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Cultura y comunicación

Observaciones desde Gerona de un charnego pensionista

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Museo y Monasterio de Ripoll, que ha dejado de ser español con permiso de la institución que lo gestiona. En la foto de presentación, un viejo cañón frente al Mediterráneo, en Lloret de Mar. Todo un símbolo de la sustancia carcomida de la independencia catalana.

Un reportaje de Fernando Bellón

Gracias al Imserso, mi mujer y yo hemos pasado la semana de Fallas de Valencia en un hotel-refugio de Lloret de Mar. Lo de refugio no es una metáfora, porque el establecimiento, de seis plantas, dedica una, la cuarta, a los jubilados. Esta planta se diferencia visiblemente de las otras cinco, arregladas y renovadas de suelo a techo, que albergan a extranjeros “de pago”. Somos decenas de miles los valencianos que huimos de las Fallas. Refugiados.

No es Ucrania. Es un hotel arruinado de Lloret. Cuando lo arreglen, formará parte del inmenso parque hostelero de la Costa Brava

He conocido por razones profesionales la oleada de bosnios, croatas y algún serbio que llegaron a España, en concreto a la Comunidad Valenciana, en los años noventa del siglo pasado, escapando de una Yugoslavia en llamas, en este caso mortíferas. Les metían en hoteles vacíos, porque no era temporada. Muchos llegaron en marzo, y las Fallas fueron para ellos un tormento, porque huían de experiencias brutales: disparos de francotiradores, y asaltos devastadores de sus viviendas. No soportaban los petardos y las mascletás. Muchos valencianos tampoco, por eso escapamos de nuestro hogar. Expulsados por las hordas falleras y los madrileños, que se apoderan de una ciudad convertida en una ruta del bacalao legitimada.

¿Qué se vende? ¿El pino, el monte, el mar? Nótese que los negocios todavía se hacen en castellano.

Las habitaciones de los jubilados de ese hotel de Lloret de Mar son de hostal de tercera. Y lo más descacharrante es el menú, un verdadero rancho cuartelero, bien presentado eso sí. Aquí la dirección no hace distingos: extranjeros de pago y pensionistas comen la misma pitanza, supongo que calculando que los extranjeros no tienen paladar o que son tragaldabas a quienes importa un rábano la calidad, sólo llenarse dos o tres veces los platos de arroz pasado, pasta chicle, butifarras duras, chuletas de porcino secas, y otras menudencias dignas de olvido. En ningún viaje del Imserso he comido peor que en ese hotel de Lloret de Mar.

Los beneficiarios de esos viajes para pensionistas mejoran su aspecto de año en año, al contrario que la oferta. La apariencia de los viejos es saludable, son pocos los varones tripudos. Las mujeres en general están menos cascadas que sus maridos. El atuendo es propio de la edad, pero nada gárrulo, próximo a los requerimientos europeos. La mayoría de los que estaban en el refugio de Lloret eran andaluces, y, o venían en grupos de amigos, o hacían conocimiento allí. No se distinguían de los franceses mayores de la tercera edad, que también había, literalmente Galos de Asterix. Por fin no hay Pirineos.

Un rincón del bello jardín de Santa Clotilde, en Lloret. Clotilde era el nombre de la mujer del dueño, una santa sin duda.

La mayoría de los huéspedes eran extranjeros, con muy pocas excepciones. Llegaban en oleadas, ocupando la Recepción con sus maletas y mochilas. Hemos visto pasar jovencitos nórdicos, probablemente noruegos, walkirias y vikingos de entre 14 y 16 años, que paseaban por los pasillos envueltos de capuchas de serie de miedo, y si el mediodía estaba soleado, tendían en hamacas sus jóvenes y espléndidos cuerpos en minúsculos bañadores. También hemos convivido con jóvenes polacos, jóvenes italianos, jóvenes franceses. Con cuarenta o cincuenta moteros españoles de aspecto e indumentaria temible, pero inofensivos. El resto era una variedad de origen misterioso de familias con prole. Lo más probable es que fueran polacos. Pero también podían ser rusos o ucranianos, algo desconcertante, de no equivocarme.

Las guerras de hoy no son como las de antes, me refiero a Europa. Indagando sobre el asunto, decía una hostelera almeriense de cierta ciudad gerundense que visitamos, “hace ya un año, el segundo día de la guerra empezaron a llegar ucranianos y rusos, algunos en coche, que se alojaron con amigos ya residentes en la Costa Brava, y hoy trabajan casi todos en lo que van encontrando”.

Otro jardín. Este en Blanes. Jardí de Marimurtra.

