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Cultura y comunicación

El primer fracaso de un mariscal napoleónico fue en Valencia

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(Las notas y referencias que acompañan esta exposición se encuentran en el PDF adjunto)

 

Durante el mes de junio de 1808 tuvo lugar la expedición de Moncey a Valencia, episodio que acabaría convirtiéndose en el primer fracaso de un mariscal napoleónico. Enclaustrada entre dos mitos, el levantamiento del 2 de mayo en Madrid y la victoria de Bailén el 18 de julio de 1808, esta expedición y la defensa de la ciudad realizada casi exclusivamente por civiles, han sido relegadas en la historiografía.

A mediados del mes de mayo de 1808, las noticias acerca de la abdicación de la familia real española en favor de Napoleón y de la sublevación de Madrid habían soliviantado a los habitantes de la ciudad de Valencia. El 23 de mayo, un modesto fabricante de cerillas se presentó ante la multitud y con osadía le declaraba la guerra a Napoleón. La muchedumbre alentada por los padres Rico y Juan Martí, protagonizó violentos tumultos cuya energía pronto se dirigió contra los ciudadanos franceses, que fueron recluidos en el fuerte de la Ciudadela a fin de proteger sus vidas. Sin embargo, la noche del 5 de junio una turba de gente armada a cuyo frente se encontraba el jesuita Baltasar Calvo, penetró en la Ciudadela y degolló a 200 franceses. A la mañana siguiente, otros 140 franceses que habían sobrevivido protegidos por varios religiosos, fueron asesinados por la multitud exaltada cuando iban a ser trasladados.

Con anterioridad a estos sucesos, las noticias que le llegaban a Napoleón en Bayona eran que la sublevación en Valencia no estaba consolidada. A esto se sumaba la eventualidad de que Inglaterra aprovechara la situación para desembarcar un contingente en la costa mediterránea, por lo que el 30 de mayo Napoleón envió órdenes a Murat para intervenir en Valencia y restablecer así el orden:

El mariscal Moncey con toda su primera división de infantería, sus doce piezas de artillería, 800 hombres de caballería francesa y cuatro piezas de artillería ligera, en total cerca de 9000 hombres (…) se pondrá en movimiento para tomar posición en Cuenca, capital de la provincia de ese nombre .

El mariscal Bon Adrien Jeanot de Moncey, de 54 años de edad en 1808, movilizaría la División del Gral. Musnier de la Converserie con 7750 hombres (1º, 2º y 3º rgtos. provisionales al mando del gral. Brun y el 4º rgto. provisional y el bón. de Westfalia al mando del príncipe de Isembourg), la Brigada de Caballería del Gral. Wathier (1º y 2º rgtos. provisionales de húsares) con 800 jinetes, y 16 cañones manejados por 237 artilleros (3ª y 5ª cías. de artillería a pie, 3ª y 5ª cías. de artillería a caballo y el 12º bón. del tren de artillería). De estas tropas se ha criticado su bisoñez e inexperiencia, aunque, como se verá, su rendimiento fue más que satisfactorio.

Esta expedición sería apoyada desde Cataluña por Duhesme, quien destacó la división Chabran del Cuerpo de Observación de los Pirineos Orientales para caer sobre Valencia y actuar en masa junto con Moncey. Ante las noticias recibidas acerca de Zaragoza, Chabran recibió órdenes de situarse en Tortosa a la espera de órdenes para marchar sobre el lugar que fuera más preciso,  Zaragoza o Valencia, según la evolución de los acontecimientos. Situado en Cuenca, Moncey esperaría la llegada de una Brigada española, ya que parecía indispensable la participación española en una operación que se consideraba de mantenimiento del orden público:

Para testimoniar confianza a los españoles y emplearlos, designaréis a un general de brigada español, hombre de quien estéis seguro, quien, con 1500 hombres de infantería española y 400 caballos, formará parte del Cuerpo del mariscal Moncey; lo que llevará la fuerza del Cuerpo del mariscal Moncey a 11000 hombres, y, unido a la división Chabran a 17000 hombres.

Esta era una fuerza inadecuada para realizar una tarea imposible. A finales de mayo, influenciado por los informes de Murat, Napoleón parecía ignorar que no se enfrentaba a simples revueltas locales sino al espíritu de una nación. La misión de Moncey requería una marcha de más de 300 km (al mismo tiempo se encomendaba a Dupont una expedición similar de 500 km) y, la debilidad del contingente asignado, (cuatro rgtos. de conscriptos y dos rgtos. provisionales de húsares), evidenciaba que no se consideraba una verdadera operación militar. Sin embargo, cabía contar con el buen hacer de Moncey, el mariscal de mayor edad y seguramente el más respetado, del ejército imperial. Apodado Fabius, fue General de división con la República. Nombrado mariscal por Napoleón en 1804, tenía fama de ser el más independiente de sus mariscales, pues no debía su carrera a los designios del Emperador.

