en Méjico, respondía en términos generales a la realidad, y sólo sería ajustada con la experiencia. Dice Teresa que tardó años en darse cuenta de que había muchos jóvenes que no compartían las ilusiones socialistas, sin que esto significara que fueran “disidentes”; simplemente “pasaban” del “buen tío Ulbricht”.

En las mentes de Pablo y Teresa, Berlín Occidental era la guarida del imperialismo feroz. Una tarde se equivocaron en la línea del tranvía (antes de la construcción del muro), y se plantaron en el lado pavoroso. Se dieron cuenta porque los escaparates estaban llenos de bienes de consumo y en los cines hacían películas del Oeste. Dieron media vuelta y a toda prisa regresaron a lugar seguro. Luego, sólo pasaban a Berlín Occidental cuando tenían valuta, divisas, algo que sólo se producía cuando su tío Alejandro se las proporcionaba en sus visitas.

Los niños fueron matriculados en la escuela local, que se encontraba (y se encuentra) en la manzana anterior a su vivienda de la Ehrlichstrasse. Aquella calle marcaría para siempre la vida de Teresa por todo cuanto tuvo que vivir en ella.

Al principio les confundían con rusos debido al predominio de familias soviéticas en el barrio de Karlshosrt. Repleto de cuarteles, también albergaba al Estado Mayor del ejército de ocupación, que entró a sangre y fuego (literalmente) en Berlín en la primavera de 1945. Los Renau podían ser unos soviéticos más, y es probable que el artista paseara a sus hijos por el barrio y les aleccionara sobre el significado histórico de lugares como cierto edificio militar de la Zwieselerstrasse.

Los Renau vivían en una de las casas más amplias de la Ehrlichstrasse, sólo para la familia, con un jardín más grande incluso que la vivienda, un privilegio reservado a invitados especiales. De modo que el señor Renau podría ser, si no un militar, porque no vestía uniforme, sí un alto funcionario soviético.

El peso de lo soviético en Berlín Este fue, durante décadas, algo físico, cuantitativo. Para los militares eslavos un destino en Berlín era un regalo, porque les permitía vivir en un estatus desconocido en su país. En el barrio de Karlshosrt había casi más soviéticos que alemanes.

A menos de dos kilómetros de la Ehrlichstrasse se hallaba el antiguo Club de Oficiales de una escuela del viejo ejército alemán. En este palacete se había instalado el Quinto Ejército soviético en abril de 1945, y la noche del 8 al 9 de mayo, en su sala de baile, el general Keitel, el almirante Friedeburg y el general Sumpff firmaron la capitulación preliminar del ejército alemán ante el mariscal Zhukov, el almirante británico Tender, el general norteamericano Spaatz y el general francés Lattre de Tassigny. Hoy ese edificio es el Museo Germano Ruso, que alberga documentación, impresionantes fotografías, y parafernalia militar de la batalla de Berlín, con varios tanques y un lanzacohetes Katiuska, en el jardín. Karlshorst fue “territorio” soviético durante décadas.

Teresa admite que en la escuela les dieron un trato especial, sobre todo a final de curso (junio del 60), por ser hijos de quien eran.

Cuando llegó el invierno, la idílica nieve hizo su aparición. Berlín adquirió la apariencia de aquellas ilustraciones y cuadros de paisajistas flamencos que Teresa había interpretado como la verdadera cara de la Europa Central. Con lo que no contaban era con que la calefacción era todavía un lujo, en especial en un caserón como el de la Ehrlichstrasse. Salvo en las habitaciones de uso común, la casa era gélida como una nevera, propiamente hablando, y tenían que moverse por ella con bufanda y abrigo. Además, el hollín de la planta de electricidad generada por carbón que funcionaba a unos metros del jardín de los Renau, teñía de negro cuanto había expuesto en el exterior a centenares de metros a la redonda. Produce escalofríos imaginar la escena: un barrio precioso cubierto de una nieve grisácea, plomiza, un mes tras otro. Al parecer, las autoridades acabaron poniendo un filtro que limpió el paisaje; Teresa no recuerda cuándo.

Sí recuerda que pasó el invierno escribiendo cartas a sus amigas mejicanas, y que una y otra vez le decía a su madre que quería volverse a su país de nacimiento. A Manuela esta insistencia debió romperle el corazón, aunque hizo lo posible por ilusionar a sus hijos. A su padre ni se le ocurría mencionarle su melancolía.

El artista fingía no enterarse de los problemas de su familia. Él, como siempre, se encargaba de asegurar el mantenimiento de la prole y la esposa, que ya era bastante. Teresa no me contó si alguna vez extendió a su padre sus súplicas de regresar al luminoso Méjico donde había sido feliz. Si lo hizo, se le debieron de quitar las ganas de insistir.

En su ancianidad, Renau admitió que siempre había tenido dificultades para comunicar sus emociones. Esto no contradice para nada su enorme capacidad para seducir a cualquiera, incluida su familia, cuando le convenía. Pero en la rutina diaria, se atenía a una forma rígidamente materialista de entender la vida, por utilizar un calificativo ideológicamente apropiado. Si Renau era un “comunista pintor”, no era ninguna rareza que además fuera un “comunista padre de familia”, según algún rancio manual editado por la Academia de Ciencias de la URSS.

Que estaba al corriente de los problemas familiares es algo que ratifican todos sus hijos. Otra cosa es cómo los abordaba. Para empezar, cedía toda la responsabilidad doméstica y educativa a Manuela, una mujer enérgica y muy bien preparada. Recuerda Teresa que ante la más mínima cuestión relacionada con la vida cotidiana, Renau se inhibía ante su esposa. Cosas como pagar un recibo, disculparse ante un vecino malhumorado por las costumbres poco alemanas de los Renau o llamar al fontanero, eran trivialidades domésticas que debía resolver Manuela. El problema es que Manuela tampoco sabía alemán. Se gestaba el conflicto, el enfrentamiento decisivo entre esos dos pesos pesados del carácter.

Todos los que les conocieron, empezando por sus hijos, señalan que vivir aislados en un país de lengua desconocida y sin los colchones protectores de la gran familia Ballester, fue lo que determinó la separación. Por primera vez en sus vidas, Renau y Manuela estaban uno junto al otro y uno frente al otro sin nada ni nadie que se interpusiera. El matrimonio era una bomba de relojería en el barrio de los rusos. Sobre todo, si se tiene en cuenta que Pablo y Teresa estaban haciéndose unos jóvenes a quienes ya no había que preocuparse de proteger, porque el Estado lo hacía con eficacia, y que Manuela estaba descubriendo que ese Estado también velaba por ella, y podía ganarse la vida por su cuenta, algo impensable e irrealizable en Méjico.

Las tensiones entre Renau y Manuela no fueron una exclusiva de esta pareja de titanes. Según valoraciones de algunos hijos de emigrados políticos en la RDA, los matrimonios que sobrevivieron constituyen excepciones rarísimas.

En Berlín existía una organización del PCE de la que formaban parte alrededor de veinte camaradas, casi todos parejas como los Renau, junto con sus hijos mayores. No es una casualidad que en agosto de 1956 se realizara en una escuela de cuadros del sector soviético un importante Pleno del Comité Central del PCE, en el que se dio un repaso a la estrategia de la “Reconciliación Nacional” de todas las fuerzas políticas de la oposición española contra el Franquismo y se analizaron los problemas que había ocasionado en las filas comunistas el “culto a la personalidad”. Pasionaria y otros dirigentes españoles atravesaron la borrasca sin sufrir una vía de agua.

El núcleo más importante de comunistas españoles exiliados se encontraba en Dresde. Nuria Quevedo, una pintora hija de exiliados en la RDA, y miembro en los años 60 de la célula del PCE en Berlín Este, opina que esta pequeña concentración (unos veinte o treinta) no fue una casualidad.

