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Cultura y comunicación

El suave ocaso de una generación afortunada. Una semana en el Mar Menor

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Impresiones y comentarios de una semana en La Manga, cortesía del Imserso

Texto de Fernando Bellón. Fotos de Antonia Bueno y Fernando Bellón

(A Waleska y Hauke, cuya generación ya ha empezado a relevarnos, y para Jannik y Alma, que recibirán la Tierra como herencia)

Hasta que me sumergí en el Imserso en septiembre como usuario, tuve la falsa idea de que se deletreaba Inserso, por «insertar». Pero Imserso significa Instituto para Mayores y Servicios Sociales. Yo soy un mayor. Tengo 69 años. Y esta excursión, inconcebible para mí hace doce meses, me ha revelado un secreto a voces: mi generación está en su ocaso. Nos retiramos con suavidad insertados en una lanzadera final que nos aleja de un mundo generoso y doliente, y que nos agasaja y despide con vacaciones estupendas y baratas.

El sol cae sobre el Mar Menor. Al fondo la Sierra Minera.

Pertenezco a la promoción de la E.O.P. (Escuela Oficial de Periodismo de Madrid) de 1971. Tuve como compañeros a periodistas hoy ilustres que han dirigido diarios (una sigue haciéndolo al escribir estas líneas), que participan todavía en programas de televisión y de radio, o han escrito libros y novelas de éxito. Personas dignas de consideración y hasta de afecto. Nos ha tocado vivir un tiempo extraordinario. En mi vida profesional he conocido a individuos que quizá dejen huella en la historia, políticos, científicos, deportistas… En la cumbre de mi pequeño y poco visible estrellato me consideraba un tipo importante, porque tenía acceso a gente importante. Desde mi observatorio presente, con  la ancianidad al alcance de la vista, comprendo que solo fui un tipo con suerte, un privilegiado sin mucho mérito.

Como muchos intelectuales nominales, estaba convencido de que vivía al margen de la gente común, sin descubrir la obviedad de que yo era el más común de los personajes que conocía.

Uno de los raros días nublados en la costa murciana. A la izquierda, la Isla del Ciervo. En el centro el puerto náutico, y a la derecha algunas de las urbanizaciones que ocupan casi todo el suelo de La Manga

Este año, huyendo del salvajismo fallero (que supera incluso al feroz San Fermín), me apunté con mi mujer a una estancia de siete noches en un hotel de La Manga del Mar Menor, gentileza del Imserso. He traspasado el umbral de «la última vuelta del camino».

Me ha sorprendido la profesionalidad de los hosteleros, capaces de alojar, alimentar y tratar como señores a cientos de personas de todas las procedencias geográficas. Pero sobre todo me ha llamado al atención la «gente común» de la que yo me sentía lejos. Much@s son «mayores» tripud@s, algun@s, latin@s de tamaño medio bajo, aparentemente san@s (pocas pastillas en los entremeses o en los postres, tremendas raciones de un autoservicio copioso y aceptable, salvo el café, malo como en la mayoría de los hoteles), y que desmienten el estereotipo del español de los años 60, la generación anterior, tipos rurales bajitos, mal afeitados y de escocido humor, y señoras con indumentaria paleta. Los españoles «senior» de hoy son hombres y mujeres de estatura media alta, simpáticos, corteses, interesados en la vida y costumbres locales, puede que con exceso de peso, pero nada achacosos, salvo excepciones. A bastantes de ell@s les gusta bailar, los juegos de mesa, las tertulias y también las excursiones que se contratan cada día. Nos diferencia de los «senior» ingleses, alemanes, franceses y nórdicos que no tenemos inclinación a alcoholizarnos. Por eso, entre otras cosas, vivimos más. Algo discutible si seguimos en casa una dieta Imserso a pensión completa.

Esperando al mago. Véase en el centro, arriba, entre dos cabezas, el torso de un niño. La primera fila era de críos y crías. Los dos extremos de la vida.

En mi juventud, los abuelos, los viejos, eran personas muy baqueteadas por las guerras y sus consecuencias. Las excursiones de Educación y Descanso eran un lujo merecido, y tendían a comportarse como pequeños burgueses; como no lo eran, copiaban los tópicos del cine comercial español de la época, los hermanos Ozores, José Luís Lopez Vazquez, Gracita Morales o Rafaela Aparicio (actores excelente, por lo demás). El «senior» de hoy no imita a nadie, es él o ella mismos.

