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El nacimiento de Alándalus Cultura y comunicación Series

Preparando el cruce del Estrecho. Espada, hambre y cautiverio (Tres)

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La leyenda de las Huríes, jóvenes vírgenes que acogían a los guerreros musulmanes muertos en combate. La fotografía de presentación Guerreros musulmanes representados en el manuscrito musulmán de la Maqamat Al-Hariri.

Una serie de Waltraud García

Al releer el capítulo anterior observo que la montaña de datos que lo nutre tiene un atractivo poco pedagógico. Podía haber resumido todo en una glosa del estilo “los musulmanes entran a sangre y fuego en Egipto hacia el 640, les cuesta conquistarlo poco tiempo, se detienen antes de continuar al oeste, hacia Libia, avanzan por toda la costa mediterránea de África en incursiones veloces, a veces sólo en busca de botín, no para establecerse, y a las puertas del siglo VIII ya están en Ceuta, donde se preparan para asaltar el reino visigodo de Hispana, con el mismo ímpetu y modelo de espada, sangre y cautiverio, empleado hasta entonces”.

Es una síntesis correcta, pero yo estoy resumiendo un libro que me parece valioso y fundamental para entender la invasión musulmana de Hispania, y quiero ofrecer a los lectores una visión documentada, aunque densa. La “cabalgada” por el norte de África dura 60 años, que no es un relámpago temporal, pero sí indica que los ejércitos árabes (no todos sus guerreros son musulmanes) arrasan en su avance, no van convenciendo sino venciendo, y del modo mas brutal.

Es la primera (y posiblemente la única) religión que se impone con las armas y en menos de un siglo, allí donde el cristianismo tardó cuatro en arraigar predicando, y bautizando pocas veces a la fuerza. Decir que “islam” va unido a violencia no es ni exagerar ni mentir. Fue cierto en su origen, lo siguió siendo en su desarrollo, y en la actualidad la vigencia del islam se basa en el miedo que ejerce sobre la sociedad, en especial su sociedad, sobre los suyos, las mayores víctimas del fanatismo islámico. Un fanatismo, por lo demás, fomentado, instruido y armado por los EE.UU. Tiene guasa. Esto último es de mi cosecha, no de Balbás.

El esplendor Omeya

Conocer el origen y el destino de la dinastía Omeya, que gobierna durante el fortalecimiento del islam en los siglos VII y VIII, es importante para esta historia, porque uno de los pocos que escaparon de la muerte en Siria, Abderramán, se establecerá el 755 en Hispania o Alándalus como emir independiente de Bagdad, la nueva capital del imperio musulmán. Será el primero de una serie de gobernantes que culminarán cuando Abderramán III se titule califa, y lleve al islam a su punto culminante en la península Ibérica. Una península en la que ejércitos y reyes cristianos han conseguido arrebatar ya al invasor musulmán un tercio del territorio.

La gran expansión militar musulmana hacia el oeste se realiza durante el reinado de los Omeyas, que inician también la tarea de unificación administrativa y canonización religiosa del islam, y construyen la primera mezquita “ortodoxa” en Jerusalén. A finales del siglo VII tienen una crisis sucesoria, y se enfrentan a una facción musulmana opuesta, a la que derrotan en un asedio a la Meca.

El califa Ab al Malik, dominante en ese periodo de esplendor omeya, se vale de un lugarteniente implacable que trata a sus enemigos (independientemente de la religión que profesan) con brutalidad desmesurada. Este califa es quien manda construir la mezquita de la Roca, en Jerusalén, todavía en pie. Abd el Malik también es el primer jefe musulmán que compite con Roma en términos monetarios, hace un dinar igual y equivalente al sólido bizantino, pero en lugar de la imagen del Pantocrator, Jesucristo Rey de todo lo existente, coloca la inscripción: “No hay más dios que el Dios único, que no tiene igual. Muhamad es el mensajero de Dios quien envió con la guía y la religión verdadera, para que pueda vencer sobre cualquier otro credo”. Las cosas claras en la moneda de pago y cambio. Al Walid I, hijo de Malik, continuó el ambicioso plan de su padre de obras públicas en un imperio que llegaba a su máxima extensión.