Berlín era un reducto de incondicionales, el centro neurálgico de la Guerra Fría, un nido del espionaje en términos no sólo novelescos. Cualquier extranjero con implicaciones políticas era un peligro potencial. Téngase en cuenta que en los años 60 abundaban ya las memorias denigratorias del estalinismo y de la propia URSS, escritas por antiguos y probados comunistas. Por ejemplo, Jesús Hernández, ministro de Cultura en 1936, correligionario y “jefe” de Renau, había publicado en Méjico Yo fui ministro de Stalin, y Enrique Castro Delgado, otro comunista arrepentido, hizo lo propio en Hombres made in Moscú, también editado en Méjico y luego en España.

Si a un exiliado, por desconocido que fuera, le daba por “pasarse a Occidente”, el escándalo estaba asegurado. Con la construcción del Muro, las deserciones fueron demoledoras para la causa socialista. De modo que una forma de evitar el peligro era alejar la tentación. A todo esto, hay que recordar que en 1956 las tropas soviéticas sofocaron la sublevación húngara, un hecho que los militantes comunistas occidentales tuvieron que digerir como pudieron. La justificación más socorrida, la intervención soterrada en Hungría de las agencias capitalistas de sabotaje, con toda probabilidad no fue una invención, dada la tensión de la guerra fría, pero no explicaba la naturaleza intrínsecamente húngara y proletaria del levantamiento. Los comunistas extranjeros residentes en la RDA podían pensar lo que quisieran sobre este y otros espinosos asuntos, y hacer en privado los comentarios que les pluguieren, pero su subsistencia dependía del aparato, y todos reconocían la generosidad de sus huéspedes.

Una población reducida de emigrados era mucho más fácil de controlar en Dresde, ciudad apartada de la frontera con el capitalismo, que en la línea de fuego berlinesa. (Marta Hofmann comenta que a Dresde se le llamaba popularmente Tal der Ahnungslosen, el “Valle de los que No tienen ni Idea de Nada”.) Y no se trataba sólo de controlar su fidelidad ideológica, sino de atenuar los líos y conflictos familiares, a veces disfrazados de enfrentamientos políticos. Sin duda, la vida de los comunistas clandestinos en España constituyó una prueba difícil de superar, pero la de los comunistas exiliados fue otro calvario, aunque menos heroica. Les distinguía una diferencia sustancial, los clandestinos arriesgaban su libertad porque querían, apoyados en sus convicciones, mientras que los emigrados habían salido a la fuerza y no se encontraban a gusto en ningún sitio.

Aunque los problemas eran de la misma naturaleza en todos los casos: un grupo de personas sin agobios materiales, aceptados y reconocidos por sus acogedores, pero mantenidos al margen de la sociedad en la que vivían, básicamente por razones de lengua y cultura, pero también por el sutil recelo de las autoridades a quienes debían su subsistencia. No obstante, hay que recordar que todos aquellos que habían padecido la persecución o la cárcel del fascismo o del nazismo, sin importar su nacionalidad, recibían en la RDA (necesariamente tenían que vivir allí) una generosa pensión como “Luchadores contra el Fascismo”. José Renau y Manuela Ballester, ambos, y por separado, fueron beneficiarios de estas pensiones.

El contacto de los alemanes con los extranjeros era considerado como fuente de contaminación ideológica, y suponía una extrema preocupación para el aparato de seguridad de la RDA. Marta Hofmann, alumna de Renau en los años 70, recuerda que el oficial de policía que intervino en un caso de robo en casa de Renau quedó encantado con él, pero tenía vedado visitarle por el simple hecho de ser policía, un trabajo que había que proteger de la posible curiosidad de un inmigrante, por especial que fuera su estatus.

El caldo de cultivo de las disensiones personales y familiares entre los emigrados políticos era mucho más potente que la fe y la ideología que profesaban. Además, las mujeres encontraron una palanca a su favor, el sistema legal no diferenciaba los sexos, promovía el trabajo de la mujer por medio de guarderías y no ponía objeciones a los divorcios. A todo esto, hay que añadir la atmósfera de “costumbres relajadas” (vistas desde la óptica de un español o un mejicano, por muy de izquierdas que fuese), que no convertía a las mujeres en malditas por comportarse como los hombres en determinados aspectos de la vida, desde la indumentaria a las relaciones sexuales.

Teresa Renau cuenta que en ciertas reuniones de célula realizadas en el caserón de la Ehrlichstrasse, Renau se refería a Manuela como “la camarada Ballester”, y ella a él como “el camarada Renau”. No debían ser los únicos. El desgaste de la emigración hacía una mella violenta en hombres y mujeres. Teresa no recuerda el contenido de las discusiones, que para sus actores tendrían un sentido trascendental, pero sí las formas. A veces las reuniones de célula se convertían en auténticos debates al borde de lo pugilístico. Los camaradas se insultaban y se gritaban, fuera de sus casillas. Conociendo a Renau, no es absurdo pensar que estuviera entre los primeros en calentar los ánimos. Un día, un camarada invidente chilló que si no fuera por la ceguera se levantaba y se liaba a puñetazos. Una rápida ojeada a la historia del PCE en aquellos años muestra la violencia de las discusiones políticas y sus crueles consecuencias, expulsiones, escisiones y acusaciones de traición. Sólo había una manera de sobrevivir a aquel torbellino, procurar alejarse de su vórtice y no entrar en polémicas sobre el orden interno. Es lo que Renau eligió hacer por intuición o más bien porque carecía de ambición política.

Evidentemente, no todas las reuniones deberían ser tan subidas de tono. También habría momentos de distensión. Teresa evoca las veladas amistosas de los españoles, que Renau amenizaba con chascarrillos, chistes y ocurrencias ingeniosas. El ambiente relajado tenía momentos de tensión, cuando Manuela intervenía para corregir alguna de las observaciones de su marido, que ella consideraba exageradas o fabulosas.

Nuria Quevedo, que no presenció esta primera etapa, pero que conoció y conversó con Manuela Ballester más adelante, asegura que la pintora se consideraba una víctima de Renau, en el sentido de haber tenido que renunciar a sus ambiciones e ilusiones profesionales y artísticas para atender a la familia. Además, hablando de Méjico, se quejaba de haber trabajado para su marido en el estudio de publicidad, en los murales y en otros asuntos, renunciando a su propia creatividad. Se consideraba frustrada como pintora.

Fotografía del album familiar de Teresa. Su madre, dibujando la serie de trajes mexicanos. No tiene fecha, y puede estar tomada en México, pero es más probable que sea de la etapa berlinesa, cuando manolita se ganaba la vida trabajando y no dependía de su marido.

Manuela, dice Nuria, era una mujer inteligente, buena conversadora, de una fuerte personalidad y tenía criterios propios en asuntos de política. Esto último, que en la conciencia explícita de cualquier buen comunista varón no podía sino ser una virtud, en la práctica se convertía en una fuente de problemas. Sólo basta echar una ojeada al número de mujeres con responsabilidad en el PCE. Sin duda, las militantes fueron multitud, pero su contribución a la causa no consta en ninguna parte. El drama del exilio español ha depositado un velo de silencio sobre el duro papel de las esposas e hijas de los exiliados.

El abismo insalvable de una pareja en conflicto es que ambos se creen cargados de razón. Renau tenía una concepción un tanto rígida de los compromisos contraídos por otras personas con él. Su hija se ríe hoy de algo que en 1960 ó 1961 le causaba un insoportable malestar: presenciar las peleas de sus padres. Pocas personas se atreven a evocar esas difíciles situaciones de su niñez, de hecho este pavor da de comer a muchos analistas.

Una de las peores situaciones en la Ehrlichstrasse eran los momentos en que Renau convocaba a Manuela, a Teresa y a Pablo, sacaba una caja llena de cartas, y empezaba a repasarlas. A Teresa, el panorama le provocaba temblores. A Pablo le sumía en una fingida y dolorosa indiferencia. Pero Manuela entraba al trapo.

Exhibía Renau una de sus cartas, dirigidas a Méjico durante su soledad berlinesa, y empezaba a leerla en voz alta, frente a la familia reunida en el salón de aquella casa desapacible envuelta en el hollín de la fábrica de electricidad. Las cartas de Renau eran lo más parecido a un ensayo académico, o quizá a la preceptiva epistolar grecolatina. Saludo, introducción, enumeración de solicitudes o de problemas por resolver, despedida, firma y rúbrica. Los borradores que se conservan corroboran el recuerdo de Teresa.