Mi declinante generación es la que mejor ha vivido en la historia moderna de España, incluidas regiones secesionistas, islas y plazas africanas. Nacimos y crecimos en el Franquismo, una dictadura bastante dura, pero una España en paz se mire por donde se mire. Empezamos a prosperar en él, igual que nuestros padres, y seguimos haciéndolo en la Transición y la Democracia. Y nos retiramos ahora como pensionistas privilegiados. El futuro no nos pertenece a nosotros, y en eso también somos afortunados, porque la herencia que dejamos empieza a provocar escalofríos a los jóvenes.

No todos somos responsables de la incertidumbre que amenaza al planeta, en especial la bastardización del consumo, aunque sí de no haber sido más valientes, tanto como lo fuimos para darle la vuelta al Franquismo.

En La Manga he podido observar desde dentro el fenómeno del turismo masivo, y desde fuera el de la agricultura extensivo-intensiva. Ambos fenómenos responden al modelo industrial-global, y constituyen dos de las consecuencias más peligrosas de la sociedad que estamos dejando a las generaciones sucesivas.

La Manga en su corte que la une al Mediterráneo, en la Encañizada de la Torre.

Esto me ha hecho reflexionar sobre la decadencia, y llego a temer que el ocaso de mi generación sea también el de una forma de explotar la vida.

He leído en alguna red que este año el turismo en España dará un vuelco. Un vuelco no significa nada porque puede ser muchas cosas. Me figuro que insinúa una crisis, un descenso. Esto es un alivio, si es cierto. El turismo que practicamos casi todos se ha convertido en una plaga, y cada uno de nosotros es una simpática langosta. El turismo cultural parece ser la siguiente etapa, aunque eso no es una mejora. En los viajes que he hecho en los últimos meses a Lübeck, Hamburgo y Florencia, me he visto involucrado en la «plaga cultural», que reserva visitas a iglesias y museos con antelación, y los recorre con la urgencia de un pasajero en tránsito en un aeropuerto.

La conclusión inmediata que salta como un muelle es que de continuar este ritmo, el turismo se hará insostenible, que playas y ciudades sufrirán una devastación progresiva, hoy enmascarada por una fachada comercial idéntica en todos los escenarios. Sin embargo es una conclusión infundada y apocalíptica. La panoplia del negocio turístico abarca a los que gestionan los recorridos, los que transportan a los viajeros, los que les alojan y les alimentan, los que les entretienen cultural o comercialmente, y  un montón de eslabones intermedios. El turismo es un negocio muy bien engrasado y que funciona como un aparato de precisión. Se puede especular sobre su transformación, pero no sobre una catástrofe que vendría de fuera, no de su propio mecanismo.

El mar Mediterráneo al otro lado de La Manga. Al fondo, los albergues turísticos en recesión de la costa entre Pilar de la Horadada y Torrevieja, en Alicante.

Un veterano hostelero de La Manga me comentaba que la época de mayor prosperidad del enclave ya pasó. «Esto, como lo de Benidorm», decía, «lo empezó Fraga en los sesenta. Aquí contó con un gran constructor que antes había sido empresario minero, y entre los dos levantaron un negocio muy, muy rentable. La Manga son hoteles y segundas viviendas. En Los Alcázares y en Santiago de la Ribera hay más turismo de paso». Sol y playa para la clase media británica, francesa y alemana, y luego, la española. El solito se ha ido deteriorando. De no haber sido por la guerra yugoslava y las primaveras árabes, la crisis habría empezado en los años noventa, y ahora nuestras costas serían diferentes. ¿Mejores o peores? No lo sé.

Foro Romano de Cartagena.

¿Es el turismo cultural una de las alternativas? Evidentemente sí. Las visitas a restos arqueológicos en Murcia y Cartagena, al Complejo Minero de La Unión, a la Mina Las Matildes, a Portmán (de Portus Magnus, ya utilizado por los romanos para embarcar la plata de la zona) han sido un descubrimiento para mi mujer y para mí. Guías eficientes y con estupenda retórica, ruinas recuperadas, limpias, señalizadas, a la altura de los mejores museos europeos. En más de una ocasión nos encontramos con «senior» alojados en el mismo hotel de La Manga. La cultura cala. (Al final de este artículo hay un listado de direcciones Web relativas al turismo en Murcia.)

