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Bitácora y apuntes

Ovación a la épica española

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Fernando Bellón

El día anterior a mi cumpleaños me obsequió mi mujer con dos entradas para “Mío Cid. Juglaría para el siglo XXI”, de José Luís Gómez, en el teatro Principal de Valencia.

No sabía yo que esta producción la había iniciado su intérprete, director y escenógrafo hace nueve años, 2014, para la Real Academia de la Lengua Española, de la que es miembro de número con todo merecimiento, algo que no se puede decir de todos los académicos. Luego la volvió a poner en marcha en 2020.

Lo único que conocía de ella es que el gran actor recitaba a pelo el Poema de Mío Cid, sólo en el escenario.

Me preguntaba cual sería el truco, porque por bueno que sea un actor, recitar un texto durante hora y media es una apuesta arriesgada, en especial cuando se avisa que se hará según el poema original y con pronunciación del castellano del siglo XI.

No hubo sorpresa, sino pasmo.

José Luís Gómez se transformó simplemente en un juglar. Eso fue todo. Hizo lo que cualquier juglar debió de hacer mil años atrás, su trabajo: contar los hechos referidos con intención poética y dramática, incitando las emociones de su público, señalándole las virtudes de un héroe que después fue fundacional de España, dejándole boquiaberto.

En este enlace del teatro de La Abadía de Madrid, dirigido por Gómez durante un cuarto de siglo, se cuenta cómo se gestó y desarrolló “Mío Cid. Juglaría para el siglo XXI”. Merece la pena conocerlo para entender bien la maestría y el éxito de Gómez y del equipo que le acompaña.

Lo que a mí me parecía una invitación al aburrimiento, resultó ser lo mejor de la representación, además del trabajo del actor. Recitar un poema del siglo XI, cuando el castellano estaba naciendo, y tenía rasgos gallegos, leoneses, navarro-aragoneses y catalanes, es una de las cosas más bellas que puede presenciarse en un teatro.

José Luís Gómez cuenta al público que en su juventud tuvo que recitar en alemán el monólogo de Segismundo en “La Vida es Sueño”, y lo demuestra con una pronunciación alemana propia de un actor de Westfalia. Así que recitar el poema de Mío Cid como un juglar del siglo XI le debe de resultar mucho más fácil.

El público seguía sus palabras con un silencio y atención próxima a la veneración. Me gusta pensar que no sólo del artista en el escenario, sino de la lengua, la cultura, la civilización que representa. Los españoles de todos los rincones del territorio español y de las Américas tienen derecho a complacerse en su cultura y en su lengua y a enorgullecerse de ello.

Al hacerse el negro en el teatro Principal de Valencia el público prorrumpimos en una ovación larga, sostenida, estrepitosa. Pocas veces he visto un final semejante en una representación teatral. Era el homenaje a un artista de 82 años que trabaja como si tuviera 40, con técnica y experiencia consumadas. Pero también a la lengua castellana, que es la del Poema, pero por extensión española pues es la que se habla en todo el país.

Y esto para mí tiene un valor emotivo especial, porque ocurre en un momento en el que el desmontaje de España se está acelerando, legalizando, consumando ante los ojos de todos.

 

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