Decía Renau, por ejemplo, punto equis, en el que pido que os traigáis tal libro, tal fotografía, tal disco. Renau extraía de la caja otro sobre y leía la respuesta de Manuela con el punto correspondiente, donde se comprometía a cumplir la petición. ¿Y la realidad, cual es? Incumplimiento, irresponsabilidad, ante una necesidad urgente e irreemplazable del artista, aislado en una de las trincheras más activas de la Guerra Fría.

Como se ha dicho, Manuela argumentaba, y no con excusas o formalidades, sino con razones contundentes, como que su marido no se había preocupado lo más mínimo en economizar y en prever lo que costaba, en dinero, en trámites y en esfuerzos preparatorios, mover un hogar a través de un océano y meterlo por una frontera impermeable. Renau se había plantado en Berlín, indiferente a lo que dejaba en Méjico. Manuela se refería a lo material, pero también a lo emotivo. Es obvio que esto no era justo, basta con echar una ojeada a la fotografía de Renau en la sala de espera del aeropuerto de Méjico que mencionamos páginas atrás: la expresión de aquella cara es la de una conciencia desasosegada, a pesar de su gran determinación.

Uno de los reproches más estrambóticos de Renau, recuerda Teresa, era que Manuela no se hubiera traído el frigorífico de Méjico, punto que también escandalizó a Ruy, según hemos visto páginas atrás. En el Berlín Oriental de 1960 un frigorífico debía ser un electrodoméstico tan inalcanzable como en la España de la misma época, si no más. Pero en Méjico, siendo una rareza exclusiva de clase acomodada, un frigorífico era un bien accesible, al menos para una familia como la de Renau, que además debería hacer buen uso de él. A Manuela no le cabía en su lúcida cabeza que su marido atribuyera tanta importancia a un trasto pesadísimo y tan caro de transportar.

Aunque no ejemplifica esta manía analítica de Renau, el borrador de una carta sin fecha dirigida a una mujer sin identificar muestra el estado de ánimo del artista exiliado en aquellos momentos. Renau tenía la costumbre de redactar y guardar borradores de todas las cartas.

Escribo estas líneas un poco precipitadamente, tanto por no tener el estado de espíritu adecuado para escribirte (os) luego, como por la conciencia de haber quedado como un verdadero cochino contigo (con vosotros).

Pero estás equivocada del todo si me atribuyes una dureza de corazón (o insensibilidad) hacia las personas que quiero o hacia las cosas que me interesan. También yo tengo mi sentimentalismo (bien atado y acogotado, por cierto, pues, ¿qué me pasaría en mis condiciones actuales si lo dejara suelto?) No soy tan insensible como todo eso a aquello que me decías sobre vuestra ‘herencia’, hacia la parte sentimental de la cosa sobre todo… Y a otras tantas cosas que me has dicho (las vicisitudes de la Marisa de mis entrepaños, que no hace más que pegármela con un joven que yo no conozco, pero a quien quiero sencillamente porque la quiero a ella…) Y tantas otras cosas más ligadas a recuerdos (a propósito) muy gratos hacia todos vosotros, (Antonio, los demás chicos…) Eso (del) dicho carta epistolar es una verdadera tragedia (íntima), no sólo para quienes me quieren, sino para mí mismo sobre todo. Una tragedia íntima… Si te escribiera todo lo que pienso y repienso sobre ti, sobre vosotros, no terminaría nunca, no haría más que escribir. Y soy muy torpe para encontrar el término medio, un modo sencillo de comunicarme con los demás. O todo o nada, como se dice de César. A veces me desespera seriamente esa insistente (¡tantos años…!) imposibilidad, insoportable para mi carácter, de la comunicación directa. Esos puntitos de mosca de las letras me ponen realmente negro. Por lo que, quien sólo me conoce epistolarmente tendrá una bien pobre idea de mí…

Basta de divagación. Lo de los discos me parece una idea espléndida (un poco egoísta por mi parte, pues os pediré de vez en cuando algún libro). Me sobra el dinero, aquí son muy baratos, y además tengo un gusto infinito en serviros de camarero musical: no tenéis más que pedir lo que se os antoje. Si lo hay ‘en cocina’, será vuestro. Lo que pasa es que como a todo buen camarero, no me es suficiente con que me digan ‘tenemos gusto de comer’, sino que hay que dar por lo menos una pista para el menú. Os envío cuatro discos escogidos a mi gusto como si fueran para mí. No sé si acertaré. Apenas los recibáis, acusad recibo para que os envíe más, y si es posible con alguna orientación sobre vuestras preferencias musicales.

Estas líneas revelan casi brutalmente el conflicto interno de Renau, que debía estar convencido de que no podía permitirse debilidades sentimentales, pero que reconocía su fragilidad, ser “muy torpe para encontrar el término medio, un modo sencillo de comunicarme con los demás”. Es posible que para el artista, “comunicarse con los demás” significara descentrarse de sus objetivos vitales a corto plazo, de manera que se limitaba a ser un tipo simpático con los desconocidos, reservando su carácter más exigente a la familia y a los más próximos a él. Esto no excluye que en lo profesional fuera severo con todo el mundo, ajeno o propio. Para Renau la profesión era exactamente eso, algo que profesaba, y no se permitía concesiones ni se las permitía a nadie.

En diciembre de 1959, Renau viaja a Praga como delegado de los militantes del PCE en la emigración para asistir al VI Congreso de la organización, que tendría lugar en enero. Es una época complicada. La URSS se recupera del zarpazo monstruoso del estalinismo, la China continental empieza a añadir la etiqueta de maoísmo al tradicional marxismo leninismo, en la Europa capitalista brotan las hierbas del izquierdismo que acusa al PCUS de haber traicionado a Lenin y a la clase obrera. Pero lo más inquietante es que España forma ya parte de la ONU (admitida con el voto soviético) y empieza a despegar económicamente, sin que el PCE ni ninguna otra organización política de la oposición tengan influencia en el curso de los acontecimientos.

Ante los delegados de ese VI Congreso de Praga, en el que Santiago Carrillo consolida su posición como Secretario General, se presenta un panorama complicado.

Para militantes como Renau esto no suponía un problema. Su convicción era cerrar filas en torno a la ortodoxia. Y la ortodoxia era la Huelga General Política y la Reconciliación Nacional, cuestiones ajenas a sus obligaciones. Por qué fue cooptado como miembro suplente del Comité Central no es difícil de deducir: era ortodoxo, fiel a la línea oficial y no se metía en el berenjenal de las luchas internas buscando consolidar una situación de poder.

Lo cual no quiere decir que fuera un corderito. Es fama que su llegada a Berlín puso casi patas arriba a la célula del PCE en la ciudad. Activó los debates y exhibió en ellos su preparación intelectual. Como era cabezota, no se apeaba de sus posiciones. Sin embargo, lo que le diferenciaba de los ambiciosos era que no aspiraba a otra cosa que a satisfacer su ego intelectual por medio de una tartamudeante oratoria, y a aguijonear los lomos de una organización de exiliados que vegetaba amargamente en el jardín socialista.

En Praga, Renau tuvo ocasión de reconocer a Isidoro (Doro) Balaguer, uno de los delegados “del interior”. Como todos los que llegaban de España, el pintor Doro había disfrazado su personalidad con otro nombre y decía proceder no de Valencia, sino de Valladolid o de Soria.

Renau no había visto antes al Doro Balaguer adulto (nacido en 1931), pero el parecido de éste con su padre, el artista José Balaguer, viejo amigo del cartelista, le impulsó a “romper” las normas de seguridad. Aproximándose sigilosamente a la mesa en la que se encontraba Doro, le dijo a la oreja algo así como, “Quan to… tornes a ta ca… casa, li dónes un abraç a ton pare de part de Re… Renau.”