Un pavo real en el Castillo de la Concepción de Cartagena

Cartagena, avanzadilla de los púnicos en Iberia, pasó a convertirse en la capital de una provincia romana que llegaba hasta Zamora, atravesando las dos Mesetas. Luego ha sido plaza fuerte de la Marina española. Testigo y solar de transformaciones culturales, guarda enterrados restos de las mayores civilizaciones de Occidente. Una gestión museística excelente y dinero de la Unión Europea la han convertido en un tesoro que se exhibe al visitante con pulcritud, ingenio y nitidez. Un par de días recorriendo las ofertas culturales de la ciudad te pueden llenar tu saquito de sabiduría por poco precio y relativo esfuerzo.

Restos de un mihrab o nicho de oración de mezquita en la antigua Alcazaba de Murcia.

Algo semejante ocurre en Murcia. Las ciudades españolas con patrimonio se han transformado en los últimos veinte años en campus para el turismo culto. Lo han hecho con eficiencia y sentido común. El poso islámico de Murcia se muestra en varias rutas diseñadas con sentido pedagógico. El monitor que nos guió en una de ellas nos contaba la destrucción de unos Baños Árabes, destapados hasta los años 50 y sepultados por la incuria cultural y el apetito inmobiliario de la época. También se complacía con las inversiones hechas para desenterrar y cubrir para su visita restos que, dejados al aire libre, son transformados en basureros por ciudadanos de estrechas mentes. La visita terminó en una tienda erótica subterránea, antigua casa andalusí, después de pasar por el subsuelo de varias iglesias. El cuidado que se presta hoy al patrimonio histórico se manifiesta en estas paradojas.

Uno de los pocos solares libres en La Manga. ¿A qué precio se venderá?

La industria paralela que he observado en Murcia ha sido la agricultura extensiva e intensiva. El Campo de Cartagena es un inmenso invernadero que de lejos se confunde con extensiones del Mar Menor: largos y estrechos túneles de plástico que protegen la verdura y estimulan su crecimiento. Hay un aprovechamiento máximo del agua, balsas que la extraen del subsuelo, sofisticada tecnología agraria. Uno detrás de otro veíamos llegar a los camiones, que en un abrir y cerrar de ojos eran cargados de brócoli y de otros productos. Cuadrillas de inmigrantes, me pareció que magrebíes, cosechaban, o colocaban plantones.

Curiosamente, esta agricultura industrial nace al mismo tiempo que el turismo de sol y playa. En los años sesenta, las minas de la zona empezaron a perder rentabilidad, entre otras cosas porque no podían emplear a niños y porque a los mineros ya no se les pagaba con vales de alimentación, sino con buenos sueldos. Entonces se pasó de la extracción de mineral a la extracción de agua, allá donde el nivel freático lo permitía, aprovechando los pozos y los túneles. El agua favoreció al agricultura a gran escala, pero hoy tiene que traerse del Tajo para que el negocio no decaiga.

La agricultura industrial es una bendición para el mercado pletórico que persigue el sistema dominante. Gracias a ella podemos comer tomates en enero (por lo general insípidos), y las peonadas de África, Iberoamérica y sus emigrantes en la Península, tienen trabajo. Precario y mal pagado, eso sí. Comprar en el invierno septentrional un melón brasileño, unas ciruelas chilenas, o uvas de mesa surafricanas es relativamente barato. Pero hay que hacer un paréntesis económico y moral para ignorar lo que habrán cobrado los cultivadores y la cantidad de petróleo que se habrá gastado en el transporte. Todo a precio de saldo. Los pepinos viajan como las personas, de un extremo a otro de océanos y de continentes, a bajo precio. Esto, que es un beneficio para todos, se puede convertir en tragedia si se sobrepasan ciertos límites. ¿Qué límites?

 

Plantación de limoneros en el Mar de Cristal (La Manga). Las líneas blancas del fondo son túneles plásticos de verduras.

¿Cuánto puede durar este mercado pletórico con los recursos limitados del planeta?

La explotación minera es un ejemplo de la devastación salvaje. Y también de cómo se utilizan sesenta años después recursos económicos e ingenieriles para recuperar la tierra del desastre.

Depósito de agua en el fondo de la mina Agrupa Vicenta, dentro del Parque Minero de La Unión.

La Sierra Minera de Murcia empezaron a explotarla los cartagineses. Extraían plata. Luego siguieron los romanos. Testimonio de este trabajo es el Cabezo Rajao, en La Unión, un monte partido en dos por un hueco o raja que contuvo plata. La explotación moderna empezó a mediados del siglo XIX, y siguió hasta mediado del XX en minas subterráneas. Se extraía pirita, plomo y algo de plata. Esto se aprende en las diferentes visitas que el turista interesado puede hacer en La Unión. Te lo explican con claridad en el escenario adecuado, bajo tierra.

