La centenaria responsabilidad del PSOE
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El PSOE en la historia de España es el último libro escrito y publicado por Pío Moa. Es una obra esencial para quien desee conocer algunas claves el pasado y el presente de nuestro país.
Fernando Bellón
Una lectura que explica en perspectiva el plan del gobierno del PSOE en estos momentos para desarticular España. Esta afirmación de Pío Moa y de bastantes más puede ser discutible; sin embargo, Moa la argumenta y documenta con una catarata de datos y referencias.
Moa ha llegado a ser un historiador de rebote y por vacío de otros. Primero escribió la naturaleza, origen y evolución del Partido Comunista Reconstituido (PCR) y de su instrumento armado el GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre). Pío fue uno de los fundadores del PCR. Cuando lo expulsaron sufrió un recorrido pasmoso por lo arduo y con final positivo: convertirse en historiador puntero.
Con esto subrayo la autoridad moral y académica presentes de un hombre por quien en 1976 nadie daría un real, y que encima se quedó solo.
Pío Moa ha sido siempre un tipo coherente con su vida y con su pensamiento. Cuando escribió De un tiempo, de un país, que no es un libro de memorias, sino un análisis riguroso y fecundo de los acontecimientos que vivió en primera persona, acaso pensó que ya lo había dicho todo. Se hizo Amigo de los Castillos, recorrió el Camino de la Plata, se ganó la vida de modos que pertenecen a una novela de Pío Baroja.
Pero un buen día empezó a hurgar en la herida de la República y la Guerra Civil. Lo hizo sin ningún propósito definido. Quería saber lo que habían dicho sus protagonistas. Lo que leyó y lo que concluyó lo tituló Los personajes de la República vistos por ellos mismos. Se vendió como rosquillas. Y había una razón para ello, era la primera vez desde los años de las memorias republicanas, que alguien, antifranquista acérrimo durante años, rescataba del olvido las atrocidades que dijeron y publicaron los protagonistas republicanos. Palabras incendiarias que hoy ignoran con tozudez los adoradores del mito de la república paradisíaca.
Después vino Los orígenes de la Guerra Civil, y luego El derrumbe de la República y la Guerra Civil.
Todo el esfuerzo que empleó en documentarse y en ordenar históricamente las tempestades del pasado reciente de España fueron ignorados y anulados por los historiadores profesionales y otros académicos, que le llamaron mentiroso y manipulador. ¡Por extraer del olvido palabras literales de los responsables de la catástrofe republicana! Por exhibir en su contexto las barbaridades que casi todos los ídolos de la izquierda y el progresismo de hojalata querían ignorar, dichas por sus ancestros, los que alentaron, alimentaron y provocaron el incendio de la Guerra Civil con plena consciencia y manifiesta imprudencia. Muy pocos se libraron del escrutinio de Moa, por ejemplo, Julián Besteiro.
Conocimiento heredado y directo
Las familias de mis padres eran una de derecha y otra de izquierda. Así que yo he escuchado en mi adolescencia dos versiones del drama. Eran testimonios vividos. La conclusión sobreviviente fue que Franco era un dictador abominable. No es que los argumentos de mi familia de izquierda fueran mejores que los de mi familia de derechas. Era el aire que se respiraba en la Universidad Complutense. Para “todo el mundo” el Régimen era una dictadura (que lo era, pero no sangrienta), y la policía montada que sacudía zurriagazos en la Universitaria era prueba de ello.
La realidad que vivíamos era todo lo opuesta a una dictadura sangrienta. Mi padre de simple auxiliar de banca había ascendido a un puesto de dirección en el banco en el que trabajaba, gracias a sus esfuerzos y a la paz de la que disfrutábamos todos. Poseíamos un piso, un coche, televisión, un mes de vacaciones en Santa Pola, en casa de unos familiares (también de derechas), y yo y mis hermanos pudimos estudiar en colegios religiosos (de poco valió), y luego en la Universidad. Algo parecido lo prometían los republicanos, una calidad de vida milagrosa en aquellos años volcánicos, que se trocó en guerra. Sin embargo, todo ese progreso inocultable se logró franquismo mediante.