Establecer contacto con Renau fue el hecho más importante para Doro Balaguer en aquella arriesgada participación en el VI Congreso de los comunistas españoles, de cuya organización en Valencia formaba parte. No recuerda qué se debatió o qué se aprobó en la reunión, y eso que fue de las más importantes en la historia del PCE bajo el franquismo. Sin embargo, tiene fresca la memoria de meterse en una especie de trastienda con Renau y con el pintor José Ortega, que venía de Moscú, a hacer pancartas y carteles con consignas, y sobre todo, a hablar de arte, de pintura. Renau y Ortega hicieron una evocación de los artistas que habían conocido durante la República. El valenciano subrayó su amistad con Lalo Muñoz, encarcelado en Mathausen, y contó anécdotas de multitud de intelectuales de la época. Para Doro estas tertulias inesperadas fueron un seminario intensivo y riquísimo de estética y de historia del arte, e influyeron en su actitud ante la pintura en épocas posteriores de su vida.

Doro Balaguer, que se complacía en la abstracción pictórica desde su estancia en París, tuvo la oportunidad de escuchar de boca de Renau interpretaciones sobre la pintura moderna que le hicieron pensar. Doro asegura que su inclinación a la abstracción no obedecía a ningún criterio político, que pintaba así porque le gustaba, y que sus pinceladas no contenían sordos gritos contra la dictadura. Él se oponía a la idea, al parecer entonces con cierto predicamento, de que “pintar abstracto era hacer antifranquismo”.

La actividad política de Balaguer se plasmaba en su militancia. Pintar era para él un placer particular. En eso chocó con las ideas de Renau, de dotar siempre al arte de un sentido social. Pero admite que el exiliado no le impuso jamás su ortodoxia estética ni le reprochó su heterodoxia, a lo largo de una amistad que duraría hasta la muerte de Renau. A pesar de un largo periodo entre 1960 y 1976, en que no se vieron ni intercambiaron correspondencia, la huella del viejo luchador quedaría indeleble en Doro Balaguer hasta que recuperó el contacto con él.

Doro recuerda que con Renau, si eras comunista, todo estaba bien, y lo demás no importaba. Lo que pintaba Doro no entraba dentro de las ideas muy claras de Renau sobre la plástica. Pero no era un dogmático. Le apasionaba la pintura, sentía curiosidad por todos los estilos y los artistas. No es contradictorio que, aunque considerara la pintura moderna como algo que debe someterse al interés político del partido del proletariado, eso no impedía que admirara a Picasso y a otros. Por otro lado, Renau no era un pintor de realismo socialista, que no le gustaba. Era un observador visual, objetivo, de las cosas. Le interesaban mucho las formas. Y ahí la pintura abstracta tenía un papel. Admiraba a los abstractos, pero no les concedía la función de pintores del pueblo, les consideraba ajenos a los intereses de las masas proletarias.

Terminado el Congreso de Praga, los dirigentes comunistas volvieron a su rutina de especulaciones políticas sobre la inminente ruina del franquismo y a sus peleas por una posición de poder. Renau, ajeno a todo ello, regresó a Berlín, donde siguió trabajando horas sin cuento en la televisión, en beneficio del socialismo y sentando las bases del hombre nuevo todavía por modelar.

Unos apuntes sin fecha, desenterrados del Archivo, pero sin duda de la etapa berlinesa, muestran esa ingenuidad doctrinaria.

Nosotros [los comunistas] estudiamos la Historia de la vida en la tierra y nos basamos en la Realidad que refleja. Las soluciones que planteamos son naturalmente contrarias a las de los enemigos, pero no por llevarles ¡la contraria! sino porque son elaboradas con arreglo a verdades históricamente comprobadas y corroboradas por sus frutos. Véase Unión Soviética, Brigadas Internacionales, etc. Ejemplo: en todas las Sociedades (históricas) ha habido ladrones (naturalmente en las ¡castas bajas!). Las soluciones que se han dado para que no hayan más: en la Antigüedad se les cortaban las manos, en algunas naciones se les mataba. Más adelante se les metía en Prisión. Hoy, en las Naciones donde el Materialismo es la base ideológica se da esta solución tan sencilla, ¡trabajo para todos! Abrir el camino a la supresión de la Propiedad. Hemos visto las soluciones que se habían dado en legislación. Pero, ¿qué soluciones dieron los grandes pensadores? Justicia Social, la panacea que había que aplicar y que no se ha aplicado todavía a lo largo de la Historia. Porque es imposible conciliar a los dominadores con los dominados, porque no es una solución que el dominador dé unas pocas más de migajas al dominado (aunque aquel lo hiciese) porque el problema radica en su naturaleza económica, en la que, hasta Marx y Engels, nadie cayó. No se puede decir que el ¡Robo! es un crimen. Es la Propiedad el crimen y quien incita al ¡Robo! Eliminemos pues a la Propiedad y habremos eliminado el ¡crimen del Robo!

Esto lo escribe un hombre de cincuenta y tantos años, que ha participado en una guerra, que conoce la política a fondo y que ha pasado media vida en un país institucionalmente revolucionario, siendo una de las sociedades más desequilibradas del continente americano, por un lado con burócratas “al servicio del pueblo” que nadaban en la abundancia, y miseria a raudales predominando por otro. O es ceguera o es el residuo de aquel anarquista puro que alguna vez debió ser Renau.

El verano de 1960 será especialmente tormentoso para el artista.

En primer lugar, rompe con Heynowski, como hemos visto en el capítulo anterior, y se marcha de la televisión dando un portazo y tomando prestados los muebles y utensilios del estudio en el que trabajaba. Manuela intentó convencerle de que se reconciliara con el realizador. Debía saber que esto era casi imposible. Pero no era la primera vez que Renau se peleaba con alguien, le retiraba el saludo, y al cabo del tiempo volvía a congraciarse con él, según hemos visto que le ocurrió con una mente preclara en Méjico, Max Aub.

Las cosas en Berlín eran harto diferentes. Para empezar, no tenía una forma alternativa de vida. La decisión de secuestrar los muebles de dibujo revela no sólo la fuerza vital de Renau, sino su instinto, hacerse con los instrumentos necesarios para trabajar por su cuenta, algo imposible en un país socialista.

Teresa asegura haberle acompañado en algunas gestiones, con una carpeta de dibujos bajo el brazo. No recuerda dónde fueron, pero es de imaginar que a la redacción de Eulenspiegel y a otras publicaciones que ya habían sacado trabajos suyos. No fue, sin embargo, una época de privaciones. Renau aseguró en varias ocasiones que en diferentes etapas de su vida en Berlín se quedó sin dinero por las malas jugadas que le hicieron, pero olvidaba que las peores jugadas se las hacía él mismo. Afortunadamente, en 1960 estaba a su lado el ángel guardián de la economía familiar, Manuela Ballester, cuya contribución a solucionar las crisis laborales de Renau fue siempre determinante.

¿Intervino a favor de Renau alguno de los camaradas del Comité Central del SED que había conocido en México? Es muy probable, aunque no sabemos cómo. De hecho, algunos de quienes trataron a fondo a Renau en la RDA aseguran que, de no haber sido por sus buenas relaciones en el aparato, el valenciano habría tenido problemas y hasta quizá se hubiera visto abocado a mudar de residencia. Le salvaron los viejos amigos y un hecho que pesaba como una losa en la inercia socialista postestalinista: “los antiguos luchadores antifascistas son intocables, y más si son extranjeros invitados”.

