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Bitácora y apuntes

Relato inmoral

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Una reseña de Segismundo Bombardier

La novela Relato inmoral de Wenceslao Fernández Flórez es una llamativa anomalía. Escrita en 1927 describe la moral sobre el sexo, que en aquel momento dominaba en la clase media y alta. Es una narración basada en el sarcasmo, y utiliza una técnica literaria que debe tener un nombre, y que consiste en una narración que fustiga la pacatería, la hipocresía y el machismo (ya se llamaba así entonces) tanto de varones como de hembras, desde la orilla de la pacatería, la hipocresía y el machismo, al viejo estilo del Arcipreste de Hita, que escribe sus versos provocativos para denunciar el loco amor y la lascivia.

El narrador nos presenta a un protagonista, hombre bien situado económica y socialmente, que sufre por su candidez e inocencia en sus relaciones con las mujeres, y se mete en dolorosas y cómicas complicaciones, en una sociedad de honestos marcianos obsesionados con el sexo.

El argumento del inocente no lo es tanto, porque atribuye su actitud a la modernidad de haber vivido en Francia y en Alemania, donde a la mujer no se le trata así, algo incierto, como testimonian novelas y películas galas del siglo pasado.

La anomalía de Retrato inmoral consiste en el elevado erotismo de la narración, con besos y relaciones carnales profundas, contadas, naturalmente, con finura y sin rozar la vulgaridad, con el sentido del humor propio de don Wenceslao.

A primera vista esto no es ninguna anomalía. Lo raro, lo excepcional es que la edición que yo tengo esta publicada en Zaragoza por la Librería General (calle Independencia, 8) ¡en 1942!, en plena furia y potencia del llamado nacional catolicismo. En Retrato Inmoral los curas, los ricos del puro, los violadores, los puteros de buena familia, los cobardes tocaculos y restriegamuslos en el tranvía están presentes como los hongos, en todas las peripecias narradas. No es una novela propia de un régimen pacato y dictatorial.

En algún sitio de internet he leído que el padre de don Wenceslao era de El Ferrol, y encima conocido de Francisco Franco, aunque su hijo fue observado por el Régimen con recelo por su inclinación liberal. No me parece una justificación de semejante lenidad de la censura con una novela que tiene mucho un panfleto.

La Librería General de Zaragoza fue fundada en 1932, según la página de este negocio en Internet. Pasa por ser la más vieja y la más grande de Aragón, con varias plantas y multitud de libros a la venta. Ignoro si también edita. Pero está probado que sí lo hizo en la década de los cuarenta. Según José Carlos Mainer en su estudio Pío Baroja, la empresa zaragozana Librería General “sostenía alguna actividad después de haber sido una de las casas de referencia en la España «nacional» de 1936-1939”.

Este sello, “referencia de la España nacional” puede explicar la licencia. De hecho en las primeras décadas del franquismo se publicaron ensayos y novelas que no debieron pasar por la censura, o ésta les ignoró a sabiendas. Sobre la censura franquista se ha levantado una leyenda semejante a la Leyenda Negra, que algún día se revisará. Ni un solo país de la Europa postbélica se privó de pasar por el tamiz de la censura (cinematográfica, literaria, radiofónica, musical), y sin embargo parece que en Francia se podía hacer y decir lo que a uno le daba la gana, como Flórez hace afirmar a su protagonista cosmopolita, si bien es posible que en el periodo entreguerras hubiera menos vigilancia moral que antes y sobre todo después.

Una isla en el mar Rojo y La novela número 13 desvelan lo que Flórez vivió y sufrió en primera persona durante la Guerra Civil, perseguido por las hordas frentepopulistas (se salvó gracias al gobierno republicano, que alguna fuerza inerte debía tener). Ambas las tengo. La primera, impresa en un papel que se deshace en la mano, me la envió, llena de subrayados y de notas, el editor de esta revista, que tiene publicada una reseña sobre Flórez aquí. La segunda la editó también la Librería General de Zaragoza.

Wenceslao F.F. es uno de los novelistas españoles más publicados y vendidos en la primera mitad del siglo XX en España. Su estilo tuvo impacto en autores de la generación que sucedió a la suya en la España de Franco. En especial aquellos que fundaron o colaboraron en la revista “La Codorniz”, dedicada a los “lectores inteligentes”, Tono, Álvaro de la Iglesia, Mihura. Fue una formula humorística, entre el sarcasmo suave y la ironía ácida, que desapareció porque la novela de humor se evaporó en el escenario literario español (no en el resto de Europa) como si la Transición fuera algo sacrosanto. Pero Eduardo Mendoza la recuperó con éxito. A veces al leer a Mendoza me parece tener entre las manos un libro de Tono o de Fernández Flórez.

También los primeros autores españoles de la novela “policiaca moderna”, como Montalbán, recurrieron a ese estilo. Tengo la impresión de que tanto Mendoza como Montalbán lo hacían porque no se podían tomar en serio ni a sus personajes ni a sus peripecias. Esto no sucede ahora en el género, despeñado en el abismo de los superventas.

Termino volviendo a la ideología conservadora o liberal de Flórez, que hoy le vetaría de los textos escolares, si existiera una asignatura digna de crédito.

Dice Wikipedia de él: Pese a lo subversivo, a veces, de su conservadurismo, gozó el autor de gran prestigio bajo el franquismo, publicando con regularidad artículos de prensa, a veces críticos contra el gobierno de Franco, cómo por ejemplo la serie en la revista Semana sobre el cine en favor del cine español y en contra del cine estadounidense que el gobierno tenía que importar por los acuerdos con EE. UU.

Wikipedia se ha convertido en una referencia woke de la que desconfiar, y hace paradójicas comparaciones: Franco tenía las manos atadas por los yanquis, y se tragó la producción de Hollywood, en detrimento del cine español. Burda falsedad, que hoy es más real que nunca. Y al contrario, convirtiendo a Flórez en un adalid de la rebeldía antifranquista, en defensa del cine patrio, en el que él contribuyó, se le indulta. A pesar de todo, a Wenceslao Fernández Flórez no le conoce ni el tato entre la población con menos de 60 años.

Por cierto, me entero gracias a Gúguel, de la publicación de El terror rojo en enero de este año, por Ediciones 98. Al parecer no se publicó en vida del autor, y relata en primera persona su experiencia de huido de las hordas frentepopulistas en Madrid, filtrada en Una isla en el mar Rojo en tercera persona.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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