La hostelería es uno de los sectores más socorridos de esta invasión bárbara de exsoviéticos. En el hotel-refugio de Lloret, el comedor-buffet estaba atendido por decenas de camareros, necesarios para limpiar las mesas de los abundantes restos del rancho incomestible, y disponerlas para las siguientes oleadas. Las chicas eran jóvenes, de aspecto magrebí, hispanoamericano o eslavo. Los chicos, igual, con predominio de magrebíes y subsaharianos, más algún eslavo de cierta edad. El servicio de habitaciones empleaba a eslavas, rumanas e hispanoamericanas. Haciendo la cuenta de la vieja, calculo yo que habría más de sesenta empleados de tres continentes. Por cierto, comentando con una de las chicas la calidad de la comida, nos informó por lo bajinis que a ellas y ellos les daban de comer verdadera bazofia. No me atreví a preguntarle el sueldo que obtenían por su agotador trabajo.

El rancho cuartelero y el ordenado caos de la fajina me hizo pensar en mi servicio militar. Tuve la impresión de que el estricto orden de los cuarteles es una manía o un complejo castrense: se puede conseguir alimentar a un rebaño y asegurar un comportamiento obediente sin reglamentos metálicos. Los campamentos de refugiados son la prueba de que la sobrevivencia caótica es posible y hasta saludable.

Iglesia de San Román. Otro capricho modernista de un acaudalado burgués, católico hasta la médula. La entrada es gratuita. En los jardines, hay que pagar.

Y para acabar el tema migrante, en San Felíu de Guixols vi un Tesla reluciente de matrícula ucraniana. Y en alguna localidad costera, otros vehículos normalitos con matrícula del mismo origen. Además de eslavos, la Costa Brava está repleta de familias magrebíes. Son vistosas por su atuendo, en especial las mujeres, porque a los hombres, con pocas excepciones, sólo les distingue el aspecto berberisco de su rostro. Les suele acompañar ruidosa prole.

Varias magrebíes cruzando una calle de Sant Feliu de Guixols

Una de esas excepciones fue en Palamós. Un Mercedes impoluto iba conducido por un muyahidín (desarmado), un tipo enteco metido en un camisón de los que se ven en los reportajes sobre Afaganistán, gorro cilíndrico de puntilla, barbaza hasta la cintura; a su lado se sentaba una muchacha de no más de dieciocho años, acaso hija suya o su esposa, en perfecto estado de revista islámica, sólo su carita a la vista. No tuve tiempo de sacar el móvil para retratarlos.

Sense mots.

Esta es la Cataluña que se ve y se oye. También se escucha el castellano o español, a pesar de la fascistoide campaña del “Catalá, llengua total!” Nos hemos cruzado con varias excursiones escolares, compuestas por niños de variado origen, que hablaban en español entre ellos, sin que ningún rayo se abatiera sobre sus cabezas, ni los jóvenes profesores se molestaran en reconvenirlos. Habría que observarlos en el colegio.

También he puesto en práctica en varias ocasiones la prueba del algodón de preguntar en castellano a viandantes por una calle o un lugar, y recibir respuesta en ese español sólido y palatal, con fuerte acento del Ampurdán. En los restaurantes los menús suelen estar en varios idiomas, entre otros, el de todos los españoles. En los museos, salvo excepciones, las cartelas también están en varios idiomas. Y donde no las hay plurilingües, te ofrecen unas hojas impresas en español, inglés, alemán y francés. Por lo general, cuando te comunicas en español, te responden en español.

Postal estereotipo.

La convivencia es, pues, dominante. Al menos en apariencia. Claro que si se fija uno sólo en los carteles y banderas separatistas, la impresión que da es ambigua. Uno siente rabia y rechazo (¿imagina usted un paseo por las calles de Madrid o de Sevilla con carteles que prohíban el uso del catalán o del vasco o burlas sobre lo mismo?). Pero al tiempo, el charnego que he sido recuerda visitas de hace cinco o seis años, y casi no había balcón sin lacito amarillo o sin estelada. Hoy, esa propaganda sectaria se reduce a unas pocas ventanas ilustradas con la demonización de España.

¿Hemos avanzado? ¿Se ha pacificado Cataluña, como propone el padrecito Sánchez?

Una cosa es lo que se ve, y otra lo que se percibe. Cuando uno va de turista, lo que menos desea es amargarse la visita con disquisiciones o ideologías excluyentes. Pero están ahí. No elegiría Cataluña o las Vascongadas para vivir ni aunque me regalaran un palacio. Y aprecio y admiro, aunque no envidio, a los españoles confesos instalados en tierra hostil.

El artista zurdo en el jardín.

