Convicciones malgastadas, ilusiones perdidas
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Miles de ilusiones arrasadas primero por una riada, luego por el pavor de los políticos a perder votos. Todavía esperan mantenerlos o ganarlos a costa de vidas, enseres rotos y embarrados.
Fernando Bellón
El señor Trump ha ganado la presidencia de los Estados Unidos mediante el voto popular.
Probablemente algunas, si no muchas familias residentes en l’Horta Sud de Valencia, acababan de empezar un pequeño negocio, ocupado una vivienda nueva, reformado el piso o el hotelito.
Escarbando en la variopinta realidad encontramos una montaña de ilusiones perdidas. Los enemigos de Trump, los afectados por la riada de Valencia, y tantos millones de seres humanos que veían a punto de cumplirse sus ilusiones o las consecuencias de su trabajo y su empeño.
La ilusión es un sentimiento inagotable, perpetuo. Sin ilusión se vive en la amargura o en la tiniebla. Hay ilusiones políticas (sin prejuzgar la moralidad de la ideología de quien las siente), hay ilusiones económicas, profesionales, familiares, expectativas razonables o irrazonables.
Muchas ilusiones se cementan en el esfuerzo, otras son fantasías de las que solemos vivir cuando nos vienen mal dadas, y otras son aleatorias porque dependen de la naturaleza, de la fortuna o de los malos pasos.
La catástrofe de la riada de Valencia ha tirado literalmente por tierra las ilusiones de miles de familias. Ha sido una brutal sorpresa imposible de evitar. ¿A quién pedirle cuentas? Desde luego no a los poderes públicos. No aclaran casi nada, y además es perder el tiempo. Esconden el bulto y se señalan unos a otros con una hipocresía y un cinismo que merece un duro castigo.
Ilusiones perdidas.
Triunfa el señor Trump en las elecciones yanquis. Los que le han votado están exultantes (menuda alegría de res), y los que le querían muerto, se están llevando un berrinche muy merecido.
Fijar la razón de nuestra alegría (no de nuestra felicidad, eso es bastante idiota) en el mal de otro es una decisión poco conveniente, porque se acaba volviendo contra el que hace depender su alegría en infecundo deseo.
Claro, en una guerra, en unas elecciones, en un partido de fútbol y deportes competitivos, el deseo de ganar o de que gane el tuyo no hay quien se lo quite a nadie, ni al más ecuánime. Ganar una guerra es para los contendientes una alternativa de vida o muerte. Por eso se inventaron los deportes, la lotería y hasta la partitocracia. Son sucedáneos de victoria indolora, pero insípida.
La democracia (el letras cursivas) es ya un fenómeno casi universal, hasta en las dictaduras menos férreas. La red internáutica y sus maravillas digitales permiten a todo quisque opinar, dar información o crearla por capricho o por interés. La facilidad de hacer público un mensaje, un estado de ánimo, una ocurrencia ha terminado enredando a la inteligencia en una tela de araña planetaria.
Los comentarios más odiosos son los que parten de los acólitos de base ideológica (las nuevas religiones) con el propósito de machacar a los paganos, y se hacen de espaldas a la razón y al respeto.
Esta semana me he sentido obligado a lanzar uno que sin duda se ha perdido en el océano de las ilusiones perdidas. Era este:
ME DAIS MIEDO
Necesidades personales, dar a conocer la publicación de mi novela “La rendición de Lenin”, me inducen a transitar las llamadas redes sociales, por las que no suelo pasearme.
Leo en ellas afirmaciones que me dan miedo. Calificaciones venenosas hechas por personas que conozco, y que muestran un odio mortal (digo bien, mortal) hacia la derecha, la ultra derecha y los fascistas. Me pregunto si yo, que no he votado ni votaré jamás al actual gobierno, soy un fascista detestable, y por tanto indigno de vivir.
Doy gracias a la madre que me parió por haber nacido en 1949. Si lo hubiera hecho como ella en 1920, estaría en grave peligro. Personas con las que me trato, a las que saludo cuando las veo, ahora mismo me producen pavor. ¿Se han vuelto locos? ¿Realmente son capaces de apartar de su lado como apestados, casi de eliminar, de borrar a quienes no piensan exactamente como ellos? Y si no es así, ¿han sido capturados por una nueva religión fanática sin oponer la resistencia de la razón?
Lo digo públicamente, ME DAIS MIEDO.
Estos días, la red está desbordada de insidias, falsedades, aberraciones sacadas de las alcantarillas de la estupidez humana. Es natural, es nuestra naturaleza. Poco hemos cambiado a lo largo de los siglos. Y quedan magníficos testimonios de ello en las bibliotecas.
Los amorales y criminales con poder sido retratados repetidas veces a lo largo de la historia. Igual que la ingenuidad del inocente y no tan inocente. Recuerden El Criticón de Gracián, que en estas páginas hemos glosado.
En términos generales, cualquier tiempo pasado fue peor, y hoy vivimos mejor que hace un siglo. Pero el poder de los canallas, infames, chusma que dirigen la sociedad se está volviendo incontrolable. Se utiliza y se paga la publicidad en las redes para difamar al enemigo. Se inyecta ácido en los creyentes para que se vuelvan sapos tóxicos y escupan veneno, los pobres imbéciles.
En las décadas iniciales de la prensa amarilla y la publicidad engañosa la única forma de llegar a las masas era provocando su concentración mediante agitadores. Esto no era nada fácil.
Hoy, se ponen de acuerdo unas docenas de tuiteros pagados y lanzan simultáneamente toneladas de mentiras que miles de idiotas obedientes a la fe inapelable recogen jubilosos para hacerlas llegar hasta el último rincón del territorio.
Es tan sencillo en el mundo digital perder las convicciones, que las ilusiones se convierten en neumáticos inflados con plomo. Es un mundo poblado de gilipuertas con teléfonos móviles.
¿Y que hay de las autoridades políticas en esta Dana de mentiras y cintas de vídeo?
LAS AUTORIDADES POLÍTICAS NO HAN DECEPCIONADO.
Se han revelado tal cual son. La culpa de todo lo que sucede, sea responsabilidad humana o de la naturaleza, la tiene otro, sobre todo si es enemigo político. ¿Y los afectados? Los afectados, si necesitan algo, que lo pidan, coño.
Ante la población inerme unos están quedando como incompetentes, y otros como fríos canallas.
Estamos viviendo un escándalo histórico que quedará en los libros: La Gran Vergüenza de una casta despreciable en su conjunto, aunque haya excepciones, algunas lúcidas y notables.
¡Y los hemos elegido nosotros!
¿Elegido?
Parecemos idiotas. Pero no todos lo somos. Llegará el momento de demostrarlo.