La militancia comunista produce tensiones mucho más altas y de consecuencias más ruidosas que la militancia en cualquier otro punto del horizonte ideológico. Además, estas tensiones se saldan con acciones fulminantes, con condenas, con traiciones y maniobras que, al cargarse de razones ideológicas, transforman a los protagonistas en monstruos llenos de vileza o en héroes casi apolíneos. El aparato socialista de la RDA había aprendido mucho (y sufrido más aún) de las purgas estalinistas. Hay que considerar además algo que suele pasar inadvertido: los emigrados políticos alemanes que escaparon del nazismo y regresaron a la RDA no fueron más que una minoría, una fracción de la masa de ciudadanos a la que tocó vivir en la zona soviética; es decir, el nuevo Estado y su nuevo aparato los construyeron, básicamente, los que habían sobrevivido al nazismo en el nazismo. De hecho, los cambios políticos que experimentó el régimen de Pankow (el nombre viene de un palacio de ese barrio berlinés donde Wilhem Pieck, su primer presidente, instaló la sede de su autoridad) no produjeron víctimas mortales. Y si las produjeron fueron poco apreciables. Al contrario que la estrategia de cordón sanitario, que costó la vida a casi doscientas personas decididas a saltar el Muro.

La bronca de Renau en la televisión fue un elemento más, pero de gran peso, en la serie de razones que el matrimonio acumulaba en el foso que habían excavado entre ellos. Dice Teresa que “la separación estaba ya desde hace tiempo programada. Los motivos eran muy diferentes y remotos.” Tardó dos años más en materializarse, el tiempo necesario para que la valiente valenciana adquiriera conocimiento del alemán y estuviera en condiciones de buscarse un trabajo. El malestar se iba fraguando, y se exteriorizaba en las reuniones de la célula del partido. Teresa recuerda que en ellas los problemas personales cobraban acentos políticos, y viceversa, cosa natural en los círculos cerrados, que magnifican lo que en otras circunstancias serían episodios insignificantes.

Un borrador de carta de Renau fechado el 2 de septiembre de 1960, da una idea de esa mezcla de conflictos personales e ideología que se alimentaba en las reuniones de la célula de Berlín.

La carta va dirigida al camarada Celestino Uriarte. Se queja en ella del acoso que éste le hizo en cierta asamblea del Partido, en la que Renau criticó al camarada Manolo Lafuente con razones no explicitadas. Al parecer, Uriarte acusó a Renau de una serie de defectos que tienen visos de juicio político sumarísimo. Esto es lo que dice al respecto Renau en su carta:

Difícilmente [Renau subraya argumentos de Uriarte contra él] admite que se le contradiga, no sabe escuchar la opinión de los demás, interrumpe a sus interlocutores, sus intervenciones no han ayudado al mejoramiento de los grupos de base, sus planteamientos políticos desvían la atención de los problemas fundamentales, habla demasiado, sus razonamientos aplastan a la gente, yerra con mucha frecuencia, su actitud desprestigia su cargo de miembro del Comité Central.

Y acaba diciendo:

Actitudes críticas como las que mantengo pueden crear objetivamente una peligrosa dualidad de la dirección en la organización… los camaradas pueden ver en mí un camarada más humano que los demás.

En otra parte de esta carta, resalta sus enfrentamientos con unos camaradas a quienes acusa de limitar su actividad política a los chascarrillos; así como que padecía una enfermedad del estómago que le producía trastornos y malhumor; que se llevaba fatal con Manuela y que trabajaba como una mula. Al final reconocía haber sido negligente en tareas administrativas menores, como hacer paquetes y llevarlos a correos.

Previamente había enviado otra carta a Celestino Uriarte sobre Manuela. Le expresaba “ciertos deseos”, pero Uriarte no le había contestado “¿Cómo ha respondido la camarada Manuela? ¿Está o no de acuerdo con mi decisión? ¿Te ha confirmado o no lo que en mi carta te comuniqué?” “Parece como si una siniestra conspiración de silencio se hubiera abatido sobre mí”.

Al final del texto hay unas líneas manuscritas de Renau fechadas el 2 de junio del 62 en las que se queja de que “el camarada Celestino aun no me ha contestado a esta carta”.

Que en el verano de 1960 Renau tuviera que preguntar a un camarada sobre la reacción de su mujer, con la que aún convivía, a determinado asunto, deja a las claras la salud del matrimonio.

Renau no obstante, mantenía la ilusión de reunir a la familia. En noviembre de 1960 se encontraba en Praga, es de suponer que con motivo de alguna reunión del PCE. Un borrador de carta revela unos planes que finalmente jamás se realizaron. Renau propone la idea de preparar a un grupo de jóvenes para la producción en España de cortometrajes de tipo experimental y comercial, de 16 milímetros, para la TV, el cine, cineclubs, etc. Lo había hablado con el camarada Muñoz Suay con ocasión del IV Pleno, quizá el que se celebraba en ese momento.

La fotografía, del álbum de Teresa, dice "Separación de yaya y yayo", con una duda sobre la fecha. La expresividad de los rostros fue lo que debió detrminar a Teresa escoger estas fotos para el triste acontecimiento.

Ya cuenta con Francisco Espresate, su yerno, establecido en aquellos días en Barcelona, autor de un reportaje sobre los braceros de La Alcarria, y que podría firmar un contrato con la Televisión Alemana de Berlín Oriental. Con Honorio Rancaña, que estudia Filología española en Praga y está pensando en trasladarse a España cuando acabe, pasando antes por Berlín para prepararse en la DEFA. Con Ruy Renau, dispuesto a trasladarse a Berlín con su familia para prepararse en la DEFA, y también dispuesto a trasladarse a España a hacer cine.

Renau se manifiesta decidido a comprar con su dinero el material técnico necesario, que se fabrica en la RDA y enviarlo a España, puesto que sus condiciones económicas se lo permiten holgadamente. Podrían trabajar con el “grupo de Bardem”. Según Renau:

Aparte del interés político y artístico que creo tiene la cosa, la organización y desarrollo de un tal núcleo constituiría para mí personalmente una magnífica perspectiva de trabajo colectivo para cuando se me abra la posibilidad de regresar a España. Así mismo, este núcleo, elevado a la categoría de organismo legal de producción, podría constituir en el futuro una fuente de trabajo para otros camaradas.

Espresate no podía permanecer en España más de tres meses, por ciertos requisitos relacionados con el servicio militar. Pero un camarada llamado Domingo, de Madrid, se había ofrecido a influir en la solución de este problema. Sólo faltaba que la dirección del partido recomendara “la cosa”.

Varios asuntos se desprenden de estas interesantes líneas. Una, que Renau esperaba convencer a su hijo Ruy de un eventual traslado a Europa. Otra, que no pasaba apuros económicos. Por último, subraya la pasión de Renau por el “artista colectivo”, algo que mantuvo hasta su muerte y que creó desconcierto en los pintores y escultores jóvenes españoles de la segunda mitad de los años 70, cuando Renau recorría España haciendo un discurso que hizo sentirse incómodos a muchos.

Con respecto al primer punto, Ruy Renau no parece que estuviera muy dispuesto a reunirse con su padre para trabajar de consuno. Tenía una experiencia poco alentadora. Lo estaba pasando mal en Méjico, pero el recurso a establecerse en un país donde sus problemas económicos desaparecerían por arte de magia no le seducía.

La versión de Ruy es la siguiente:

Yo trabajé con mi padre en su estudio hasta su marcha a Alemania… En cierto modo, me dejó un paquete que no pude manejar aunque lo intenté. Yo no era mi padre y, lógicamente, la mayor parte de sus clientes fueron dejando de encargarme trabajos, y los pocos que conservaba redujeron considerablemente los honorarios. A trancas y barrancas fui capaz de sobrevivir, aunque con bastantes apuros. En 1960 ya estaba casado y tenía dos hijas, lo que hacía más complicada mi vida. Debo decir… que tuve mucha suerte porque mi mujer, Montse, me apoyó en todo, sin flaquear en ningún momento, pese a lo difícil de la situación.

Ocurrió que mi cuñado, hermano de Montse, había ido a trabajar en la agencia de noticias Prensa Latina, recién inaugurada en Cuba. Para completar el cuadro, Fernando Revuelta, para quien yo había trabajado en México, fue nombrado Director de dicha agencia… El caso fue que, cuando yo estaba a punto de tocar fondo, me llama Revuelta por teléfono y me pregunta si me interesaría ir a trabajar con él en Prensa Latina… Mi respuesta fue fulminante: ‘déjame cambiar de camisa y en un par de horas estoy ahí’. En julio de 1961 llegamos a La Habana y, a partir de ahí, rehicimos nuestras vidas, y puedo decir que muy bien rehechas.