Advierte Balbás que “las tendencias centrífugas de un imperio cada vez más extenso, unidos a los conflictos atávicos de lealtades tribales, hicieron que la estructura se concentrara en torno a superprovincias bajo la autoridad de auténticos virreyes, cuya designación obedecía a vínculos de parentesco con el califa o a lealtad personal”. Los valíes de Alándalus dependían de los gobernadores de Ifriqiya y estos, a su vez, de los de Egipto, en lo que concierne a la provincia de Occidente. Recuerda Balbás que “patrimonio público y privado resultaban, en la práctica, casi indistinguibles y la designación de cargos se convirtió en un modo de enriquecimiento personal”. Tendencia universal en toda organización política de aquellos y estos tiempos. Recuerda Balbás que no existía auténtica meritocracia, otra constante universal.

Dentro del califato, Siria era la provincia metropolitana, con un ejército que constituía la espina dorsal del régimen omeya. Podía tener ciento setenta y cinco mil efectivos, y en todo el califato podía haber trescientos mil muqatila o guerreros. Se trataba de un ejército profesional no limitado por las facciones tribales, al que se accedía voluntariamente.

Irak era otra de las superprovincias más potentes. La tercera era Egipto, Ifriqiya y Magreb. “El agotamiento de los recursos humanos de origen árabe —en su mayoría yemeníes— para continuar con la política expansiva de los omeyas hizo que, en el norte de África, se reclutaran de forma masiva tropas bereberes que conservaron sus identidades tribales dentro de los contingentes califales, un hecho sin parangón en el mundo islámico”.

Explica en detalle Balbás la organización de los ejércitos islámicos, cosa que me voy a saltar. Para el autor del libro resumido es importante la relación que hay entre los ingresos fiscales y la retribución a los regimientos de muqatila, hecho que costaba solventar con eficacia y justicia administrativa. La rapiña y el botín no eran suficiente soldada.

Otro apartado al que Balbás dedica estudio es el de los maulas, concepto que abarca cierta variedad de significados a partir de “estar vinculado a alguien”, desde esclavos a clientes, en ambos casos incluida la conversión al islam. “Los prisioneros de guerra, esclavizados y después manumitidos, constituyeron la principal fuente de maulas, ya que el número de cautivos durante las conquistas islámicas fue enorme”. Y aclara Balbás, “aunque con frecuencia se elogia la tolerancia de los conquistadores musulmanes por permitir que los pueblos sometidos mantuvieran su religión, la clase dirigente del califato trató de mantener el culto islámico restringido a la etnia árabe”. Los árabes siempre se mostraron reticentes a integrar a los neoconversos en la umma o comunidad islámica. Sólo los privilegiados incluidos en el aparato burocrático califal gozaron de condiciones equiparables, y también la aristocracia irania logró imponer su ethos y rasgos distintivos. Al contrario que los romanos frente a la cultura griega y los germanos frente a la romanización, los árabes fueron muy refractarios ante la cultura de los pueblos sometidos. A pesar de todo ello, los ejércitos islámicos contaron desde muy temprano con contingentes no árabes.

Los dimíes o gentes del Libro es el siguiente apartado al que se dedica Balbás. Toma como ejemplo el Egipto recién conquistado. Existe una variedad documental, por ejemplo, cartas en papiro conservadas gracias a la sequedad del terreno. Es correspondencia entre regidores coptos cristianos (contrarios a la Trinidad) y autoridades islámicas de temas básicamente económicos, impuestos y gabelas. Ya ha explicado Balbás que la rápida conquista árabe sobre el Creciente Fértil supuso un desafío para los nuevos dominadores, por lo que se preservaron la administración y la estructura burocrática existente. El Tratado de Mist, pacto de capitulación entre islámicos y población egipcia mayoritariamente copta garantizaba el mantenimiento de la religión de los sometidos. La burocracia se siguió redactando en griego y en copto hasta bien entrado el siglo VIII.

Los conflictos fiscales, no obstante, se sucedieron década tras década, sin ningún beneficio para los sometidos, según consta en la Historia o Libro de los Patriarcas, que detalla la rapacidad de los gobernantes islámicos. Esto produjo revueltas relacionadas con los tributos, en el Alto y en el Bajo Egipto en los siglos VIII y IX.