Una vez concluidos los preparativos, Moncey partió de Madrid el día 4 de junio llegando a la villa de Pinto para pasar la noche. Al día siguiente entró en Aranjuez y la marcha prosiguió entrando el día 6 en Santa Cruz de la Zarza, el día 7 en Tarancón, el  9 en Carrascosa del Campo, el 10 en Villar de Horno y, finalmente, el día 11 en Cuenca. Allí Moncey no encontró a las tropas españolas que se le había anunciado y, además, tuvo noticia de la matanza de franceses ocurrida en Valencia unos días antes.

Constituida el 25 de mayo, la Junta de Valencia había movilizado todos los recursos a su alcance. Inicialmente no disponía de más tropa de línea que 621 infantes y 357 caballos en la Capital y 8343 infantes con 841 caballos en los dos Reynos de Valencia y Murcia. Para aumentar estos efectivos se decretó el alistamiento de todos los varones entre 16 y 40 años y se levantaron quatro banderas de alistamiento, tremoladas en los Conventos de Santo Domingo, y San Joseph, y en las Iglesias de nuestra Señora de los Desamparados, y del Salvador, en el espacio de ocho dias viéron presentarse en ellas un número muy considerable de hombres que con entusiasmo solicitaban pelear contra el enemigo.  Se pudo así cubrir las plantillas de los rgtos. de Saboya, Valencia y Voluntarios de Castilla, el Provincial de Soria y el de Caballería de Numancia y levantar los nuevos rgtos. de Túria, Cazadores de Valencia, 2º de Saboya, 2º de Valencia, Zapadores Minadores, Voluntarios de Borbón, Orihuela y Chelva [3].

Las fuerzas reunidas por las Juntas de Valencia y Murcia, unos 37.000 hombres, fueron agrupadas en el denominado Ejército de Levante, al frente del cual se puso a D. Felipe Carlos Osorio y Castellví, Conde de Cervellón, (de 50 años de edad entonces) como capitán general de los Reinos de Valencia y Murcia. El día 2 de junio se enviaron hacia el norte a unos 3.000 hombres, entre los que se encontraba el recién creado Rgto. del Túria, al mando del mariscal de campo Francisco Salinas con la misión de proteger la entrada desde Cataluña. Procedente de Murcia, llegó el 5 de junio a Almansa el Gral. Pedro González de Llamas con misión de bloquear la carretera que unía Madrid con Valencia y Murcia, tarea para la que contaba con 10 batallones de Infantería de Línea, 3 de Infantería Ligera y 1 escuadrón de caballería, en  total 8400 hombres.

El día 8 de junio, cuando la Junta de Valencia supo de la presencia de Moncey en la ruta hacia Cuenca ordenó al mariscal de campo Pedro Adorno que organizara la defensa del desfiladero de Las Cabrillas, donde podría establecer una posición defensiva muy ventajosa. Adorno dejó Valencia el 9 de junio al frente de unos 8.000 hombres, en su mayoría voluntarios recién alistados. Estableciendo su Cuartel General en la villa de Requena el 12 de junio, Adorno decidió crear su línea de defensa en el cauce del río Cabriel y para ello mandó tomar los tres puentes que se hallaban sobre este río separados a lo largo de unas tres leguas. Envió unos 3500 hombres para hacerse con el puente de piedra de El Pajazo, el situado más al norte, un paso habitual entre Castilla y Valencia sumergido en la actualidad por las aguas del embalse de Contreras; unas mil varas (1.200 m) al sur se hallaba el puente de madera de Contreras, que fue inutilizado y para cuya defensa se enviaron 300 hombres; dos leguas cauce abajo se emplazaría el resto de su División, unos 4500 hombres, defendiendo el puente de Vadocañas que daba continuidad a una antigua vía romana.

Aunque las evidencias mostraban que Moncey no iba a utilizar la carretera de Almansa, el Conde de Cervellón mantuvo su plan inicial en el convencimiento de que ésta sería la ruta utilizada por el ejército francés para su entrada en Valencia, por lo que el día 14 de junio dio órdenes al coronel José Caro de dirigirse hacia Almansa al frente del rgto. de Cazadores de Valencia que él mismo había organizado. Insistiendo en su postura, Cervellón partió con 15.000 hombres y su Estado Mayor al día siguiente hacia el mismo lugar.

