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Agricultura y naturaleza

II Jornadas de Agricultor@s y Agroecología en Villena

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Reseña y fotografías de Fernando Bellón

El territorio de la agroecología es vasto y está lleno de contrastes. El sábado 21 de diciembre de 2013 se ha podido comprobar este panorama en la ciudad de Villena, provincia de Alicante. Allí se mantuvieron las II Jornadas de Agricultor@s y Agroecología, organizadas por la Sociedad Española de Agricultura Ecológica y el Ayuntamiento de la localidad.

La mesa redonda sobre experiencias agroecológicas

La mesa redonda sobre experiencias agroecológicas

Se trataron en ellas dos factores importantes en la agricultura biológica: los canales cortos de comercialización y los sistemas participativos de garantía. CCC y SPG. El postmodernismo del que no acabamos de salir impone una sopa de letras en la que flotan a la deriva instituciones, ideas y conceptos.

Canales Cortos de Comercialización son los mercadillos locales de alimentos frescos y elaborados en las cercanías, propiciadores de la relación directa entre consumidor y agricultor, vía visitas a los huertos o compra en el campo o alquería, y la venta por medio de internet. Los labradores y labradoras agroecológicas encuentran en los CCC una garantía de subsistencia. Obligados a cultivar extensiones limitadas de terreno, en el caso de los productos de huerta, encuentran en la ciudadanía de su término municipal y aledaños un mercado seguro, continuo y en expansión.

El contraste: la producción bio-agrícola española es la mayor de Europa, mientras que el consumo interior es de los más bajos. Así que un alto porcentaje de esa producción ecológica ha de recorrer largas distancias hasta llegar al estómago de quien la aprovecha.

La primera intervención en estas II Jornadas incidió los contrastes de la agrobio. José María Egea, de la Universidad de Murcia y miembro de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE) describió el panorama en el que se enmarca la producción ecológica agraria.

La infausta Revolución Verde

El fondo de este panorama se llama Revolución Verde, obra de las grandes multinacionales químicas y agrícolas, dueñas de patentes de semillas y de productos fitosanitarios. Hasta que estalló esta revolución magistralmente urdida, en los años 50, pocos países, como los Estados Unidos, empleaban a fondo pesticidas, herbicidas y semillas transgénicas en su producción agraria. El argumento de los promotores de la Revolución Verde fue que si no se utilizaban mecanismos artificiales y artificiosos no se podría alimentar a la población del planeta, en crecimiento exponencial.

José María Egea reveló con datos contundentes la fantasía que oculta esta Revolución Verde. Seguida por la Revolución Biotecnológica, ha convertido a las multinacionales en dueñas del 82 por ciento de las semillas patentadas. Se trata de variedades más productivas que las “tradicionales” o “naturales” porque están preparadas para absorber fertilizantes. La consecuencia fue romper el equilibrio natural, algo que en España se mantuvo hasta los años 60, cuando empezaron a introducirse los productos fitosanitarios en la agricultura.

Una advertencia llena de sentido en l'Horta de València

Una advertencia llena de sentido en l’Horta de València

Un dato un tanto melodramático es que 355.000 personas mueren cada año en el planeta, víctimas de los plaguicidas, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.

Egea dijo que de las 80.000 especies de plantas comestibles, 10.000 de las cuales ha cultivado el ser humano a lo largo de los tiempos, hoy se explotan apenas 200, y sólo cuatro, el trigo, el maíz, el arroz y la patata, acaparan la producción, en beneficio de quien dispone y vende semillas, un 60 por ciento de los alimentos. Unas pocas más, 20 especies, dijo Egea, copan el 90 por ciento.

Estas cifras escalofriantes se vuelven terroríficas al conocer que las grandes compañías se dedican a comprar tierra a precios irrisorios en países pobres y emergentes, con el objetivo de monopolizar terreno agrícola, casi siempre en lugares próximos a grandes ríos.

Egea continuó su dura exposición distinguiendo la agricultura insostenible dominante de la agricultura alternativa. Y dentro de ésta hizo una división: agricultura sostenible y agricultura ecológica.

La sostenible es una agricultura convencional racionalizada, integrada en el paisaje, de precisión, de conservación.

Agricultura basada en principios agroecológicos

La agricultura ecológica, siguió Egea, se subdivide en dos fórmulas, la que busca nichos de mercado, y constituye un 90 por ciento de la censada, y otra que se basa en los principios agroecológicos.

Esta distinción conceptual es clave para entender el vasto y contrastado territorio de la bio agricultura. Una cosa es la agricultura ecológica sin más, y otra la basada en principios agroecológicos.