Los relatos de la conquista

Las leyendas sobre lo que pudiera existir más allá de las columnas de Hércules, a un lado y otro del Estrecho, continuaron con la llegada islámica a la zona. Las columnas de Hércules romanas (dos montes enfrentados en África y Europa) pasaron a ser Yabal Musá y Yabal Tariq, los conquistadores de Hispania, una tierra que suponían misteriosa, mágica y de riqueza fabulosa, envuelta en un Mar de Tinieblas.

La leyenda de la Mesa de Salomón, importada a Hispania como botín por un rey epónimo de Ishbania (Hispania), que asaltó Jerusalén y arrasó el Templo, es una muestra de lo que cronistas árabes inventaron o recogieron de algún sitio. Otra es que Alejandro Magno “el de los dos cuernos”, reinó en Hispania y construyó un puente de bronce entre las dos orillas, cuyas ruinas algún geógrafo musulmán aseguraba haber visto.

Los primeros relatos árabes sobre la conquista de Alándalus son ajbares de tradición oral que presentan una isbar o cadena de transmisión. Los tradicionalistas mezclaron estas anécdotas sin reparar en las contradicciones que implicaban, introduciendo leyendas del tipo de las mencionadas. “La verdad es anónima, sólo el error es personal”, menciona Balbás el dictamen del historiador Paul Veyne sobre ciertos relatos y crónicas de la antigüedad. Tiene que llegar el siglo XIV para que el historiador Ibn Jaldún considerara los relatos mencionados como “retahila de disparates y fantasías”.

Menciona Balbás las tres compilaciones de ajbar, elaboradas en el siglo IX sobre la conquista de Hispania.  La más antigua es de Ibd al-Hakam, que narra la conquista de Egipto y el norte de África, e incluye la entrada en Alándalus. La primera andalusí, es decir, elaborada en la España musulmana, es de Abd al-Malik ibn Habib, un ulema o jurisconsulto de Elvira (Granada) que viajó por oriente en busca de fuentes. La tercera compilación es anónima, Kitab Imama wal-siyasa, muy parecida a la anterior. Estas fuentes árabes se redactan un siglo y medio después de los hechos que relatan, e incluyen un buen número de leyendas como la de la Mesa de Salomón o la Casa de los Cerrojos de Toledo, que se insertó en Las Mil y una Noches, y culminó en un cuento de Jorge Luis Borges en su Historia Universal de la Infamia.

El texto de Balbás resume algunas de estas leyendas, que hacen amena la lectura de este capítulo, pero que resulta poco útil al trabajo que me he propuesto. De modo que también me las salto.

Insiste Balbás en los defectos de las crónicas citadas para construir una idea veraz de la invasión y conquista musulmana de Hispania. No es cosa de tachar con un rotulador rojo las leyendas, y ceñirnos al texto restante, lleno de topos o lugares comunes a crónicas de las conquistas árabes en otros territorios. Los resume en cinco: 1) un traidor muestra a los musulmanes una brecha en las murallas de la ciudad; 2) una festividad  distrae la atención de los asediados; 3) se produce el asalto de un grupo de árabes por la brecha de las murallas; 4) hecho esto gritan el takbir (“Alá es grande”) como señal para el ataque del ejército principal; 5) abren la puerta desde dentro y se produce el asalto de ambas fuerzas”.

Otro topos es una batalla decisiva y providencial, como la de Gualalete. Con frecuencia los geógrafos árabes mencionan relatos forjados a posteriori , explicando nombres de lugares con arreglo a mera homofonía, como el “Ceuta” procedente de Sebta en árabe, que a su vez refleja el Septem romano.

