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Cultura y comunicación

El cambio tectónico de nuestro siglo, reflexiones al calor de Paul Manson

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Primera entrega de un ensayo de José Antón, en el que analiza  lo que propone en su título y subtítulo. Las reflexiones que siguen fueron provocadas en el autor por el libro de Paul Mason «Postcapitalismo». Para Mason el modo de producción capitalista se encuentra en su ocaso y, al igual que pasó con su surgimiento dentro del sistema feudal, nos encontraríamos en una fase inicial de la que solo podemos tener una perspectiva limitada. Mason basa su argumentación en la teoría de los ciclos largos en economía forjada por el ruso Nikolai D. Kondrátiev, fusilado por Stalin porque auguraba una vida larga al capitalismo. José Antón es realizador y guionista de documentales centrados en la problemática del medio ambiente, entre ellos «Francisco Bernis, a vista e pájaro», sobre el fundador de la Sociedad Española de Ornitología (SEO).

EL ANTICAPITALISMO, ¿ENFERMEDAD INFANTIL DEL POSTCAPITALISMO?

 (I)

1.- ¿De qué cambio estamos hablando?

El subenunciado de este artículo se plantea como pregunta con el siguiente sentido: si el capitalismo está llegando a un ocaso en su devenir histórico (hipótesis del postcapitalismo que luego se explica), ¿tiene sentido mantener una postura meramente resistencialista y básicamente reactiva .- el anticapitalismo?, ¿no se trataría de cambiar de estrategia – que ya dura casi cuatro décadas, el lapso de tiempo de la hegemonía neoliberal – pasando de una línea defensiva a otra de carácter ofensivo?, ¿existen condiciones para ello?

Antes de entrar en harina vamos a detenernos en dos conceptos que han salido a la palestra en el último lustro: la sociedad de coste marginal cero y el Internet de las cosas.

El primero corresponde al título de un libro publicado en 2014 por Jeremy Rifkin. En economía y finanzas se entiende por coste marginal “el incremento que sufre el coste cuando se incrementa la producción en una unidad, es decir, el incremento del coste total que supone la producción adicional de una unidad de un determinado bien”, según Wikipedia. El enunciado de Rifkin viene a decir que en la actualidad se está produciendo un nuevo fenómeno económico: a consecuencia del cambio tecnológico profundo que se deriva de la “revolución informacional” (de los efectos de las nuevas tecnologías de la información en la realidad económica)  se llega  a una productividad extrema y  los costes marginales se reducen casi a cero, consiguiendo así que la información, la energía y muchos bienes y servicios físicos dejen de estar sometidos a las fuerzas del mercado y lleguen a ser abundantes y casi gratuitos. Según Rifkin eso es lo que está empezando a suceder y en su libro aporta un torrente de datos que hacen ver que la cosa va muy en serio, que no se trata de ciencia ficción, de un futuro más o menos lejano sino de una realidad emergente que está ya empezando a suponer un cambio histórico.

Por Internet de las cosas (concepto también trabajado por Rifkin y elaborado por Kevin Ashton en 1999)) se entiende la interconexión digital de objetos cotidianos  con Internet. Viene a ser la conexión de Internet con más “cosas u objetos” que personas. Según algunos estudios en 2020  habrá en el mundo aproximadamente 26 mil millones de dispositivos con un sistema de conexión al Internet de las cosas que debería codificar de 50 a 100 000 mil millones de objetos y seguir el movimiento de estos puesto que se calcula que todo ser humano está rodeado de al menos entre 1000 y 5000 objetos. Todo esto conlleva la existencia de dispositivos de identificación cuyos protocolos están teniendo en el momento presente una innovación que parece va a tener consecuencias importantes en el corto plazo de cara a un posible crecimiento exponencial del Internet de las cosas.