En la primera, la más generalizada y potente, es foco de interés de la multinacionales. Su modelo es globalizado, de acuerdo con el que mantienen esos carteles agrarios, y se basan en canales de comercialización inmensos y dominados por las grandes marcas. El agricultor se subordina al a multinacional, y los alimentos producidos son caros y dirigidos a elites pudientes que cuidan su salud.

El objetivo de la agricultura basada en principios agroecológicos, señaló Egea, es la creación de sistemas agrarios sostenibles por medio de las soberanías alimentaria, energética y tecnológica. En pocas palabras, que el labrador y el consumidor no dependan de entidades poderosas. Exhibió Egea el ejemplo de Cuba, obligada por las circunstancias a sobrevivir de un modo autárquico debido al perenne bloqueo yanqui; allí, el 80 por ciento del consumo vegetal es de producción local.

La agricultura basada en principios agrobiológicos busca recuperar los recursos endógenos o propios, el merado de proximidad (las famosas CCC) y la innovación agroecológica basada en las experiencias y las investigaciones de los agricultutores y técnicos.

José María Egea terminó su exposición ilustrándola con un ejemplo próximo y familiar. Ha conseguido producir e inducir a producir ecológicamente a agricultores murcianos, y a colocar su producción en una tienda física y on-line (la venta internáutica es notablemente inferior a la física) llamada Zagaleco. Insiste Egea que muy pocos agricultores asumen riesgos, es decir, que los labradores de toda la vida no son aficionados a experimentos, aunque sean tan contrastados y viejos como la tradición que ellos mismos conocen por sus padres y abuelos.

Tras la intervención de Egea se realizó una mesa redonda en la que siete ponentes expusieron sus experiencias relativas a los canales cortos de comercialización y a los sistemas participativos de garantías. Moderó al mesa José Antonio Rico, productor de uva de mesa ecológica de Novelda, conocido en estas páginas de Perinquiets.

Sistemas participativos de garantía

Los sistemas participativos de garantía (SPG), no reconocidos oficialmente en Europa, son una propuesta alternativa al sistema oficial de certificación ecológica. La certificación ecológica, otorgada por instituciones oficiales o delegadas, es la que un agricultor necesita para vender sus productos en el mercado, sea local, sea lejano, sea internacional con sello reconcido. Los SPG son utilizados principalmente por pequeños agricultores y ganaderos en países emergentes de Asia, África y Latinoamérica, donde la soberanía alimentaria y la independencia de los intereses de los grandes grupos agroalimentarios, son objetivos primordiales. Un sistema participativo de garantía depende de los labradores, agrupados o no en cooperativa, y de los consumidores locales.

Inés Payá, de la Asociación de Consumidores Ecológicos l’Alficós, de Petrel, informó de su experiencia, una de las varias que funcionan en la provincia de Alicante. Cuenta con 30 socios reales, organizados en la búsqueda y mantenimiento del abastecimiento de productos agroecológicos, casi siempre locales, aunque ciertas frutas o verduras que no se producen en Alicante han de traerlas de fuera. Comentó Inés que algunos socios de l’Alficós se han puesto a producir mermeladas y cosmética natural. Se dedican a una labor divulgativa pedagógica que da buenos resultados, en la promoción de los pilares de l’Alficós: ecología, salud y justicia social.

Raquel Ginés, del Mercat de la Terra-Arrels, de Sant Joan d’Alacant, relató los altibajos de su experiencia. Construir un mercadillo semanal o mensual es complejo en términos burocráticos y costoso en términos humanos. La base ética de este mercado se halla en la Plataforma de Sobirania Alimentària del País Valencià, que también intervino en la mesa, en boca de Patricia Dapazo. Funciona desde 2008, y funciona combinando la informalidad y espontaneidad con actividades formativas formales y en experiencias cercanas de Ecologistas en Acción y de Bioalicante.

Los sistemas participativos de garantía, dijo Patricia, generan cambios de visión y de comportamiento en los agricultores y en los consumidores, al facilitar su contacto y obligarles a compartir acuerdos. Es la forma más eficaz, dijo Patricia, de cambiar el mercado por la vida, de levantar de modo lento pero firme una plataforma anticapitalista eficaz.

César Colomer es un agricultor ecológico de Villena que ha montado una cooperativa con otros dos socios, la Huertecica. Joven y sin experiencia agrícola, llegó a ella por medio de la afición y de la lectura apasionada. Ahora es un profesional, aunque todavía se encuentra en los umbrales del optimismo. Para él la ecología es un salvavidas científicamente probado.

