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Lázaro de Tormes no era un pícaro. El inicio de la novela moderna

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La vida del Lazarillo de Tormes es una de las bases de la literatura moderna europea y americana. Los españoles la leemos en el colegio, y pocos profesores advierten a sus alumnos de la materia explosiva que lleva dentro. En este artículo se señalan algunos enigmas de la novela según los estudios de la doctora Rosa Navarro.

Fernando Bellón

En pleno siglo XVI, cuando el reino de España empezaba a ser un imperio, aparecen en escena los pícaros. Se supone que los picaros son un invento español, una representación de la naturaleza española.

Esta es una de las distorsiones de la Leyenda Negra.

Personajes picaros hay en todas las literaturas europeas y posiblemente en las del ancho mundo. Con mayor o menor destreza se nos ofrecen en casi todas las lenguas personajes caracterizados por sus malas artes, su astucia, su desvergüenza, su amoralidad y su currículo delictivo, y casi sin excepción hacen gala de semejantes prendas.

Los pícaros españoles son delincuentes habilidosos con una pizca de moral, la suficiente como para advertir en el prólogo que cuentan sus trapacerías para ilustrar lo que no debe hacer un buen cristiano, o que no le quedó más remedio que hacerlas para sobrevivir.

De acuerdo con el estereotipo legendario, las novelas de pícaros son un espejo de la sociedad de su tiempo. La España que describen es miserable, oscurantista, inquisitorial, clerical y llena de hidalgos improductivos.

Que haya rasgos de verdad en esa valoración no significa que sea cierta, sino muy parcial. La España de los siglo XVI y XVII no debía ser muy diferente a la Inglaterra, la Francia, la Italia o la Alemania contemporáneas. El hecho de que la decadencia del Imperio español haya dejado visible huella tampoco significa que seamos un fracaso de país. El mayor fracaso de este país es contemporáneo y consiste en la destrucción de la nación española mediante el escarnecimiento de nuestra historia, que empezó en el siglo XIX.

Pero esto es otro tema, bastante triste, ajeno a lo que me propongo revisar hoy.

Una novela descarnada fundadora de la modernidad

La novelita La vida de Lazarillo de Tormes no es picaresca ni el propio Lázaro un pícaro.

La catedrática de la Universidad de Barcelona Rosa Navarro Durán ha dedicado media vida al estudio de este texto prodigioso, y ha documentado la anterior afirmación. Está especializada en el siglo de Oro. Como muestra de sus trabajos, en este enlace se encuentran algunos guardados en la Biblioteca Virtual Cervantes. Y en este otro enlace de Dialnet Unirioja, hay bastantes más. Para terminar de señalar las realizaciones de esta mujer universitaria, una conferencia en la Asociación de Profesores de Español, sobre el tema que tratamos en este artículo, La vida de Lazarillo de Tormes; y otra titulada El origen de la picaresca y la novela moderna: el Lazarillo de tormes y el Guzman de Alfarache.

Además de estos trabajos y conferencias, Rosa Navarro ha dedicado mucho tiempo a la pedagogía y a la divulgación de nuestras clásicos entre los jóvenes y los niños.

Su obra es gigantesca, pero poco conocida. Yo al menos no tenía ni idea de Rosa Navarro hasta hace pocos meses. Sirva esta reseña como disculpa y como homenaje a tan significada mujer.

La Vida de Lazarillo de Tormes es un libro polémico en varios sentidos, como novela, como novela picaresca (algo que Rosa Navarro niega y sostiene con documentación), por su autoría calificada de anónima (algo imposible, porque lo anónimo no lo es para el editor), por su efecto como revulsivo político y religioso en su tiempo, y por pasar inadvertida y subestimada hasta hace no mucho.

A las ediciones que quedan del libro les falta texto o están expurgadas, según sostiene Navarro. Hay cuatro contabilizadas y fechadas en 1554 en Burgos, Amberes, Alcalá de Henares y Medina del Campo. Esta última estaba emparedada en un edificio antiguo del pueblo pacense de Barcarrota, y se halló al hacer obras en 1995, junto a otras obras incluidas en el Indice de Libros Prohibidos por la Inquisición. Esto es señal de que Lazarillo era un libro peligroso para algunos dirigentes del reino, no para todos ni para muchos.

