CARGANDO

Escribir para buscar

Bitácora y apuntes

Respuesta a un océano de palabras

Compartir

De cara a la pared.

Nuestros colaboradores Waltraud García y Segismundo Bombardier han mantenido un diálogo estimulado por el artículo firmado por el editor de esta revista, Fernando Bellón, “Océano tenebroso de palabras”. Como lo han hecho a distancia y por vía digital se ha podido grabar y transcribir. Sea testimonio de la pluralidad de criterios de que se precian nuestras publicaciones.

            F.B. , editor de Perinquiets -Libros.

 

Waltraud García.— ¿No le ha llamado la atención el último artículo de nuestro editor en Perinquiets-Libros, amigo Bombardier?

Segismundo Bombardier.— Sí, lo he leído, quizá sin demasiado detenimiento. ¿Le ha suscitado alguna reacción a usted, doña Waltraud?

W.G.— El final. Me ha parecido una declaración desesperada, “Por el amor de Dios, que venga alguien y nos ponga en las manos los instrumentos para arreglar tanto desmán, estropicio y falseamiento intelectual”. Dejar la solución de los problemas de uno en manos de otro es una irresponsabilidad, aunque estoy seguro de que don Fernando es un tipo responsable. Por eso digo que puede ser producto de la desesperación.

S.B.— Es posible. A mí me parece una ironía suya. De él, me refiero. Vivir en España debe de ser un tormento para las personas con criterio y voluntad de convivir en una patria común. Desde Francia lo veo así, aunque vivir aquí también está lleno de trampas políticas e ideológicas. ¿No sé si ahí lo sufrirá usted igual, en Alemania?

 W.G.— Claro. Todas las naciones europeas pasan por la misma crisis, y lo hacemos a tientas, preocupados por el futuro que es más incierto que otras veces en las últimas décadas. Pero ni en Alemania ni en Francia ni en ningún otro estado europeo el gobierno se mantiene gracias a los que desean la destrucción del estado y no lo ocultan, sólo esperan la posibilidad para dar el hachazo.

S.B.— Eso es. No creo que don Fernando sea tan ingenuo como para tomarse en serio la intervención oportunísima de un salvador de la patria. Es producto de la rabia de sentirse impotente. Pero ante tanta tropelía, en lugar de quejarse diciendo, “este país es imposible, es mejor vivir en otro”, y no hacerlo, clama al cielo consciente de que el cielo no le va a escuchar. Acaso de tanto levantar la voz tantas personas, una parte significativa llegue a ponerse de acuerdo y empiecen a actuar. Aunque es improbable.

W.G.— Visto desde Alemania esa salida me parece imposible. En España el parlamentarismo siempre ha sido disolvente.

S.B.— Pero en Alemania también. Recuerde usted la república de Weimar.

W.G.— Vale, igual que en Francia. El hundimiento del ejército francés en junio de 1940 se debió a la propaganda del Frente Popular contra los franceses que no eran obreros, como si se merecieran una guerra, y al derrotismo de los intelectuales, que habían convencido a los franceses de que era mejor ser buenos y creer en el remedio indoloro contra las agresiones del nazismo y del gran capital. Huyeron como ratas en cuando los boches cruzaron la frontera a cañonazos. No querían ser víctimas del dolor; y ya ve usted, cuatro años de muertos y destrucción les costó.

S.B.— O sea, que el parlamentarismo es un grano en el culo de todas las democracias.

W.G.— “Efectiviguonder”, como dicen los castizos en España. Tiendo a pensar que el pegote de esta crisis contemporánea está en la ineficacia del sistema político parlamentario. No es que sea imposible de perfeccionar, es que se ha degradado y hay que encontrar otro. No me pregunte cual.

S.B.— Si me permite la conjetura, quizá España está en las mejores condiciones para avanzar hacia lo desconocido. ¿No? Veo yo muy probable que en el plazo de un año o dos se deshaga, se descomponga, expulsen al rey y establezcan no una república efímera, sino media docena. Una vez estallada la contradicción de los tiempos en un país, los otros saltarán en pedazos de modo inevitable. Entonces es cuando aparecerán los salvadores, iluminados o lúcidos, y las aguas se encauzarán. Lo que no sabemos es a qué precio. Es lo que ha pasado en todo tiempo y lugar cuando sobreviene el colapso.

W.G.— Estoy de acuerdo en colocar la crisis europea en una perspectiva no nacional, histórica. Tendría gracia que, una vez más, España fuera la avanzadilla del curso de la historia europea hacia el futuro, como cuando expulsó a los musulmanes, descubrió y colonizó las Américas, creó un imperio global, resistió el capitalismo protestante, dictó la primera constitución liberal, fue el primer país que derrotó a Napoleón, y se impuso sobre el experimento sovietizante con éxito. Todo esto son hechos, si bien están enmarcados en un universo ideológico, igual que un fuego no se alimenta sólo de oxígeno, sino de combustible, que lo hay de muchos materiales.

S.B.— Veo que ha reflexionado usted a fondo sobre el asunto. Aquí en Francia no tenemos problemas de secesión, sino de convivencia cívica. Que al fin y al cabo es lo mismo. Por eso puede que el estado aguante más. Ustedes también tienen un problema de tensión entre lo europeo y lo musulmán o lo anatolio.

