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Flexiones y reflexiones de Rafael Escrig, botánico y poeta

Cuando apoyamos la cabeza entre las manos, estamos cogiendo nuestra calavera.

Cuando perdemos la mirada, estamos en el pasado y el futuro al mismo tiempo.

Cuando removemos el café con la cucharilla, removemos las partículas de nuestros pensamientos.


Cuando estamos soñando, nos estamos escapando de la vulgaridad de un mundo en que suceden las cosas más vulgares.

Cuando escribimos una palabra y otro la dice al mismo tiempo, o cuando piensas en una palabra y al mismo tiempo la ves escrita, dos partículas de las que está hecho el Universo, se funden en una sola, y el Cosmos se hace más pequeño.

Cuando miramos la hora en el reloj, estamos perdiendo un tiempo precioso que ya no nos devuelven.

Cuando, de noche, encendemos la luz, estamos creando el mundo.

Cuando corremos, tenemos la secreta esperanza de dejar atrás a nuestra sombra.

Cuando nos miramos al espejo, por un momento estamos viendo a ese niño de quince años que fuimos en el pasado.

Cuando nos reímos con estruendo y con ganas, estamos olvidando que somos reos y estamos condenados.

Cuando leemos un libro, somos el títere mudo del autor.

Cuando te despiertas, después de haber soñado que volabas, estás convencido de lo sencillo que es realizarlo, y no te explicas que no puedas hacerlo al levantarte.

Cuando has cumplido los setenta y una chica de veinte te mira por la calle, no te hagas ilusiones, es que le recuerdas a su abuelo.

Cuando siempre te duele algo, cojeas, se te olvidan las cosas y no oyes bien. Cuando tienes cataratas, la tensión alta y la próstata grande. Cuando no duermes bien, no puedes comer lo que te gusta, tienes el colesterol alto y artrosis en los huesos. Cuando tienes todas estas cosas y te quejas por ello, es que aún estás vivo.

Cuando nacemos nada se espera de nosotros. Cuando morimos se espera que lo dejemos todo.

Cuando la lágrima de un niño resbale por su mejilla, recógela con tus labios, son el material con que se hacen las alas de los ángeles.

Cuando lloramos, hasta nuestro mayor enemigo podría apiadarse de nosotros.

Cuando Hitler conquistaba Europa sembrando el terror y la muerte, algunas noches, no podía dormir pensando en que su abuelo paterno, a quien no conoció, pudiera haber sido judío, y lloraba hasta el amanecer por no tener ninguna prueba documental de su ascendencia aria.

Cuando comienzas una partida de ajedrez contra el campeón del mundo, tú aún podrías arrebatarle el título. Pero en la segunda jugada, sin haberos movido del asiento, ya eres el último del ranquin.

Cuando pensamos en la muerte, ésta se aleja de nosotros espantada, pues no resiste escuchar su nombre y esa pulsión que la condena a matar irremisiblemente.

Cuando creemos que ya hemos madurado, es cuando nos aparecen manchas, nos acechan las plagas y acabamos rodando por el suelo.

Cuando escribimos un poema, estamos describiendo las cosas del alma y de este mundo con raros materiales encubiertos. A veces con la luz de una estrella, con besos, con espuma de mar, con pétalos y risas. Otras veces, con sangre, con piedras, con gritos y con llanto.

Cuando hacemos una pregunta, nos embarga cierta vergüenza por parecernos a ese niño de cinco años que pregunta las cosas más sencillas. Yo escribiría un libro de mil páginas con las preguntas más sencillas que nadie ha contestado todavía y todas comenzarían con las palabras por qué, cómo, cuándo y dónde.

Cuando mueren miles de personas por un terremoto, una pandemia o incluso una guerra, solemos decir que es un desastre, una gran desgracia, pero el Universo precisa que mueran esos miles de personas para que se confirme la deriva del caos inicial que lo mantiene.

1 Comentario

  1. rafael escrig fayos 6 abril, 2023

    Estás reflexiones nos llevan a pensar directamente en las famosas greguerías de don Ramón, pero les falta la pizca de ironía y humor que él les ponía, por eso no son greguerías. Son simplemente pensares que van apareciendo aquí y allá.

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