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Cultura y comunicación

Apocalipsis y estadísticas

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Las dos imágenes que ilustran este artículo pertenecen a la colección In Apocalipsin XXI. Un Beato para el Tercer Milenio. Creación del artista plástico Francisco Campos Lozano, se expuso en el Museo Diocesano de Palencia, 2003, y en la iglesia de los Jesuitas de Toledo en 2005.La ilustración de portada es «Tercer Sello. Caballo del Hambre», óleo, tabla 60×70. Sobre estas líneas, «La Destrucción de Babilonia», óleo, tabla 55×70

Un artículo de Gaspar Oliver

La idea del fin de los tiempos es común al tiempo humano. Desde el miedo de los más refinados antropoides paleolíticos hasta la civilización catastrofista de Internet. Miedo a la incertidumbre y a desaparecer sin dejar rastro. Debe ser por eso que los seres humanos no hacemos más que dejar noticias de lo que hacemos bien, mal, y de lo que no hacemos.

Cuando yo era estudiante, se nos insistía en la obsesión medieval por el Apocalipsis, confirmado por pruebas irrefutables para ellos: plagas e invasiones.

Estos mismos elementos, con indumentarias variadas, están presentes en todas las civilizaciones y épocas. Así que las predicciones apocalípticas de la nuestra no son ni novedosas ni más catastróficas. Simplemente son más visibles. No es lo mismo leer el Libro de las Revelaciones (Apocalipsis) de San Juan, que ver esas películas impresionantes de alienígenas monstruosos.

Admiro y me seduce la inventiva de los productores de este género, pero sobre todo su maestría técnica para mostrar en la pantalla imágenes verosímiles de las más espantosas catástrofes. Nos acostumbran al caos sobrevenido, ¿por qué será? La reflexión moral que surge casi siempre es si no estarían mejor aprovechados esos presupuestos mastodónticos en atender catástrofes de verdad, o en investigarlas y prevenirlas. Pero esto es una idea tan irrelevante y tan necia, como la de ¡cuánto dinero se desperdicia en las guerras!, que suele responderse con eso de “el ser humano es malo por naturaleza”, una apreciación moral que carece de base filosófica. El ser humano es tan malo como el tigre o la oruga, para sus oponentes o alimentos en la escala antrópica o animal.

El negocio del Apocalipsis es muy rentable, y no sólo en el mundo del entretenimiento mediático. La alarma del cambio climático está dando lugar a todo tipo de propuestas medioambientales que cuestan dinero, esfuerzos y sacrificios. Algunos ecologistas sensatos reclaman la vuelta a la energía nuclear.

No deja de ser paradójico que en los lugares del planeta donde la naturaleza se muestra más hostil, en los desiertos, en los trópicos africanos o asiáticos, la población esté acostumbrada a calamidades meteorológicas de temporada, sequias, monzones, desbordamientos, inundaciones etc. Lo llevan con resignación, qué otra cosa van a hacer. Allí, como aquí o en la próspera Norteamérica, los mismos fenómenos nos sobrecogen gracias a los reporteros Tribuletes de televisión, que envían a nuestro hogar las imágenes de la desolación. Lo que se cuenta poco es que muchas inundaciones afectan a terrenos deprimidos donde se han construido viviendas a sabiendas de lo que podría ocurrir, que la desertización es un fenómeno registrado desde hace miles de años, y que en países con un estado fuerte, las catástrofes se remedian con prontitud y pocas bajas.

Luego aparecen las estadísticas. Las estadísticas son la crónica moderna del Apocalipsis.

Escribo en Google “Cambio climático y temperaturas”. Gran sorpresa, lo primero que me sale es la web del gobierno de Aragón: En los últimos 100 años, la temperatura media global ha aumentado 0,76 ºC (Grado Celsius). 11 de los 12 años más calurosos desde 1850 se concentran entre 1995 y 2006. En España ese calentamiento ha sido de 1,5 ºC. Me preguntó qué será eso de la temperatura media, en un planeta inmenso con variedad de climas.

La página de la ONU asegura que los cambios climáticos pueden ser naturales, pero desde el siglo XIX las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas. ¿Los cambios producidos por los pecados del hombre no son naturales? El hombre-gólem, máquina de maldad.

