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Bitácora y apuntes

Albiac y Dragó, algo por encima

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Mural pop en el Cabanyal de Valencia (Las Horas del Mar)

Un comentario de Pío Moa

Parece claro,  por sus Memorias, que Albiac no está muy contento con todos aquellos condicionantes de fondo señalados,  desde la época que le ha tocado vivir  a los genes. Eso pasa, creo,  a todo el mundo  o casi, en diversos grados. Por diversas razones que iremos viendo, su libro es bastante cachondeable, y Amorós lo trata desde ese punto de vista, en especial con su observación sobre  el  happy end  de tanta tragedia  Pero por debajo de cierto vacile al que se presta la obra corren asuntos más interesantes.

Empezaremos por la necrológica  que Albiac dedica a Sánchez Dragó, a quien concede su elogio más apreciado: “pertenece a una generación de lectores voraces”, a “una vida de dioses”.  Si de algún calificativo honroso se jacta Albiac es de ser un lector “infinito” y extremadamente culto en un tiempo en marcha a una nueva Edad Media “más iletrada, más tenaz que cuanto hayamos conocido”. La Historia mágica de España le parece a Albiac que “aspira a recobrar la voz de una España huérfana”. Estos rasgos hermanan a  Albiac con Sánchez. Hermanos, sin embargo, nada gemelos. Albiac introvertido y pudoroso con su vida privada, Sánchez exhibicionista desenfadado, nato, baste recordar su auto presentación de La Drangontea  (no de Lope de Vega):  diario de un guerrero, cuaderno de bitácora de un navegante que quiere descubrir lo que oculta la raya del horizonte, la autobiografía de un nómada, el boletín oficioso de un insurrecto frente al Sistema, el cronicón de la última salida del espíritu de don Quijote y la hoja de ruta de un viaje de cuarenta y dos meses de duración -los comprendidos entre julio de 1988 y enero de 1992- por las tripas y laberintos de un país que ya no existe y de un planeta que agoniza. No cabe duda de que tiene cierta gracia.

Los dos comparten una visión un tanto apocalíptica de nuestro tiempo, que en Albiac es pesadumbre y en Dragó desenfado. Los dos son narcisistas aunque de maneras opuestas, Albiac extiende el apocalipsis a sí mismo, Dragó, en definitiva, se siente triunfador y degustador de la vida. En mi opinión, los dos disparatan de lo lindo, pero  con cierta gracia y cultura que  los hace simpáticos y originales en un clima intelectual tan tosco y  birrioso como el presente. Los dos son filósofos, cada uno a su manera. Los dos buenas personas y de espíritu liberal, es decir, abierto a otros puntos de vista,  e independientes frente a la mugre de la corrección política y similares. Ya he dicho cómo Sánchez Dragó me invitó a programas que deberían haber sido de debate, pero al que nadie se atrevía. Bueno, una vez salió un periodista, creo que se llamaba Miguel Ángel Aguilar, que decía haber sido  comunista a fuer de demócrata (podría haber sido nazi a fuer de judeófilo), y que en el franquismo los detenidos eran asesinados arrojándolos  al vacío.

 

 

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