Pero la República había sido un paraíso malbaratado por unos militarotes bestializados.
Esta mentira la despedaza de nuevo Pío Moa en El PSOE en la historia de España. Porque este libro es un resumen accesible de todos los suyos anteriores, con un protagonista que hoy en día ocupa el gobierno con la misma mala conducta que sus secuaces republicanos. Esta es la razón por la que el autor ha compuesto el libro, sacar a la luz una vez más la verdad de una historia sucia y contaminada por una borrosa memoria democrática que corrompe la verdad.
Un partido influyente
“Exceptuando la etapa franquista, el PSOE, Partido Socialista Obrero Español, es el partido que más ha influido en la historia de España desde 1917 hasta la actualidad”.
Así inicia su libro Moa. Lo dedica a recorrer más de un siglo desmontando la farsa de la honradez socialista, con argumentos y datos que saca de papeles y archivos de cada momento histórico.
A continuación reproduce una cita de Pablo Iglesias en 1888: “La actitud del Partido Socialista Obrero con los partidos burgueses, llámense como se llamen, no puede ni debe ser conciliadora ni benévola, sino de guerra constante y ruda.”
Cualquier interpretación benévola de esta declaración ruda choca contra los hechos que marcan el papel del PSOE en la historia de España del siglo XX. Con una excepción, la dictadura de Primo de Rivera, con la que el PSOE colaboró. Y un largo estrambote, las vacaciones socialistas durante los cuarenta años del franquismo
El 7 de julio de 1910 Iglesias declaró en las Cortes: “Antes de que su señoría [por el conservador Antonio Maura] suba al Poder, debemos llegar hasta al atentado personal.” No lo decía en serio, le exculparán algunos, aunque no quiso retirar sus palabras de la transcripción taquigráfica de la sesión. Era la reacción de las izquierdas a la catastrófica visión de España, tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898. Sólo la visión, porque la situación era menos catastrófica de lo que se dijo.
Si España llevara tres siglos de decadencia inexorable, ¿cómo pudo producir la cantidad de científicos, pintores, músicos, cineastas, ensayistas y novelistas, incluidos los de la Generación del 98?
El pesimismo y regeneracionismo a que dio lugar transformaron la idea que los españoles tenían de sí mismos, gracias a la propagación por la inteligentsia española de un panorama que dejaba a los españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII a la altura del betún, reaccionarios, inquisitoriales, clericales. En la Restauración se produjo una batalla intelectual contra el pasado español.
Existe hoy una historiografía española, académica incluso, que pone en cuestión esta leyenda con datos y argumentos, y atribuye a la Generación del 98 una grave responsabilidad en esta visión de fobia al pasado nacional.
Moa destaca “la hostilidad del grueso de los intelectuales, entre ellos los más prestigiosos. El término ‘necrocracia’ con que obsequiaban al sistema describía muy bien una actitud mental: aquel régimen reflejaría un pasado español que detestaban, dando por cierto que su extirpación liberaría las fuerzas vitales de la sociedad, con efectos rápidos y casi milagrosos de bienestar y progreso.”
La primera parte del libro de Moa se titula “El PSOE contra el régimen liberal de la Restauración”. Relata el episodio de la huelga general revolucionaria de 1917 declarada por el PSOE, que terminó con unos 80 muertos y 150 heridos. Se detiene luego en la colaboración del PSOE con la dictadura de Primo de Rivera.
Una república de vodevil, pandereta y pistolas
Y de ahí salta a los incidentes pre-republicanos y a la República a la que dieron lugar, en una larga segunda parte. La lectura de estas páginas es un recorrido por una trepidante novela de aventuras, casi todas sangrientas.
Moa describe el ambiente social y sobre todo político en los últimos meses de la monarquía, “sucesos extravagantes, que, de no ser por sus efectos, serían dignos realmente de un espectáculo de vodevil”. La República se impuso por inercia, nadie la proclamó, no fue consecuencia de ninguna conspiración sino del abandono de la monarquía y los monárquicos de toda responsabilidad.
