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Agricultura y naturaleza

Vicent Martí, maestro ecoagricultor

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La Agricultura, un compromiso pedagógico

Entrevista y fotos realizadas por Fernando Bellón

Vicent Martí, vecino de la Huerta valenciana desde hace sesenta años, hijo y abuelo de labradores, es maestro agricultor. Esta condición se adquiere con experiencia, dedicación y afecto al oficio. Es poco común, porque la experiencia, la dedicación y el amor al oficio han entrado en desuso, arrastradas por el torrente de la tecnología, la astucia y los atajos digitales. Hombre enjuto, de piel aterrada por el contacto diario con su elemento, manos hechas a la rudeza de las estaciones, los elementos y el contacto con la naturaleza, vive y trabaja en una alquería del término de Alboraya, en l’Horta Nord de Valencia. En verano se levanta a las cinco o incluso antes si hay que regar, y se retira a descansar a la caída del sol. En invierno, no le dan las siete en la cama, y al oscurecer plega su faena. Reta al periodista a comprobar estas afirmaciones, porque la buena información es la que se contrasta. Vicent Martí posee la sutil guasa del sabio antiguo y, al mirarle al contraluz, uno se imagina a Sócrates o a Platón en su Academia, distribuyendo conocimientos a becarios privilegiados que, en este caso, proceden de la Escuela de Capataces de Catarroja. Un año con Vicent Martí equivale a dos licenciaturas y un doctorado en agronomía. Todos los que han trabajado con él lo corroboran.

La incorporación de la mujer al trabajo ha sido aprovechado por los supermercados, en perjuicio de los mercados tradicionales.

La agricultura ecológica tiene problemas derivados de la Revolución Verde que envenenó el planeta.

El dinero público se está malgastando en una educación agrícola deficiente

Las escuelas agrícolas debían contratar a labradores para dar clases prácticas y que los estudiantes se formen para ser hombres y mujeres con un oficio.

 Todo lo que sabe Vicent Martí lo ha aprendido de su trabajo y de los libros que ha ido leyendo. A los quince años dejó la escuela y se puso a trabajar en una carpintería, porque había experimentado el campo cuando ayudaba a su padre, y no se sentía motivado por la tierra. Seis meses después concluyó que la carpintería no era para él. Regresó al campo con su padre. Tardó un lustro en descubrir, a los veinte años, que se había enamorado de la tierra. Trabajó la agricultura convencional hasta los 28 años. Es a esa edad cuando concluyó que todo lo que estaba haciendo era envenenar la tierra y las cosechas. Esta es su historia.

 

Cada día, el equipo de la alquería de Vicent se complace en el almuerzo

Cada día, el equipo de la alquería de Vicent se complace en el almuerzo

 

Entre los veinte y los veintiocho años es cuando más venenos eché en la tierra. Luego, hubo un cambio. Se produjo porque un cuñado mío me dijo que podía hacer otro tipo de agricultura. Entonces me explicó en qué consistía la agricultura ecológica. Yo me di cuenta de que esa agricultura es la que hacía mi abuelo. Y de inmediato le dije, pues eso es lo que haré de ahora en adelante.

Entonces trabajaba yo tierra en Campanar, un barrio de Valencia donde ahora ya no queda tierra. Empecé a vender los productos en el Mercado de Abastos de Valencia.Y a los treinta y un años monté un puesto en el mercado de Ruzafa. Estuvo abierto nueve años. Yo estaba hasta las once de la mañana, y luego lo llevaba mi mujer. Yo me iba a seguir trabajando la tierra. Por la tarde recogíamos los productos. Y así cada día.

Cerramos el puesto porque cada vez abrían más supermercados y macro centros comerciales de alimentación. Y también el cambio sociológico. Las mujeres dejan de estar en casa, se van incorporando el mundo laboral, y eso provocó un cambio de costumbres de la compra diaria.

