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Bitácora y apuntes

El móvil espolique

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Una colaboración de Gaspar Oliver

Como la mayoría de los mortales, poseo un teléfono móvil cuyo uso pago.

No sé cómo se las ingenian, pero los mendigos y muchos pobres de solemnidad, los vagabundos, los desplazados, los refugiados, los soldados en el campo de batalla, todo el mundo  tiene móvil, portable, telefonino, celular, etc.

Vayas donde vayas, país, región, ciudad o barrio, la mayoría de los habitantes ociosos dirige la mirada hacia la mano que sostiene el aparato luminoso. Hay quien parece querer tragárselo, como ilustra la fotografía.

Observas a la gente en un jardín, y ya no lee el periódico o un libro, tiene los ojos clavados en el imán del móvil. Es frecuente ver a personas mirándose la mano y caminando a la vez, levantando la vista de vez en cuando para no caerse a un pozo o tropezarse con otro transeúnte, quizá también abstraído por el móvil. Yo también me entretengo con el telefonino cuando espero el metro o el autobús y cuando entro en el vagón.

Supongo que nadie sostendrá que estoy exagerando, son hechos obvios, observables nada más salir a la calle: en las terrazas de los bares, en la cola del supermercado, en la sala de espera del médico. Anywhere! Anytime!

No voy a machacar tres sobadísimos asuntos: Enfermedad, Manipulación, Big Data. Las enfermedades que puede producir este hábito, especialmente en los jóvenes; la manipulación de los promotores del Big Data sobre la población; y la cueva de Aladino que la telefonía móvil es para las tecnológicas del Big Data.

Quiero reflexionar sobre el efecto inocuo de la telefonía móvil en la vida presente, y su desaparición como problema en poco tiempo.

Las preguntas pertinentes son: ¿Por qué usamos el móvil? ¿Para qué?

Parecen preguntas simples, pero se pueden responder con espíritu optimista, o con la lengua llena de alquitrán.

Creo que fue un director general de Nokia o Ericsson, marcas escandinavas, quien soltó la tontería a finales del siglo pasado de que los incipientes teléfonos inteligentes no tenían futuro, que el móvil sólo servía para una cosa, llamar y recibir llamadas.

Yo compartía entonces esa idea, pero de telecomunicaciones sé tanto como de física de fluidos. El hecho es que yo uso el móvil sobre todo para comunicarme “gratis” por guasap, para leer la prensa digital, para llamar a familiares, amigos e instituciones y negocios, para hacer y enviar fotografías, y para ver facturas y avisos. Por ese orden.

Apenas entro en Facebook y en Instagram. No uso twitter. No pago con el celular nada ni envío transferencias. Y no lo hago porque me importan un rábano las tonterías seriadas, y porque no confío en la tecnología financiera.

Para esto tengo yo un móvil. Y en consecuencia inversa porque me sirve para informarme y evitar enojosos trámites con presencia física, porque puedo comunicarme con personas que se encuentran en las antípodas, porque puedo citarme o anular un compromiso. Cosas así, casi siempre prácticas.

Esto en lo que respecta a mi relación con el móvil, que no debe ser muy distinta a la de la mayoría de los adultos con telefonino.

Si tantísima gente recurre al móvil no es solo por distraerse, es porque les sirve. Por ejemplo, los autónomos, la gente que gestiona negocios, que compra y vende, los artistas y creadores que dependen de sus relaciones para mantenerse, a todos ellos el celular les resulta imprescindible por los servicios instantáneos que presta, y la cantidad de tiempo que les ahorra. Otra cosa es qué hacen con ese tiempo extra, puede que se aburran y regresen al portable para jugar a marcianitos; es cosa suya, no del aparato.

El sentido común, la intuición y la observación me hacen deducir que un porcentaje mayoritario de la población usa el móvil por su utilidad, no porque sea un circo de bolsillo. Aquellos que vemos leyéndose la mano en los transportes públicos o parados en una esquina lo hacen o por matar el rato (el viaje, la espera) o porque les sirve para algún propósito, necesario o adquirido.

El móvil no es un vicio, del mismo modo que el alcohol no es catastrófico en sí mismo. Que haya alcohólicos es tan malo como que haya accidentes de automóvil, pero no es causa de desesperación más que para los familiares de los afectados.

El móvil no es una maldición, sino todo lo contrario. Su comercialización y la futilidad de muchos de los servicios que ofrece son los que lo convierten en una molestia y en un problema para determinados sectores de la población, los niños, los adolescentes, los jóvenes y los que se hallan en inferioridad de condiciones para defenderse con el entendimiento de la manipulación del negocio telefónico.

Si mi padre, por ejemplo, que murió cuando el móvil empezaba a dejar de ser una rareza, resucitara (pobrecillo, no se lo deseo por razones políticas, no tecnológicas), le pasmaría lo mismo que a los que miramos con el propósito de ver la realidad y no sucedáneos preestablecidos: multitudes mirándose la mano, o con la mano en la oreja, o con un cacharrito delante de la boca o con el brazo estirado mirando al cacharrito. Pero al recibir las explicaciones adecuadas no pensaría que nos hemos vuelto locos o que nos precipitamos hacia un abismo moral.

El móvil es un espolique. R.A.E.  (De espuela) Mozo que camina junto a la caballería en que va su amo. Alguien que están siempre con nosotros y nos ayuda en trámites enojosos y nos da conversación en los tiempos muertos.

Las enfermedades vinculadas al móvil no son ni más graves ni más numerosas que las vinculadas a la televisión y al ordenador, otras dos novedades de la posmodernidad. ¿Qué porcentaje de la población pasa horas y horas con la vista en la pantalla y el telefonino en la oreja o en la boca, además de los funcionarios, los oficinistas, los programadores, los comunicadores, los investigadores, los policías y los militares? No creo que haya cifras sobre el asunto. Las enfermedades adquiridas son laborales, como las posturales o las de uso excesivo de los sentidos y los músculos, no se deben a la pantalla, sino a las rutinas de trabajo. El problema no es el maquinismo, sino la obligación y la rutina, y las “derivadas morales”, la codicia y la estupidez.

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