Las elecciones del 12 de abril dieron mayoría a los republicanos en las grandes ciudades, pero el resultado general no les favorecía. Moa ve en la actividad de agitadores salidos del Ateneo y de la Casa del Pueblo por las calles madrileñas el día 13 el éxito de las manifestaciones “espontáneas”. Como en la primera República, los ayuntamientos de provincias fueron los primeros en proclamar la segunda el día 14 de abril. En Barcelona se proclamo la “República catalana”. En Madrid tenía lugar otra tragedia grotesca, con un Comité republicano indeciso, e intelectuales que no formaban parte de él por precaución y miedo a ser apresados por la Guardia Civil, como Azaña. Hasta que apareció Sanjurjo, director de la Guardia Civil, y se cuadró ante el Comité y lo convirtió en gobierno.
La monarquía se había suicidado sin alteraciones. Pero no había pasado un mes cuando las cosas empezaron a cambiar en las calles. Entre el 10 y el 11 de mayo se produjeron quemas de conventos y colegios en media España. Uno de ellos fue el colegio de los Padres de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos.
De él tengo testimonio directo. Mi padre, entonces con poco más de diez años, asistía con una beca (su padre era guardia civil y carecía de recursos) a ese colegio. Las turbas sacaron de las clases a los niños, asaltaron la biblioteca y pegaron fuego al edificio y a los libros acumulados en los adoquines de la calle Bravo Murillo. Mi padre, horrorizado, aprovechó un descuido de “las turbas”, y rescató de la hoguera un par de volúmenes que conservó en su biblioteca. Lo más curioso de este incidente es que no me lo contó mi padre nunca, sino sus hermanos. El no hablaba jamás de sus experiencias en la guerra civil, que pasó en Totana, mientras mi abuelo quedó afecto al bando republicano, a pesar de que era católico y de derechas. Al acabar al guerra fue depurado, pero readmitido con el cargo de sargento, aunque había llegado a teniente. Él y su familia ayudaron a amigos y vecinos de derechas a salvar la vida, y le fue reconocido.
Maura, entonces en el gobierno, advirtió que debía salir la Guardia Civil a evitar los desmanes. Azaña le replicó, “Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”, según testimonio de Martínez Barrio, presente en la escena. Admite Moa que “parece claro que los socialistas, al menos como grupo político, no fueron los iniciadores de los desmanes criminales”. Pero los justificaron alegando que los conventos eran arsenales y polvorines, y que los religiosos disparaban contra los obreros.
De los detalles de Moa en estos y otros sucesos se desprende que “el Golpe” contra la Monarquía lo realizaron en la calle grupos de indigentes morales, apoyados por intelectuales de su misma talla moral. “Se trataba de una ‘inteligencia republicana’ que dirigía a los ‘gruesos batallones populares’ hacia la demolición de la ‘España histórica’, una España enferma por muchos siglos bajo el yugo supersticioso y retrógrado de la monarquía y la Iglesia”, dice Moa.
Lo que siguió fue un tornado de desórdenes en la geografía peninsular, que Pio Moa resume en sucesivos capítulos.
El bienio negro teñido de sangre
Tras el bienio oscuro llegó el “bienio negro”, titulado así por quienes perdieron las primeras elecciones post constitucionales en 1933. Las ganaron las derechas, por hablar en términos generales, algo que las izquierdas no llevaron nada bien. Moa detalla con irónica pluma los acontecimientos, ateniéndose a memorias publicadas por sus protagonistas, a textos periodísticos y a actas del Congreso.
Entrelazados en el fluido relato de Moa aparecen el problema religioso y su secuela educativa (eran colegios que funcionaban y atendían a multitud de niños y jóvenes); el problema del orden público, con muertos que se acumulaban por decenas aquí y allá; el problema agrario, que dio malos resultados porque se repartía la peor tierra para los cultivos; el problema regionalista, con ribetes secesionistas también de sainete; las disputas y enfrentamientos entre anarquistas, socialistas y republicanos, los primeros dispuestos a superar la república burguesa con el comunismo libertario. Y la “sanjurjada”, sublevación fracasada del general Sanjurjo. Según la Federación Patronal Madrileña, los primeros seis meses de 1933 se contabilizaron 102 muertos, 140 heridos, y las huelgas habían hecho perder 14, 5 millones de jornadas laborales.