La convergencia del Internet de las comunicaciones con un Internet de la energía y un Internet del transporte y la logística (los dos últimos de momento en estado muy incipiente)  está creando una nueva infraestructura tecnológica para la sociedad que cambiará  profundamente la economía global en los próximos decenios. Se están conectando miles de millones de sensores a flujos de recursos, almacenes, sistemas viarios, cadenas de producción, redes de distribución eléctrica, oficinas, hogares, tiendas y vehículos que supervisan continuamente su estado y su funcionamiento y envían estos datos al Internet de las comunicaciones, al Internet de la energía y al Internet del transporte y la logística. Esta realidad emergente va a suponer que nos podamos conectar al Internet de las cosas y analizar esos grandes datos (en inglés, big data) para crear algoritmos predictivos con los que acelerar la eficiencia, aumentar de una manera drástica la productividad y reducir a casi cero el coste marginal de producir y distribuir objetos físicos, igual que en la actualidad podemos hacer con los bienes de información.

En definitiva, estamos viviendo una mutación tecnológica y económica cuyas consecuencias específicas merece la pena analizar por una parte y por otra relacionar con aspectos de tipo social, político y cultural.

Sin más demora pasamos a considerar la hipótesis de que en el seno del modo de producción capitalista está naciendo un nuevo modo de producción , que podemos llamar postcapitalista, que de momento se encuentra en una fase incipiente – como le ocurrió al capitalismo al final de la época feudal – pero que podría no solo abrir un nuevo período histórico sino dar solución a la crisis civilizacional que probablemente sea el principal rasgo distintivo de nuestra época. Esta hipótesis es la que Paul Mason baraja en su libro “Postcapitalismo” publicado en 2015.  Las tres grandes crisis de nuestra época podrían encontrar solución más allá del capitalismo con lo que nuestra civilización podría salvarse del cataclismo que acecha a la vuelta de la esquina como aquel que dice.

 La crisis ecológica que nos muestra, entre otras cosas, que o la subida de la  temperatura media se mantiene por debajo de los dos grados centígrados en las próximas décadas o nos vamos al abismo.

 La crisis energética – relacionada con la anterior – que una vez pasado el pico del petróleo y con la perspectiva de pasar los del gas y el carbón en pocos años, nos indica que o hay una transición de los combustibles fósiles a los renovables antes de que los primeros den señales nítidas de agotamiento y los daños colaterales de su extracción  pasen determinadas líneas rojas o nos podemos ir preparando para tensiones que  den lugar a un gran batacazo del que saldremos todos ( o al menos el 99 por ciento) perjudicados.

 Y , por último, la crisis económica – la estructural, la sistémica y no la de las páginas salmón de la prensa escrita y los boletines bursátiles –  que un informe reciente de la OCDE sitúa, al menos, de aquí a medio siglo y cuyas consecuencias más notorias son el aumento de las desigualdades y de la precariedad y la pobreza. El aumento del sufrimiento de las mayorías sociales. Algo que es incompatible con la democracia que ha sido devaluada, secuestrada y pervertida por las elites que ocupan el poder. Un statu quo siniestro al que solo cabe oponer una revolución democrática que se aborda en la parte final (en una próxima entrega) del artículo.

 El principal argumento de “Postcapitalismo” de Paul Mason es que el capitalismo es un sistema complejo y adaptativo que ha alcanzado los límites de su capacidad para adaptarse. Las tecnologías de la información son diferentes de cualquier otra tecnología anterior y tienen una tendencia espontánea a disolver mercados, destruir derechos de propiedad y desintegrar la relación entre trabajo y salarios. Este proceso se está dando, nos guste más o menos, de una forma implacable, “objetiva”. Los bienes informacionales  están disolviendo la capacidad del mercado para formar precios de forma correcta porque los mercados se basan en la escasez y la información es abundante. Por otro lado, estamos siendo testigos del auge espontáneo de la producción colaborativa. Mason pone como ejemplo el caso de Wikipedia, elaborada por 27.000 voluntarios que no cobran por su trabajo, destruyendo de un plumazo el negocio de las enciclopedias y privando a las compañías publicitarias de unos ingresos de 3.000 millones de dólares anuales.