Ruy acabó en Cuba, teniendo la oportunidad de instalarse en Berlín. Puede que de la RDA no le gustara ni el clima ni el idioma. Pero la realidad más disuasoria llevaba su apellido. Esto es algo que él no ha reconocido explícitamente, pero su hermana Teresa no deja lugar a ninguna duda sobre el asunto. Trabajar con “papá” Renau era instructivo, apasionante, pero también agotador física y psicológicamente hablando.

Renau era una máquina de ideas, planes y proyectos que con frecuencia no se llevaban a la práctica, y no porque fueran fantasías, sino porque no eran oportunos o porque creaban problemas cuya resolución no era prioritaria para los aparatos afectados. Todo lo que propone, lo fundamenta, y a veces con una base teórica muy sólida.

En octubre de 1960 se habían publicado ya ocho números de la revista Nuestras Ideas, que los intelectuales del PCE querían utilizar como escenario de debates en los que participaran no comunistas.

Renau se había comprometido en 1958 con Fernando Claudín a escribir un artículo sobre el arte abstracto en España. No pudo hacerlo por falta de material, según deja apuntado en un borrador encontrado en su archivo. Obsérvese su honestidad intelectual. Tenía que haber recibido documentación, y quienes se comprometieron a enviársela, no lo habían hecho o ésta había ido a parar a otras manos. Lamenta no haber podido participar en la polémica entre el camarada Pascual García y un tal Bruno. Pascual, con quien Renau coincidía en muchos puntos, había simplificado las cosas, reduciendo el arte abstracto a una producción del imperialismo yanqui, cosa que distanciaba al PCE de los pintores jóvenes. El “virus abstraccionista” estaba repartido en todo el mundo burgués y no era un fenómeno mecánico resultado de la alienación capitalista, sino algo mucho más complejo.

No se ve ninguna traza de dogmatismo en estas afirmaciones del pintor valenciano.

A continuación hace unas observaciones, que cierta crítica académica considera prueba evidente del sectarismo de Renau. Asegura que la expansión del antirrealismo español no se debe a la contaminación estética de una tendencia dominante en Europa, sino a las condiciones creadas por el franquismo en España. Sugiere que las tendencias formalistas y abstraccionistas eran una actitud subjetiva de resistencia antifranquista de los jóvenes pintores.

Renau no fantaseaba. Como hemos visto, Doro Balaguer, un joven abstracto de aquella España asegura que esta era la idea dominante, los artistas antifranquistas debían pintar abstracto.

Renau va un poco más allá.

Sin la brutal obstrucción y enajenación franquista de las vías del humanismo realista en todas las manifestaciones de la cultura española, la posibilidad concreta de tales formas de resistencia, hubiera resultado más que problemática: en una España sin franquismo, el arte abstracto jamás hubiera podido servir de base a sinceras actitudes de inquietud y rebeldía social.

Renau está afirmando algo imposible de demostrar, llevado por su visión del arte al servicio del pueblo, al estimar que si la guerra la hubiera ganado el Frente Popular, las premisas del desarrollo cultural habrían hecho imposible el auge del antirrealismo. Los críticos más mordaces ven en ello la voluntad de Renau de imponer el realismo socialista en una supuesta España republicana. Pero esto es tan indemostrable como la ucronía del artista.

Apunta Renau que el denominador común de todas las escuelas vanguardistas que durante los años 30 sembraron las semillas del abstracto postbélico fueron:

Individualismo y subjetivismo llevados ad absurdum, hermetismo antipopular y, como método de trabajo, el cultivo sistemático de un radical y arrogante irracionalismo. ¿No son estos acaso los exactos atributos de la decrepitud imperialista en el avanzado estado de descomposición en que la encontramos hoy? Pero los pontífices del antirrealismo se las ingenian para establecer como una muralla china entre los dos extremos.

Obviamente, esta es la visión marxista ortodoxa del asunto, pero no es descabellada. El individualismo y el subjetivismo son elementos clave en la teoría de Kandinski sobre el arte. Opone la fuerza y la determinación del espíritu al materialismo (industrial, capitalista) dominante. Los constructivistas rusos y luego soviéticos no pensaban algo muy distinto; como mucho, atribuían al materialismo cualidades con resonancias espirituales. El hecho de que llegara Stalin en 1932 y barriera del mapa toda forma de creación que no dejara bien claros los valores “reales” y oficiales, no significa que Renau, Director General de Bellas Artes en una posible España sovietizada hubiera impuesto el mismo trágala a los artistas. Sólo es una posibilidad entre muchas.

La prueba más evidente de la altura de miras de Renau y de su independencia artística está en lo que sucedería pronto con sus fotomontajes del American Way of Life. Precisamente, en los papeles que mencionamos hay una referencia donde dice que ha firmado un contrato con la revista Eulenspiegel para su publicación, y que luego hará una edición completa en forma de libro.

Sugiere por último un artículo para Nuestras Ideas sobre el realismo de Bertold Brecht, y otro sobre sus trabajos de películas animadas en la RDA:

La primera vez en la historia del cine que se realizan films gráficos con el deliberado propósito de expresar por medio de imágenes concretas procesos ideológicos muy complejos – abstractos en ocasiones – de nuestra teoría. Y sin ningún auxilio de la expresión verbal.

Las películas que Renau había hecho para la televisión alemana puede que sean construcciones ideológicas, pero aportan soluciones formales desechadas o proscritas en la industria norteamericana del dibujo animado, donde también las producciones tenían un fuerte contenido ideológico, aunque muy bien disimulado y empaquetado.

Durante 1960 y 1961 Renau siguió publicando fotomontajes en el Eulenspiegel. Así como dibujos satíricos contra el régimen español en periódicos alemanes y del PCE. Algunos de ellos son abiertamente caricaturas. Quizá aprovechaba la experiencia acumulada en aquellos programas de Zeitgezeichnet. Mirados a través de la lente valenciana, a veces sugieren verdaderos proyectos de falla, como uno del generalísimo Franco sentado en un orinal. La reserva de humor de Renau fue siempre inagotable. En el apéndice VI incluyo un artículo mío sobre este asunto publicado en el Llibret de Fallas de la Falla Lepanto, en 2006

Las noticias que le llegaban de España, de donde recibía revistas y diarios, producían desasosiego pero también risa. Y por otro lado, el mundo socialista en el que vivía en Berlín estaba colmado de situaciones llenas de ironía, de las cuales la construcción del Muro fue la más trágica burla.

Sobre la curiosidad insaciable de Renau y su deseo de estar al corriente de lo que sucedía en España, vale una nota suelta de aquella época hallada en su archivo. Es un esbozo de carta dirigida a algún familiar en Méjico pidiéndose que le envíe libros y colecciones de revistas que dejó allí. También pide que le envíen revistas de arte publicadas en España: Indice de Artes y Letras, Insula, Goya, Blanco y Negro, Mundo Hispánico. Lo hace con el propósito de documentarse en su trabajo de escritor, que le ocupa tanto como el de pintor.

Teresa compartía militancia con su padre, un poco por educación y por convicción, y otro poco porque no salía a cuenta llevarle la contraria. Era una actitud común en la mayoría de los hijos de los emigrados políticos. Un buen día, el partido encargó a un emigrado reciente y joven, Joaquim (Quim) Vilar, que se encargara de organizar a los chavales y de instruirles en el marxismo leninismo. Vilar había llegado a la RDA después de pasar una temporada en la cárcel por su participación en las primeras algaradas estudiantiles de Barcelona, a mediados de los años 50. Lo que se cuenta a continuación se refiere a los años 60, aunque Teresa no puede ubicar el episodio con precisión.