Una de las personalidades que se salvan del incendio es Julián Besteiro. En agosto de 1933 participó en la escuela de verano del PSOE en Torrelodones. Calificó de “locura colectiva” el extremismo en curso y despreció la dictadura del proletariado como vana ilusión infantil, destacando los fracasos del régimen soviético, la única dictadura del proletariado existente. En la misma escuela Largo Caballero expuso todo lo contrario.
En octubre de 1933 el presidente Alcalá Zamora disuelve las Cortes y convoca elecciones.La retórica del PSOE y de otros partidos de menor calado, se vuelve bélica. Niega el derecho de la derecha a ganar las elecciones, y augura el establecimiento por la fuerza de un régimen donde no existan privilegios de clase. Cabe añadir que Moa dedica análisis y comentarios a las derechas, no siempre exculpatorios. Gil Robles, que hasta ese momento se había explicado con moderación, advertía que “si quieren la ley, la ley; si quieren la violencia, la violencia”. También dijo que “No aspiramos a un triunfo imprudente que nos lleve al Poder”, frase ésta que denota miedo o debilidad. Y advertía que iban a poner a prueba a la democracia, acaso por última vez. No era clarividente, sino lógico.
La campaña estuvo repleta de atentados y crímenes. El descalabro de la izquierda fue monumental: tres millones de votos juntando todas las facciones frente a cinco de la derecha y el centro. Una de las razones puede haber sido que en los dos primeros años republicanos se produjeron 700 muertos por la violencia política y sindical, mientras que en los seis años de dictadura primorriverista fueron escasos.
Significa Pío Moa que no todos los socialistas reaccionaron igual. La UGT, en manos de Besteiro y Saborit, rechazaron que las derechas fueran fascistas preparadas a dar un golpe, simplemente habían ganado unas elecciones, y que el PSOE ni debía ni podía reaccionar con un levantamiento de masas. Besteiro clamó que la prensa del partido envenenaba a los trabajadores para llevarlos a los molinos del comunismo. La reacción de otras izquierdas, las azañistas, fue inquietante; interpelaban a la juventud con esta pregunta, ¿aceptarían pasivamente el resultado electoral a todas luces injusto y falso? Esto hacía que la República fuera sencillamente inviable, apunta Moa.
Largo consiguió apartar a Besteiro de su camino y proclamó, “¿Concordia? ¡No! ¡Lucha de clases!”
En febrero de 1934 las Juventudes socialistas atizaron el fuego contra el nuevo gobierno: “Estamos en pleno periodo revolucionario… Ya se han roto las hostilidades”.
Se formaron milicias juveniles armadas. Se empezó a importar y almacenar armas, porque “la revolución se organiza como una guerra”. Se dedicaron a tirotear las concentraciones de la CEDA, nutrida pero sin temple político, y de Falange, todavía incipiente y sin fuerzas.
Siguieron directamente los asesinatos. A todo esto Moa lo califica de “terrorismo del PSOE”. Los preparativos para una acción de mayor envergadura los realizó la izquierda con precisión: armarse, infiltrarse en el ejército y crear un clima de rebeldía.
Renuncio a resumir la carrera hacia la guerra civil emprendida por el PSOE y otros grupos porque es una tarea imposible. Lo mejor que puede hacer el lector interesado es conseguir el libro y leerlo. Pío Moa va reflejando los detalles de lo que terminó siendo la Revolución de Octubre de 1934, en varios intensos capítulos, del XX al XXVI.
La lectura no es indigesta ni difícil, todo lo contrario. Durante varias noches tuve sueños turbulentos.
El intento revolucionario fracasó. Las razones fueron la descoordinación e impericia de los activistas, la acción represiva del gobierno, y las pocas ganas de la población en involucrarse. “El PSOE venía demostrando con palabras y con hechos su decisión de asaltar la República en el momento propicio, pero la derecha no acababa de creerlo”, dice Moa.
