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Cultura y comunicación

Un panfleto negrolegendario de George Sand

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Por Segismundo Bombardier

Ejecuto la sugerencia del editor de Agroicultura-Perinquiets sobre George Sand (Amantine Aurore Lucile Dupin de Francueil, baronne de Dudevant), Aurore Dupin de soltera y Aurore Dudevant tras su desastroso matrimonio. La primera idea era reseñar Un Invierno en Mallorca, para lo cual me he leído el libro con el lápiz en la mano y un cuadernito para anotar ideas. A medida que me adentraba en la vida de Aurore buceando en la inmensa biblioteca internáutica, el primer propósito se contaminó de ese aceite literario, político e histórico que adereza la vida intelectual, y a poco no me escurro y me voy de cabeza hacia una Nouvelle Encyclopédie.

La cultura francesa forma parte de mi piel por ósmosis. Vivir más de media vida en esta patria deja pátina. Pero como no estudié ni me eduqué en la Francia (así le llamaba mi tío Felipe), mi conocimiento libresco de este país y su inmensa cultura es flojo. En mi juventud, tanto en España como en Francia el bachillerato era algo importante, y los exámenes de paso del Medio al Superior y luego al Preuniversitario no eran bagatelas. Hoy, con la educación sin filtros, mis nietos franceses saben menos de su patria que yo, y están a punto de saltar a la universidad.

No es retórica. Es que para entender con la suficiente base, prudencia y aprovechamiento a George Sand es preciso conocer bien la historia política y literaria de la Francia del siglo XIX, que a mi limitado entender es muy superior a la del siglo XX.

De modo que me he servido de la sugerencia del editor de la revista para zambullirme un poco, sólo un poco, en la Francia ochocentista.

Señala esto Fernando Bellón en su artículo sobre su semana de invierno en Mallorca gracias al Imserso: “No daba crédito a que los valldemosanos promuevan la propaganda anti mallorquina de George Sand, una burguesita-pija-progre-engreída y antropóloga aficionada”. Comparto su juicio. Pero he de matizarlo, que es lo que se espera de mí, supuesto afrancesado.

Los matices se basan en un conocimiento algo más fundamentado y amplio del asunto. Es indiscutible que, visto desde nuestra perspectiva de una Europa travestida, en guerra, postmoderna y miope, y una Francia desnortada y acollonada (sobre la corona de espinas electoral del presidente Macron recomiendo este artículo de Miquel Jiménez ¿Por qué crece Marine Le Pen?), desde nuestra perspectiva Aurore Dupin o era LGTB o era una pija-progre, o ambas cosas a la vez. Me extraña que las hordas elegetebisionarias francesas no la hayan convertido en un escudo de su fuerza de choque, porque se adelantó a ellas ciento cincuenta años, con mayor elocuencia, brío y valentía.

Un invierno en Mallorca fue en su inicio un folletón publicado en la Revue de Deux Mondes, de París en 1841. Dejó estupefactos a algunos, tanto en la Francia como en l’Espagne. Sorprendió el ensañamiento de George Sand con los mallorquines y los españoles en general, su sectarismo y desprecio hacia las clases populares (Sand estaba formando su “ideología izquierdista” en la década de los cuarenta).

Encontraron una disculpa en la literatura, dijeron que Un invierno en Mallorca no era un libro de viajes, entre otras cosas porque Aurore sólo conoció tres lugares, la ciudad de Palma, el pueblo de Establiments y Valldemosa, y las descripciones que hace tanto geográficas como antropológicas las toma de otros autores. Las visitas de Aurore a la Bibliothéque Royal en busca de libros sobre Mallorca están registradas. George Sand llevaba ya varias novelas escritas y publicadas con éxito de ventas, y tenía mano para transformar sus vivencias en novelas.

Como testimonios de esto voy a citar algunas de sus “testimonios” mallorquines.

La llegada a Mallorca de Aurore, Chopin, y su familia coincidió con la declaración de una suerte de estado de sitio en las islas para contrarrestar a los carlistas, entonces en plena rebelión en la península. No hubo carlistas activos en las Baleares, pero el desorden que se vivía en la península hizo a las autoridades isabelinas (Isabel II acababa de acceder al trono) tomar precauciones, en especial con los extranjeros.

La propia George Sand se refiere a la ocurrencia de cierto diputado francés, que propuso la toma de Mallorca en aquellos tiempos, como base intermedia de su conquista de Argelia, que acabaría convertida en colonia africana. Piénsese en la justificada desconfianza de las autoridades españolas con los turistas franceses. Además, Mallorca no estaba en absoluto equipada para recibir visitas. Y para acabarlo de arreglar era conocido que Chopin era tuberculoso, y nadie quería alojar a un enfermo contagioso.

(A propósito de esta desconfianza del español por el extranjero, los folkloristas saben que el recopilador norteamericano Alan Lomax pasó nueve meses en España en 1952, recogiendo música popular en los pueblos. Tuvo que servirse de una mujer bilingüe porque las mujeres pueblerinas (depositarias del folklore) no le entendían, es decir, no entendían que un americano se interesara en sus cancioncillas y en sus fiestas, y tampoco se fiaban de él.)