Paisaje envenenado cerca de Portmán.

La minería a cielo abierto se inició en los sesenta del siglo pasado. La subterránea había dejado de ser rentable. La consecuencia fue un atentado medioambiental, que duró treinta años. La limpieza del material arrancado al suelo, su purificación y su transporte dieron lugar a inmensos derrubios de ganga, de materiales tóxicos. La Sierra Minera está hoy cubierta de este manto de escoria. Lo encuentra uno en la misma cuneta de la carretera, elevándose en cerros de diferentes colores.

Bolardo o noray del antiguo puerto de Portmán. Al fondo, los trabajos de recuperación de la antigua bahía, hoy colmatada

Y si se acerca uno a Portmán puede observar el peor de los daños, la colmatación de lo que fue una hermosa bahía en la que se embarcaba material desde hacía siglos, porque está al pie de la Sierra Minera. Un programa subvencionado con dinero europeo intenta recuperarla.

Un detalle de Escombreras.

Entre Cartagena y Portmán, se encuentra Escombreras. Merece la pena visitar un escenario de ciencia ficción. Escombreras es una refinería con aspecto de umbral del Infierno. Millones cocinamos y nos calentamos gracias a ese gas procesado allí. Pero ver el paisaje pone los pelos de punta. No a todo el mundo, claro. A pocos kilómetros de la refinería se encuentra Cala Cortina, una playita visitada por familias y jóvenes bullangueros. Ignoro si bañarse en esas aguas será peligroso. A lo mejor es que hay gente a la que le gusta arriesgarse. O que prefiere no pensar en los riesgos, porque hacerlo conduce inexorablemente a la depresión y a la paranoia.

Según mi saber y entender, y mi sentido común el problema de las generaciones sucesivas procede solo indirectamente de la degradación medioambiental, y del reparto desigual de la riqueza. El problema clave de la Humanidad futura es su número desbocado, su progresión casi geométrica, la superpoblación, la demografía explosiva. Tras la Segunda Guerra Mundial las injusticias, se han ido reduciendo. Quien diga que hoy se vive peor que hace cien años miente o es idiota. Otra cosa es que nos esforcemos en ser inconscientes del daño que causamos, o que no siéndolo, miremos para otro lado.

Es imposible que la renta, el turismo, la industria, los servicios, la agricultura sigan creciendo y satisfaciendo excesos considerados un derecho humano de una población que se dobla cada poco tiempo. El único remedio es detener la explosión demográfica. Algo difícil en un mundo que ha desterrado muchas plagas, que controla las que van apareciendo por designio de la naturaleza, y donde las guerras, las catástrofes y las antiguas matanzas son residuales en relación a lo que fueron hasta 1945.

En primer plano, un mar de plástico. Al fondo el Mar Menor.

Esto dicho desde un país con déficit nacimientos puede sonar a ironía. La superpoblación es una bomba en Africa, como vemos en la invasión de pateras en la costa mediterránea, escapando de la miseria. Pero también es un atolladero crítico en Asia y en Iberoamérica. El problema demográfico español es más bien un sarcasmo de la clase política y de la clase empresarial y financiera, muy ocupadas en mantener sus beneficios y sus privilegios, e ignorando los problemas reales del país en el que viven y que se supone que dirigen. Pero también de las clases asalariadas, acostumbradas a que les den los problemas resueltos, en lugar de buscar sus propias soluciones.

También suena a tópico, aunque es una realidad, decir que detener la explosión demográfica y la pobreza es una obligación que está por encima de las naciones, de los continentes, de los intereses económicos, una tarea de la ONU o de un nuevo instrumento internacional que se cree al efecto, si es que alguien da con una clave nueva. Y cómo hacerlo afecta a todos los intereses en juego en el planeta. Cómo conciliarlos es el trabajo de las nuevas generaciones. La mía está en su ocaso, y en veinte años será un residuo fósil.

Puesta de sol en una de las playas del Parque Regional de Calblanque, al sur del Cabo de Palos.

Direcciones de interés

murciaturistica.es

Rutas y paseos en Murcia capital: aldabacongresos.com

turismo.cartagena.es

cartagenapuertodeculturas.com

parqueminerodelaunion.es

fundacionsierraminera.org

 

 

 

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