Un rasgo curioso fue el fracaso de secesión en Cataluña, verdaderamente estrepitoso, a pesar del clima de descomposición. Esto conduce a deducir que un acto de ruptura como ese sólo puede tener visos de éxito en medio de la violencia y el caos. Otro es la intervención de Franco en los acontecimientos, desde Madrid, señala Moa. Dijo el general, “Los momentos eran gravísimos, había que ser eficaz…Había que reducir la resistencia con rapidez si no se quería una guerra civil”.
Todo 1935 y los primeros seis meses de 1936 se sucedió una degeneración política marcada por los asesinatos, antes y después de las elecciones de febrero de 1936 ganadas por los pelos por el Frente Popular, si es que llegaron a ganarlas, calcula Moa. Sobre este asunto, merece la pena destacar una afirmación de Largo durante la campaña electoral: “Si triunfan las derechas… tendremos que ir forzosamente a la guerra civil declarada.”
La guerra civil y el exilio
Aquí es donde empieza a brillar con presencia propia el Partido Comunista de España, la biela del Komintern en nuestro país de entonces. En Francia el activismo para formar un Frente Popular dictado por Stalin alcanzó su punto culminante. Se actuaba al unísono, y los socialistas eran conscientes de ello. Si se daban prisa y creaban el clima necesario tomarían el poder, algo que el PCE no veía tan claro. Es posible, cabe pensar, que si la atmósfera europea no hubiera estado cargada de soluciones dictatoriales, nazismo y bolchevismo, España se habría librado de la guerra. Pero la hubo, y costó sangre y conmoción moral en todos los españoles, todos. También se puede sacar partido a otra duda, ¿qué habría sucedido en la guerra “antifascista” del PSOE y el PCE de haber durado hasta septiembre de 1939, al conocerse la firma del tratado entre Alemania y Rusia?
La Tercera Parte del libro la dedica Pío Moa a “La Guerra Civil y el Exilio”. Cuatro capítulos, menos de 50 páginas. Son un resumen intenso de lo publicado por él en otro libro. La conclusión se este periodo es para Moa: “En definitiva, la guerra civil vino a resolver por las armas un conflicto fundamental que iba enconándose y engrosando como una bola de nieve desde ‘el desastre del 98’, hasta hacer que ‘nada nos fuera común a los españoles’. Y en ese proceso tuvo el PSOE el papel principal agravando sistemáticamente los antagonismos en función de su ideología, que entendía estas discordias como un factor necesario para alcanzar una sociedad supuestamente más justa, más libre y más próspera.”
La Cuarta Parte, “De las ‘vacaciones’ a la democracia”, tiene treinta páginas. El PSOE desapareció de España, pudo sobrevivir en México gracias a las riquezas esquilmadas en España y embarcadas hacia las Américas.
La Quinta Parte, “El PSOE desde la Transición”, son casi doscientas páginas de hechos conocidos y vividos por casi todos los ciudadanos de hoy. Lo que distingue el relato de Moa de otros es la severidad de sus juicios. Líderes hoy consagrados como ejemplos de moderación aparecen como hipócritas descarnados o aventureros con la suerte de los millones recibidos por la Internacional socialdemócrata.
Deja muy claro Moa que el éxito de la Transición se basa en que la facilitó el Régimen anterior, la canalizaron y la llevaron a cabo jóvenes franquistas que pactaron con los herederos de una República desprestigiada, que en aquel momento sabían que era imposible su recuperación. Lo singular de esos primeros años fue el lenguaje radical del PSOE, antimonárquico y a veces incendiario, frente a un PCE que había resistido y conocía el paño mejor que los socialistas, y que acepto al monarquía, la bandera y pactó con los jóvenes del Movimiento.
Revisión del franquismo
Sesudos historiadores califican al general Franco de dictador implacable, de militar inepto y de político inestable.