A los cuarenta años empecé a vender a Alemania una producción completamente ecológica. En el Pais Valencià y en el resto del país, el consumo ecológico era mínimo, y en algunos lugares ni se conocía. En Alemania el mercado ecológico era importante, y contaba con una población concienciada que demandaba un producto de cualidad. Nos mantuvimos siete u ocho años en ese mercado. Al final nos encontramos con un problema de certificación. Entonces pagábamos setenta mil pesetas al año como exportadores y labradores. De pronto subieron la cuota a 300.000 pesetas, algo que no podíamos afrontar, éramos demasiado pequeños. Al quedarnos sin certificación no pudimos exportar.

Llegado ese momento me planteo vender aquí, en la alquería, olvidándome de Alemania y de otros países lejanos.

Apero tradicionales para una agricultura tradicional.

Apero tradicionales para una agricultura tradicional.

Una decisión valiente, arriesgada y exitosa

Cuando a uno le han pasado cosas en la vida se da cuenta de que la cobardía no lleva muy lejos. Dices, de lo hecho hasta ahora, todo está perdido. Así que, qué más da enviar a Alemania o a los Estados Unidos. Vamos a empezar otro mercado. La vida tiene etapas. La cuestión es llegar a tiempo. Cuando ves que un ciclo se ha acabado, empiezas otro. Nos dijimos, si nos quitan la certificación, y ya no podemos enviar a ningún país, nos las apañamos para vender lo que teníamos en Catagena, en Murcia, en Madrid y en Zaragoza. Por allí malvendimos lo que teníamos preparado para la exportación. Y nos dijimos, ¿y ahora, qué?

La decisión de no pagar la certificación fue muy meditada. Éramos dos socios; Jorge, trabajaba en Telefónica, pero yo no tenía otra cosa. El 70 por ciento en la sociedad era mío. Y mi socio me pidió que la decisión la tomara yo, porque comprendía que dependía por completo de este trabajo. Y después de darle muchas, pero que muchas vueltas, decidí que no pagáramos la certificación. Recuerdo que mi cuerpo y mi cabeza funcionaban a pleno rendimiento. Me dije, yo no puedo prostituirme, no me gusta. Hay que hacer frente a la situación. Éramos conscientes de que nos iban a quitar la certificación. Pero pensamos, otra puerta se abrirá. Porque la vida funciona así. Y evidentemente, se abrió.

La yegua Amor forma parte del equipo.

La yegua Amor forma parte del equipo.

Empezamos a vender toda la producción en la alquería, pero poco a poco. Había una mujer de Bonrepós [localidad de l’Horta Nord de Valencia] que me pidió que le preparara algo para su casa. Era una cosa que veníamos haciendo a baja escala durante el tiempo de la exportación. Empezamos con una caja. A la semana siguiente ya eran dos. Y fue creciendo. Era una venta solapada con el envío a Madrid y a otros sitios que he mencionado antes. Sin certificación ya. Al cabo del tiempo la demanda local era grandísima. Nos conocía mucha gente, habían comprobado la cualidad del producto. Nos ha ido bien.

Ahora mismo estamos cultivando treinta hanegadas, dos hectáreas y media. Tenemos un chaval que trabaja cada día a jornal, y dos estudiantes de la Escuela de Capataces de Catarroja, yo mismo, y mi mujer que también nos echa una mano. Los lunes hay alguna persona más para preparar las cajas que se venden al día siguiente.

Bajada reciente de consumo

Desde que empezó eso que llaman crisis, en los últimos dos años aproximadamente, hemos detectado dificultades en la venta. Algunos clientes habituales se han quedado en el paro y han dejado de venir. Y eso que en las charlas que hacemos un par de veces al año a la clientela, dejamos claro que, aunque no tenga dinero, no dejen de venir a por los alimentos; que ya veremos la forma de solucionar este problema; vienes a por la caja, pero tú sabes hacer cosas que pueden ser útiles, un intercambio. Pero la idea no ha cuajado, se queda en palabras. Cuando alguien se queda en paro o tiene dificultades económicas, lo normal es que deja de venir. Calculamos que el descenso está entre el 30 y el 40 por ciento. Nos hemos buscado otro mercado en Madrid. Llevamos allí lo que el mercado local no absorbe aquí, un pallet cada dos semanas, y una relación que estamos estableciendo con un colegio del sistema Waldorf para abastecer su comedor escolar.