La página de la NASA apunta que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), que incluye a más de 1.300 científicos de Estados Unidos y de otros países, predice un aumento de la temperatura de entre 2,5 y 10 grados Fahrenheit durante el próximo siglo. ¿Esos mil trescientos científicos tienen nombre apellido y han firmado publicaciones? Lo “negacionistas” también alegan miles de científicos.

Otro argumento asegura que los últimos seis años han sido los más cálidos registrados desde 1880, según un comunicado de prensa de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), y 2016, 2019 y 2020 fueron los tres primeros. La OMM predice que hay 20% de probabilidad de que el aumento de las temperaturas supere temporalmente los 1,5°C a partir de 2024. ¿Cómo se sabe que la probabilidad es del 20 % y no del 0,8 o del 36,5? Y dale con la matraca de la temperatura media.

A continuación, escribo en Google: “No hay cambio climático verificado”

Salen millones de resultados. Los que veo en las primeras páginas ponen en cuestión o niegan que no haya cambio climático, los contra-negacionistas.

Estadísticamente, el cambio climático tiene más creyentes, muchísimos más, que lo contrario.

El contraejemplo que tengo más a mano es el de un articulista que firma con seudónimo, VelardeDaoiz. En dos artículos en The Objective (Las guerras climáticas I y II) expone sin pelos en la lengua y con precisión cosas como la que sigue:

El 16 de mayo de 2013, el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, escribió un tuit que rezaba: «El 97% de los científicos están de acuerdo: el cambio climático es real, de origen humano y peligroso». La base «científica» del «97%» en ese tuit se sustentaba sobre un «estudio» que, analizando los resúmenes de casi 12.000 publicaciones científicas que mencionaban en su resumen los términos «calentamiento global» o «cambio climático global», supuestamente atribuían la parte más importante del calentamiento al ser humano (pudiendo ser esa fracción el 51%, el 77% o el 100%). Ese estudio, como otros posteriores realizados utilizando parecida metodología, ha sido ampliamente desacreditado

Como empieza a estar claro, las estadísticas son todo un credo. Son artículos de fe de quien las esgrime, sobre todo si reflejan convenientemente el Apocalipsis. Las estadísticas económicas y sociales son el Evangelio de la modernidad. Y, como los Evangelios, son de inspiración divina, y por tanto inescrutables.

El publicista y antes político Juan Carlos Girauta decía en una entrevista reciente: Acaba de morir a los 103 años James Lovelock, el padre de la tesis gaya. Él era catastrofista en el sentido que pensaba que el planeta estaba a punto de extinguirse por la acción del hombre. Lo creía de verdad. En consecuencia, llevaba muchos años postulando el uso de energía nuclear. Es decir, para él no era una identidad el catastrofismo, realmente pensaba que el planeta se iba al guano. Otros han entrado ahí por una estética del catastrofismo. Al ser una estética, nada racional, tienen que ser antinucleares.

Según un diario digital, “una diputada francesa culpa a los hombres del cambio climático. Populariza un neologismo que sitúa los daños ecológicos bajo la tiranía masculina”

Cualquiera podría llenar un libro con los disparates colgados en la red sobre el cambio climático, basados en estadísticas.

Las estadísticas de guerra son las más falaces, por razones obvias del interés de quien las elabora. El domingo 28, otro diario digital aseguraba que el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Ucrania contabiliza unos 46.500 soldados enemigos ‘eliminados’ desde el inicio de guerra con Rusia el pasado 24 de febrero, y hasta el sábado 27 de agosto. Según datos de las autoridades militares de Ucrania, se han destruido 1.939 tanques, 4.254 vehículos blindados de combate, 1.045 sistemas de artillería y 274 lanzacohetes múltiples del ejército de Rusia.

Estoy leyendo un libro recomendable Operación Barbarroja, de Álvaro Lozano. Las cifras de lo que costó a unos y a otros la invasión alemana a Rusia sobrepasan casi todas la cifra del millón: muertos, heridos, víctimas del combate, enfermedades, hambre y frío, infraestructuras destruidas, etc. El libro, muy documentado y anotado, está escrito en 2006, y desde entonces se han ajustado más los números. Las bajas de la Guerra Civil española también quedaron lejos del millón que inventó el escritor Gironella

El hambre en el mundo es otro tema recurrente de las estadísticas. ¿Cómo ha sabido “Acción contra el Hambre” que cada día mueren 8.500 seres humanos de hambre? También aseguran que han salvado de este final a 40 millones de personas en cinco años. Durante una época de mi vida tuve que proporcionar estadísticas de huelgas, y confieso que entre otro sindicalista y yo nos las inventábamos, eso sí, basándonos en datos más o menos reales multiplicados por X.

