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Bitácora y apuntes

El mundo sigue

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Una reseña de Segismundo Bombardier

Esta reseña es producto más de mi mujer que mío. Mi mujer es una belga valona que se ha aficionado a España gracias a nuestro matrimonio. Aprecia mucho a España, a la que considera una nación formada, es decir, no a medias, como Bélgica, patria de los apátridas y disconformes, empezando por ellos mismos. El historiador británico Tony Judt consideraba a Bélgica un estado fallido. Lo conocía bien porque lo había estudiado a fondo y porque su padre era belga.

Es el caso que el mundo sigue, impertérrito a las naciones, a las fracturas, a las bombas y a las pandemias.

“El mundo sigue” es una novela de Juan Antonio de Zunzunegui, novelista bilbaíno del siglo XX (1900-1982). Fue publicada en 1960, sin que la crítica le hiciera mucho caso. En 1963 Fernando Fernán Gómez rodó una película basada en ella. Ambas, la novela y la película son dos piezas extraordinarias en la literatura y la cinematografía española.

De joven leí algunas novelas de Zunzunegui, tomadas de las estanterías de mi padre. Recuerdo El Chiplichandle, El barco de la muerte y La vida como es. La primera no la entendí, porque es un tanto experimental, y yo no estaba para experimentos, las otras dos me impresionaron.

Una cadena de pago francesa emitió el otro día El mundo sigue, que vimos mi mujer y yo, y también nos impresionó. Le conté mis lecturas de Zunzunegui, y me puse al día de su trayectoria mediante páginas de Internet. Leí las páginas adecuadas y las comenté con mi mujer. Ha sido ella quien me ha impulsado a escribir esto, a modo de precisión histórica, política y literaria.

A mí la película me ha dejado boquiabierto. Al parecer no tuvo difusión en España, entre otras cosas porque los distribuidores debieron de conocer que no era aprobada por el Régimen (gaseoso concepto), y cayó en el olvido y en la incuria filmográfica, y se echo a perder, de modo que beneméritos cineastas tuvieron que recomponerla.

Las imágenes de El mundo sigue me han traído a la memoria el Madrid que yo dejé a finales de los sesenta, cuando me instalé en Francia. España y los españoles iniciaban su camino hacia el bienestar y también hacia la sustitución de la dictadura franquista por un sistema democrático que procedía de ella.

El tránsito político ha eclipsado todos los demás aspectos, hasta el extremo de confundir unas instancias con otras. Por ejemplo, Zunzunegui ha sido considerado como autor del Régimen por sus vinculaciones profesionales con la prensa oficial y su asiento en la RAE, hasta que empezó a ser crítico con él, y fue relegado, por los suyos y por los antifranquistas, que no le consideraban digno de mérito.

Semejante retrato es falso. Zunzunegui es de la generación de Cela, que también fue autor del Régimen, y a quien los opuestos a él apreciaron por La colmena, tan dura como las novelas del vasco, que no escribía ni mejor ni peor, pero tenía un amor propio distante de la desvergüenza del gallego, que promovía su literatura sentándose en un barreño lleno de agua y asegurando que la absorbía por el culo.

Entre los intelectuales antifranquistas (el calificativo es muy poco adecuado, porque sus actividades antifranquistas se quedaban en las tertulias y poco más) se empezó a considerar a Zunzunegui un cenizo, y la idea prendió tanto que pesó más que su calidad literaria. Nadie la niega, y justifican su escaso prestigio atribuyéndolo a que era gafe. ¡Menudos intelectuales!

Jorge Urrutia, en un artículo de 2015 en El País, decía: Su descrédito no puede argumentarse porque fuese un escritor surgido de la España vencedora en la guerra civil, pues otros también lo fueron y resistieron al tiempo (Cela, Torrente), ni porque su obra se alejase de los problemas reales, pues en 1956 defendía con fuerza la necesidad de una novela social. No se tiene en cuenta cómo fue castigado por la censura ni su distanciamiento paulatino del franquismo.

El castigo de la censura citado es un mito. Que algunos franquistas, por llamarlos de algún modo, abjuraran del Régimen, no dio lugar a ninguna represalia de éste, entre otras cosas porque el propio Régimen estaba preparando el recambio, y lo estaban haciendo mediante este desapego intelectual, cosa natural, y que dio un excelente resultado del que disfrutan hoy casi todos los españoles.

Urrutia argumenta luego: Zunzunegui retrata, por su parte, la decadencia de una burguesía que habría tenido la obligación de gobernar y modernizar el país, pero hizo dejación de su responsabilidad para propiciar la llegada de arribistas de todo tipo. 

Esa burguesía irresponsable de los años 50 y 60 del franquismo, se parece mucho a la que hoy dirige España y casi todos los países de la Unión Europea. Los arribistas de la democracia son muy parecidos a aquellos.

Y termina Urrutia: Se quedó encerrado entre una sociedad burguesa a la que criticaba y unas clases medias que ya no le entendían y que, de responder a alguna literatura, sería a la novela de la tercera vía (Bosch, Prieto) o al realismo crítico de la nueva generación (Fernández Santos, Juan Goytisolo, Martín Santos…)

Esto de atribuir los males o problemas de la cultura al sistema político vigente es una perogrullada muy propia de intelectuales y académicos. Claro que los modelos sociales  inscriben a la creación artística, pero la evolución de la cultura no puede entenderse como un tránsito de años funestos y oscuros a décadas de luz, porque si lo que vivimos en Europa es luminoso, apañados estamos.

En otro artículo firmado por Hermenegildo Verdugo en Todo Literatura, puede leerse sobre Zunzunegui: Además de la extraordinaria calidad de su narrativa, estas obras contienen otro aspecto de interés: el de venir de las manos de un escritor reconocido e identificado con el régimen, que participó de la vida cultural del franquismo, pero que no duda en cuestionar las injusticias sociales y las dramáticas quiebras sociales y políticas que generó la posguerra y la dictadura.

Uno se pregunta cómo es entonces que fue tan poco reconocido. Pues porque los nuevos venían arrasando, con toda justicia, y no porque fueran antifranquistas, sino porque eran más jóvenes y buenos escritores.

También dice Verdugo: No obstante, es tan llamativa la pertinaz y desoladora crítica social resultante de esta novela que, lógicamente, en medio del clima represivo de la dictadura franquista, uno se pregunta cómo incluso un autor del calado de Zunzunegui conseguía sortear la censura. Lo cierto es que hay una trama de conjunto y todo tipo de situaciones, temáticas e incluso cándidas digresiones —donde aparecen el aborto, la prostitución, la ludopatía, la violencia sexual y doméstica, el machismo, el adulterio, la hipocresía matrimonial y religiosa, desigualdad social, asco político…— que pudieran haber motivado no ya la poda parcial sino la prohibición total.

Pues, vaya por Dios, ni la novela ni la película se prohibieron, y los del Régimen y los que venían arrasando callaron como muertos y la película terminó en un desván.

Tanta falta de rigor y de coherencia irritó a mi mujer, y me impuso la tarea de dar cuenta de este embrollo en el que la memoria histórica se ha convertido en la manipulación histórica de todos los fenómenos culturales de aquellos años.

 

 

 

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