Gallinas ponedoras de huevos sabrosos y ecológicos.

Gallinas ponedoras de huevos sabrosos y ecológicos.

La Revolución Verde

Para explicarlo rápidamente, la Revolución Verde son los productos químicos sobrantes de las dos guerras mundiales, así como lo experimentado en la guerra del Vietnam, como el agente naranja, glisofatos, herbicidas para acabar con la “mala hierba”, dicho entre comillas. Los macroeconomistas del momento pensaron que eso que había sobrado se podía utilizar en el campo y sacarle rendimiento. Eso comportó un desmembramiento del conocimiento tradicional del cultivo a nivel mundial. A partir de los años cincuenta y sesenta la estructura agraria construida al cabo de los siglos se empieza a desmembrar. En una generación desapareció. Hoy quedamos pocos labradores que pensamos que la agricultura tiene que ser otra cosa. La Revolución Verde fue una puñalada muy dura.

Yo practico la agricultura ecológica, y me estoy pasando a la agricultura biodinámica. Se debe a los problemas que estamos encontrando en la agricultura ecológica, un gran desequilibrio en el planeta. La agricultura ecológica es como la agricultura tradicional, nada que ver con la agricultura convencional, una práctica ancestral que se ha hecho durante milenios hasta nuestros días. Ahora bien, el planeta no está en las misma condiciones. Los problemas se notan cuando se detectan plagas que antes no existían. Por ejemplo, el pulgón. Es un bichito que se multiplica a miles. Prueba de ello es que los pulgones hacen colonias enormes y densas, y de pronto muta, saca alas y hace otra colonia. Se ve claramente una evolución espectacular. Es una de las manifestaciones del desequilibro de la naturaleza. La causa puede estar en el abonado que empleamos, aunque sea orgánico. También puede deberse al medio ambiente. No tenemos certeza total, estamos averiguándolo a base de experimentos muy significativos.

Pruebas con la agricultura biodinámica

Esto nos lleva a pensar que acaso tenemos que hacer las cosas de otra manera. Entonces nos encontramos con las cinco conferencias de dio Rudolf Steiner sobre la biodinámica a principios de los años veinte del siglo pasado. Steiner dice que lo único que aporta la agricultura son los preparados. En Europa, en aquella época había muchas granjas ecológicas, es decir, tradicionales, el nombre todavía no se había inventado. En esas granjas no entraban ni venenos ni abonos químicos, porque no había. Al desarrollarse la Revolución Verde aparece una nueva problemática. Así es como descubrimos la agricultura biodinámica practicada por mucha gente, y empezamos a tenerla en cuenta. No es una agricultura espiritual ni cosas así. Para mí es algo por completo normal, aunque debido a nuestro desarraigo vital suena a algo raro.

Nos encontramos en estos momentos en un proceso de prueba, queremos saber cómo funciona la biodinámica. Se trata de partir de una materia orgánica, un compost, de la máxima calidad, proveniente de animales que vivan en las mejores condiciones posibles, sin estrés, sin determinados problemas comunes, animales sin problemas, que vivan, comen y caguen como debe ser. Sus defecaciones vendrán a parar al campo. Este es el proceso más importante.

Luego está la descomposición de esas defecaciones. Puede hacerse amontonándolas, o depositándolas directamente en la tierra sin procesar. Esto todavía no lo tenemos claro. Lo que sí sabemos es hemos de hacer algo diferente en busca del equilibrio. Se trata de conseguir la máxima garantía de que los productos que vendemos no tienen nada raro, aunque sea ecológico y esté autorizado. Se trata de llegar a una intervención cero.

El compost que se usa hoy viene de Teruel, de la zona entre Camarena de la Sierra, la Pobla de Valverde y Sarrió. Es de challes o borregas que pasturan en la alta montaña mientras están preñadas. Duermen en las parideras y de ellas se obtiene el estiércol. Parece que es de gran calidad. Estamos haciendo visitas a diferentes establecimientos del entorno, hasta Murcia, Alicante o Cataluña. Si el resultado experimentado es satisfactorio, empezaremos a hacer pruebas limitadas. Si el resultado es bueno, lo que nos proponemos es criar nosotros nuestros propios animales, aquí, como se hacía antes.