Ante este despropósito la Junta de Valencia ordenó que las tropas desplegadas en Almansa se dirigieran hacia Requena, aunque tan sólo el rgto. Prov. de Murcia y el 1er. bón. del rgto. suizo Traxler nº 5 pudieron unirse a las fuerzas de Adorno, ya que el Gral. Llamas se encontraba en la villa de Las Atalayuelas, ya en el interior de Castilla, para amenazar el flanco derecho y la retaguardia de Moncey.

Desde Bayona el Emperador enviaba insistentes órdenes a Murat para que acelerara el avance de Moncey. Aquejado de dolores intestinales, Murat fue sustituido por el Gral. Anne-Jean-Marie-René Savary quién el 17 de junio ordenó a Frère que se situase en Madridejos, al sur de Toledo, donde quedaría a la espera de órdenes para partir hacia Andalucía para unirse a Vedel y Dupont, o bien hacia Valencia para unirse a Moncey. Éste dejaba Cuenca la noche del 17 al 18 de junio siguiendo la difícil ruta que atravesaba las montañas al norte del río Júcar y que pasaba por Requena y el desfiladero de Las Cabrillas, debido a la necesidad de continuar con premura su avance, en detrimento de la de Almansa más fácil y cómoda aunque también de mayor extensión. Moncey envió mensajes a Madrid previniendo que carecía de noticias de Chabran y que ante la ausencia de la esperada Brigada española en Cuenca, no contaba más que con 7.000 hombres para oponerse a un ejército que cifraba en 45.000 ó 50.000 fanáticos. El día 18 los franceses entraban en Tórtola donde supieron que los españoles se habían apoderado de los puentes y vados sobre el río Cabriel. La marcha prosiguió entrando en Motilla del Palancar al día siguiente y en Minglanilla el día 20. A la mañana del 21 de junio las vanguardias de Moncey se situaron ante el puente del Pajazo.

Este puente estaba defendido por 3500 hombres, en su mayoría voluntarios armados a excepción de 890 soldados suizos del rgto. Traxler al mando del coronel del mismo nombre, a los que había que sumar unos 400 hombres de un bón. de Guardias Españolas al mando del brigadier D. José Ignacio Marimón. El momento de la llegada de la vanguardia francesa coincidió con la llegada del bón. de Voluntarios de Requena, que escoltaban cuatro cañones enviados desde Valencia. El oficial de Ingenieros Quintín de Velasco construyó un parapeto para dos de los cañones en un emplazamiento desde el que se batía la salida del puente. Para proteger estos dos cañones se asignaron dos cías. suizas, mientras que el resto del bón. Traxler, las Guardias Españolas y los Vols. de Requena tomaron posición en las alturas inmediatas.

Mientras tanto, Moncey mandó situar dos cañones y un obús en las alturas que se situaban frente a   los españoles, desde donde apoyaron con sus disparos el ataque contra el puente. Los exploradores franceses descubrieron un vado al norte del puente, por lo que se organizó una segunda columna que atravesó el río amenazando el flanco derecho español. Al comprobar la presencia de tropas francesas en la orilla izquierda, los paisanos fueron presa del pánico y abandonaron sus posiciones en total desorden para buscar refugio en las poblaciones de Villargordo y Caudete. El bón. de Guardias Españoles se encontró a solas en el campo de batalla por lo que Marimón no tuvo más opción que retirarse, consiguiendo hacerlo en orden y llegando a salvo a la villa de Mira.

La suerte quedó echada para los suizos que apoyaban la artillería cuando decidieron mantener su posición y proteger la retirada del resto de fuerzas españolas, siendo rodeados y forzados a rendirse tras sufrir unas 20 bajas. El coronel Traxler optó por la retirada siguiendo a los Guardias Españoles; sin embargo, desorientados en las montañas durante varios días fueron capturados por una fuerza francesa. Los franceses habían forzado el paso por el puente del Pajazo sin dificultad tras una hora de combate y con tan sólo nueve bajas entre muertos y heridos.

Adorno había salido esa mañana desde Vadocañas hacia El Pajazo cuando se encontró en Villargordo con los fugitivos que habían abandonado el combate. En lugar de reorganizar la defensa, Adorno regresó a Vadocañas para reagrupar sus tropas y se  dirigió a Jorquera en Albacete. Como consecuencia de esta acción, Adorno fue procesado en 1810 acusado de negligencia y apartado de cualquier servicio.