Sobre el autor se han barajado varios: Juan de Ortega, general de la orden de los Jerónimos, Diego Hurtado de Mendoza, figura militar y política del siglo XVI, y otras personas notables y hasta nobles. Para Rosa Navarro, el autor indiscutible es Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas del emperador Carlos, conocido erasmista.

La edición en la que he leído la novela, con estudio de Isaac González Palacios, contiene valiosas reflexiones y referencias, como la mención a los antecedentes de “pícaros” en la literatura europea, el Till Eulenspiegel alemán, por ejemplo. O El Asno de Oro del romano Apuleyo.

Rosa Navarro también cita numerosas referencias. Desde las comedias de Plauto y sus personajes “parásitos”, el libro sapiencial Calila e Dimna, La Celestina, de Fernando de Rojas, La Lozana Andaluza (esta posterior al Lazarillo, del que es heredera), de Francisco Delicado, y numerosas obras españolas del siglo XVI y XVII, en especial el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y el Buscón de Quevedo. Estas dos últimas suponen la elevación al podio literario de la figura del pícaro.

Los enigmas del Lazarillo

Pero como estamos basándonos en las investigaciones de Navarro, vamos a seguir el curso de su libro La verdad sobre el caso del Lazarillo de Tormes, publicado por Cendil Ediciones en 2010. La bibliografía de este ensayo es muy útil a quien quiera seguir los pasos de Rosa Navarro. Hay ilustres ensayistas y pedagogos contemporáneos que han dedicado estudios al Lazarillo. Por destacar algunos: Alberto Blecua, Rafael Lapesa. Francisco Rico y Francisco Rodríguez Adrados.

Dedica el comienzo de su ensayo Rosa Navarro a aclarar ciertos enigmas del Lazarillo. El primero es su forma literaria, una declaración solicitada por cierta persona referida como Vuestra Merced, que la ensayista afirma que es una dama noble.

El requerimiento de Vuestra Merced a Lázaro, que en esos instantes es pregonero en Toledo, es información sobre el comportamiento del arcipreste a quien Lázaro sirve, un sacerdote de la iglesia de San Salvador. Anticipamos lo que la autora deja para más adelante, la sospecha pública de que el tal arcipreste está amancebado con la esposa de Lázaro. De hecho, el arcipreste contrató a Lázaro para casarlo con su manceba, y puso a vivir al matrimonio en casa contigua a la suya.

El amancebamiento de sacerdotes era un hecho no sé si común, pero sí reconocido, una lacra para la Iglesia. Rosa Navarro no utiliza esta sospecha como piedra de escándalo, es una investigadora no una moralista. Lo que alerta a la investigadora es lo mismo que alertó a Vuestra Merced, que se confesaba con el arcipreste. Quería saber si estaba amancebado no porque le escandalizara el suceso, sino porque no podía fiar sus confesiones a un tipo que podía transmitirlas a su barragana. La ruptura del secreto de confesión es algo mucho más grave que el amancebamiento.

Y antes de seguir con el Lazarillo, vamos a citar una referencia importante y sólida de Rosa Navarro sobre la que mantiene su hipótesis. Aceptemos que el autor del Lazarillo es Alfonso de Valdés, una posibilidad que admiten otros investigadores.

Alfonso de Valdés es un personaje importante en la Corte de Carlos V de Alemania y I de España. Navarro entiende que el autor debe de ser un hombre culto, y todos los investigadores coinciden en que no se trata de un relato autobiográfico porque Lázaro no sabe leer ni escribir. El texto comienza con citas de Cicerón y de Plinio, que un latinista como Alfonso de Valdés conocía bien.

Pues bien, el sub capítulo dedicado por Navarro titulado “El confesor amancebado de Carlos V”, describe lo que titula y sus circunstancias. Francisco García de Loaysa se llamaba el confesor, y era enemigo del secretario de latín del emperador, Valdés. Era dominico, de noble familia toledana (los Valdés eran marranos), llegó a ser arzobispo de Sevilla, presidente el Consejo de Indias, comisario General del Consejo de Cruzada e Inquisidor General. Leyendo este capítulo de la ensayista a uno se le viene a la cabeza la corrupción del poder que domina nuestras democracias, tan carcomidas como las Cortes antiguas.