Dentro del maniqueísmo propio de la historiografía medieval, el conquistador musulmán siempre aparece como un piadoso líder que desprecia los bienes materiales, y el gobernante del reino conquistado es un tirano. La presencia de tales leyendas en unas obras pretendidamente históricas “ha alimentado diversas teorías de historia-ficción acerca de la inexistencia de una conquista árabe”, apunta Balbás, sin mencionar a González Ferrín, el principal académico español que sustenta esta tesis estudiada en la serie “El nacimiento de Alándalus”. “Este collage de topos y de mitos no prueba por necesidad el carácter ficticio de los personajes y los hechos referidos por los ajbar. En algunos casos, hubo una reasignación del protagonista de una antigua leyenda; en otros, una transmutación de los hechos históricos en un abanico de arquetipos”.

Balbás se apoya en dos antropólogos especialistas en los arquetipos, Mircea Eliade y Claude Levi-Strauss. La oralidad de los relatos sobre los primeros tiempos del islam es lo que los hace poco sostenibles como documento, plasmados por escrito entre el 730 y el 830, única e inverosímil fuente. El mayor problema de los recopiladores fue la cronología, que tuvieron que adaptar o inventar sobre bases nada fiables. Tiene Balbás rasgos humorísticos. “La adulteración de los hechos históricos por parte de los tradicionalistas que recogieron los ajbar no responde tanto al deseo deliberado de manipular la memoria histórica… sino a la necesidad de abreviar unos contenidos y de ampliar otros”. Si bien, en ocasiones, existen poderosos motivos para falsear los hechos pasados.

Hacia finales del siglo IX surgen narraciones mejor estructuradas. Balbás cita algunas como las Noticias de los reyes de al-Ándalus, de Ahmad al-Razi, en torno al 955, hoy perdida, que fue utilizada por fuentes árabes y cristianas. Otra es un trabajo de Arib ibn Said, secretario del califa Alaquén II. No coinciden los itinerarios de la conquista. En total existen más de veinte crónicas árabes que aportan información sustancial de la conquista de Alándalus, siendo la más importantes los Ajbar Maymuna, “Colección de noticias”.

Procede Balbás a un repaso a las crónicas más importantes y a los estudios que se han hecho sobre ellas, con aportaciones arqueológicas que contrastan con lo narrado. No las detallo porque es imposible sin reproducir el texto prolijo del autor.

“Las divergencias en fechas, lugares, itinerarios e identidad de los protagonistas de algunos sucesos asimismo han servido para poder elegir, de entre todas las opciones, aquellas que mejor se ajustasen a las ideas preconcebidas, para, a modo de puzle lineal, elaborar un relato a la carta”, dice Balbás, añadiendo que se va a ceñir a la Crónica Mozárabe y a las fuentes árabes más tempranas para narrar

El paso del Estrecho

Hemos llegado a la mitad de Espada, hambre y cautiverio. A partir de ahora, el autor va a centrarse en Alándalus, después de haber sentado las bases necesarias para el entendimiento de la invasión, conquista y establecimiento de la cultura musulmana en Hispania.

“Las operaciones del califato omeya en el Magreb, previas a 711 suponen uno de los episodios peor conocidos de las conquistas árabes del periodo clásico”, advierte Balbás. Las biografías de los dos protagonistas, Tariq ibn Aiyad y Musá ibn Nusayr están idealizadas. Por ejemplo. Este último, el “moro Muza” de la tradición cristiana, se presenta como un descendiente de la familia del Profeta, cuando es más posible que su padre fuera un cristiano iraquí capturado por Jalid ibn al-Walid, que prosperó como maula, y dejó a su hijo como encargado de los tributos de Basora, gracias a lo cual se enriqueció tanto, que tuvo que refugiarse en Egipto para no ser decapitado por el califa. Luego fue nombrado gobernador de Egipto, y avanzó hacia occidente con un ejército de muqatila egipcios y bereberes dedicados al saqueo. También fomentó el pirateo naval sobre Sicilia, Cerdeña, y en alguna ocasión Mallorca, que reportaba inmensos botines.

“Sin embargo los mayores esfuerzos militares se centraron en la consolidación del dominio árabe sobre Ifriqiya y en la conquista del Magreb. Este vago término, que en árabe significa ‘lugar donde se pone el sol’ y que se refiere de forma genérica a occidente”. La Crónica Mozárabe da cuenta de esta actividad de Musá de un modo genérico. Como ha dicho antes Barbás, los detalles de cómo sucedió resultan una incógnita. Por ejemplo, se dice que llegó a conquistar el sur del Marruecos actual, cosa increíble por el áspero y extenso territorio.