Cuando llegó la noticia de la derrota en El Pajazo, la Junta de Valencia envió al padre Rico como comisionado para valorar la situación, llegando a Siete Aguas en la noche del 23. Allí encontró unos 200 soldados, algunos artilleros y 3000 paisanos sin armas ni disciplina. Tras conferenciar con el brigadier Marimón al amanecer del 24, le otorgó a éste el mando con la misión de defender Las Cabrillas, un paso de montaña de aproximadamente una legua de longitud que concluye entre dos alturas que forman el desfiladero de El Portillo de unas mil varas de largo, un lugar angosto donde el mariscal Adorno hubiera podido establecer una magnífica posición con los 8000 hombres de los que disponía.

Sin embargo, en aquellos momentos Marimón sólo podía organizar la defensa con unos recursos muy menguados. El brigadier situó en su izquierda al recién creado rgto. de Liria, a vanguardia del cual se hallaba en orden abierto una cía. De los Cazadores de Fernando VII, también de reciente creación,  mientras que en el centro del desfiladero, al mando del capitán Gamíndez del Saboya,  dispuso dos cañones y un obús enviados desde Valencia y apoyados por un puñado de jinetes y los soldados veteranos de los que disponía, todos ellos provenientes de las fuerzas que se retiraron del Pajazo y que consistían en unos 300 hombres de las Guardias Españolas, una cía. del Saboya y 60 supervivientes del bón. Traxler. En su derecha, en las alturas de La Serretilla, situó el resto del bón. de Cazadores de Fernando VII y el gran número de paisanos que habían acudido desde las poblaciones cercanas. De la calidad de estas tropas baste decir que el historiador británico Charles Oman cuenta que fueron instruidas en el combate en orden cerrado un día antes de la llegada de Moncey.

Tras forzar el paso en El Pajazo, Moncey entró el día 23 en la villa de Utiel y hacia las 11 de la mañana del día 24 se situaba en Venta Quemada, a la entrada de Las Cabrillas, donde dio órdenes de disponer tres columnas que atacarían respectivamente el norte, el centro y el sur del dispositivo español. Hacia las 3 de la tarde comenzó el ataque francés y tras afrontar unas pocas descargas de fusilería, los inexpertos soldados del rgto. de Líria abandonaron sus posiciones y comenzaron una desesperada huída en la que fueron presa fácil. La segunda columna formada por las compañías de élite de cada unidad, al mando del Gral. Harispe, se dirigió contra el ala derecha española, formada por los Cazadores de Fernando VII y los paisanos que, una vez más, se dispersaron con las primeras descargas de los soldados franceses. En medio de la desbandada general, incluso el padre Rico abandonó su caballo para huir con mayor facilidad.

Después de haber tomado los extremos del desfiladero, la tercera columna francesa, formada por la caballería del Gral. Wathier y una batería de seis cañones, tenía el campo libre para atacar El Portillo. Allí se desplegaban las únicas tropas españolas veteranas presentes en el lugar, que fueron arrolladas por la carga de la caballería francesa. Con tan sólo 50 bajas, el ejército francés había causado 100 muertos, capturado 500 prisioneros y dispersado todas las unidades españolas presentes.

El día 25 Moncey se detuvo en Venta de Buñol para esperar la llegada de la artillería y aprovechó el momento para enviar un mensaje a la Junta de Valencia exigiendo la entrada libre en la ciudad para evitar más derramamiento de sangre, opción que fue rechazada por la Junta. El tiempo de espera fue aprovechado por los soldados franceses para darse al saqueo de la villa de Buñol donde, además, azotaron al párroco de la iglesia y fusilaron al sacerdote que guardaba la ermita, cuyo cadáver fue expuesto junto al cuerpo de dos cerdos. Moncey ordenó castigar a los responsables, pues había prohibido el saqueo, pero tal episodio evidenciaba la rabia que estaban acumulado sus hombres ante las noticias de la matanza de los franceses de Valencia.

El día 26 de junio el ejército francés llegó a Chiva, situada a 4 leguas de Valencia. Desde allí Moncey envió un nuevo mensaje a Valencia en el que se mostraba todavía conciliador:

 Mañana continuaré mi marcha hacia Valencia: las tropas francesas serán allí la protección y el apoyo de las Autoridades legítimas. Únicamente los asesinos serán castigados por autoridad de sus Magistrados y según las leyes del País. Durante la noche, Moncey recibió la respuesta de la Junta en la que ésta se declaraba decidida a repeler la fuerza con la fuerza, para sostener sus derechos sagrados y aquellos de su jurado Soberano el Sr. D. Fernando VII.