Mabel Crespo es una palentina afincada en el municipio de Salinas, donde es concejal. Ha promovido el mercado ecológico semanalde la población, un éxito, a pesar de los recelos y la poca fe de algunos de los que lo componen. El antídoto de este clima es la confianza en la acción colectiva, frente a la competitividad individual. Es importante, dijo, que se admitan los diferentes ritmos personales de incorporación al sistema agroecológico. No todo el mundo lo entiende igual y participa en él con la misma intensidad. La pedagogía y la paciencia son los instrumentos del éxito.

Antonio Soriano, de la Asociación Vegetariana y Naturista de Villena, que funciona desde 1981, dio cuenta de su larga experiencia en la agroecología, en la que participa como cultivador aficionado. Gracias a la revista Integral, veterana en esas lides, y a otras editadas en Francia a las que tuvieron acceso, terminaron abriendo una tienda que abastece a los ecologistas y veganos de la zona. Contó que muchos de sus productos los traen de Carrícola y de Bélgida, dos pequeños municipios de la Vall d’Albaida al límite de Valencia con Alicante. Dice que para ellos fue una sorpresa descubrir que en Carrícola el 90 por ciento de la producción era biológica.

Cerró la mesa Juan Manuel Montaner, del Parc Agrari de Carrizales de Elche. Promovido por la Unió de Llauradors del País Valencià, cuenta con 400 comuneros regantes. De ellos, 30 son agricultores efectivos, que cultivan 33 hectáreas. Una de las características notables es la existencia de 200 kilómetros de acueducto sin entubar, para el riego. El proyecto pretende rescatar un territorio degradado, según modelos europeos de naturaleza ecológica. Producen básicamente melones, y han ingeniado una campaña publicitaria basada en los reportajes elaborados por las televisiones locales que, faltas de programación propia, emiten y vuelven a emitir los pequeños reportajes de interés.

Montaner lamentó la falta de presupuesto de su iniciativa. Y contó una anécdota berlanguesca propia del país en el que vivimos. La consellería de Medi Ambient había recogido con interés el proyecto de Carrizales, y estaba dispuesta a invertir en él. De pronto, al conseller, José Ramón García Antón, le dio un infarto, falleció, y el nuevo conseller se olvidó de Carrizales.

En el debate que siguió a las exposiciones se puso de manifiesto la flexibilidad y la necesidad de convivencia de diversos métodos que garanticen la subsistencia de la agricultura ecológica. Esta no debe basarse estrictamente en lo local, ni tampoco debe orientarse a la exportación, se dijo. Y una forma eficaz de paliar las deficiencias y perversiones del mercado es el fomento de las asociaciones de consumidores y su relación con los agricultores. De este contacto emergen los sistemas participativos de garantías y se deja de lado la poco agroecológica introducción de las marcas blancas en la producción biológica. Mantener la raíz ética no excluye la existencia y fomento de los mercado lejanos o exteriores.

Taller de SPG

Por la tarde, el colofón de las II Jornadas de Agricultor@s y Agroecología fue un taller de SPG.

Lo realizó César de la Cruz, de la Red Agroecológica de Granada y miembro de SEAE, en base a dos experiencias, una de ellas todavía viva, Ecovalle. Los Sistemas Participativos de Garantías nacieron en Iberoamérica, para facilitar la subsistencia de los pequeños agricultores tradicionales que no podían afrontar los gastos de una certificación oficial, también llamada “de tercera parte”. Hoy, estas SPG se complementan con los SIC, Sistemas Internos de Control, y ambos están legalizados en algunos países como Méjico, Ecuador y Brasil. Son válidos para una dispersión de pequeños agricultores, asociados en cooperativas o no, y para grupos locales de cultivadores. Su aceptación en nuestro continente se debe a que los SPG incorporan aspectos sociales que no contempla el reglamento UE que otorga el sello ecológico, como por ejemplo la proximidad geográfica o el que se trate de producto de temporada. Además, estos sistemas de garantía abaratan el coste de la certificación.

El método de cooperación entre agricultores y consumidores se basa en la formación, en la elaboración de protocolos o guías de comprobación de las buenas prácticas, y en la participación de los consumidores en el proceso, por medio de visitas, de catas, de jornadas de puertas abiertas. Técnicos agrícolas controlan que el proceso sea auténticamente agroecológico y eficaz, porque a la agroecología se llega poco a poco, nunca de golpe.

En poco más de dos horas, los participantes en el taller pudieron comprobar la complejidad del sistema y su eficacia, basada en la economización de esfuerzos y de protocolos.

Jornada intensa, educativa, y llave para la apertura de nuevas iniciativas arraigadas en el territorio. Villena se ha propuesto la creación de un parque agrario, como alternativa a la disminución de la actividad industrial que la crisis ha reducido en gran escala.

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