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Cultura y comunicación

Visita al MAN (Museo Arqueológico Nacional) de Madrid

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Una reseña de Gaspar Oliver

Todos los museos son imprescindibles, por conflictiva que sea su propuesta y por mal hecha que esté. Al final, la experiencia y la inercia académica terminan por mejorarlo. Lo que se muestra en los museos, por sectorial, sectario o dogmático que sea, es una lección de retórica que sirve para que los seres afectados se conozcan un poco mejor.

El Museo Arqueológico Nacional era hasta la presente renovación un almacén de trastos viejos cuajados de historia y cultura. Visitarlo era una delicia, a pesar del amontonamiento de material y la falta de información y de guías temáticas. La presencia de la Prehistoria y de la Historia antigua era fascinante. Uno se sentía trasladado al siglo XIX, cuando el Museo se fundó (1867), porque poco parecía cambiado.

publicoPor fin ha llegado el momento de aprovechar las colecciones no solo didácticamente, sino de exhibirlas en todo su esplendor. Según datos de hemeroteca, el MAN, cerrado en 2011 para su restauración, ha costado 36 millones y pico de euros y un año más de lo previsto. El trabajo realizado es notabilísimo. Soy testigo periodístico de la digitalización fotográfica del busto de la Dama de Elche, que experimentó un baño de haces láser para su transformación en holograma. El trabajo lo dirigía el fotógrafo Santiago Relanzón, profesional con estudio en Valencia. Nos dijo entonces a Antonio Rubert y a mí, reporteros del extinto Canal 9, que la idea era colgar en Internet este trabajo en varias esculturas, y utilizar la holografía en exposiciones itinerantes.

La visita que he realizado a la página web no remite a ninguna holografía, pero para aquel que prevea visitar el MAN, es muy recomendable hacer una virtual.

En 1852 se abrió el Germanisches National Museum en la ciudad de Nuremberga. Por entonces, Alemania no existía, aunque sí la idea que la originaría. Cada vez que voy a aquella ciudad a ver a mi hija, mi yerno y mis nietos, lo visito. A mí me gusta mucho más que el Museo Pérgamo de Berlín, quizá porque lo que conserva fue guardado a buen recaudo durante la Guerra Mundial, y se exhibe casi como era hace un siglo, mientras que los colosales restos que alberga el de Berlín fueron machacados durante los bombardeos, y hubo que recomponerlos, es decir, no son los originales.

La referencia al GNM de Nuremberga es comparativa. El MAN de Madrid está perfectamente a la altura de aquel, y en algo le aventaja: todos los textos están en dos idiomas, español e Inglés, mientras que en el GNM solo parte de la colección goza de esa ventaja.

Es lícito afirmar que la colección del MAN es de un valor superior a la de muchos museos semejantes de la Europa poco latinizada, en razón de la variedad y riqueza de las civilizaciones que habitaron la Península Ibérica. El trabajo de documentación para el visitante es magnífico, con carteles y videos que hacen de la visita un auténtico cursillo de arqueología. Hasta el extremo de que para aprovechar bien el recorrido hay que limitarlo, porque uno acaba saturado de información y de imágenes sublimes, desde puntas de flecha hasta la Dama de Baza, vitrinas en las que se representa la vida cotidiana de viejas culturas, estatuaria que nos habla con maestría de nuestro pasado…

Un recorrido por las estupendas salas del MAN sirve además para demoler estereotipos nacionalistas recientes, hirvientes, falseadores. Me refiero, claro, a Cataluña y al País Vasco. No sé en qué términos hablaran de su prehistoria los museos arqueológicos de aquellas comunidades autónomas, pero desde luego, si falsifican y mienten, en el MAN tienen una buena lección de ciencia no retorcida hecha en Madrid, capital de España de momento.

IbericoPara el aficionado a la agricultura, en especial a la agricultura ecológica, el MAN es una mina de recursos. Aquella de los primeros siglos de la civilización humana fue una sociedad o un montón de sociedades agrícolas. No sé si muy ecológicas, porque a veces se dedicaban a devastar bosques en provecho del cereal, pero sí obligadas a las leyes de la naturaleza, en la que los compuestos químicos no eran nada sofisticados y su peligro medioambiental inexistente. A la luz de los conocimientos agronómicos presentes, evocar la vida de aquellas tribus campesinas es iluminador.

Acabo con una referencia a un aspecto de la exposición sobre la Prehistoria que me llamó mucho la atención. Destacan los pedagogos responsables de los textos la importancia de la desigualdad en el cambio del Neolítico a la Edad de los Metales. Entiendo que la idea que transmiten es esta: mientras al ser humano era un animal inteligente errante y recolector, no tenía más enemigos que los depredadores, los bichos venenosos y alguna que otra horda que competía por el territorio, pero considerados como grupo, nadie dominaba sobre los demás de un modo aprovechado e inicuo. Es la sedentarización y los beneficios de la agricultura lo que crea unas reservas de las que termina aprovechándose un clan y luego una casta. Con el uso de los metales, el aprovechamiento de la tierra y de la ganadería se dispara en relación a la sociedad de recolectores y cazadores, que no podía almacenar más que a cortísimo plazo. La desigualdad se impone, y se trasforma en una dignidad inventada, una deificación y es establecimiento de castas sacerdotales y aristocráticas.

Esta reflexión está llena de detalles y derivaciones en una época como la nuestra en la que nos creemos más listos que nuestros antecesores porque practicamos una cosa que llamamos democracia, en la que queda constitucionalmente instituida la propiedad (por desmesurada e inmoral que sea), las diferencias repugnantes de clase y riqueza y la deificación del dinero, la ambición y la violencia (eso sí, todo legal).

Como puede observarse, una visita a un museo deriva en cantidad de impresiones e ideas, y puede llegar incluso a la subversión. ¡Vivan los museos!

Mi reconocimiento al equipo que hoy dirigen Andrés Carretero Pérez y Carmen Marcos Alonso.

 

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