 Franjas enteras de la vida económica se están empezando a mover a un ritmo diferente en los nichos y huecos que deja abiertos el propio sistema de mercado proliferando monedas sociales, bancos de tiempo, cooperativas y espacios autogestionados. Esto podrá parecer marginal desde un punto de vista cuantitativo, “macroeconómico” pero se trata de un movimiento “tectónico” imparable. Van apareciendo  nuevas formas de propiedad y de préstamo, nuevos contratos legales, incluso una nueva “ética empresarial” como revelan las nuevas formas jurídicas y protocolos de seguridad que están detrás del desenvolvimiento del bitcoin y que probablemente tengan mucha más importancia que su propio  valor monetario.

 Para Mason, la producción colaborativa – en la que se usa la tecnología en red para generar bienes y servicios que funcionan solo si son gratuitos o compartidos – define la ruta que hay que seguir para dejar atrás el sistema de mercado. Un camino que precisará del concurso del estado para que pueda adquirir carta de naturaleza. Un proceso que se desarrollará (que ya se está desarrollando) al margen de las coyunturas políticas de los diferentes estados nacionales y agrupaciones  regionales. Una marcha que está triturando literalmente el neoliberalismo de una forma estructural aunque no hay que perder de vista que, mientras tanto, la hegemonía neoliberal está triturando a su vez estados y sociedades enteras que pasan a ser estados fallidos y sociedades desestructuradas que suponen una fábrica de sufrimiento y de miseria. En esta paradoja vivimos y se hace difícil vislumbrar la salida del túnel, encontrar el camino para dejar atrás el laberinto siniestro que nos atenaza. Ante estas penurias la posibilidad del postcapitalismo ofrece una corriente de aire fresco, un alivio que se hace necesario verificar. Es imperioso saber si se trata de un espejismo, de una floritura intelectual, de un “ismo” más en el mundo “post” en el que estamos  en este recorrido del siglo veintiuno o, por el contrario, estamos en el tránsito del modo de producción capitalista a otro modo de producción diferente, al que llamamos postcapitalismo aunque quizá en el futuro lo nombremos de otra manera Y este proceso se está produciendo delante de nuestras narices con unas consecuencias imparables  y  pueden existir procedimientos de verificación que nos muestren que esto es así, que no nos lo estamos inventando, que tenemos que contar con ello.

 Según Mason, las redes reintroducen “granularidad” en el proyecto postcapitalista. Son capaces de construir la base de un sistema no mercantil que se reproduce por sí solo. El diseño de ese nuevo orden tendría un carácter “modular” en el sentido que tiene en la ingeniería de alta tecnología donde antes  de fabricar cualquier pieza de metal se diseñan, se prueban e incluso se “manufacturan” virtualmente los objetos mediante un proceso  de “modelado” en ordenador que permite detectar errores y rectificarlos en la fase de diseño. Algo imposible antes de que existieran las simulaciones en 3D. El postcapitalismo no necesitaría tanto un plan como un “diseño modular de proyecto”. Muchas personas pueden trabajar en él en lugares y a ritmos diferentes, con relativa autonomía las unas de las otras.

Mason fabrica en “Postcapitalismo” un modelo interpretativo que reposa en una idea-fuerza: la de las ondas largas en economía, adaptadas con su enfoque al momento presente. La idea original consiste en que más allá de los ciclos económicos a corto plazo existen ciclos más largos, de unos cincuenta/sesenta años cada uno con grandes cambios estructurales. El economista ruso Nikolai D. Kondrátiev (Николай Дмитриевич Кондратьев) – fusilado en 1938, en el momento álgido del terror staliniano, tras pasar ocho años en las cárceles soviéticas – es su autor. Se atribuye su asesinato al haberse atrevido a formular la hipótesis de que el capitalismo no estaba condenado a desparecer  sino que tenía una capacidad adaptativa que su visión de las ondas largas permite entender. Y es esta gran capacidad de adaptación, de la que el capitalismo ha hecho gala en su último cuarto de milenio, la que ahora se encontraría en entredicho según la visión de Mason.