Las deficiencias de los estudios agrícolas

La Escuela de Catarroja nos propuso hace años colaborar con ellos. Entonces le ofrecimos una vieja escuela que hay aquí en Alboraya, abierta por la República, todo un símbolo, y que tenía unos terrenos alrededor que podrían alquilarse. Planteé a Catarroja empezar a trabajar en esta escuela gestionada por el ayuntamiento de Alboraya, y que hablaríamos con los propietarios de los terrenos. Vinieron a verlo y nos dijeron que no era posible, que no lo veían. Nos plantearon realizar el mismo trabajo en Catarroja. Vamos a verlo, dijimos. Y nos quedamos sorprendidos cuando nos ofrecieron unos campos donde almacenaban lodos de depuradoras. Mi socio y yo dijimos que no.

En estos momentos, la escuela de Catarroja nos envía dos alumnos cada año durante tres meses, becarios con todos los papeles de acuerdo a la ley. El problema está en que estas personas que tienen el título de capataces agrícolas y vienen aquí a hacer prácticas, no saben hacer nada práctico. Y la Escuela de Catarroja es pública, pagada por todos los valencianos y valencianas. Yo me atrevo a preguntarme qué se hace con el dinero público. Estas personas tienen un título de capataces y cuando llegan aquí no saben hacer absolutamente nada. Entiendo que hay un malgasto de dinero, y creo que el profesorado debía de denunciar lo que está pasando allí. Hay tractores, motocultores, pero no se utilizan, es lo mismo que decir que están inservibles, aunque están en buen uso. Los titulados no saben llevar un tractor o un motocultor, no saben cuándo se planta.

Cuando ves este panorama, te preguntas qué pasa, cómo es que a los alumnos, a los profesores y a toda la estructura pública no se les cae la cara de vergüenza viendo que lo que han hecho con los estudiantes es un robo de la cultura valenciana, de esa cultura vieja de trabajar el campo, de saber estar en el campo.

Es digno de ver a los chavales cuando llegan aquí. No saben andar por el campo, no tienen la más remota idea del campo. Y a nivel teórico, es también una falta de vergüenza lo que les enseñan. Tampoco saben prácticamente nada. Me gustaría que alguien me explicara por qué les tiene dos años pasando el rato, y por qué no tienen la valentía de decir, vamos a trabajar al campo. Que contraten a labradores que puedan darles clases prácticas, si no en Catarroja, en Alboraya, en Almásera o donde sea. Pero que se formen para ser hombres y mujeres con un oficio para su día de mañana. La cultura de nuestro país está por completo desarraigada.

En cuanto a la universidad, eso no tiene nombre. Las subvenciones que reciben de las diferentes multinacionales para engañar al alumnado son tremendas. Les meten una gran cantidad de mentiras en la cabeza… y pido disculpas por hablar de este modo tan natural, es mi forma de ser. Cuando estos ingenieros agrónomos llegan aquí no tienen el conocimiento teórico y práctico que se se les supone. Por mucho que nos duela, en Cuba no pasa eso. Yo he estado allí y lo he visto. Un ingeniero titulado sabe trabajar, sabe llevar un tractor, sabe matar a un toro o a un cerdo para alimentarse. Eso lo he experimentado yo, porque estuve una temporada en Cuba con una ONG. Vi cosas que no me gustaron; hechos que para mí no tenían ningún sentido, porque al final, en la agricjultura, era la misma historia que en los países capitalistas, cuando tenían productos químicos los tiraban, y si no los tenían, no los tiraban. Pero en cuando a formación, la escuela funciona allí de otra manera. Me llamaba la atención que un país que está en unas condiciones muy precarias, tenga una buena enseñanza, en contraste con España, que dicen que es la octava potencia del mundo. Aquí la gente es inútil. Y lo digo como denuncia a la estructura de la universidad. Y además, una denuncia porque admiten toda la parafernalia de los transgénicos. La ironía es que esa universidad se encuentra donde estaba parte de la huerta de Valencia, que ahora está enterrada, como están enterradas las alquerías y muchas personas, que no pueden reaccionar ante las barbaridades que hicieron cuando estuvieron construyendo la universidad.