Para quienes hemos creído con fe de carbonero que a la República la anuló un ejército de mercenarios dirigido de por un militar idiota, revisar el franquismo nos ha costado tiempo y sacudirnos complejos.
Esta labor la están llevando a cabo Pío Moa y algunos más, como representantes de una visión ajena al franquismo. Porque historias del franquismo las hay y buenas, al igual que sesgadas y churretosas. Pero pertenecen a generaciones demasiado implicadas. Revisar el franquismo desde hoy es empeño arduo, cancelado de antemano, y necesario.
Lo es porque al repasar esos cuarenta años el historiador descubre que la sociedad española se mantuvo en lugar de derrumbarse, se estabilizó, creció económicamente, y tuvo un florecimiento cultural inusitado y prodigioso, a pesar que la “flor y nata” de los eminentes se habían exiliado, para regresar muy poco después.
Es común en el parnaso cultural dominante producir hoy literatura, teatro y cine envuelto en el gris celofán de la angustia y la mentira. No digo que todo lo que se crea tenga estas características. Sin embargo la mirada al pasado produce la sensación de que los años de Franco fueron oscuros, asfixiantes, en blanco y negro, de represión política, de pobreza y de mediocridad y aburrimiento. Si se mira sólo a la actividad política de los antifranquistas (de la que se excluyó el PSOE), la represión, las cárceles, la realidad parece sombría. Pero los millones de personas que superaron antagonismos sangrientos e hicieron lo posible por prosperar eclipsa este panorama.
Ningún régimen sobrevive cuarenta años, con una guerra mundial entre medias, con el campo y la industria arruinados, excluido de las relaciones económicas internacionales, autosuficiente. Más bien es milagroso que mi generación, ahora en retirada de la escena, esté llena de figuras de talento, científicos, creadores que han crecido y se han educado en España, aunque muchos hayan triunfado en el extranjero.
Nadie sensato defiende que Franco fuera un superhombre. Sí fue un militar acostumbrado a participar en batallas con su tropa; un tipo sagaz, que al ser investido Caudillo se encontró con todo el poder para ganar una guerra y pacificar el país; una persona nada fanática, que supo aprovechar la riqueza humana que tenía a su disposición; que “nunca se metió en política”, idea sabia y prudente en un dictador; y que sobrevivió al cerco internacional y a la dinamita que el PCE y pocos más intentaron hacer estallar en el interior. ¿Que gobernó con mano de hierro? ¡Cómo iba a gobernar alguien con guante de seda después de una guerra!
Yo espero que alguien dedique más atención a este asunto de la cultura y la ciencia españolas durante el franquismo. A veces es la cultura del franquismo o dentro del franquismo, y otras veces la cultura que floreció en esas décadas, y también la antifranquista, que partía muchas veces del interior del Régimen. Es suficientemente significativo que, si no la mayoría, muchos de los intelectuales del post franquismo, la Transición y la democracia parlamentaria y la partitocracia, hayan salido de familias que concibieron y urdieron el Movimiento, de hecho fueron la fuerza motriz de la Transición.
La continuidad histórica de España
Los niños que nacimos en la España de los cincuenta y los que lo hicieron en los sesenta estamos casi todos jubilados o prejubilados. Conocimos lo mejor y más útil del franquismo, y todavía en nuestra juventud empezamos a disfrutar de las ventajas de una democracia parlamentaria, enseguida derivada en partitocracia, y ahora en lo que sea hoy. Pudimos trabajar, acumular ahorros en una Seguridad Social cada vez más comprehensiva, disponer de bienes y servicios, volvernos pequeñoburgueses consumistas, y soñar con que las generaciones que nos sucedan vivirían todavía mejor que nosotros. Esto último se ha vuelto una fantasía. No sólo en España sino en toda Europa y otros lugares privilegiados del planeta.