Una cosa es lo que se ve, y otra lo que se percibe. Cuando uno va de turista, lo que menos desea es amargarse la visita con disquisiciones o ideologías excluyentes. Pero están ahí. No elegiría Cataluña o las Vascongadas para vivir ni aunque me regalaran un palacio. Y aprecio y admiro, aunque no envidio, a los españoles confesos instalados en tierra hostil.

En mi infancia visité Cataluña en repetidas ocasiones con mis padres. Mi madre pasó en Barcelona los tres años de Guerra Civil. Le pilló el alzamiento militar en una colonia, y regresar a Madrid pareció a todos imprudente. Los catalanes acogieron a las niñas con singular afecto, y les enseñaron a bailar la sardana, cosa que mi madre hacía muy bien. La familia que le tocó, teniendo ella 14 años, la recibió luego casada y con hijos con el mismo afecto durante las vacaciones. Soy testigo.

Mi primer trabajo fue en “La Mañana” de Lérida, diario del Movimiento. Recuerdo a un excombatiente catalán que decía: “La sardana, además de un baile inventado por un charnego, es la representación del pueblo catalán, en corro cerrado y mirando hacia dentro.” Quién sabe si, de haber vivido lo suficiente, habría cambiado de opinión. Es lo que ha pasado con tantos miles de ciudadanos. Aunque la fiebre sardanística parece que ha disminuido, casi hasta extinguirse.

Sobre mi estancia en Lérida, un apunte. Viví allí un 18 de Julio, con sus festividades patrióticas. Me tocó seguir al gobernador de la provincia, que pronunciaba discursos entusiastas sobre el Movimiento y su victoria sobre el separatismo, jaleados y aplaudidos por pequeños grupos de incondicionales, la mayoría agricultores de los pueblos visitados. Recuerdo algo patético, tipos con perfil e indumentaria rural enarbolando palos de escoba con la bandera española y de Falange, y en la punta del mástil, una espada de plástico de algún nieto. Supongo que los hijos de estos ciudadanos serán los más fanáticos separatistas. Las conductas idiotas se heredan, como el color de los ojos o la curva de la nariz.

El barrio de los inmigrantes asiáticos en Lloret.

De adulto he visitado Cataluña, y he observado con alarma el crecimiento del antiespañolismo. Es más evidente en los pueblos, donde el idioma aplasta al forastero, pero no ahora, sino siempre. Tengo la experiencia. Resulta explicable el recelo del agricultor por lo foráneo. Pero en el caso de Cataluña, el recelo rural se convierte en desprecio y odio. ¿Por qué? No es tal misterio. El catalán ha llegado a creerse superior a sus conciudadanos españoles. Entre otras cosas porque un formidable aparato cultural ha fomentado y exacerbado este sentimiento durante décadas. Si nos ponemos sociológicos, vemos que las aves rapaces del antiespañolismo son una tropa heterogénea de funcionarios regionales y locales, maestros, médicos, abogados, publicistas a sueldo, y demás roedores burocráticos. A ellos hay que añadir esa raza de “emprendedores” protegidos y subvencionados, que llevan a Cataluña en la buchaca. Y ahora que casi todas las competencias han pasado a manos separatistas, hasta los policías. Me resultó simpático que un par de mossos de esquadra (no eran “mossus”, eran mossos, porque el episodio lo contemplé en una cafetería de Tarragona) hablaran entre ellos en perfecto castellano. Si les pillan en la comisaría… Digo que ahora que nada se escapa a la rapacidad separatista, la población hispanohablante está más cercada que nunca.

Torre de apartamentos para turistas en Palamós.
Un torpe dilema para el autor de la inscripción.

¿En peligro de extinción? No. Perseguidos y excluidos, pero no extintos. El sueño del independentista con inteligencia de antropoide (muchísimos) es una pesadilla, pero o les da igual o no tienen ni idea de hacia qué precipicio les lleva su rencor: una Cataluña rodeada de alambradas, con aduanas y peajes, en la que el español es castigado con la cárcel, y en la que para entrar (¿quién?) sea necesario suscribir un juramento de lealtad y el compromiso de aprender la lengua catalana en quince días.

A mí no me parecería mal. Siempre y cuando antes se hubiera impuesto al gobierno separatista fuertes indemnizaciones para compensar las ayudas recibidas durante siglos, para pagar a los españoles (catalanes, claro) que no aceptaran las leyes del nuevo Reich y desearan cambiar de residencia.

Nada de esto es ni siquiera probable. La propaganda antiespañola de los separatistas catalanes se basa en la estafa.

Casino La Constancia, virtud encomiable, en Sant Feliu de Guíxols
Eso.

