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Hazme sitio (en el teatro)

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Una reseña de Fernando Bellón.

Fes-me un lloc (hazme sitio) es una pieza teatral producida por el Institut Valencià de Cultura, que se ha representado en el teatro Rialto de Valencia a lo largo del mes de octubre, escrita y dirigida por Isabel Martí.

«Un grupo de jóvenes idealistas se une para recuperar la tierra y evitar la fuga de talentos, para demostrar que pueden acontecer adultos sin tener que renunciar al idealismo. Como era de esperar, los inconvenientes no tardan en llegar. ‘Fes-me un lloc’ es un ruego generacional. No, una exigencia generacional. Un canto de amor ‘estellesiano’ que reivindica el derecho de los jóvenes a la tierra y a la utopía».

Lo anterior es lo que decía el programa del IVC hasta hace poco, ahora solo aparece el texto en valenciano. «Canto de amor estellesiano» se refiere a la obra del poeta y periodista de Burjassot Vicent Andrés Estellés, convertido por la burocracia cultural de la CV en heredero de Miguel Hernandez. A enorme distancia de él, según mi criterio. Lo de «acontecer adultos» es un sinsentido de la traducción automática que aparecía en la edición en español-castellano de la página web del teatro, quiere decir, «llegar a ser adultos». En general es difícil encontrarle sentido a Fes-me un lloc, lo que no quiere decir que sea un churro.

Han intervenido en la obra treinta ciudadanos, ocho actrices, dos actores, y veinte personas en el equipo técnico y de producción. Esto significa que la calidad escenográfica y la producción tienen que ser necesariamente aceptables. La deducción no es infalible. Recuerdo un «Bienvenido Mr Marshall» producido por los entonces Teatres de la Generalitat con cantidades ingentes de dinero y de personal, que era un verdadero churro.

Reconozcamos que el trabajo de los actores es estupendo, metidos en sus papeles de juventud airada e indefinida, la escenografía, llamativa y bien elaborada, y la coreografía, minuciosa y efectista. La coreografía es casi lo más importante (y lo mejor) de Fes-me un lloc, porque el desarrollo dramatúrgico es deficiente. La coreografía más sólida es la construcción de una enorme silla por los diez ejecutantes, que emiten a coro o sucesivamente una serie de discursos panfletarios. Y que me disculpen los que no los encuentren así, pero es que eran difíciles de escuchar y de entender, a pesar de que los oradores se pasaban el micrófono uno a otro. El contenido de los discursos consistía en los estereotipos que se dicen de los jóvenes agraviados (y que ellos repiten como cotorras), enunciados a toda prisa. Pero el espectador (yo, al menos) estaba tan pendiente de que los constructores de la silla gigante no se dieran un martillazo, se tropezaran o se equivocaran de pieza, que no capta más que la mitad de lo que recitan. Y con eso tiene suficiente, la verdad.

La coreografía es la base del ballet, y supongo que los treinta participantes de la puesta en escena de Fes-me un lloc, habrán optado por convertir la obra en una pieza híbrida. Quizá porque hoy se valora más lo híbrido, lo intercultural y todas esas gaitas. El problema de estas mezclas es que si no están bien hechas, confunden. Es decir, lo mismo da que los constructores de una silla gigante en el escenario clamen sobre los problemas de la juventud que sobre la filosofía presocrática o contra los talibanes afganos.

La parte más interesante de la obra llega al final, para alivio del espectador. Se trata de una trama clásica de conflicto de intereses y de emociones dentro del grupo, detonado por la intervención anti-idealista de una plumilla muy peripuesta dominada por el rencor. No digo más para no estropear la sorpresa. Yo me pregunto si no hubiera sido más natural, más teatral, ceñirse a los conflictos humanos (incluyendo el hábil montaje de la silla), reduciendo al máximo la doctrina, o entreverando la doctrina con la acción. No obstante es cierto que  lo más difícil de la creación es contar una historia si no nueva, al menos novedosa, y que el recurso más socorrido es largar panfletillos micrófono en mano.

Con todo esto, no puedo sino reconocer el esfuerzo y el trabajo realizado por el equipo, oscurecido por el efecto desconcertante.

 

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