 En la teoría de Kondrátiev cada ciclo largo muestra un período de crecimiento que dura  en torno a veinticinco años y que es alimentado por el despliegue de nuevas tecnologías  y de una elevada inversión en capital.  Luego se observa un descenso de aproximadamente igual duración que, normalmente, desemboca en una depresión. En una fase “ascendente” son raras las recesiones. En fases “descendentes” son frecuentes. En la fase alcista, el capital fluye hacia los sectores productivos. En la de bajada tiende a quedarse atrapado en el sistema financiero.

 Para Paul Mason esa teoría es correcta en lo fundamental pero la crisis actual representa una alteración del  patrón, lo cual nos da a entender que estamos ante algo más que el final de un ciclo de cincuenta años.

 A principios de los años veinte del siglo pasado, Kondrátiev estaba convencido de que el capitalismo industrial se encontraba en medio de un tercer ciclo que ya había alcanzado su cumbre y había iniciado su fase de descenso (probablemente en algún momento entre 1914 y 1920). Pero esa caída distaba aún mucho de haber tocado a su fin; de ahí que el eco­nomista ruso predijera que la crisis política que había consumido a Euro­pa entre 1917 y 1921 no fuera a desembocar en un colapso económico inmediato. Era posible que se produjera una recuperación poco sólida —sostenía Kondrátiev— antes de que le llegara el turno a la depresión. Y así lo confirmaron los acontecimientos.

 Podemos considerar  esas fases tal como las describió  Kondrátiev. La primera de ellas, ascendente, comienza típicamente con una década frenética de expansión, acompañada de guerras y revolucio­nes, en la que nuevas tecnologías, inventadas durante la fase de declive inmediatamente anterior, de pronto se normalizan y se generalizan. A con­tinuación, se inicia una ralentización, causada por la reducción de la in­versión en capital, el aumento del ahorro y el acopio de capital hecho por la banca y la industria; la situación empeora por el impacto destructivo de las guerras y del crecimiento del gasto militar no productivo. Sin embar­go, dicha ralentización forma parte aún de la fase ascendente: las recesio­nes (si las hay) siguen siendo cortas y poco profundas, mientras que los periodos de crecimiento son frecuentes y fuertes.

Finalmente le llega el turno a la fase descendente, en la que caen tan­to los precios de las materias primas como los tipos de interés sobre el capital. Hay más capital acumulado del que se puede invertir en indus­trias productivas, por lo que aquel tiende a refugiarse en el sector finan­ciero. De ese modo, impulsa a la baja los tipos de interés, porque la am­plia oferta de crédito existente hace que disminuya el precio de los préstamos. Las recesiones empeoran y se vuelven más frecuentes. Los salarios y los precios caen hasta que, finalmente, se instala una depresión.

 En ninguna parte de este análisis hay pretensión alguna de predic­ción del momento exacto de cada fase o acontecimiento ni afirmación alguna de que las ondas sean regulares. Kondrátiev dejó muy claro que cada onda larga tiene lugar «en unas condiciones concretas e históricas nuevas y diferentes de las anteriores, así como a un nivel nuevo de desa­rrollo de las fuerzas productivas, por lo que no es en ningún caso una mera reedición del ciclo precedente».

 Es entonces cuando Kondrátiev enuncia la parte más controvertida de su argumento. Y es que él notó que el comienzo de cada ciclo de cin­cuenta años venía acompañado de una serie de sucesos desencadenantes. Dijo textualmente:

 “Durante más o menos las dos primeras décadas anteriores al inicio del ascenso de la onda de un ciclo largo, observamos una vigorización de las invenciones técnicas. Tanto antes de que comience la onda ascendente como durante el principio de esta, observamos una aplicación amplia de esas invenciones a la práctica industrial, debida a la reorganización de las relaciones productivas. El comienzo de los ciclos largos suele coincidir con una expansión de la órbita de las relaciones económicas mundiales. Por último, los inicios de los dos últimos ciclos sucesivos vinieron prece­didos de grandes cambios en la extracción de metales preciosos y en la circulación monetaria”.

 Kondrátiev estaba decidido a buscar y encontrar la causa de los ciclos largos en el terreno de la propia economía, y no en la tecnología ni en la política global. Y Mason nos dice que tenía razón.