En Valencia se había dado orden de armar a todo aquél que fuera capaz de empuñar un arma para levantar una nueva fuerza que contuviera a Moncey a la espera del socorro de las tropas de Cervellón. Mientras tanto, el rgto. de Cazadores de Valencia, al mando del coronel Caro había conseguido llegar a la villa de Catarroja el 25 de junio y se incorporaba a la defensa de la ciudad. Ésta había sido encomendada al brigadier D. Felipe de Saint Marc, que pretendía establecer una línea de defensa en el canal de Mestalla. Tras conocer que Moncey había atravesado Las Cabrillas, el día 26 de junio retrocedió hasta la ermita de S. Onofre, junto a la villa de Quart, situada a dos millas de Valencia. Se inutilizó el puente del camino de Quart, se colocaron obstáculos en sus inmediaciones y se dispusieron tres cañones para batir la salida del puente. Se contaba con otros cuatro cañones, pero no había munición para ellos. Ese mismo día se recibió otro mensaje intimidatorio de Moncey en el que decía que aquella tarde entraría en la ciudad, y que sus tropas no perdonarían á hombres, ni a mugeres, ni a niños; ni dexarian piedra sobre piedra, puesto que le hacian tan obstinada resistencia.

El ala derecha del despliegue español al mando de Saint Marc se apoyaba en la villa de Manises, situada en la orilla sur del río Túria, el puente sobre el cual fue inutilizado. Aquí se encontraban el Rgto. Provincial de Soria, un bón. del rgto. de Saboya y una sección del rgto. de América. El centro español, desplegado entorno a S. Onofre, estaría al mando de Caro incluyendo al rgto. de Cazadores de Valencia y a los supervivientes de las Guardias Españolas y los suizos del Traxler. Tras ellos se situaría la única fuerza de caballería disponible, unos 150 jinetes de los Cazadores de la Maestranza y un escuadrón de los Dragones de Numancia. En torno a la población de Aldaia se situaría el brigadier Marimón al mando del rgto. Provincial de Murcia, el rgto. de Tiradores del Reino de Valencia y dos bons. de paisanos. En total unos 8000 hombres, de los que mil eran veteranos.

Durante la mañana del día 27 de junio el ejército de Moncey apareció organizado en dos columnas. El ataque comenzó por la tarde con una escaramuza de los exploradores a caballo franceses que fueron rechazados en el camino de Quart. Mientras la artillería francesa se cebaba con el centro español, cada columna francesa arremetió contra una de las alas españolas. La caballería francesa consiguió atravesar Aldaia y, tal y como sucediera en El Pajazo y Las Cabrillas, los paisanos abandonaron sus posiciones. Los soldados veteranos se encontraron en absoluta inferioridad numérica y se replegaron hacia Quart, donde Saint Marc y Caro habían acordado una segunda línea. En menos de una hora, los franceses habían desorganizado el despliegue español capturando una bandera y cinco cañones. Saint Marc aprovechó oscuridad de la noche para abandonar Quart y, atravesando el Túria, unirse al tte. coronel Miranda en la orilla norte del río, mientras que Caro se dirigía hacia Alcásser y Llombai en busca de Cervellón al que suponía en las inmediaciones de Alzira.

En aquel entonces Valencia contaba con unos 100.000 habitantes, mientras que las poblaciones circundantes sumaban otros 60.000. Las únicas defensas con las que contaba la ciudad eran una vieja Ciudadela en el lado noreste y una muralla de origen medieval, más bien un muro de mampostería, flanqueada por torres semicirculares. Varias puertas se abrían en la muralla, guardadas por torres de factura sólida. La falta de preparación de la ciudad para hacer frente a un asedio era notable pues se carecía de la dotación correspondiente de artillería, sin más baterías que un corto número de espaldones de sacos y de faginas, formados en ocho días con la precipitación y defectos consiguientes á la necesidad de rechazar una invasión repentina, sinuosos, y sin mas almenas en la mayor parte de su murallas que los nobles pechos de sus valerosos habitantes.