Conjugar los caracteres y experiencias personales de los exiliados políticos adultos era tarea de titanes. Cada familia procedía de una región española, algunos habían pasado años refugiados en la Unión Soviética, otros, en Francia, otros, en Italia, en Checoslovaquia o en Méjico. De modo que la formación de sus hijos era todavía más dispar; sus personalidades, un batiburrillo incluso ideológico, y su experiencia familiar no siempre edificante. Quim Vilar se las vio y se las deseó para sacar algo positivo de tanta diversidad, y finalmente tiró la toalla. Las discusiones políticas eran aún más encendidas que las de los adultos. Piénsese que en aquellos momentos la dirección ideológica de la URSS empezaba a ponerse en entredicho, y estaban brotando los primeros frutos del gauchismo entre las nuevas generaciones.

Recuerda Teresa que un hijo de catalanes que habían pasado algunos años en Francia, propuso con gran convicción que una de las tareas de la organización juvenil debía ser aprender el manejo de armas, para preparar la invasión en España “en cuanto se dieran las condiciones objetivas”. A Teresa, que confiesa haber sido una izquierdista en aquella época, la idea le pareció descabellada. Pero no lo era tanto en la mente de otras personas. No eran pocos los emigrados que seguían convencidos, frente a toda evidencia, de que la caída de Franco era cuestión de meses. Esta fantasía no era ajena ni al mismísimo Carrillo, persona astuta donde las haya.

Asegura Víctor Alba en su libro El Partido Comunista en España:

En 1961 Carrillo propuso al Comité Ejecutivo que, en vista de la agravación de la situación internacional, se encargara a Líster y a otro camarada el preparar un plan para la creación de destacamentos de combatientes y otros de ataque a las bases norteamericanas en España.

De hecho, se envió a un militante a realizar una tarea de información (o espionaje) sobre las bases, según afirma Víctor Alba.

No es extraño que las familias de exiliados vivieran en un estado de ansiedad. A las dificultades domésticas se añadían las diferencias políticas. Imaginemos la inquietud que debe de causar en una persona con casa y familia la eventualidad de tener que trasladarse a los Pirineos con una mochila llena de explosivos y un fusil ametrallador, como ya se hizo en 1944. No todos los exiliados eran como Grimau, dispuestos a arriesgarse en una selva de la que pocos salían indemnes.

No fueron razones políticas, sin embargo, las que provocaron el choque final entre Teresa y su padre, previo incluso a la ruptura del matrimonio Renau, sino su reserva de energía juvenil.

La ocasión fue relativamente trivial. Una tarde, Renau reunió a los cuatro en el salón para una “sesión de cartas”, es decir, de repaso de incumplimientos. De pronto, dice Teresa, sintió una violencia interior que se le escapó en forma de reproche. Al parecer no hizo más que sugerir a sus padres, a ambos, sin ni siquiera levantar la voz, que no implicaran a sus hijos en sus disputas particulares. La reacción de Renau fue fulminante. Agarró el primer objeto no pesado que tenía a mano, una carpeta, y se la tiró a Teresa, que consiguió evitarla. Rojo de ira se incorporó el artista y expulsó a su hija de casa, cual arcángel de espada flamígera en las puertas del Paraíso, alegando que aquello era algo intolerable.

Recuerda Teresa que hacía frío, es decir, que podía ser otoño o invierno. Salió al jardín de la “calle Honrada” y empezó a pasear por entre los setos y los arbolitos sin saber qué hacer. Aunque es incapaz de precisar más, se deduce que debió ser el otoño de 1961, porque Teresa había ayudado a su padre en agosto a realizar a toda prisa, prácticamente en una noche en vela, un pequeño mural portátil para contrarrestar el impacto propagandístico del recién construido Muro. No pudo ser en 1962, porque ese fue el año de la separación de Manuela, y en la bronca mencionada la madre estaba presente.

Teresa pasó la noche en casa de unos vecinos, y al día siguiente, aprovechando la ausencia del padre, metió en una maleta sus prendas personales y se fue a casa de Carmen Solero, la camarada que había albergado a Renau nada más aterrizar en Berlín. Manuela intentó convencerla de que hablara con su padre. Pero Teresa no veía cual había sido su falta. Su amor propio (al fin y al cabo era una Renau) dominó sobre la perspectiva de cambiar de vida abruptamente. Los camaradas se echaron sobre ella con la cantinela de que mostrara su arrepentimiento, y Teresa les contestó que ella no había hecho nada malo.

En las cintas de Manfred Schmidt, el propio Renau evoca este episodio, enmarcado en la reacción de Pablo y Teresa al traslado de Méjico a Berlín.

Aprendieron el alemán estudiando en el colegio, sin profesor especial, con los otros niños. Durante más de un año estuvieron en crisis. Lo odiaban todo, la familia, a su madre, a su padre, a Alemania, a España, y adoptaron posiciones izquierdistas, maoístas. En la escuela había entonces chicos influenciados por el gobierno. La única vez que le he pegado seriamente a Teresa fue en esa época. Una bofetada. Estaba sentada en una silla y se fue rodando. Y la eché de casa. Era por otoño y se pasó la noche en el jardín. Pero ya no volvió a casa. Se marchó a estudiar a Leipzig y ya estuvo un año y medio sin relaciones. Hasta que un amigo mío catalán dijo, “oye, envíale un poco de dinero a Teresa, que no tiene dinero para comer”, y yo le dije, “que me lo pida ella”. Cuando regresó, yo no le pedí ninguna explicación. No ha pasado nada. Me faltó al respeto de una manera muy grave.

Teresa dice que, siendo ya estudiante en Leipzig, un día que había viajado a Berlín para asistir a una representación de teatro, reconoció desde un palco la calva de su padre entre el público de platea. Con los nervios a flor de piel, descendió al patio de butacas, se aproximó al hombre, le dio un beso fingiendo indiferencia, y Renau respondió fingiendo no conmoverse. Fue el primer paso para el deshielo. También reconoce que en su ancianidad, Renau le pidió indirectamente disculpas por aquellas barrabasadas que le hizo en su adolescencia.

Añadiré un testimonio fragmentario de estas situaciones tremebundas por las que Renau hizo pasar a su familia. Guadalupe Gaos, hija de Rosita y José Gaos, me ha hecho llegar, a través de César Sánchez, un investigador mejicano, la síntesis de cuatro cartas. Me limito a reproducirla.

Carta 1. De Renau a Julia. Berlín-Karlshorst. 13 de junio de 1963

Reclamos por parte de Renau a su hija Julia.

Reseña Renau los 261 días de nociva convivencia de Julia y su esposo Quico en su casa.

Carta 2. De Teresa a Quico y a Julia. 19 de junio de 1963. (Carta encontrada por José Renau antes de que Teresa la enviara a sus destinatarios.)

Teresa escribe del autoritarismo y lo de que no le hagan caso al viejo.

Notas a mano de Renau.

Renau apunta que eso desencadenó uno de los mayores problemas familiares.

Carta 3. De Renau a Julia y Quico. Dresde, 22 de junio de 1963.

Carta iracunda de José Renau, que da cuenta del encuentro de la carta que Teresa les iba a enviar.

Renau comenta el no querer saber más de Teresa, Quico y Julia.

Carta 4. De Renau a Paquito Badía y su mujer, 24 de junio de 1963.

Cuenta lo difícil de su relación con las mujeres en su familia.

Y cómo es que la carta de Teresa –encontrada por José Renau – desencadena la ruptura de relación de Julia y Teresa con él.

Hay un desajuste de fechas en relación con la expulsión de Teresa de Ehrlichstrasse. Requiere una investigación para datar con rigor los hechos.

La madrugada del 13 de agosto de 1961, domingo, la radio de la RDA emitía un alarmante comunicado: “Los gobiernos de los estados miembros del Tratado de Varsovia se dirigen a la Cámara Popular y al gobierno de la RDA con la propuesta de establecer un orden tal que obstruya el camino a las intrigas en contra de los países socialistas y que garantice una vigilancia segura en toda la zona de Berlín Oeste.” Las farolas de la Puerta de Brandemburgo se apagaron, y una brigada de policías se puso a levantar adoquines y a tender alambradas. A la vez, las líneas del metro y del tren elevado que pasan de un Berlín a otro se interrumpieron. Camiones cargados de policías iban ocupando la línea de demarcación entre la ciudad soviética y los otros tres sectores.

