DANA, mentiras y cintas de video
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Un turbión gigantesco de agua se ha abatido sobre varias localidades de la costa valenciana. Ha sido imposible parar o desviar los torrentes monstruosos. La consecuencia, muerte y desolación. Un escenario fecundo para la mentira y los reproches, con unos protagonistas muy señalados, la vergonzosa clase política española.
Fernando Bellón (La imagen de presentación es Nápoles hace tres años exactos. Una ciudad acostumbrada a las emergencias de la naturaleza)
DANA
El martes 29 de octubre por la tarde salí a la terraza de mi vivienda en Burjassot para reparar los escasos daños que había hecho la lluvia en el jardín, que mi mujer cuida con mimo. Había varias macetas derribadas, y agua acumulada en otras. Poco más. Debían ser las cuatro y media, y el cielo estaba negro como una pizarra. Al barrer advertí enjambres de hormigas en lugares donde no suelen estar. Pasé el zapato sobre ellas y las espachurré.
En ese momento me di cuenta de que yo estaba obrando como una tempestad, un tornado o un terremoto sobre el hormiguero. Yo era el mal para las hormigas, la naturaleza arrebatada.
La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos, antes gota fría) de Valencia ha sido un arrebato doloroso de la naturaleza. La naturaleza, al contrario que yo con mis zapatos, no es responsable de sus acciones ni de las consecuencias que provocan.
Confieso que yo no fui consciente de la destrucción y muerte producidas hasta el día siguiente. Han tenido que pasar 72 horas para que nos hagamos una idea cabal de lo que ha sucedido, lo que ha hecho la naturaleza sin preocuparse de advertirnos ni de preguntarnos si estábamos preparados.
Las catástrofes naturales nos enseñan a prevenirlas, o al menos deberían de servir para eso. Es decir, para prevenir sus consecuencias. Construyendo edificios más sólidos, y en lugares alejados o más altos que los barrancos que arrastran toneladas de agua, broza y basuras. Canalizando el curso de esos barrancos para que no se conviertan en aluviones brutales, y facilitando la dispersión de los torrentes antes de que lleguen a las poblaciones. Y más acciones que los ingenieros de caminos, puentes y canales conocen bien. Y también a organizar y dirigir los auxilios de un modo eficaz, algo decepcionante hasta ahora en Valencia.
Es preciso que la naturaleza nos dé lecciones para que los técnicos y los especialistas ingenien fórmulas aplicables a la prevención de catástrofes.
¿Está ocurriendo esto ahora?
Por lo que he visto en los informativos televisados, escuchado en los radiados y leído en los diarios digitales, no ocurre nada de eso. Los responsables políticos están dando muestras de una irresponsabilidad vergonzosa. Se observan de reojo para prever lo que van a decir sus enemigos (porque son enemigos, no rivales) y anticiparse al insulto, a la acusación. Y se largan puñaladas sangrientas que se clavan en el cuerpo de la sociedad a la que deben servir. Esto es sonrojante. ¡A este extremo hemos llegado! La clase política vive en su privilegiada Babia, y el resto de los españoles sobrevivimos como podemos, cada uno con sus neuras, y algunos descalificándose hasta el arrebato.
La alcaldesa de cierta localidad afectada decía a cualquier micrófono que se le pusiera delante de la boca que en su pueblo jamás había habido inundaciones (mentira que luego fue desmentida por algún vecino), y que alguien tendría que explicar por qué había sucedido la catástrofe. ¿Estaba pidiendo explicaciones a los dioses, como en las tragedias griegas? No, estaba diciendo que alguien era responsable del drama. ¿Quién, señora? Los del partido enemigo, imagino.
Mientras tanto, uno ve los remedios en acción, lentos y torpes al inicio. Las fuerzas de policía y en especial la guardia civil, el ejército, las instituciones civiles de auxilio y ayuda, y desde luego la población anónima afectada y la no afectada. Trabajan como leones, sin mirarse de soslayo, sin esperar recompensa ni que se les exalte como héroes. Se comportan como seres humanos.
Mentiras
No me refiero a eso que ahora llaman fake, que no es otra cosa que bulo, vamos a llamar a las cosas por su nombre en español, por favor.
Los bulos son una agresión antigua como la humanidad. Agresión porque lo que intentan es subvertir el orden. Casi siempre se hace con un propósito desestabilizador. Porque los bulos no son una cosa anónima, aunque su divulgación sí lo es, en especial ahora que existen las llamadas redes sociales. Los bulos más eficaces los ponen en circulación tipos ocurrentes con nombres y apellidos, pagados o fanatizados por intereses políticos o económicos.
Los bulos son mucho más dañinos que los asaltos a los supermercados arrasados y abiertos a la rapiña, porque estos se pueden contener. Los bulos son como torrenteras desbocadas. Se hacen con maldad, para perpetrar daños. Otras cosa es que los ciudadanos los reciban como chistes. Cuando llegan a ese nivel, los bulos se desactivan. Pero en las presentes circunstancias parece que la carroña digital está navegando a sus anchas.
El miércoles, en los supermercados de Burjassot, libres de todo daño, se podían ver algunas estanterías vacías, las de agua y alimentos básicos perecederos. Parecía un indicio del fin del mundo. Pero la gente se colocaba en las colas de las cajas con tranquilidad, sin alteraciones ni angustias. Era una reacción instintiva, espontánea a los bulos o al miedo larvado pero no manifiesto.