Lo que nos diferencia de esas otras partes del mundo es que los españoles, antes incluso de que muriera Franco, empezamos a creer que nuestro país era un fracaso, que nuestra historia era una vergüenza. dominada por el clero y la Inquisición, inculta, incapaz de crear cultura. Los que fuimos a las escuelas privadas y públicas de la era de Franco aprendimos otra cosa muy distinta. Pero echamos a perder nuestra propia conciencia, y nos sumamos al carro de los vilipendiadores de
España. Fuimos tan idiotas (no todos, afortunadamente) que no nos dábamos cuenta de que estábamos segando la hierba bajo nuestros pies. Bastantes hemos salido de la estulticia.
Los libros de Pío Moa y de otros autores e historiadores que niegan la leyenda negra moderna y antigua con argumentos y datos son una tabla de salvación. Pío inicia sus trabajos con una dedicatoria a los jóvenes, “que deben conocer la historia”.
Esos jóvenes han nacido y viven en una España que no tiene nada que envidiar al resto de Europa, que un día encabezó, igual que hoy la dirige Alemania. La juventud española, como la de tantos otros países occidentales, se ha acostumbrado a los servicios gratuitos, y los toman por eternos.
No tardarán en darse cuenta de que el fracaso de Europa (de la Unión Europea) se los va a llevar por delante. Y, desprovistos de todo asidero moral, no acostumbrados a resolver ellos mismos los problemas, muchos quedarán en el vertedero de la Historia. En realidad este plan es el que ponen en práctica los gobiernos del 2030, que seducen a los jóvenes con caramelos envenenados, para que se conviertan en lumpen proletariado. Sólo se librarán los que puedan heredar fortunas, y los que se hayan educado en el esfuerzo.
A los franceses de hoy, a los alemanes de hoy, a los ingleses de hoy, les importa un rábano su pasado, su historia. Y eso que procede de leyendas dulces y positivas, incluso heroicas. Habrá que ver qué efecto hacen estas leyendas en los millones de no europeos con nacionalidad europea. Es uno de los problemas más serios.
A los jóvenes españoles de hoy les pasa exactamente igual. Su historia les importa un pimiento, y tienen razón, porque han oído que España ha sido un fracaso y no tiene futuro. A estos jóvenes tampoco les hace ninguna ilusión su porvenir, quizá esperan que no tardemos nada en entendernos en inglés, y en que pasen las tardes en conciertos de bandas angloamericanas en estadios muy bien sonorizados. Seremos más pobres, pero más felices en 2030.
El panorama en ambos casos es negro como el bostezo de Polifemo.
Pensadores y ensayistas como Pío Moa nos recuerdan lo que vale el pasado en todas sus facetas, en concreto para la continuidad histórica de España. El hecho de que sus libros se vendan a millares y se lean anima a la esperanza, aunque temo que no sean muchos los jóvenes que los manejen.
El tiempo pondrá a todo y a todos en su sitio.
España no es ni peor ni distinta al resto de los países europeos con los que convivimos. Eso ya es milagroso, según la apreciación que tantos intelectuales han hecho de su historia y de su cultura.
Varias preguntas cabe hacer sobre tan grave extremo.
¿Por qué España ha sobrevivido a un siglo de desastres y matanzas, incluida la de nuestra Guerra Civil? La respuesta de los antiespañoles es: porque cada vez somos menos España. Otra respuesta es: porque fuimos capaces de librarnos de la destrucción generalizada en dos Guerras Mundiales, y también, ¡ay que dolor tener que admitirlo!, porque el franquismo nos libró de la más mortífera, y logró reconstruir un país devastado y colocarlo en la carrera del bienestar social y la democracia parlamentaria, procedente de él, claro.
El peor mal de la España presente, el secesionismo, ¿tiene remedio? Porque este problema no preocupa en Francia, ni en Italia ni en Alemania. Es en lo único en lo que España es diferente ahora. Si nos vamos al vertedero de la historia, ¿se repartirán nuestros pedazos magrebíes, franceses y angloamericanos? ¿Acabaremos unos hablando árabe, otros francés y otros inglés?
No son preguntas de un cenizo. Son preguntas que habremos de responder los españoles, bien abandonándonos al vago azar, bien haciendo todo lo posible por la continuidad histórica de España.
Lamentablemente, el señor Pio Moa y Fernando tienen bastante razón, nos vamos a la m….