Basta una visita, por ejemplo, a Gerona, para comprobarlo. Ya he dicho que no observé desprecio manifiesto en ninguno de los lugares que hemos visitado, salvo la agresión indolora de banderas, pancartas y otras fantasías. Así que me puse a buscar las diferencias que hacen de Cataluña un país, perdón, una nación superior al resto de España.

Cuando viví y trabajé en Lérida la agricultura de esa provincia era la más mecanizada de España. Había más tractores per cápita que en ningún otro lado. ¿Eran los labradores leridanos más ricos o más ahorradores? No lo sé, probablemente no. Pero sí tenían acceso a ayudas y subvenciones que los pequeños labradores andaluces no alcanzaban a tener. La armonización de la agricultura ha transformado el campo de toda la península (incluido Portugal) en un negocio que, de momento, parece sostener la economía de muchas familias, en Cataluña, en Castilla la Mancha y en Logroño.

Casa de la Cultura de Lloret. En primer plano, seis mujeres paquistaníes conversan. El pueblo posee un vistoso teatro donde puede caber un cuarto de su población censada.
Iglesia benedictina de Besalú, en el pre Pirineo.
Museo internacional del circo, en Besalú. Magnífica iniciativa en un pueblo alejado de otras diversiones. En un anuncio de actividades de Vic hallé esta presentación: "Hedonia: Una creació de circ contemporani que reflexiona al voltant de la idea del plaer postmodern". Imagino que los de Besalú estarán horrorizados ante semajante majadería.

Es el caso que hoy, por más que buscas un ejemplo visible de superioridad, no encuentras más que los mismos rasgos diferenciales que pueden distinguir a Murcia de Zamora, o a Salamanca de Almería. Las carreteras y autovías tienen su mantenimiento. Los ferrocarriles, funcionan decentemente. Los pueblos están cuidados. En todas partes hay un museo digno de visitar. El turista recorre los paisajes y disfruta de ellos. La comida… la comida es un problema, porque en Cataluña la fiebre de la alta cocina postmoderna ha calado, y resulta complicado encontrar una buena casa de eso, de comidas, sabrosas y no tan caras. Descubrí con decepción que las monchetas con butifarra y los fideos a la catalana no constan en los menús. Lástima de calorías.

No hay la más mínima diferencia entre la calidad de, pongamos, la Costa Brava y el resto del Mediterráneo español. Y eso de que la Costa Brava es una maravilla excepcional es una solemne falsedad. Maravilla, sí, pero igual que las costas valencianas, alicantinas, murcianas y andaluzas.

Posiblemente las construcciones hoteleras en Gerona sumen menos volumen  que las de más al sur. Sólo posiblemente, porque entre Palamós y Benidorm hay poca diferencia.

Tumba de Antonio Machado en el sombrío cementerio de Collioure.

Nos detuvimos en Collioure. Buscamos el cementerio, y vimos a lo lejos uno tendido en la ladera de una colina. Pero parecía nuevo. Tras una vuelta por un pueblo desierto, donde en los buzones de las viviendas encuentras cantidad de apellidos españoles, nos topamos con el cementerio en el que está enterrado Machado, con su madre. Fue una sorpresa. Albergábamos la idea (no sé de qué fábula sentimental la habríamos sacado) de que el camposanto estaba frente al mar. Error. El mar no se ve por ninguna parte. Sí que se distingue la tumba del poeta: está adornada por banderas republicanas. Lástima no poder preguntarle a don Antonio su opinión sobre tan parcial homenaje. En mis años de estudiante de bachillerato Antonio Machado, como Miguel Hernández, como Lorca, eran objeto de estudio y admiración. Mi bachillerato franquista, claro.

Playa de Palamós.
Turistas-pensionistas en el bello jardín de doña Clotilde de Lloret.

Mi sentimiento por Cataluña es contradictorio. Triste debido a la locura que hoy impera en el Principado, y hermoso por lo que ha sido y lo que espero que vuelva a ser.

He conocido una Cataluña próspera, confiada, acogedora. Pero siempre contagiada por un virus fermentado en ella desde los estertores del siglo XIX, y que fue apoderándose de la población poco a poco hasta la instauración de un Estatuto que diferenciaba en lugar de unir. No me cabe duda de que ho tornaran a fer. Y que el abismo entonces se abrirá con violencia. Pero no tengo ninguna duda de que en ese instante se producirá una reacción que volverá a poner las cosas en su sitio. Si no es así, adiós España.

Ruinas romanas en Vic. Un pasado idéntico al del resto de España.
Mercadillo multiétnico de Sant Feliu de Guíxols.
Un callejón con amenazadora salida cerrada en Lloret.
Ordenada belleza junto al mar de todos.
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