De entre las numerosas citas de Navarro para dar soporte a su conclusión (que Valdés utilizó el caso del “confesor amancebado de Carlos V” para construir la base crítica del Lazarillo), destaca una larga y nítida carta que un tal Juan Dantisco dirige a Valdés, en la que declara el amancebamiento de García de Loaysa. Luego destaca Navarro una comunicación del embajador de Polonia a su rey Segismundo en los mismos términos, con el chusco agravante de que García de Loaysa no estaba amancebado con una sino con cuatro hermanas de origen judío a las que protegía a cambio de lo mismo que cierto exministro español contemporáneo pedía a sus concubinas.

Resulta chocante, desde el punto de vista digamos que procesal, que una solicitud de información se convierta en una novela. La explicación de Navarro es que su autor concibe la novela como una denuncia de la corrupción eclesiástica en España. Lázaro inicia su cuento diciendo que responde a la petición de Vuestra Merced contándole su propia vida, que contiene episodios suficientes para escarnecer al clero disoluto.

Abusos y corruptelas del clero

En el párrafo final del prólogo dice Lázaro: “Y pues Vuestra Merced escribe que le escriba y relate el caso muy por extenso, pareciome no tomarle por el medio, sino por el principio porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.”

Este párrafo contiene dos temas de alta consideración. En primer lugar la defensa del autor de su condición modesta o miserable, si queremos atribuir a un analfabeto la autoría del cuento, frente a los beneficiados por la Fortuna. Y en segundo lugar un argumento de Navarro en defensa de su tesis, que el autor es un hombre ilustrado, Alfonso de Valdés.

Resumiendo este argumento, que afecta más a la investigación literaria que al interés general, por decirlo de algún modo, La vida de Lazarillo de Tormes  nos ha llegado cercenada, y las ediciones que se hicieron mezclaron el prólogo del autor culto, con la supuesta autobiografía del pobre chaval en manos de usureros y prevaricadores.

Esto pudo deberse, explica Navarro, a la intervención de los censores y de los editores por evitar la censura. Entre todos hicieron un empastre.

Insisten los estudiosos del Lazarillo en que su autor debió ser un erasmista, es decir, un sacerdote o autoridad civil que hacía lo posible por contrarrestar la degradación del clero católico, para evitar la ruptura luterana y las que siguieron. Alfonso de Valdés fue un erasmista declarado, y por ello tuvo problemas con el “Sistema”, a través de la Inquisición, de la que consiguió librarse como Erasmo o Juan Luis Vives.

Y vamos a resumir ahora las razones que tuvieron los censores del Lazarillo para incluirlo en el el Índice de Libros Prohibidos.

La primera es que Lázaro de Tormes no es un pícaro, sino una víctima, un perdedor. Empieza sirviendo a un ciego roñoso y ruin, con el que pierde su inocencia. No tiene más remedio que despabilarse. Se escapa del ciego y da con un clérigo todavía más cruel, porque le mata de hambre, le muele a bastonazos y le echa cuando descubre que el chaval está “robándole” el pan que el cura le niega. El siguiente amo es un escudero o hidalgo que no puede permitirse trabajar para ganarse la vida por conservar su honra, y busca sin éxito un amo rico a quien servir. Lázaro acaba siendo el sostén del infeliz gandul, es decir, lo contrario de lo que haría un pícaro listillo. En el Tratado V Lázaro sirve a un buldero, un clérigo que recorre el país vendiendo bulas para la salvación del alma, y se conchaba con un alguacil para engañar a los vecinos de los pueblos de un modo retorcido: le presentan como un falsificador de bulas, pero el alguacil que le “persigue” termina reconociendo la falsa santidad del buldero. El Tratado VI es el más corto, una transición en la que Lázaro se hace mayor y encuentra un trabajo con un capellán que no le maltrata, y obtiene algunas ganancias para vestirse con decencia. Y así se justifica que en el Tratado VII y último, ya adulto, llegue a convertirse en pregonero de Toledo, oficio de nula nobleza, pero que para un pobre desgraciado es el colmo de sus posibilidades. Y aquí es donde su amo, el arcipreste de San Salvador, le convence para que se case con su sirvienta (y barragana), les pone a vivir al lado, y puede justificar las visitas constantes de la sirvienta a casa del cura. Este es “el caso” que se menciona en el prólogo.

