Marzo en Cullera. Playa y rascacielos
Compartir

El invierno en el Mediterráneo es un rincón del Paraíso. El Paraíso postmoderno, con viejos turistas y turistas viejos, apiñamiento de colmena, y una playa ancha y larga por la que caminar descalzos como aristócratas arruinados. Un reportaje íntimo, sentimental y botánico de Rafael Escrig.
Jueves, 6 de marzo
Son las 7:27, amanece en la playa de Cullera.
El mar ha seguido empujando toda la noche sus olas a la orilla, y así mil millones de veces desde la eternidad. Condenado a empujar, como Sísifo, con el bramido incesante de su esfuerzo, toda el agua del océano a una orilla que, indiferente, le devuelve sus olas una a una.

Amanece y todo sigue igual que siempre. El mar, que ya no parece tan bravo como anoche, lame la arena con una leve espuma. El paseo, el tractor limpiando la arena, los tres o cuatro valientes que salen los primeros para andar, sin fijarse en ese sol que pronto dorará las mejillas y el señor con el perro que se acerca a los setos. Todo comienza igual que cada día.

Viernes, 7
El ascensor inteligente, en una pantalla con sugerentes imágenes de paisajes y lugares hermoso, me da el sonido de llegada, me habla, me da las noticias, el tiempo, la hora y la temperatura y me dice: —Ha llegado a su planta, puerta abierta.
Una llovizna intermitente moja el suelo del paseo y crea un sarpullido sobre la arena de la playa.
Hermosas nubes decoran una escenario inabarcable; dan ganas de pintarlo en acuarela.
El horizonte es una línea recta donde se confunde el mar con el cielo en una pincelada de grises.

Me dicen que se plantarán 16 fallas en Cullera. Los niños explotan las bombetas en la plaza.
El día dio paso al sol y todo cambió. Por la noche, el castillo iluminado parecía un incendio.

Sábado, 8
Amanece de nuevo con el suelo mojado por la llovizna. Viento en el faro. Registraré las plantas de sus alrededores y cogeré muestras. Aquí, en este terreno bañado por el viento salobre y la humedad, todas las plantas llevan nombres marineros: Hinojo marino, Viborera marítima, Bohalaga marina, Oruga de mar…
Fotografío unas matas de “rocío” ocultas entre las oquedades de una roca.
Es difícil andar entre estas piedras tan castigadas por la erosión. Presentan aristas cortantes, cavidades y formas tortuosas, salpicadas de hierbas y flores amarillas, violetas y blancas.

La ensaladilla rusa de este mediodía, creo que en realidad era ucraniana, como la dueña del restaurante.
Contemplo la perfecta geometría de la piscina de aguas azules, limpia y atractiva, pero que nunca será el mar que tiene enfrente. Ni sus aguas sin olas traerán las conchas que yo busco. No se lo echo en cara, pero el no saber nadar, hace que todas las piscinas me resulten antipáticas.

Domingo, 9
Hoy, el día está más claro que nunca. Se ve perfectamente el Montgó y el Cabo San Antonio entre Javea y Denia. He vuelto a la excursión del faro: Cerraja, Gamoncillo, Llantén, Vinagrillo, Esparraguera, Uña de gato…
Ando entre las hierbas, el mar y esas rocas hendidas, agujereadas, plegadas y lavadas por este mar que las golpea y las va cincelando día y noche.
La sombra de una gaviota se ha recortado sobre las rocas al pasar sobre mi cabeza.

Tomo docenas de fotografías y escudriño cualquier rincón en busca de una hierba o una flor que me sorprenda por su belleza.
De noche, la oscuridad se rompe por la línea de luces del paseo, como una herida abierta.

Lunes, 10
7:34 de la mañana. Anoche cedió el aire de repente y todo sigue en calma desde entonces.
Hermoso paseo por las dunas, que he descubierto hoy. Asomando sus tallos en la arena, he ido descubriendo la oruga de mar, la zanahoria marina y el cuernecillo de mar con sus pequeñas flores amarillas.
Al final de las dunas está el Júcar. Casi es una ofensa llamarlo así en esta tierra. Aquí es el Xúquer. Un Xúquer navegable con puerto pesquero y de recreo, con su famoso Pont de Ferro de Cullera. A la altura de la desembocadura, nace un espigón hecho con enormes piedras de caliza atravesadas por curiosas vetas de mármol y conchas incrustadas, a punto de convertirse en fósiles. Al final del espigón está la linterna que marca el lado derecho de entrada al río.
En la cafetería donde me he tomado el café esta tarde, se puede leer: “Cena a la hora de desayunar y desayuna a la hora de cenar”.
Las nubes parecen las pestañas de la cara del cielo, y el sol es la niña de un ojo amarillo, profundo, grande y misterioso.

Martes, 11
Son las 7:30 de la mañana. Una pareja con su perro ha madrugado más que yo. Van por la orilla de la playa caminando a paso firme, el perro les sigue convencido de lo saludable que es andar a esas horas, dejando sus huellas en la arena mojada al lado de sus dueños. Me mira al pasar con ojos curiosos. Hay algo extraño en los perros cuando nos miran como si nos conocieran de algo, como si fueran a decir alguna cosa.
Llovizna apenas sobre las huellas recientes. El mar trajo anoche su pequeño cargamento de conchas rotas y de trozos de cañas. El tractor del servicio de limpieza lo barrerá todo, dejando la arena como una cancha de tenis de tierra batida.

Música ambiente en la cafetería, luces que brincan en la máquina tragaperras, risas en la calle. Los camareros limpian y reponen mercancía. Leo en una servilleta: Cafetería Desi, desde 1977.
En la noche sin luna, el mar es como si no existiera. Es como un dios al que no vemos, pero sentimos su presencia.

Miércoles,12
Hace 70 años Cullera era un pequeño pueblo agrícola, con campos que llegaban hasta la orilla de la playa. El turismo que comenzó allá por los sesenta, la convirtieron en lo que es actualmente. El milagro lo hizo su playa de finas y doradas arenas.
Paseo por el pueblo antiguo: Plaza del Parque con sus dos araucarias gigantes de 36 metros de altura, junto con el castillo, son los monumentos más importantes de Cullera.
Barrio del Pou con sus calles escalonadas.
Por la tarde paseo por el Parque de Sant Antoni. Todo en esta parte de la ciudad es de Sant Antoni: el barrio, el parque, la playa… Todo menos la antiquísima calle que nos lleva a la playa, antes un estrecho camino de tierra para carros y hoy convertido en una amplia avenida llamada Caminàs dels Hòmens.

Jueves, 13
Se cierra el paréntesis; vuelvo a la rutina.
Las muestras de hierbas que recogí están prensadas entre los papeles de publicidad del supermercado.
El día me despide con toda su luz y una agradable brisa.
En esta corta estancia, he vuelto al café corto con azúcar. He controlado mi tensión arterial casi a diario y el miedo a una nueva crisis va dejando paso a mi estado anterior de despreocupación, cuando no temía nada, ni me exploraba el corazón con la mano a cada momento.
Se venden naranjas y mandarinas a la puerta de una casa, las compraremos luego, pero nos vamos sin comprarlas.