ACNUR dice que en el mundo hay cien millones de refugiados. Pocos me parecen a mí. Claro que la definición de “refugiado” puede inflar o adelgazar la cuenta.

Las estadísticas del Covid han sido polémicas siempre y en todos los casos. El editor de esta revista lo recogió en su día: “Hablemos de pandemia con datos encima de la mesa”.

Otro género son las estadísticas en futuro, las previsiones. Paro, inflación, consumo, frío, carencia de alimentos y de energía. A veces se observa en ellas una nostalgia del cerco de Leningrado.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué las estadísticas universales nunca son de fiar? Porque es imposible hacerlas ajustándose a la realidad, porque la realidad es extensa e inaprehensible, inabarcable. De ahí que o se queden cortas o se pasen de listos.

Además, está el interés de quien las publica.

Y aquí viene otro ingrediente fundamental, dividido siempre en dos bandos: catastrofistas contra negacionistas, populistas frente a liberales, conspiracionistas de izquierdas contra conspiracionistas de derechas (es una manera de etiquetar). Intereses políticos (para mantener el voto), intereses mediáticos (para vender más), intereses oscuros (que dominan a los políticos y a los mediáticos). Y así seguido, hasta la invasión alienígena de la Tierra Plana.

Se acostumbra a decir alegremente que los políticos son los meros ejecutores de los intereses oscuros de los plutócratas del planeta, confederados para dominarlo.

Este esquema lo puso en vigor la Revolución Francesa, la Ilustración, la secularización de la filosofía. Hasta entonces era Dios el único que determinaba y juzgaba los actos del ser humano. De pronto, dejó de serlo. El marxismo perfeccionó este proceso, y atribuyó a la lucha de clases los conflictos en la Tierra; el leninismo llevó a su cumbre la idea, y construyó el partido de los revolucionarios profesionales, la vanguardia de la clase obrera, que debía obedecer y seguir sus consignas.

Supongo que habrá estudios sobre la relación física, real, veraz entre los plutócratas y los políticos con mando en plaza, sus supuestas marionetas. Estudios académicos, imagino, que observan la realidad al microscopio, y por tanto se acercan a ella con lentes deformadas. Me permito recomen dar este en torno a la civilización romana, The Roman Revolution, de Ronald Syme, un tema que me apasiona, y al que dedicaré pronto una serie.

Esta clase de plutócratas no es desconocida ni oscura, se reúnen y proclaman su visión del mundo: una Humanidad que se ajuste con rigor a la vida sostenible, es decir, precaria, mínima, no faltará nada, pero no se desperdiciará nada. Claro que ellos quedan excluidos del racionamiento (¡que viene de “racional”!). Los nombres y apellidos de esos individuos son visibles, malditos para unos, benefactores para otros, peligrosos para todos… El problema es que jamás lograrán unificar a los seres humanos que hoy vivimos en naciones y estados. Tomás Moro lo intentó por escrito, Campanella en Italia y Thomas Münzer en Alemania, y otros fanáticos lo intentaron. Ni los chinos lo conseguirán.

Lo que cualquiera puede observar sin necesidad de profundos y académicos análisis es la confusión política que reina en nuestras viejas potencias, incluida España. Instituciones flojas como la UE intentan unificar, regularizar, los intereses en conflicto de los estados que la forman, siempre en beneficio de los más poderosos, como es de esperar. Este empeño imposible lo cubren de un escudo burocrático que no aprovecha más que a los que lo manejan, y que los ciudadanos observamos como se mira a un espejismo o una película de ciencia ficción, con la mano en el bolsillo, por si acaso.

Nuestros políticos locales, atrapados en esa red inflexible, sólo están preocupados en no perder su espacio, ganado electoralmente. Así que su única visión es la electoral, no la del interés de los hombres y mujeres que les votan. Y su ejercicio de la política consiste en meter miedo a los votantes y en prepararlos para la sumisión. Esto lo consiguen con esas subvenciones volátiles que alumbran ese mundo futuro de pobreza generalizada pero sostenible, algo terrorífico, pero inalcanzable, porque antes se producirá… un aparente apocalipsis que pondrá las cosas en su sitio, y vuelta a empezar.

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