Las defensas que se levantaron fueron dirigidas por el brigadier Miguel de Sarachaga y no consistían más que en parapetos, trincheras, barricadas y algunos puntos fuertes donde instalar la artillería disponible que fue enviada a defender las puertas de acceso en la muralla. En las torres que guardaban la Puerta de Quart se cavó una gran zanja y se montaron un cañón de 4 libras en las mismas torres y otro de 24 libras en la calle tras las puertas. La Puerta de S. Vicente se protegió con un foso y se instaló una batería de tres cañones tras la puerta. En la Puerta de Ruzafa se instalaron tres cañones, y en las puertas del Real, de la Trinidad, del Temple, de los Serranos y de San José se emplazaron diversos cañones que iban desde las 4 y 8 libras hasta las 24. Por último, entre las puertas de S. José y de Quart, donde anteriormente se levantaba la torre de Sta. Catalina se levantó un baluarte improvisado donde se instaló un cañón de 12 libras y dos de 8. Las fuerzas que defendían la ciudad totalizaban unos 20.000 hombres, de los que unos 8000 podían considerarse tropas de una u otra clase.

A las 8 de la mañana del día 28 de junio una columna francesa se situó a la vista de los habitantes de la ciudad. Poco después se aproximó una segunda columna en la que iba el mariscal Moncey con todo su Estado Mayor los cuales se instalaron en una alquería. Desde allí se envió a un oficial español, el coronel Solano, con un mensaje que conminaba a la rendición. Aunque la mayoría de la Junta se mostró dispuesta a capitular debido a la falta de recursos militares, el padre Rico tuvo la sagaz idea de someter la oferta a la población. Las autoridades asomadas a un balcón escucharon como respuesta los gritos de guerra, guerra, morir antes de rendirse[11]. La vacilante Junta se inclinó de nuevo por la resistencia y envió la siguiente contestación:

El pueblo prefiere la muerte en su defensa a todo acomodamiento. Así lo ha hecho entender a la Junta, y ésta lo traslada a V.E. para su gobierno.

En aquella época la ciudad de Valencia estaba rodeada casi en su totalidad por su famosa Huerta,  centenares de pequeños campos de cultivo regados por una intrincada red de canales y acequias los cuales se mandaron abrir para inundar los campos, creando así un terreno impracticable para cualquier ejército. El río Túria circundaba el pie de la ciudad por el norte, por lo que  los puntos de ataque quedaban reducidos al sur y sureste de la ciudad, a los que únicamente era posible aproximarse desde las carreteras que acababan en las puertas de acceso en la muralla. Así pues, se ordenó atacar las puertas de Quart y de S. José. Una batería de artillería formada por seis piezas debería seguir a cada una de las dos columnas de asalto que, a su vez, estarían precedidas por cuatro cías. de élite desplegadas en orden abierto con la misión de rechazar a los tiradores enemigos y preparar el camino al grueso de la columna. A las 10 de la mañana el campo frente a las puertas había sido despejado y los infantes se cobijaron al amparo de los conventos de S. Sebastián y del Socorro.

Hacia las 11 la artillería francesa comenzó a batir los aledaños de la puerta de Quart, causando pocos daños debido al pequeño calibre de las piezas. Sobre las 12 avanzaron las dos columnas de ataque francesas; la columna derecha tenía como objetivo la puerta de Quart, consiguiendo llegar hasta las empalizadas y el foso que la protegían. Sin embargo, allí fue repelida por el nutrido fuego de fusilería que desde las torres les dirigían los defensores al mando del comandante Sarachaga. Los dos cañones allí emplazados estaban manejados por los artilleros José Ruiz de Alcalá, que dirigía el fuego del cañón del primer piso, y por Pedro de Soto que dirigía el cañón situado tras la puerta, la cual ordenaba abrir para disparar y cerrar nuevamente para proceder a cargar.

La columna izquierda se dirigió hacia la puerta de S. José, pero el camino que llevaba hasta ésta y que bordeaba la orilla derecha del Túria, estaba defendido por el fuerte de Sta. Catalina, al mando de los ttes. coroneles Fermín Vallés y Manuel Velasco. Los franceses también llegaron hasta el foso que se había excavado, pero el  fuego que se les hizo desde el fuerte también acabó por hacer retroceder a los atacantes. Tras dos horas de combate, los franceses no habían logrado ningún avance y víanse ante las puertas sobredichas dos horribles montones de cadáveres. De nuevo se llamó a la artillería para hacer fuego contra las torres de Quart, aunque su pequeño calibre tampoco iba a resolver ahora la situación.

En este momento, las fuerzas españolas que se hallaban en la huerta de Campanar situada en la orilla izquierda del Turia, al mando del coronel José Miranda y del Conde de Romrée y que incluían las tropas de Saint-Marc que habían sido dispersadas el día anterior, atravesaron el río gracias al bajo nivel de las aguas en aquella época del año, consiguiendo amenazar el flanco izquierdo francés. Los artilleros abandonaron sus cañones y la columna enzarzada en el fuerte de Sta. Catalina fue obligada a renunciar a su asalto para hacer frente al inesperado ataque; Moncey ordenó a la caballería y a la reserva de infantería entrar en acción para repeler al otro lado del río a los asaltantes y tras haber conjurado el peligro, se reemprendieron los ataques.