Los episodios del Lazarillo son una sucesión de cargas de profundidad contra una Iglesia corrompida, y una sociedad de nobles haraganes. El punto de vista del crítico es la moral erasmista, una especie de punto medio entre el catolicismo y el protestantismo. Esto es tema de mayores polémicas. Lutero se subleva contra el negocio de las bulas eclesiásticas. De ahí sobreviene el cisma. Es decir, el cisma lo provoca la defensa de Lutero de sus propuestas antipapales, no que ataque el dogma. El protestantismo, sin príncipes ambiciosos y tan venales como los clérigos bulderos no habría triunfado. Me remito a la serie La guerra campesina de Alemania de 1525, una glosa y resumen del ensayo La Guerra Campesina Alemana desde una nueva perspectiva, de Peter Blickle, realizado por Waltraud García y publicado en esta revista. Sin príncipes y malestar campesino, no habría habido protestantismo. Lutero lo que hizo fue subirse a la cresta de la ola, para luego bajarse de ella cuando los campesinos empezaron a ocupar tierras y a colgar a príncipes. Para entonces el dogma católico había sido saqueado por demagogos y religiosos radicales, como había ocurrido en siglos anteriores en Europa sin consecuencias heréticas. Pero la codicia principesca se impuso sobre la unidad religiosa.

En tierra española de Carlos V el protestantismo no arraigó. Una teoría dice que porque el cardenal Cisneros había reformado la Iglesia española en el reinado de los Reyes Católicos. Poco pudo reformar, si damos por ciertas las denuncias que Alfonso de Valdés realiza en el Lazarillo.

Si en la España católica, en el Portugal católico y en la Italia católica no se implanta la reforma no es porque su clero estuviera reformado. Es porque no existe en esos reinos una nobleza codiciosa y con poder frente a la realeza o al papado. Obsérvese que una de las primeras cosas que hace Lutero cuando se siente fuerte frente a Roma es casarse. Es decir, acaba con una de las barreras más duras del clero, le da permiso para desahogarse legalmente.

Sólo en Francia arraiga el protestantismo. Aunque le cuesta un alto precio, la masacre de los hugonotes en la noche de San Bartolomé de 1572. Fue tan espantosa que los protestantes menos radicalizados tuvieron argumentos para que se les permitieran sus iglesias, porque no se podía asesinar impunemente a todos los reformados.

Obsérvese que en España ni los procesos más espectaculares de la Inquisición produjeron muchas víctimas. La jerarquía eclesiástica no era tan cruel ni tan histérica como la francesa, y se sentía más segura. A la vez, el poder civil basaba su autoridad en algo más que la fuerza bruta, y en España no había una guerra religiosa entre la nobleza como en Francia, que enconó la diputas.

Un último aspecto del Lazarillo destaca Rosa Navarro. Es algo sucio y repugnante de lo que no está libre ninguna institución, y menos las dedicadas a la enseñanza: la pedofilia. Uno de los clérigos que recoge a Lázaro se aprovecha de él sexualmente. Navarro lo deduce de expresiones lingüísticas usadas por el autor. No entro en ellas por no alargar este texto, pero su explicación me parecen convincente.

Por último quiero referirme a un importante detalle cuyo desarrollo es trabajo de historiadores, la decadencia del imperio español. Una decadencia que duró varios siglos, desde finales del XVI a finales del XVIII. La decadencia es en el territorio europeo. El reino pierde Flandes, parte de sus territorios al norte de los Pirineos orientales, que fueron españoles hasta el siglo XVII, pierde su influencia en Italia (no toda, Nápoles y Sicilia aguantaron).

¿Cómo fue posible este progresivo derrumbe?

Además de por los altibajos de todo imperio, que no es eterno, en el español se produce un fenómeno único en Europa. España está enviando a sus mejores hombres y mujeres, frailes y monjas a América. América se enriquece de un modo formidable. En todo el continente se abren escuelas, universidades, se crea literatura, música, pintura. Y una industria incipiente se empieza a desarrollar, además de la extracción de metales preciosos. Durante tres siglos, la demografía de la península Ibérica se desangra al mismo ritmo que el reino se va arruinando en guerras. Los españoles nos hemos enterado poco de estas proezas. Ni siquiera Inglaterra o los Países Bajos envían a multitud de ciudadanos a sus colonias, que es lo que eran, colonias, mientras que la América española era territorio español transoceánico.

Pero en la península se mantienen los suficientes hombres y mujeres como para dar lugar a prodigios como la novela moderna, la pintura moderna y también la música moderna. El Lazarillo de Tormes es uno de los ejemplos de la finura literaria española.

 

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