 Pero, para esa búsqueda, recurrió a teorías que habían sido propuestas en su momento por Karl Marx para explicar los ciclos económicos más cortos, de diez años a lo sumo, observados en el siglo XIX, y que se basaban en la idea del agotamiento de la inversión en capital y en la necesidad de reinvertir.

 Si las crisis «regulares» que se producen cada década son consecuen­cia de la necesidad de reemplazar herramientas y máquinas, argumentó Kondrátiev, entonces las crisis que tienen lugar cada cincuenta años tam­bién estarán probablemente causadas por “el desgaste, la sustitución y el incremento de aquellos bienes básicos de capital cuya producción re­quiere de un largo periodo de tiempo y de una enorme inversión”. El tenía en mente, por ejemplo, el auge de la construcción de canales a fial­les del siglo XVIII y el boom del ferrocarril durante la década de 1840.

 Desde el punto de vista de la teoría de Kondrátiev, una onda larga despega a raíz de la acumulación, la centralización y la movilización (en el sistema financiero) previas de grandes cantidades de capital barato, acompañadas habitualmente de un incremento de la oferta de dinero, que se necesita para financiar la expansión inversora. Se ponen en mar­cha entonces grandiosos proyectos de inversión: canales y fábricas a fi­nales del siglo XVIII, ferrocarriles e infraestructuras urbanas a mediados del XIX. Se despliega una tecnología nueva y se crean modelos de nego­cio igualmente novedosos, lo que se traduce en una lucha por el acceso a nuevos mercados y en una intensificación de las guerras a medida que crecen las rivalidades por hacerse con asentamientos coloniales. Nue­vos grupos sociales relacionados con los sectores económicos y las tec­nologías en ascenso chocan con las viejas elites, lo que genera agitación social.

 Algunos de los detalles concretos son  específicos de cada ciclo en particular, pero lo que importa en la tesis de Kondrátiev es su argumento acerca de la causa y el efecto. El despegue está causado por el hecho de que la acumulación de capital sucede más deprisa que su inver­sión durante la fase de depresión previa. Un efecto de esa disparidad es la búsqueda de una oferta de dinero expandida; otro es la mayor dispo­nibilidad de tecnologías nuevas y más baratas. En cuanto se inicia una nueva racha de crecimiento, esta trae como consecuencia un aluvión de guerras y revoluciones.

 En la interpretación de P. Mason, el capitalismo industrial habría pasado por cuatro ciclos largos hasta llegar a un quinto cuyo despegue se ha estancado :

– El primero abarcaría el período 1790-1848.  El sistema fabril, la maquinaria de vapor y los canales compondrían su esqueleto.

 – Le sucedería el segundo, entre 1848 y mediados de la década de 1890.  Los ferrocarriles, el telégrafo, los vapores transoceánicos, las monedas estables y la maquinaria producida por máquinas sentarían sus bases. La onda alcanza su máximo a mediados de la década de 1870, con la crisis financiera en Estados Unidos y en Europa que marcó el inicio de la Gran Depresión de 1873-1896. Durante las décadas de 1880 y 1890, se desarrollan nuevas tecnologías como respuesta a ciertas crisis económicas y sociales; tecnologías que cuajan en el comienzo del tercer ciclo.

 – El tercero iría de 1890 a 1945, con la industria pesada, la ingeniería eléctrica, el teléfono, la gestión científica de los procesos productivos y la producción en masa como tecnologías clave. La ruptura de la tendencia se produce al término de la Primera Guerra Mundial. La Gran Depresión de los años treinta, seguida de la destrucción de capital durante la Segunda Guerra Mundial, pone fin a la fase descendente.

 – El cuarto  ciclo iría de finales de la década de 1940 a 2008. Los transistores, los materiales sintéticos, los bienes de consumo de masas, la automatización fabril, la energía nuclear y la computación automática han creado un nuevo paradigma que da como resultado el  período de expansión económica más prolongado de la historia. Su pico máximo es la crisis del petróleo de octubre de 1973, tras el cual se instala un largo período de inestabilidad.

