Conjeturas para unas elecciones generales
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Fernando Bellón
“Las elecciones en España son una superstición que se celebra cada dos o cuatro años”. Es una de las frases más plásticas que he leído en las últimas semanas.
Yo había reservado otra menos contundente para este momento: “Una campaña electoral es lo más parecido a las predicciones meteorológicas en el sumario de un informativo de televisión: hipérboles arriesgadas.”
Se nos echa encima otra campaña electoral, sin descanso ni pausa. El circo mediático volverá a revolcarse en la inmundicia. Los dirigentes políticos soltarán basura sin el menor pudor, la mayoría de ellos.
La victoria del Partido Popular llena los escaparates digitales. No tanto la victoria de Vox. Escuché a los dirigentes peperos exultantes la noche electoral. Ninguno dijo una palabra de lo que significa para ellos el papel determinante de Vox, que también ha sumado mogollón de votos.
No creo que lo hicieran por prudencia, sino por miedo y por esquivar líos.
La reprochable habilidad demostrada del Partido Popular siempre que ha gobernado para saltar por encima de los eriales políticos creado por la izquierda es manifiesta. ¿Lo volverán a hacer? El programa político para España como nación expresado hasta ahora por Feijóo hace temer que sí, que pasará de puntillas al lado de temas incómodos (sedición, indultos, pactos con bilduetarras, aborto, género y transgénero, educación, sanidad, Marruecos) y hará todo lo posible para no incomodar a los separatistas de ambos extremos del Pirineo. No crear tensión social, le llaman ellos, como si el PSOE se hubiera dedicado a tocar el arpa.
Para ello, no tendrá más remedio que dar la espalda a Vox ahora, ya, en las autonomías y en los ayuntamientos donde son necesarios. De momento es una conjetura, aunque son ya muchos nuevos representantes elegidos para el PP, que desestiman pactar con Vox. Pero Vox está ahí, y en lugar de hundirse tras la moción de censura, ha crecido.
El PP lo tiene peliagudo. Leo en ciertos comentaristas llamamientos a Feijóo y los suyos a la colaboración con Vox. No son tantos, y hacen explícito que Vox es un partido “con pulsión antisistema”, pero domesticable. Salvo unos cuantos que le otorgan credenciales democráticas.
A mí Vox no me parece un partido extremista, sino un partido inmaduro y con pocos representantes coherentes y capacitados. Yo he sostenido que para que España se enderece hacia un camino propio en la escena internacional deberá ocurrir algo parecido a una catástrofe en medio mundo. La masa de votantes es consciente de la deriva hacia el caos por la que les ha llevado la izquierda en el gobierno, pero no cree que sea necesaria una cirugía de hierro, sólo apartar a la izquierda del poder. Algo imposible, de momento, sin Vox.
Muchos de mis conocidos y de mis amigos temen a Vox. Le temen no por convicción o por razonamiento, sino por fe. Sienten que Vox es un partido golpista, franquista, basando esta creencia en lo que se basan todas las creencias, en el miedo o la enajenación. Por eso no confío en un predominio electoral ganado legislatura a legislatura.
Así que mi conjetura optimista consiste en que el PP deberá ir cediendo ante Vox aquí y allá, y Vox deberá cargarse de sabiduría y cintura política, hasta que la necesidad obligue a todos a la virtud. Algo que ha pasado en otros países democráticos, como Italia, Hungría, Holanda, Suecia y Finlandia. ¿Por qué no en España también?