El Gral. Louis Joseph Cazals, comandante de los Ingenieros, realizó una inspección en persona para elegir el lugar de un nuevo ataque. La causa principal de los fracasos anteriores fue la debilidad de la artillería, asunto contra el cual Moncey no podía hacer mucho, por lo que no le quedaba más alternativa que la de reforzar las columnas de asalto. Se eligió atacar el lienzo de muralla comprendido entre las puertas de Sta. Lucía, que estaba tapiada y la de S. Vicente, situadas más al sur de la de Quart. Allí dirigía la defensa el coronel Bruno Barrera y la artillería estaba a cargo de los oficiales Francisco Cano y Luís Almela. El ataque comenzó hacia las 5 de la tarde sin mejor suerte que los anteriores ya que el fuego de artillería de los defensores, de superior calibre, consiguió desmontar los cañones franceses. Las pérdidas fueron elevadas, entre las que se encontraba el mismo Cazals, herido por fragmentos de metralla en el pie y por un proyectil que le atravesó un muslo.

Aprovechando lo que parecía el descalabro del enemigo, los sitiados efectuaron una salida desde la puerta de Quart que fue rechazada sin dificultad por los franceses. Si los valencianos parecían inconquistables tras las murallas de la ciudad, eran sistemáticamente batidos en campo abierto. Hacia las 8 de la tarde Moncey dio orden de cesar el combate y evacuar el campo de Valencia para regresar a las posiciones del día anterior situadas entre Quart y Mislata y vivaquear durante la noche.

Moncey calificó sus pérdidas como “numerosas” y el Gral. Musnier de “terribles”. El Gral. Maximilien Foy da un total de 2000 bajas[14], cifra que supone la cuarta parte de efectivos y que recogen también el conde de Toreno [15] y otros [16] . El historiador británico William Napier menciona un número de heridos comprendido entre 700 y 800 [17], mientras que Charles Oman cifra las bajas en 1200 [18]. Thiers, por su parte, reduce la cifra a 300 entre muertos y heridos, aunque reconoce que en el camino se habían dejado mil hombres enfermos o fuera de combate. Sea como fuere, las pérdidas debieron ser suficientes para disuadir a Moncey la continuación de los ataques.

Durante la noche Moncey tuvo que hacer frente a las opciones que se le presentaban. Sus tropas se encontraban desmoralizadas por el inesperado fracaso y, carente de verdadera artillería de asedio no parecía lógico continuar el ataque al igual que tampoco parecía viable esperar la llegada de unos refuerzos de los que se carecía de noticias. Se desconocía la localización exacta tanto de Chabran, todavía a la espera en Tortosa, como de Frére. Moncey sabía de los movimientos tras él y ante la necesidad de tomar una decisión con rapidez, y para consternación de su Estado Mayor, eligió la retirada.

La ruta hacia Tortosa se presentaba peligrosa, mientras que si regresaba sobre sus pasos tendría que atravesar de nuevo el paso de Las Cabrillas donde se había apostado el Gral. Llamas, por lo que finalmente se decidió por el regreso a través de Almansa. Para ocultar el itinerario, Moncey se situó en Torrent el día 29 de junio, localidad desde la que podía tomar tanto la ruta a Madrid atravesando Almansa o bien la que había seguido anteriormente atravesando las montañas.

La Junta de Valencia, en plena euforia, planeaba encerrar a la división de Moncey entre los difíciles campos de la Huerta. Cervellón recibió órdenes de impedir que los franceses atravesaran el Júcar, mientras que el Conde de Romrée partió tras Moncey con un contingente de 3000 paisanos que fueron dispersados por la caballería de Wathier. La situación de Moncey no era muy grata, pues había perdido la iniciativa y era él el acosado. Tras él y en rápida persecución iba el Gral. Llamas que el día 30 había pasado Chiva y Turís, situándose detrás y a su derecha, tan sólo a una jornada de distancia; mientras que en una posición idónea para cercar al contingente francés, se situaba frente a él y a su izquierda el conde de Cervellón. Éste, sin embargo, en una timorata actitud se limitó a instalar seis cañones sobre el río Júcar e inutilizar el puente de Alzira mientras enviaba al Gral. Roca para impedir que los franceses cruzaran por Antella.