 – Los elementos básicos del quinto ciclo aparecen a finales de la década de 1990. Sus motores impulsores son la tecnología de redes, las comunicaciones móviles, un mercado verdaderamente global y los bienes informacionales pero su despegue se ha atascado en la interpretación de Mason.

 La hipótesis de trabajo de los ciclos largos de Kondrátiev puede estar sometida a factores de corrección de diverso tipo pero el quid de la cuestión es si en lo fundamental es o no verificable. Hay pistas que apuntan a que puede serlo. Remitimos al lector al concepto de paradigma científco de Thomas Khun y su posible aplicación en este caso.

 Para P. Mason, Kondrátiev nos proporcionó un modo de conocer mejor lo que los teóricos de sistemas denominan el nivel «meso» en economía; esto es, lo que se sitúa entre un modelo abstracto del sistema y la historia concreta de este. Nos legó una forma mejor de comprender las mutaciones de ese sistema que la que nos han ofrecido las teorías propugnadas por diversos seguidores de Marx durante el siglo xx, que se centraban en factores externos y en escenarios de catástrofe final del sistema.

 Con respecto a la tesis de “Postcapitalismo” de Paul Mason de que el modo de producción capitalista se encuentra en su ocaso y que, al igual que pasó con su surgimiento – lento y en progresión, en principio de forma embrionaria – dentro del sistema feudal, nos encontraríamos en una fase inicial de la que solo podemos tener una perspectiva limitada, hay que reconocer que es una idea poderosa que solo el tiempo podrá verificar. Pero de momento puede ser muy útil como hipótesis de trabajo. El quid de la cuestión es si esa capacidad probada de adaptación del capitalismo durante cerca de doscientos cincuenta años está tocando a su fin o no. Y aquí es donde entra el esquema interpretativo de Kondrátiev de las ondas largas que nos aporta un paradigma con  posible valor científico en cuanto que nos permite entender una realidad compleja que , de otra forma, se nos escapa y nos deja huérfanos de saber en donde estamos y hacia donde podemos ir.

 Hay que dejar claro que Paul Mason nos explica su tesis sin ningún propósito teleológico  (sin atribuirle ninguna finalidad previa) a diferencia de la tradición marxista de la que es, bajo mi punto de vista con muy buenos argumentos, crítico. Yo creo que nos aporta una herramienta muy potente que, junto con otras muchas, nos puede ser de utilidad para salir del atolladero en el que estamos metidos como sociedad y civilización en este primer cuarto del siglo XXI. Invito al lector a que le hinque el diente a “Postcapitalismo”, una obra que no le dejará indiferente y cuyo prólogo y parte del primer capítulo están en  libre disposición en internet por parte de la editorial.

 En una siguiente entrega de este artículo (una vez conocida la aportación de la teoría de las ondas largas de Kondrátiev y su adaptación por parte de Mason a su hipótesis del postcapitalismo) me detendré en algunos conceptos, entre otros el de “General Intellect” de Karl Marx y el de “Inteligencia Colectiva” de Pierre Levi, para que nos podamos aproximar al entendimiento de los cambios profundos que estamos teniendo en lo social y lo cultural. Ya que en lo político y lo económico estamos viviendo una fase de contrarrevolución fruto, entre otras cosas, de la crisis (a mi juicio terminal) del concepto de representación política y del impasse del neoliberalismo que tiene secuestrado “al 99 por ciento” al que somete a sádica tortura con sus políticas de austeridad. Impasse que, bajo mi punto de vista, solo se puede romper con una política ofensiva que deje atrás la postura actual (muy comprensible, por otro lado) puramente resistencialista y defensiva que hace del “anticapitalismo” bandera, sin entender que se trata de oponer al actual estado de cosas una alternativa de transformación práctica con un programa político pero también con medidas de orden social y económico, con la creación de nuevas alianzas, con el establecimiento de un poder constituyente que de carta de naturaleza a un proceso de avance postcapitalista. Proceso de naturaleza colectiva, social que requiere superar el actual escenario de derrota, de “caos determinista”.

 Confío en que el lector me siga acompañando en este apasionante viaje.

 

 

José Antón

 

febrero de 2018

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