La burguesía y la nobleza parece que no trataron cristianamente a Aurore y a los suyos. He aquí la imagen que Sand da de las clases privilegiadas: “En Mallorca es un lujo tener quince criados en una casa que apenas podría mantener dos. Y cuando vemos vastos terrenos baldíos, la industria perdida y toda idea de progreso proscrita por la inepcia y la incuria, no se sabe cuál es más despreciable, si el amo que fomenta este modo de abatimiento moral de sus semejantes o el esclavo…”

Los agricultores les observaban con bastante aprensión. Sand decía de ellos: “Nada hay tan triste y tan pobre en el mundo como este campesino que no sabe más que orar, cantar, trabajar, y que no piensa nunca”. Les llama repetidamente “monos”, y a Mallorca la isla de los monos. Asegura que los españoles en general y los mallorquines en particular “menosprecian tan profundamente los adelantos que vienen del extranjero, y sobre todo de Francia”.

Leyenda negra pura y dura, y sin tener en consideración que los franceses habían invadido España en dos ocasiones en los últimos treinta años, la primera a sangre y fuego.

Una de las referencias de Sand fue Grasset de Saint-Sauveur, que visitó las Baleares en 1807 y escribió un libro. Aurore Dupin pasó la ocupación francesa de España en Madrid con su familia, porque su padre era militar. Pero era demasiado niña para juzgar a los monos españoles.

Ya adulta, considera que “no son lo bastante maduros para desafiar las tempestades revolucionarias… y el ruido de nuestras luchas gigantescas no ha despertado de su profundo sueño a esas pequeñas poblaciones que duermen al alcance de nuestros cañones en el seno del Mediterráneo”.

Como se ve, a la señora Dudevant le sobraba soberbia colonial.

“Todo atestiguaba la indiferencia y la inacción; ni un libro, ni una labor de mujer, Los hombres no leen, las mujeres no cosen siquiera. El sólo indicio de una ocupación doméstica es el olor a ajo que revela el trabajo culinario…” Como si la cocina francesa ignorara el ajo.

“El dueño de la casa se halla en pie fumando en un profundo silencio; la dueña sentada en una gran silla y entreteniéndose con el abanico, sin pensar en nada”. No  ven nunca a los hijos, que viven con los criados, que pasan en día durmiendo la siesta, y un capellán va i bien si hacer nada…

Cuando hacen visitas turísticas, les suceden episodios chuscos, como un criado vago y negligente que derrama un tintero sobre una carta náutica medieval conservada en el Castillo de Bellver.

Sobre su estancia en Valldemosa dice sin cortarse un duro, que dirían los castizos, que los habitantes de la cartuja les robaban las viandas a diario, y da detalles novelescos. Los monos apedrean al hijo de Sand, Maurice, por dibujar las ruinas de un monasterio. El libro comprado en Mallorca por el editor de esta revista tiene grabados de autores franceses, y acuarelas muy dignas de Maurice.

En una excursión por la sierra de Valldemosa, encuentran a eremitas, uno de los más ancianos vive en una celda muy sucia y se halla en “un perfecto estado de imbecilidad”, aunque trabaja maquinalmente en la confección de cucharas de madera.

Dedica un capítulo a descripciones que hoy llamaríamos sociológicas, en las que aparecen laboriosos (pero despiadados y ávidos) judíos que dominan la atrasada economía de la isla. Las diversiones de los campesinos son salvajes, procesiones y bailes espantosos.

Es preciso detener la serie de citas, aunque tengo varias páginas llenas.

Y a mí también me parece absurdo que los mallorquines editen y vendan un panfleto que les trata de idiotas y de perezosos. Lo primero se diría que son, y lo segundo, en absoluto, porque el desarrollo de la isla en el siglo XIX fue significativo, procuró riqueza y quizá hasta la distribuyó.

Gracias al estupendo artículo de la Wikipedia francesa me he podido enterar de la trayectoria vital de George Sand y de sus colegas contemporáneos, protagonistas de una farsa romántica que parecía entretenerlos mucho y antecedió en varias décadas a la bohemia de la época simbolista, aunque nada cochambrosa, porque casi todos eran hijos de buena familia. Cito a los más célebres: Balzac, Flaubert, Delacroix, Liszt, de Musset, Lamennais, Saint Simon, y muchos otros menos conocidos del público lego  en el que me incluyo. Aurore trató a la mayoría, tuvo relaciones íntimas con bastantes y fue respetada por todos (salvo Dumas padre, que declaró en público y con mala intención que era lesbiana).

He encontrado también en la red un ensayo escrito por Antoni Ferrer que es una  joya. Lo publica Cahier d’études romanes, y se titula  “George Sand, Un hiver à Majorque et ses deux auberges espagnoles”.

Lo recomiendo a quien esté interesado en el tema. Es asequible, está muy documentado y contiene reflexiones prudentes y acertadas. Con las investigaciones realizadas por Ferrer y por las fuentes que él utiliza, reconstruye el viaje de Sand y sus acompañantes en forma de crónica desnuda. Vemos como Sand era una persona maniática, chauvinista en extremo y también clasista, que viaja a la isla con la idea de que se dirige a un paraíso perdido primitivo, y se encuentra con una realidad hosca e incómoda.

Incluye el ensayo un anexo de un contemporáneo, J.M. Quadrado, publicado en una revista de Palma poco después de la aparición del texto de George Sand en la RDM. La respuesta de J.M. Quadrado, inmediata, sopesada, elegante e irónica, muestra que los españoles eran seres avisados y no simios, y que estaban a la altura de las circunstancias que hicieron de los escritores y artistas franceses de la época un grupo célebre e inmortal, como si Italia, Portugal, España o Bélgica estuvieran pobladas de cafres, otra palabra que Aurore dedica a los españoles.

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