La parábola de la educación y el árbol de la vida

Aprender oficio cuesta años. Ser un labrador mediocre está al alcance de cualquiera, como ser un periodista mediocre. Pero tú sabes muy bien que para ser un buen periodista se necesitan años. En el mundo del campo pasa exactamente lo mismo. Se necesita pasar tiempo al lado de un profesional, experimentar y sobre todo que te guste.

Dicho de esta manera, en el momento actual eso es una utopía. Es una utopía porque no hay una base. El defecto está en la enseñanza, en la formación, en la escuela. Eso no quiere decir que la gente tenga que estudiar agricultura solo. Hablamos de que la formación y la educación son malas, que los temarios son un desastre en todas las ramas del saber. O empezamos otra vez a formar, a darle al árbol la estructura que precisa, como decían los antiguos griegos, partir de las raíces sanas, para que desarrollen un tronco, unas ramas potentes, para que de fruto. Tiene que haber una buena correlación entre hogar y escuela, para que se puedan formar hombres y mujeres de provecho. Si no se hace así, ni las matemáticas ni la agricultura ni ninguna otra materia podrá avanzar. Porque no hay estructura. Y esa estructura la forma la educación. Si nuestra agricultura es deficiente es porque tenemos una enseñanza deficiente. Esto es un aspecto filosófico. Nos enseñan la parte más inútil, por decirlo así, lo que debían poner primero lo dejan para el final, la práctica. No tenemos ni centro ni base de partida, así que las ramas del árbol, que son las materias, caen a tierra. Si esa formación fuera sólida desde la raíz, pasaría por el tronco, llegaría a las ramas. Y las hojas de ese árbol formarían la sociedad, con sus flores que son el cerebro de las personas que piensan.

Yo me estructuro mi árbol. Es un árbol que yo visualizo, y lo veo en mí. Me lo creo, lo siento. Y me da fuerza para tirar hacia delante. Nada cambiará si yo no cambio. Y si yo cambio, todo cambiará. Eso no es un estereotipo o una frase hecha. Es algo cierto, emocional. El hombre se deja llevar por la emoción, construye sus emociones Yo me construyo las mías, en un mundo que es un basurero. Mi árbol tiene cabida en ese basurero. Uno mismo se crea su propio espacio, pero te lo tienes que creer. Si yo he realizado todo lo que tengo y se ve, los demás también pueden hacerlo, porque son personas exactamente igual que yo. Cuando empiece a haber muchos pequeños árboles, tendremos los argumentos objetivos y humanos, emocionales sentimentales para construir ese gran árbol que sería la sociedad en la que algún día yo sueño vivir.

El futuro de la agricultura ecológica pasa por una buena educación

El trabajo tradicional de la tierra ni es liviano ni es fácil. El agricultor ecológico tiene que comprender y aceptar las condiciones de su trabajo, lo que le cuesta, los sacrificios que ha de hacer para obtener de la tierra productos naturales, no envenenados. La explosión presente de agricultores ecológicos se debe a causas coyunturales. Son jóvenes y no tienen otro trabajo. Vuelven a la tierra, a probar. Pero en cuanto la situación mejores, la abandonarán.

La agricultura ecológica, la agricultura bien hecha, la agricultura es lo que su término indica, cultura del campo, cultura, cultivo. Que arraigue entre la juventud lo veo dentro de una estructuración nueva de la enseñanza. Entonces la agricultura será lo que debe ser, porque las dos cosas van ligadas. Si te duele la barriga, posiblemente el dolor no lo causa directamente la barriga, a lo mejor es un dolor emocional que se manifiesta en la barriga. Así que hay que tratarlo de otra manera. No podemos hablar de agri-cultura si no hablamos de esa estructura en la que se tiene que basar la enseñanza, la filosofía. El centro del hombre funcionará gracias a la salud de esas ramas. Funcionará la agricultura y todo lo demás. Si no, habrá una gran ausencia. Que es lo que hay hoy.

 

 

 

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