Moncey apareció ante este vado el día 1 de julio y mediante la acción de su artillería consiguió dispersar las tropas de Roca que, imprudentemente, habían ocupado las dos orillas del río. Los franceses cruzaron el Júcar sin más problemas, consiguiendo escapar así del cerco. Cervellón se retiró a Alzira, desde donde dominaba la carretera principal que conducía a Almansa. Aunque esa misma tarde llegaron las tropas de Llamas, era ya demasiado tarde para detener a los franceses que se escabulleron utilizando caminos secundarios completando una marcha de 50 km durante la jornada. Moncey llegó durante la noche del día 2 de julio ante el puerto de Almansa, bloqueado por unos 3000 paisanos armados que, además de estar desprevenidos, permanecieron en sus posiciones sin reaccionar. Moncey ordenó el ataque con las primeras luces del amanecer del 3 de julio, dispersando sin dificultad a los oponentes a los que además consiguió capturar un cañón.

El 6 de julio Moncey entró en Albacete y el 10 de julio llegó a S. Clemente, donde se le unió Caulaincourt y supo que Védel y Gobert habían sido enviados a Andalucía (cuyo destino se sellaría en Bailén). Moncey había atravesado más de 500 km de territorio hostil, derrotando y dispersando sistemáticamente todas las fuerzas que se le opusieron en terreno abierto, mientras que no consiguió superar la defensa improvisada que realizaron los habitantes de Valencia, cuya única oportunidad consistía en lograr una defensa efectiva parapetados tras un viejo muro de origen medieval. Sobre la expedición de Moncey a Valencia Caulaincourt escribió lo siguiente:

La historia conservará el recuerdo del general francés, que con seis mil hombres solamente, atravesó cien leguas de país defendido por sesenta mil furiosos y (fue) insultado durante siete horas (delante de) su capital, a pesar de todos sus esfuerzos.

Moncey había gozado de una fortuna extraordinaria, ya que cualquier oponente más decidido que el Conde de Cervellón, hubiera podido bloquear con facilidad tanto El Pajazo como Las Cabrillas. En lugar de ello, Cervellón dispersó tropas por toda la región mientras que el grueso de su ejército permaneció alejado de los combates sin efectuar un solo disparo. Ni siquiera aprovechó la ocasión de atacar a Moncey por la retaguardia cuando éste se encontraba atascado frente a los muros de Valencia. Sin duda, un comandante menos pusilánime hubiera hecho que la expedición de Moncey concluyera de modo similar a la de Dupont en Bailén.

En lo que se refiera a la defensa de Valencia, es cierto que aunque de corta duración, tuvo visos de maravillosa. No tenía soldados que la defendiesen, habiendo salido á diversos  puntos los que antes la guarnecían, ni otros jefes entendidos sino oficiales subalternos, que guiaron el denuedo de los paisanos. Sin embargo, también tuvo mucho de afortunada y algo de inconsciente, pues una ciudad defendida casi en exclusiva por paisanos se enfrentó a un ejército que llevaba una década invicto por toda Europa. Este primer fracaso, que no derrota, de un mariscal de Napoleón fue debido más a la carencia de artillería de gran calibre y a la urgencia con la que se preparó una expedición, cuyo objetivo estaba más cercano a la labor policial que a la militar. También se ha achacado este fracaso a la bisoñez de las tropas de Moncey, aunque sistemáticamente se olvida que resolvieron con éxito cinco combates en su periplo frente a unas tropas que, de igual modo, estaban formadas mayoritariamente por unidades recién formadas o bien por paisanos armados.

Napoleón no debió considerar de importancia el fracaso ante Valencia, ya que el 25 de julio otorgó a Moncey el título de Duque de Conegliano. Dejaremos la conclusión final de esta expedición al mismo Napoleón, quien en sus notas para Savary, escribía lo siguiente el 13 de julio de 1808:

El asunto de Valencia nunca ha sido de consideración. El mariscal Moncey a solas era suficiente. Era una locura pensar en socorrerle. Si el mariscal Moncey no podía tomar Valencia, 20000 hombres más no le hubieran permitido tomarla, ya que se trataba de un asunto de artillería y no de un asunto de hombres; pues no se toma, de un plumazo, una ciudad de 80 ó 100.000 almas, que ha levantado barricadas en sus calles, colocado artillería en todas las puertas y en todas las casas. Así, en esta hipótesis, el mariscal Moncey era suficiente para formar una columna móvil, hacer frente al ejército de Valencia y hacer notar, en toda su fuerza, los horrores de la guerra.

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