Durante unos terribles minutos, los servicios de vigilancia aliados temieron que se tratara del final de la guerra fría y el inicio de la caliente. Pero pronto estuvo claro cual era el objetivo de todo aquel movimiento, porque el Muro era un mal anunciado. Ya en junio de aquel año, Walter Ulbricht había salido al paso de los rumores, asegurando que “los obreros de la construcción de nuestra capital están muy ocupados construyendo viviendas, y toda su capacidad laboral se emplea a tal fin. Nadie intenta levantar un muro.”

La decisión final la tomó el secretario del Consejo Nacional de Defensa, Erich Honecker, que menos de diez años después sucedería a Walter Ulbricht en la dirección del país. Se lo ganó a pulso.

Ninguno de los Renau opuso la menor objeción a esta dramática decisión. Las razones de la RDA para cercar Berlín Occidental con un muro podían ser inaceptables, pero tenían una base económica contundente.

En 1958, el año que Renau llegó a Berlín, el movimiento de ciudadanos de la Alemania Oriental a la Occidental era de 4.000 personas a la semana. En 1959, un total de 143.917 alemanes orientales se pasaron a la RFA, y 90.862 de ellos lo hicieron a través de Berlín. La mayoría eran jóvenes recién licenciados, profesionales, ingenieros, médicos… El país se estaba desangrando.

En junio de 1961, tuvo lugar una Cumbre en Viena entre Kruchev y Kennedy. El ruso presionaba a los aliados para que firmaran un tratado de paz definitivo con Alemania. Aquellos se resistían, porque la propuesta de la URSS era firmar dos tratados, es decir, dar carta de reconocimiento a la RDA, con quien ningún país occidental mantenía relaciones diplomáticas. De hecho, Kruchev amenazaba con firmar ese tratado él por su cuenta, con lo cual aseguraría la “oficialización” del nuevo estado y la partición absoluta e irrevocable de Berlín. Esto hizo aumentar la tensión. La sensación de que una trampa estaba a punto de cerrarse, y el impulso de salir de ella cuanto antes, precipitaron la huida de alemanes del este al oeste.

En julio de 1961, tras el fracaso de la Cumbre, el flujo de tránsfugas se dobló, de 4.000 por semana a 8.000. Más de la mitad de los 34.415 refugiados de todo el mes de agosto tenían menos de 25 años. Sólo el día 2 se fugaron 1.322 personas. El 9 se registraron casi 2.000.

Para Teresa y para su padre, la fecha del 13 de agosto quedó marcada porque se pasaron la noche trabajando en un mural de urgencia que se exhibiría en una exposición justificativa de la construcción del Muro. Se trataba de una serie de paneles desmontables. Al finalizar la exposición estos se retiraron, y al parecer no volvieron a la casa de los Renau. De ellos no queda ni siquiera constancia fotográfica, aunque quizá una investigación exhaustiva en los viejos almacenes de la RDA pueda sacarlos a la luz algún día.

La RDA se estaba jugando su existencia, su mera supervivencia. Estudiar una carrera universitaria estaba al alcance de cualquier joven con aptitudes, y le salía gratis. Muchos, con el título en el bolsillo, lejos de sentirse en deuda con el gobierno de la RDA, hacían la maleta y se marchaban a la RFA, donde sus títulos eran reconocidos, a iniciar una carrera profesional mucho más próspera. Renau tenía un alto sentido del deber y del agradecimiento. Para él era una obligación defender la integridad del Estado que le había albergado con tanta generosidad. Lo hizo convencido de que se trataba de una batalla más en la ofensiva del imperialismo norteamericano y el nazismo remanente en la RFA contra el baluarte del socialismo.

Un año después de la separación de los dos Berlines, Renau y Manuela hacían lo propio. No es posible precisar la fecha porque Teresa se encontraba en Leipzig estudiando, y ha perdido la cuenta de algunos hechos aciagos.

El proceso debió de ser el siguiente. Manuela había aprendido el suficiente alemán como para ofrecerse de redactora en la agencia oficial Intertext. Esta firma necesitaba personas que tradujeran o adaptaran textos del alemán al español, la mayoría de carácter publicitario o técnico, con un propósito comercial y también propagandístico. A través de intermediarios del PCE o de antiguos emigrados alemanes en Méjico, que Manuela debía conocer tanto como Renau, se puso de acuerdo con la institución, y empezó a trabajar. Según Teresa, el trabajo de su madre incluía la realización de dibujos, tarea para la que estaba perfectamente preparada.

Un buen día, después de una bronca con Renau o sin que mediara ninguna discusión, Manuela llenó una maleta con ropa y otras pertenencias y se marchó de su casa en la Ehrlichstrasse, la calle “Honrada”. Sin duda, lo hizo por honradez moral, y porque debía de estar harta. Aunque ese tipo de cosas suelen permanecer en el lado oscuro y secreto de las familias, no hay la más mínima evidencia de que Renau jamás maltratara a su esposa. Entre otras cosas, Manuela no se habría dejado.

Imagina Teresa que para su padre también debió de ser un alivio la separación. Meses después, en una reunión conjunta de los cuatro, acordaron “democráticamente” que Teresa se quedaría con Manuela y que Pablo permanecería en el caserón de la calle “Honrada” con Renau. Es posible que para aquel entonces Teresa hubiera vuelto ya de Leipzig, donde los estudios de arte no le interesaron, matriculándose en una escuela de artes y oficios de Berlín, para estudiar dibujo científico, que le atraía más que el artístico.

La separación fue muy mal vista por la familia, tanto por los Renau como por los Ballester. Nadie entendió que Manuela abandonara su casa. Les parecía “impropio de una mujer”. Renau lamentaba ante la familia que Manuela se hubiera marchado después de haber sido sostenida por él durante décadas. En ninguna entrevista concedida, en ninguna cinta biográfica de las que conozco he encontrado la más mínima mención de Renau a sus problemas conyugales. Cuando cita a Manuela lo hace de un modo profesional, reconociendo sus valores, al margen de su matrimonio.

Resulta curioso, aunque nada sorprendente, la reacción de una familia de “archirrepublicanos” con mentalidad progresista, defensores de los derechos de la mujer, etc., ante el fracaso matrimonial o ante las disputas paterno-filiales. El conservadurismo real, cotidiano, por llamar de algún modo a una tradición que por serlo se lleva en la sangre, acaba imponiéndose sobre las hermosas teorías liberadoras. Muchos, quizá la mayoría de los emigrados políticos españoles, mantuvieron relaciones con mujeres del pueblo que les acogió, fueran o no fueran camaradas, y no siempre en ausencia de las suyas propias. Pocas familias se libraron del fenómeno, comprensible si se ve desde el punto de vista del exiliado con necesidades afectivas. El problema es que a las propias mujeres exiliadas no se las consideraba igual, y su actitud podía ser criticada con feroz e hipócrita moralismo, incluso si su “culpa” no era de adulterio, sino de simple abandono por hartura o por hastío.

Las reuniones de célula del PCE de Berlín no se centraban sólo en aspectos políticos. Lo personal se podía convertir en orden del día. Era una manera de discutir “temas de actualidad”. Aunque es dudoso que las reuniones adquirieran el tono de los actuales reality shows del corazón, no andarían muy distantes. Nuria Quevedo asegura que se perdía mucho tiempo en estos asuntos, con un propósito moralizante. También en los círculos internos del SED, la vida privada de sus dirigentes se observaba con lupa. Era posible que esas historias licenciosas de las novelas de espionaje pudieran tener lugar en países de laxa moralidad tradicional, como Rusia o Checoslovaquia, pero en la Alemania de Lutero, en los predios de los antiguos terratenientes (la aristocracia Junker), en el solar de la filosofía idealista, hasta los secretarios generales tenían que pagar un peaje muy alto por la infidelidad matrimonial. De todos modos, no parece que el sexo fuera en los países socialistas una obsesión tan ubicua como en el capitalismo.

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