Parece que los bereberes se convirtieron al islam aceleradamente y creando pocos problemas, sospecha Balbás que debido a que su estructura social se parecía a la de los árabes, y porque “el yihad (guerra santa) servía para encauzar el estado de guerra latente de las tribus norteafricanas, para cuyos miembros el saqueo era el mejor medio de ascenso social”.  Añade el autor unas notas sobre el ingente número de prisioneros, que hicieron florecer el mercado de esclavos, sobre todo de esclavas sexuales. “Las esclavas sexuales debidamente instruidas, realizaron prácticas que la hurra o esposa legítima, atada a un complejo sistema de valores de dignidad y modestia, no podía ofrecer”. La consecuencia fue el establecimiento de fabulosos harenes, basadas en que el Profeta no fijó el número de esposas que podía tener un musulmán.

La trata de blancas institucionalizada se mantuvo con el paso de los siglos, mediante algazúas anuales en el litoral hispano que duraron hasta el siglo XVIII.

La conquista musulmana de la Tingitania está llena de enigmas que probablemente nunca se resuelvan por falta de datos fiables. Balbás se basa en los documentos históricos sobre el dominio romano-bizantino y la ocupación visigoda de Ceuta y territorio interior, aprovechando la guerra entre Bizancio y Persia, de lo cual también hay registros numismáticos en la zona.

Se apoya el autor en varias fuentes musulmanas, y propone un relato de conquistas de Musá y de su lugarteniente y maula Tariq. Toman Tánger, y preparan el cruce del Estrecho. Musá envía instrucciones detalladas a Tariq basadas en leyendas. Tariq responde que la realidad es muy distinta, pero moviliza a 1.700 hombres y prepara a 12.000 bereberes (y dieciséis instructores árabes) para cruzar el Estrecho entre mayo y abril de 711. Todas las versiones coinciden en la fecha, el año 92 de la Hégira, pero en poco más.

El origen del maula Tariq ibn Aiyad es confuso. El nombre es árabe, lo que permite situar a su familia en la zona árabe o persa, pero también es aceptable que sea bereber de la tribu zanata de Nafda.

Los bereberes, recuerda Balbás, no tenían la confianza de los árabes invasores, eran levantiscos, y estaban predispuestos a la apostasía, recelos registrados en las crónicas árabes sobre la conquista de Ifriqiya. Durante las dos primeras décadas del siglo VIII, los maulas supusieron el diez por ciento de los ejércitos del califa, y con frecuencia su pago se reducía a los productos del saqueo.

El conde don Julián

La venganza del conde don Julián o Yulián aparece en la más antigua de las crónicas de la conquista de Alándalus, la de Ibn Abd al Hakam. Indignado el conde por la violación de su hija, luego conocida por la Cava, ofrece a Tariq sus servicios para facilitarle el cruce del Estrecho.

Balbás documenta lo que resulta una leyenda usada en otras invasiones o tomas de ciudades en diferentes momentos de la historia y en diferentes pueblos. Además, los árabes habían dado pábulo a otras leyendas sobre la desvergüenza y promiscuidad de las bellas cristianas. El relato de Abd al-Hakam puede ser eco de un hecho histórico sucedido en aquellos tiempos en Sicilia, donde un poderoso militar forzó a una monja a casarse con él y fue castigado por el emperador bizantino. El canalla huyó a Ifriqiya y favoreció la conquista de la isla por los árabes.

Por su parte, la Crónica Mozárabe no menciona ninguna violación, y tampoco a fuente andalusí más antigua. La leyenda propagada por Abd al-Hakam fue aceptada por fuentes musulmanas posteriores, pero no por las cristianas. Hasta el siglo XII, con la Chronica Gothorum pseudo-Isidoriana no aparece la violación, atribuida a Witiza con el nombre de Gético. “El talante moralizador de la historia se ajustaba bien al carácter lascivo atribuido a los últimos reyes godos, así como a la concepción de la invasión islámica como resultado de un juicio de Dios”.