W.G.— Y de momento lo estamos resolviendo con paños calientes, como en Francia, en Holanda, en Bélgica o en Escandinavia. Los políticos conocen perfectamente la historia, y eso que dan la impresión de estar contra sus enseñanzas. Pero bien que emplean dinerito en cubrir necesidades básicas de la población, sean de una religión censada o sean ateos, en especial de los musulmanes. Esto sólo puede desembocar en dos situaciones, o la igualación social a escala planetaria, que a mí me parece imposible, o la ruptura del equilibrio y la llegada otra vez de la violencia.

S.B.— Yo diría que además de imposible la igualación social planetaria es indeseable. Sería el fin de la evolución. ¿Está usted segura de que los políticos saben lo que hacen?

W.G.— Por completo. Trabajar para ganarse la vida puede que lo hayan hecho pocos, pero estudiar, todos han estudiado.

S.B.— Me están entrando ganas de buscar un salvador, como sugiere el editor de la revista. No sé si mi generación, que es la misma de don Fernando, llegará a presenciar ese quiebro fatídico. La suya, sí, desde luego. Esto no aguanta mucho tiempo. En realidad, no soy tan pesimista. Dudo que la solución de esta crisis origine mucha violencia. De momento la suerte está favoreciendo a Europa. La muerte se queda en las fronteras de Polonia, Eslovaquia y Rumanía. Yo descarto una extensión súbita en nuestro territorio, entre otras cosas porque si ocurriera algo así, alguien perdería la cordura y apretaría el botón nuclear. Fin de la crisis y de la humanidad. Además, Hungría y Polonia están entendiendo el problema básico de las invasiones bárbaras. Confío en que otros países muy progres y currutacos empiecen a dar el vuelco.

W.G.— Muy oportuna esa mención a las invasiones bárbaras. Estoy leyendo un libro magnífico, que espero reseñar pronto en Agroicultura-Perinquiets. Espada, hambre y cautiverio. La conquista islámica de Spania, de Yeyo Balbás. El título da una idea de su contenido. Y es un trabajo magnífico porque su autor repasa en detalle los reinados godos anteriores a la invasión, luego hace lo mismo con el nacimiento y expansión del islam. El aparato documental de Balbás es abrumador y muy bien utilizado y ordenado. Pero de todo eso ya hablaré en otro momento.

Lo que quiero decirle es que un mundo aparentemente estable, como el Imperio Romano de Occidente se va desmenuzando poco a poco por invasores germánicos. Luego le pasa lo mismo al de oriente, pero en medio siglo, no resiste el asalto de hordas musulmanas cuyo objetivo inmediato es el botín, no la conquista ni la asimilación al islam de los pueblos sometidos. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué fuerzas imperiales con siglos de experiencia administrativa y militar, son derrotadas por hordas bárbaras? En resumen, porque los ciudadanos romanos se habían acostumbrado a vivir relativamente bien y sin preocupaciones, exactamente igual que ahora. Era una prosperidad aparente, había millones de seres humanos que lo pasaban mal dentro del imperio, y eran la base del imperio. Y en cuanto los bárbaros entran en escena, no hacen nada por detenerlos, era un conflicto que no iba con ellos.

S.B.— Pero ahora no hay miseria en Europa. Aunque estoy de acuerdo en lo que usted quiere decir, doña Waltraud. Déjeme citarle algo que he leído hace poco: es un fragmento de una reseña sobre un libro reciente de un ensayista español que parece muy capaz, un tal Esteban Hernández. He aquí la cita de un articulista llamado Víctor Lenore: No estamos solo ante un tratado de geopolítica y macroeconomía. El autor sabe explicar las consecuencias de conflictos sistémicos en nuestras vidas cotidianas, sobre todo en el mundo del trabajo. «En un primer instante, tanto las clases financieras como las contraculturales señalaron al pueblo y a sus costumbres como el principal problema que debían solucionar», destaca. Tanto Silicon Valley como Wall Street apostaron por la disrupción frente a la organización tradicional, y por el corto plazo frente al largo, convirtiendo en enemigo al «sentido común dominante». El resultado, como sabemos, fue una disolución de los viejos vínculos laborales… «No deja de ser paradójico que, en un tiempo en que se insiste continuamente en el progreso y en el que todavía perdura la conexión directa entre adelantos tecnológicos y un mundo mejor, sea la ausencia de proyectos sociales que generan esperanza y confianza lo que la definan más nítidamente», destaca Hernández.

W.G.— Eso es. Crisis de valores, de identidad, de esperanza, lo que queramos decir. Esas “clases contraculturales” de las que habla Hernández se han hecho con el dominio de la cultura, se la han apropiado, y no están dispuestos a compartirla, a no ser que comulgues literalmente con ellos. Y como a los financieros y poderosos del planeta la confusión les beneficia, ya estamos fastidiados por la pinza de los idiotas y los egoístas. Los bárbaros de hoy son los miserables de antaño, y están entrando a miles en el territorio europeo. A ellos la forma de vida occidental les importa un carajo, sólo les interesa nuestra prosperidad, y es natural y comprensible. ¿Cómo resuelve usted esto, señor comisario europeo? No tiene remedio fácil, y desde luego el dinero no lo es, porque cuanto más se reparta, más gente lo pedirá. En fin, es mi generación la que se verá afectada, y la de mis  hijos pagará las consecuencias del egoísmo y la estupidez hoy dominantes. Que Dios nos coja confesados.

S.B.— Yo vivo entre una parroquia y una mezquita, así que tengo donde acogerme llegado el momento. Que tenga usted un buen día, doña Waltraud.

W.G.— Lo mismo le deseo, don Segismundo.

 

 

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.