Es un bulo menor. Pero se ha acusado, responsabilizado, reprochado sin pruebas y con la peor intención.
Cintas de vídeo
Cuando trabajaba en Canal 9 me tocó vivir varias gotas frías. No fueron tan dañinas como esta, pero sí destructivas. Conozco bien el estado de ánimo que se instala como una DANA en la atmósfera de las redacciónes. Desconcierto, decisiones absurdas, exigencias idiotas, ignorancia supina de lo que está pasando, prisas, muchas prisas, selección aleatoria de imágenes, conexiones innecesarias e inservibles, tensión profesional máxima, crisis de nervios, descoordinación.
La primera catástrofe, nada en relación con la presente, nos cogió en el inicio de la cadena. Muy pocas personas estaban preparadas para lo que se nos echó encima, los profesionales de todos los oficios estábamos muy verdes, salvo cuatro o cinco.
Pero el público nos acogió muy bien, a pesar de lo mal que lo hicimos, porque creían que les estábamos informando. La gente es muy ingenua, y cree que si ve en la tele a un chaval o a una chica recibiendo un chaparrón, y con el fondo de una carretera embarrada o una casa inundada, están transmitendo una novedad,. No hay novedad. Es una sensación. Las imágenes son noticias por sí mismas, sin que haga falta nadie que la eleve a esa categoría.
El redactor o la redactora que se planta delante de una cámara en un escenario en ruinas y desbordado por el agua no tiene ni idea de las dimensiones de lo que sucede a su alrededor. Para que esto fuera así tendría que recorrer un ancho escenario, gastar horas, preguntar a los vecinos y a las autoridades, y al cabo de un largo rato, una mañana o una tarde, conseguir los datos suficientes para informar de verdad a los teleespectadores. Pero no puede hacerlo porque a las tres o a las nueve ha de entrar en directo.
He seguido los informativos de varias cadenas de televisión con conexiones en directo. En esa circunstancias el redactor o redactora que mejor lo hace es quien tiene buena elocuencia, los piquitos de oro, capaces de estar hablando diez minutos sin decir nada. La cosa tiene mérito, la verdad, pocos son capaces de hacerlo.
Pero la mayoría de los reporteros están abrumados por la falta de novedades que transmitir, y acuciados desde el estudio a hablar, a seguir hablando. Se les ve nerviosos, deseando que acabe la conexión. Algunos hacen visajes, otros manotean y señalan lo evidente. Los noticiarios de televisión con directos de este tipo son una estafa. Pero resultan llamativos y todos recurrimos a ellos porque la etiqueta profesional de la cadena nos da cierta seguridad, aunque casi todos sabemos que lo que dicen es lo que salta a la vista, que la palabra vale muy poco.
Los reporteros no profesionales están salvando la cara a los profesionales.
Multitud de personas recoge y reparte imágenes captadas en teléfonos móviles. Los medios de comunicación audiovisuales las reproduce también, porque son mucho más ilustrativas que lo que sus perdidos y abrumados reporteros pueden transmitir. Todos hemos recibido testimonios contundentes de esos reporteros aficionados. Lo sorprendente es que algunos de ellos tienen un valor y fiabilidad muy superiores a cualquier toma profesional. Se limitan a enfocar el teléfono móvil haciendo muy pocos comentarios, porque lo que muestra es evidente. Hay “transmisiones” que duran varios minutos. No son frecuentes estos testimonios valiosos. Las televisiones los difunden, y esto está bien, pero les deja en mal lugar.
En los medios académicos se discute el valor de estas aportaciones espontáneas. Dicen tonterías aberrantes, porque consideran que la profesionalidad está reservada a los titulados. Que digan lo que quieran los tíos listos. Si una imagen refleja algo valioso y novedoso, es natural que se difunda. No hay periodistas de guardia en las esquinas preparados para captar noticias. Otra cosas es que se negocie con esas imágenes. Es un tema económico y moral con varios puntos de vista. Pero en catástrofes como la presente, las ruinas y el barro, los coches amontonados y las personas barriendo lodo están en todas partes y es muy canalla comercializar con ello.
Exasperante lentitud
Escribo estas líneas el Día de Todos los Santos. Han pasado dos días y medio desde la catástrofe. Los auxilios de las administraciones están ya funcionando, si bien con una lentitud desesperante y con muestras pasmosas de descoordinación.
He decidido no mirar más la televisión, porque me pone enfermo ver el padecimiento de mis jóvenes colegas e incluso de algunos veteranos, obligados a la epanalepsis (repetición de ideas) y a la retórica hueca, sencillamente porque no tienen nada que decir. Además, los directivos de los medios han acumulado vergüenza y experiencia y empiezan a afinar. Las radios, donde no se ve sufrir al transmisor, resultan un medio más “gráfico”. Ahora ya no entrevistan al primero que pasa a su lado. El equipo que acompaña al director prepara las cosas bien, por ejemplo una selección de personajes de los muchos que se ofrecen a contar su experiencia. Los técnicos sobre el terreno, venidos de otras partes, en especial de Madrid, explican con detalle, de un modo claro, accesible, las razones de la catástrofe, y aseguran que prever un desbordamiento letal como este es tan poco posible como prever un terremoto. La responsabilidad es sólo de la naturaleza. Lo único que podemos hacer los seres humanos es aprender de la experiencia y, si es posible, quitar de las manos de los políticos la decisión de emprender obras y remedios, que sean los especialistas los que hablan y emprendan, por favor.