Se adentra Balbás ahora en un camino más limpio de leyendas. Deduce de las informaciones sobre el suceso que hubo un pacto de capitulación entre árabes y el jefe cristiano de Ceuta, aceptando éste la superioridad musulmana. Entre los invasores se hallaba un tal Urbanus, noble enfrentado a Rodrigo, de cuyo nombre puede derivarse Yulianus, por un error de copista.

La secuencia cronológica más estructurada y casi sin elementos sobrenaturales es la de al Razi, perdida, pero recogida por los Ajbar Maymua. En resumen narra la conquista de Tánger por Musá, su fracaso ante Ceuta, la retirada de Musá a Kairuán, en la actual Túnez, y su relevo por Tariq. Julián se entera de la violación de su hija por Rodrigo, y ofrece ayuda a Musá. Éste consulta al califa, y realiza incursiones exploratorias que culminan en la invasión de Tariq con siete mil bereberes en 711. Rodrigo, entonces en Pamplona, atraviesa la península y en julio se produce la batalla de Guadalete.

El dato cronológico más fiable lo presentan las primeras emisiones de dinares peninsulares en el año 83 de la Hégira, 712-713, relacionadas con la llegada de Musá un año después de Tariq. En cuanto al topónimo Tarifa, atribuido a un desconocido invasor, Abú Zura Tarif, no aparece más que en crónicas posteriores.

Para intentar fijar con verosimilitud el cruce del Estrecho por una tropa a caballo de bereberes y sus instructores árabes, Balbás recurre a una amplia documentación sobre esas difíciles circunstancias, el transporte de caballos en barcos, en el ejercito bizantino. Primero recuerda que las dos ciudades de Carteya (San Roque) y Julia Traducta (Algeciras) eran más bizantinas que visigodas, pues no se ha encontrado en ellas más que monedas bizantinas, y los cementerios excavados muestran restos militares con atavíos bizantinos también.

Cita al historiador Pedro Chalmeta, que cifró en 30 ó 40 días el paso de las tropas de África a Spania, algo que a Balbás le parece poco sostenible. Mejor calibrada, cree Balbás, es la hipótesis de británico Roger Collins, cuando establece una comparación entre la invasión de Spania y la de Inglaterra desde Francia por Guillermo el Conquistador en 1066. Las disputas dinásticas del reino de Inglaterra se tradujeron en una invasión noruega no muy lejos de York, en mitad de la isla. El rey inglés acudió a toda prisa para contener el ataque, derrotando a los noruegos. Guillermo aprovecho las condiciones favorables del mar para invadir el sur de Inglaterra con una flota. El rey inglés bajó con rapidez, se enfrentó en la batalla de Hastings a los normandos, y fue derrotado y muerto.

La comparación de Collins se basa en la existencia de documentos que citan las condiciones tácticas del cruce del Canal de la Mancha: entre ocho y doce mil hombres y dos o tres mil caballos, fuerzas semejantes a las de Tariq. Describe Balbás las embarcaciones en las que se produjo el cruce, su capacidad y su calado para permitir la carga de animales grandes como los caballos. Fueron naves construidas al parecer exprofeso, según estudios casi contemporáneos.

“Una cuestión esencial para deducir cómo pudo realizarse el cruce del Estrecho por Abú Zura y Tariq es conocer los medios materiales que lo hicieron posible”. A falta de fuentes o documentos, Balbás recurre a otra comparación, el descubrimiento de un pecio bizantino del siglo VII junto a una isla de la costa de Turquía, Bodrum, y otras naves exhumadas en Yenikapi (Estambul) de entre los siglos V y XI. Balbás explica que a mayor parte del comercio marítimo bizantino se realizaba en naves pequeñas, porque las grandes, como la de Bodrum, eran muy caras de construir. Se atribuye el transporte de las tropas de Tariq a los dromones bizantinos, parecidas a las galeras con remos. “La idea de sentar a unos nómadas del desierto en bancos de remos para tripular un buque no sólo resulta descabellada sino que tampoco explica cómo podía regresar la nave a Ceuta si sus remeros/tripulantes se hubieran quedado en Gibraltar”.

Las fuentes bizantinas distinguen los dromones, para el transporte de tropas, de los sagenai, buques de carga. Estos buques de carga u otros diseñados al efecto, chelandion, transportaban hasta doce caballos en las expediciones militares.

“Es más que dudoso que el Imperio bizantino hubiera dejado alguno de estos buques en Ceuta, lo más razonable es que Tariq empleara naves de carga reformadas con alguna plataforma para acceder a la cubierta y la entrada a la bodega ampliada para dar cabida a las monturas”. Algo que Balbás considera tarea nada fácil.

Otras experiencias de travesía marítima son las de Julio César de Francia a las costas Británicas, que estuvo a punto de acabar en derrota romana. El problema del desembarco es sincronizar la llegada de tropas, conseguir que una tormenta no las dispersara, y transportar caballos.

Cita Balbás la gesta de Genserico en 429, cuando una hueste de vándalos y alanos desembarcaron en la Tingitania. También una hueste del rey visigodo Teudis logró atravesar el Estrecho y apoderarse de Ceuta en 540.

Otro de los problemas de la tropa invasora era la alimentación: los siete mil hombres de Tariq necesitaban unas siete toneladas de alimento diario.

Luego se adentra Balbás en las condiciones meteorológicas del Estrecho, que hacen su paso todavía mas complicado. Cita datos de romanos e hispanoárabes que describen el tiempo que cuesta el viaje de una costa continental a otra, entre ocho y dieciséis horas.

En definitiva, el transporte de doce mil hombres y caballos era imposible en las cuatro naves citadas en las crónicas, eran precisas al menos treinta y cinco, además de los problemas de carga y de atraque. La posibilidad de que la flota árabe de Ifriqiya participase en la invasión la descarta Balbás porque Musá la había enviado a una expedición contra Cerdeña. Por último cita nuestro autor a Alejandro García San Juan (el opositor a González Ferrín) que sugiere que la flota tunecina participó en la campaña andalusí.

Una posible reconstrucción

La fuente andalusí más antigua, ibn Habib, sobre el paso del estrecho no está contaminada por la leyenda de don Julián, y resulta coherente con el inicio de la temporada de navegación, dice Balbás.

Estima que no pudo ser un lento goteo de tropas, sino un desembarco simultáneo aprovechando los vientos y el clima. “La situación más occidental de Tánger con respecto a Ceuta haría más sencilla una derrota hacia la bahía de Algeciras, pues tanto el viento como la corriente dominante tendrían una deriva hacia Levante”. El traslado de los efectivos musulmanes se realizaría desde Tingi (Tánger), capital de la Tingitania, quizá con el apoyo de la escuadra de Ifriqiya. Los preparativos debieron realizarse durante el invierno, y requirieron un meticuloso cálculo logístico, para evitar sorpresas, aunque las fuentes árabes no dan la sensación de estar describiendo una acción de envergadura. Esta última consideración procede del historiador Pedro Chalmeta, a quien Balbás ha criticado previamente.

“Tariq tuvo que reunir un buen número de tripulaciones y barcos de varios puertos africanos, construir otros, o al menos acondicionarlos, para el transporte de equinos, acopiar excedentes agrícolas en toda la Tingitania y asegurar una línea de suministros para abastecer al número creciente de efectivos desplazados a la otra orilla, justo al inicio de la temporada de navegación, momento que coincidía con la cosecha”. Tariq supo aprovechar el conflicto interno del reino visigodo, pero es descartable que fuera una iniciativa fruto de la improvisación.

También supone Balbás que el mando visigodo de la zona no podía ignorar la presencia de miles de soldados musulmanes en la otra orilla. De hecho, las crónicas cuentan la resistencia ofrecida por el ejército visigodo a los invasores. La toma de Carteya (San Roque) facilitó la de Traducta (Algeciras). Para desanimar a esta fuerza cuenta la crónica de ibn Abd al-Hakam que Tariq hizo creer a los enemigos que los musulmanes devoraban los cadáveres. La presencia musulmana se concentró en la actual Algeciras, la base de operaciones para la conquista del regnum Gothorum.

En la siguiente entrega daré cuenta de la batalla del Lago y la sumisión de Spania.

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